John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

sábado, 10 de septiembre de 2022

ISABEL II, PERSONAJE LITERARIO

 


La muerte de Isabel II, monarca del Reino Unido (y de la Commonwealth) durante setenta años, marca el fin de una era: la segunda era isabelina. Dado que su desaparición coincide con un momento ciertamente turbulento para su país, mi primera reacción ante la noticia fue pensar "sólo les faltaba esto". Veremos cómo lo hace su sucesor, Carlos III, para mantener el prestigio de la casa real, que ella encabezó tan dignamente durante siete décadas. Mejor no fijarse demasiado en los precedentes de los reyes que llevaron su nombre: Carlos I acabó juzgado por traición y decapitado; Carlos II, por su parte, tuvo numerosos conflictos con el Parlamento, que acabó por disolver, aparte de ser notoriamente disoluto en su vida privada (llegó a reconocer a catorce de sus bastardos, pero se dice que hubo bastantes más). En fin, que los augurios no son muy favorables. El tiempo dirá. 

Pero volvamos a la reina. Si algo supo Isabel II fue crear un personaje público, un tanto hierático y encorsetado tal vez, pero cuya coherencia y adecuación a su papel -como en toda monarquía parlamentaria, el papel de la reina es puramente ornamental- eran indiscutibles. Igual que le ocurrió a su ilustre antepasada, la reina Victoria, que tuvo también un reinado muy largo, poco a poco su figura se fue convirtiendo en un icono. Para cuando se celebró su jubileo, raro era el hogar británico que no lucía alguna efigie u objeto relacionado con la reina. (Este "merchandising" real no es cosa de ahora, sucedía lo mismo con Victoria, aún circulan por ahí cientos de tazas y platos con su retrato: incluso llegaron a hacer papel pintado con su imagen.... ) A medida que envejecía, la figura de Isabel iba adquiriendo un aura cada vez más familiar, como una simpática abuela -muy rica y con muchos castillos, eso sí- que desde las alturas miraba benévolamente a sus súbditos, buena parte de los cuales podrían ser sus nietos. 

Cuesta un poco imaginar tu salón empapelado así, 
pero parece que a los victorianos les gustaba


Merchandising victoriano. 
No hay nada nuevo bajo el sol

La presencia constante de su figura, unida al relativo desconocimiento de su intimidad (es difícil saber lo que pensaba tras esa fachada siempre impecable) la convirtieron en un personaje muy goloso para los creadores de ficciones. Ficciones que, en algunos casos -como la estupenda The Crown, ansiando ver la nueva temporada- se han plasmado en la pantalla (¿cómo resistirse al atractivo visual de tanta grandeza arquitectónica, tantos vestidos preciosos y joyas, tantas estancias palaciegas?), pero que también han conocido algunas incursiones literarias. Ya en 1988 Alan Bennett, un prestigioso dramaturgo provisto de un humor afiladamente inteligente, demostró que la reina no era un tema tabú. En su obra teatral A Question of Attribution -que sería luego llevada a la pantalla por la BBC- jugueteaba con el affaire Anthony Blunt, el asesor artístico de la reina que resultó ser un espía al servició de los soviéticos. En esta obra, de sólo un acto, la reina tiene una conversación con su asesor poco antes de que éste sea descubierto y parece advertir que esconde algo, como si interpretase un papel. Pero, claro, ella también lo interpreta, ¿o no? Años más tarde, en 2007, Bennett volvería a la carga con el personaje regio, esta vez en una divertida y breve novela titulada aquí Una lectora nada común, que cuenta cómo la reina Isabel, después de un encuentro casual con una biblioteca ambulante, se aficiona a la lectura, y cómo eso influye sobre su visión del mundo. 

El ingenio de Bennett, visible de forma especial en sus diálogos, hace que con dos pinceladas sea capaz de retratar a un personaje. Véase la reacción del príncipe Felipe ante el nuevo protegido de la reina, su bibliotecario personal:

        -He visto esta tarde a esa extraordinaria criatura -informó más tarde-. El paje pelirrojo.

        -Sería Norman -dijo la reina-. Le conocí en la biblioteca ambulante. Trabajaba en la cocina.

        -Ya entiendo por qué -dijo el duque.

        -Es muy inteligente -dijo la reina.

        -Tendrá que serlo -dijo el duque-. Con esa pinta...

Pero, en la ficción, Isabel II no sólo lee, también es capaz de resolver asesinatos. S. J. Bennett (hasta donde yo sé, nada que ver con el otro Bennett) la convierte en protagonista de dos entretenidas novelas que podríamos encuadrar en el género "cosy crime", donde la reina -una reina sorprendentemente perceptiva y astuta bajo su apariencia de imperturbable anciana- se transforma en una especie de Miss Marple que está rodeada de lacayos y asistentes personales en lugar de por benévolos vicarios. Al parecer, estos dos títulos -traducidos como El nudo Windsor y Un caso de tres perros- debían ser los primeros de una serie. Ignoro si el hecho de que su  protagonista se haya quedado sin su correlato en la vida real le pondrá fin o si la autora decidirá continuarla. 


En cualquier caso, estos dos ejemplos (creo que corre por ahí alguno más, pero no lo he leído, así que no puedo opinar) son buena muestra del mucho juego que da un personaje como la reina de Inglaterra, conocida universalmente y con una vida pública evidente, pero con una vida interior opaca, que el escritor puede llenar a su antojo. La vamos a echar de menos.