John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

viernes, 10 de mayo de 2019

NOMBRAR LAS EMOCIONES



Comunicar las emociones, hacer que el otro entienda lo que bulle en tu interior, lo que te mueve o  el motivo de tu abatimiento, no es empresa fácil. El lenguaje, a pesar de su enorme riqueza -a menudo no somos capaces de dar uso a todos sus matices- resulta muchas veces insuficiente para expresar lo que sentimos. Por otro lado, no todos los estados emocionales cuentan con un correlato léxico que los defina. Así, nos convertimos en prisioneros del lenguaje, lo que no tiene nombre no se puede transmitir. De ahí que la lengua -todas las lenguas- se encuentre constantemente en evolución. Nuevos términos para designar nuevas realidades, nuevos significados para palabras antiguas. Normalmente, la evolución del lenguaje es una empresa colectiva: por ejemplo, alguien, por lo general anónimo, empieza a utilizar una palabra ya conocida de forma novedosa, ese uso hace fortuna y poco a poco se va incorporando al léxico habitual. Al final, todo es cuestión de que el suficiente número de personas encuentren ese término -o esa nueva acepción del término- práctico y útil y lo acaben adoptando.
Pero les voy a hablar hoy de un caso peculiar, un inventor de palabras, John Koenig, cuya labor he conocido gracias a la web Open Culture (una web siempre llena de cosas interesantes). Koenig lleva años compilando y difundiendo -a través de su blog y a través de vídeos que cuelga en YouTube- un diccionario para aquellas emociones que aún no tienen nombre. Según su propia definición de esta actividad, se dedica a "encontrar huecos en el lenguaje de las emociones y a tratar de llenarlos". Para ello, suele echar mano de raíces lingüísticas provenientes de diversas lenguas: tanto del griego antiguo como del alemán, del polaco o del francés e incluso del japonés. El proyecto -que pronto se convertirá en un libro- se titula Dictionary of Obscure Sorrows. 



Revisando las palabras que forman esta compilación, algunas en efecto me han parecido corresponder a sensaciones o emociones que hasta ahora era imposible plasmar con un solo término. Por ejemplo:

-Dès vu: la conciencia de que lo que estás viviendo se convertirá en un recuerdo. Juega aquí con el concepto de déjà vu, pero su sentido no es el mismo. Es cierto que en determinados momentos de la vida, mientras se desarrolla un acontecimiento, o al contemplar una imagen, somos conscientes de que esto se grabará en nuestra memoria.   

-Anemoia: nostalgia de un tiempo que nunca has conocido. Creo que todos guardamos en nuestro interior la nostalgia de alguna época histórica que nos hubiese gustado conocer. 



-Zenosyne: la sensación de que las cosas van cada vez más rápido. Nos sucede a todos a medida que transcurren los años: el tiempo se acelera. Para conocer mejor este fenómeno, que tiene raíces fisiológicas, recomiendo el libro de Douwe Draaisma Por qué el tiempo vuela cuando nos hacemos mayores. Coincido en que era muy necesaria una palabra que lo definiese, así igual nos hubiésemos ahorrado títulos tan largos.

-Zielschmerz: Una palabra que me encanta y que define el temor de llegar a conseguir lo que quieres. ¿Saben esa sensación de, por un lado, desear que suceda algo difícilmente alcanzable, pero al mismo tiempo pensar con cierto temor en lo que realmente ocurriría si ese suceso improbable se materializase? Pues eso, Zielschmerz

Buceando en su archivo,  he podido encontrar palabras que parecían dar realmente en el clavo, mientras que otras designan emociones tan tenues o tan desconocidas para mí, que no les veo el sentido. Pero compruebo con satisfacción que entre las definiciones acuñadas por el señor Koenig hay al menos una que nos toca de cerca a los bibliómanos. Es Vellichor, un bonito término, que designa ese anhelo que nos invade cuando visitamos una librería de segunda mano, que suele teñirse de nostalgia al pensar en todas las manos por las que han pasado esos volúmenes. La palabra en cuestión, aunque bastante nueva, ya ha comenzado a popularizarse y, como  es propio de la lengua, su significado está en evolución. 



Quizá, ya que Koenig está embarcado en la noble tarea de denominar emociones, deberíamos sugerirle algunas relacionadas con los libros y la lectura que -hasta donde yo sé- aún no han encontrado expresión. ¿Qué me dicen de esa irritación que se siente cuando, sumergida en la lectura, alguien o algo te saca de tu abstracción? ¿O de la sensación de afinidad instantánea que nos invade cuando encontramos a una persona que comparte nuestros gustos literarios? ¿Y el sentimiento de ser un alien venido de otro planeta que sufrimos en una reunión llena de gente que, si se nos ocurre mencionar a nuestro autor favorito, no saben de qué les hablamos? Como ven, queda aún mucho territorio emocional y libresco por nombrar. Señor Koenig, esperamos sus aportaciones.