Por naturaleza, los seres humanos tendemos a ordenar el mundo, en el intento de darle un sentido (a estas alturas, aún no sabemos si lo tiene). La historiografía, por ejemplo, no hace otra cosa que intentar poner en orden una serie de acontecimientos y darles un hilo narrativo, para que del amasijo de fechas y datos se pueda extraer alguna conclusión. Este mismo afán ordenador es el que guía a los compiladores de listas: tomar del caos que es la vida una serie de elementos y agruparlos por algún tipo de criterio que haga resaltar lo que tienen en común, por peregrina o débil que pueda ser esa conexión. Nos gustan las listas. Umberto Eco, gran amante él mismo de las listas, le dedicó todo un libro a este afán clasificador,
El vértigo de las listas (un libro que luego resulta que habla más del arte y de la cultura occidentales que de las listas propiamente dichas, pero siendo Eco quien es, se lo perdonamos). Internet, cómo no, está lleno de listas. De hecho, los gurús que hablan sobre cómo aumentar el tráfico de tu blog aconsejan indefectiblemente ponerles a las entradas títulos que denoten una lista: "5 cosas que te harán ser más feliz", "12 pasos para conseguir una silueta de ensueño" y zarandajas por el estilo. Por supuesto, estos títulos me resultan más atrayentes que aquellos que no prometen una lista; por supuesto también, no les hago ningún caso (no es tanto que no necesite ser feliz o lograr una silueta de ensueño, sino que tengo serias dudas de que una lista pueda ayudarme a lograr ninguna de las dos cosas). Pero si la lista va de elementos literarios, ¡eso es harina de otro costal! Yo misma, lo confieso, he caído alguna vez en la tentación de
elaborar alguna.
La que he pensado compartir hoy con ustedes no es de mi cosecha, sino gentileza del
blog de Publishers Weekly, y lleva por título "12 libros que terminan a mitad de frase".
¿Qué qué tienen en común estos libros? Pues, en realidad, no demasiado. A excepción, claro, de que su última frase queda en suspenso. Pero los motivos son varios, como lo es el carácter de cada una de estas obras. Un par de advertencias preliminares: 1) No reproduzco los 12 títulos, sino sólo los que a mí me resultan más familiares, lo mismo que a mis lectores (espero); he añadido en cambio alguno que los editores americanos habían ignorado. 2) Si a partir de aquí continúan leyendo, asuman el riesgo; no se quejen luego de que les he fastidiado el final.
-Franz Kafka, El castillo
No es que Kafka pretendiese darle ese final abrupto a esta obra, sino que quedó inacabada debido a la muerte del autor. Aunque en una carta fechada en 1922 le había dicho a Max Brod que abandonaba el libro, parece que tenía previsto que al final K. viviese y acabase muriendo en el pueblo.
-Nikolai Gógol, Almas muertas
Gran interrogante. ¿Qué pretendía Gógol al finalizar así su gran obra?:
"Os invito a reflexionar sobre vuestro deber con más atención, así como la obligación de vuestro servicio terrenal, porque todos tenemos sólo una vaga idea de lo que es ahora y casi..."
Almas muertas debía ser la primera parte de una trilogía con la que Gógol pretendía imitar la Divina Comedia de Dante. La especialista en literaturas eslavas Susanne Fusso argumenta que Gógol cortó deliberadamente la primera parte a media frase para ver si esto creaba mayores expectativas sobre la segunda (que nunca llegó a publicarse).
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Dickens, Casa desolada
En este caso, un final abrupto que es parte de un final feliz. Esther, aunque desfigurada, ha conseguido casarse con su amado y es dichosa con él. Al finalizar la novela, la conversación entre ambos se interrumpe, pero no hemos de pensar que Esther deja a medias la frase porque su esposo la ha acallado con un beso, quizás.
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Jonathan Safran Foer, Todo está iluminado
La carta de del abuelo de Alex con que finaliza la novela se puede entender también como una nota de suicidio: "caminaré silenciosamente, y abriré la puerta en la oscuridad y " Aquí, la frase se quiebra porque, suponemos, quien la escribe ha llevado a cabo sus designios.
-Manuel Puig, Boquitas pintadas
En una obra que tiene mucho de puzzle, no es extraño que el final sea también fragmentario: las cartas que hablan de una historia de amor dolorosa se desparraman antes de arder en una lluvia de retazo de frases. Ecos entrecortados de lo que fue o pareció ser una vez...
Si dejamos aparte las obras de literatura experimental (como alguna obra de Beckett, o el Finnegans Wake de Joyce, por ejemplo), en las que el final abrupto se justifica por la propia naturaleza del discurso, la interrupción de la frase final aparece a menudo en novelas cuyo narrador va a morir: la frase queda inacabada porque la muerte le ha llegado antes de que pudiera terminarla. Sé que en cuanto ponga punto final a esta entrada, se iluminará en mi mente en título de algún libro en que ocurre precisamente esto, y que está revoloteando por ahí hace rato, aunque no consigo capturarlo.
Quizás debo yo también dejar