John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 27 de noviembre de 2013

6 LECTURAS PARA NOCHES DE FRÍO



Por fin llegó el invierno, "and with a vengeance", como dicen los ingleses. Casi de repente, hemos pasado de ir en manga corta a abrigarnos con bufandas y plumones. Pronto se hace de noche, y la caída de las temperaturas invita a refugiarse en casita, con una bebida caliente y frente a un fuego crepitante. Igual que en verano apetece tomar zumos, ensaladas o gazpacho, ahora nuestro organismo pide espesas sopas humeantes y guisos de los que han estado muchas horas cociendo. Y si el frío condiciona el alimento de nuestro cuerpo, también nuestro espíritu requiere lecturas adecuadas a la estación más inclemente del año. Novelas donde hace frío, para que el contraste entre lo de fuera y el cálido interior donde las leemos sea más pronunciado. Novelas donde suceden terribles tragedias, o quizá sólo dolorosos desgarros personales, donde reina la oscuridad y, a veces, la traición.
 
Si a ustedes les sucede como a mí, si su yo lector reclama devorar libros invernales, en el más amplio sentido de la palabra, aquí tienen algunas sugerencias. ¡Abríguense bien!
 
 
 
La historia de Buck, el perro que tiene que aprender a tirar de un trineo y a sobrevivir en la fría Alaska, llena de nieve, frío, lealtad y venganza, tiene todos los ingredientes para ser leída mientras nos abrigamos aún más con la mantita.
 
  




Emily Brontë-Cumbres borrascosas

Imposible evitar estremecerse con la historia de Catherine y Heathcliff, apasionada y romántica. Emily Brontë sabe evocar como nadie los desolados páramos de Yorkshire. Ya lo dijo Virginia Woolf: «Con un par de pinceladas podía conseguir retratar el espíritu de una cara de modo que no precisara cuerpo; al hablar del páramo conseguía hacer que el viento soplara y el trueno rugiera.»






E. Annie Proulx-Atando cabos


 De los páramos ingleses a las costas de Terranova. Igualmente ventosas, y muy frías, por supuesto. Esta novela sobre un viudo con dos hijas que regresa a su pueblo natal para escribir en el periódico local, comprarse una barca y hacer nudos marineros, mientras otros nudos existenciales se desenredan (o no) a su alrededor, obtuvo el premio Pulitzer y el National Fiction Award. Su sutil humor negro reconforta entre tantas tormentas.







Nikolai S. Leskov-Lady Macbeth de Mtsensk

Si se trata de ambientes fríos, por supuesto no podían faltar los autores rusos. La lady Macbeth eslava del relato que da título a este libro resulta tan sangrienta como la original, en versión rusa. Es decir, más rústica y aún más brutal. Y el resto de relatos son también representativos del país, desde los refinados ambientes peterburgueses hasta alguna sórdida historia de desavenencias matrimoniales.





 Anton Chejov-La isla de Sajalín

Casi cualquiera de las obras de Chejov es buena compañía para las noches invernales. No sólo es el frío, que hace acto de presencia más de una vez, sino su cuidadoso despiece del alma humana lo que acompaña su lectura. Pero la isla de Sajalín, por una vez, no es ficción, sino reportaje. Crónica de unos meses pasados por el autor en esa salvaje y remota isla, una colonia penitenciaria regida por normas inicuas.





Caroline Alexander-Atrapados en el hielo


Para frialdad máxima, las expediciones polares. No podía faltar en este paseo por los lugares inhóspitos -qué bien se está acurrucado en el sofá bien calentito, ¿verdad?- un vistazo a la odisea de Shackleton y sus hombres entre los hielos de la Antártida. La edición cuenta además con las fotos originales de uno de los integrantes de la expedición, Frank Hurley. Eso es como ver los hielos en primera fila.








sábado, 23 de noviembre de 2013

RECUERDOS FUNERARIOS DE ESCRITORES

Mano de Chopin. La que yo recuerda era bastante más siniestra.
Quizás era otra...
Seguramente mi primer encuentro con los recuerdos funerarios data de cuando tenía ocho o nueve años: mi profesora de piano tenía sobre el instrumento la escultura de una mano. Según me dijo en respuesta a mi inevitable curiosidad  -esa mano desprovista de todo vínculo con el resto del cuerpo era algo nuevo e intrigante para mí-, se trataba de un molde de la mano de Liszt (o Chopin, no sé bien cuál de ellos dos) tomado en su lecho de muerte. Desde el momento en lo supe, esa mano como de ultratumba me produjo un respecto muy cercano al temor. 
Andando el tiempo, por supuesto, descubriría que el afán por conservar algún recuerdo físico de un gran personaje es algo muy común, vinculado a los ritos funerarios, propios de todas las civilizaciones: la necesidad de honrar y recordar a los muertos. La iglesia católica lo hace con los santos -¡esos increíbles e imaginativos relicarios que pueblan los altares y las sacristías!-; también se prodiga con los grandes hombres (las máscaras mortuorias de Napoleón o de Isaac Newton  pueden admirarse en Los Inválidos de París y en la Royal Society de Londres respectivamente) y, cómo no, el culto por la reliquia se extiende también a los escritores.
 
Máscara mortuoria de Napoleón
La Beinecke Library -una de las mayores bibliotecas especializadas en manuscritos y libros raros, que forma parte de la Universidad de Yale- cuenta entre sus colecciones con varios de estos recuerdos funerarios. De la lista de sus piezas más relevantes podemos destacar:
 
-Rizos de pelo de Robert Louis Stevenson (1855)
-Carta de Elizabeth Barrett Browning a Hugh Stuart Boyd que contiene un mechón de pelo de la autora (1848)
-Carta de James Fenimore Cooper a su mujer, igualmente con un mechón de pelo del autor (1851)
(Decididamente, a mediados del siglo XIX lo de mandar mechones de pelo a todos tus conocidos parece haber causado furor. Es de esperar que no se prodigasen en exceso, o nos imaginamos a todos esos escritores yendo por ahí trasquilados.)
-Dientes de Ezra Pound (¡Urgh!)
-Máscara mortuoria de Thornton Wilder
 
Así que ya ven, las bibliotecas no sólo guardan libros y manuscritos. También otros restos materiales de los escritores. Personalmente, por mucha que sea mi admiración por un autor, no me gustaría contemplar a menudo su máscara mortuoria. Y sobre los dientes, mejor no decimos nada.
 

domingo, 17 de noviembre de 2013

LITERATURA MARCIANA


Nosotros, los humanos, hemos sentido desde hace miles de años una gran fascinación por Marte, el planeta rojo. Los romanos lo bautizaron con el nombre del dios de la guerra, los astrónomos se dedicaron a observarlo e incluso a cartografiarlo cada vez que su órbita le acercaba a la Tierra (el primer mapamundi de Marte data de 1837) y la idea -sostenida por algunos astrónomos y por muchos aficionados al esoterismo- de que podría contener vida de algún tipo ha dado pábulo a infinidad de especulaciones. Fantasías que han encontrado frecuentemente reflejo en la literatura. La Guerra de los mundos de H.G. Wells describía a los marcianos como una especie de pulpos muy poco amistosos, mientras que Edgar Rice Burroughs hizo que su héroe John Carter se beneficiase de la sutilidad de la atmósfera marciana, lo que le convertía en un poderoso guerrero, capaz de acabar con cualquier humanoide que se le pusiese a tiro.


Pero bueno, ya hemos llegado a Marte. No como a la Luna, donde desembarcamos a un puñado de astronautas para retirarnos rápidamente, a la vista -sin duda- del poco interés de nuestro satélite. De momento sólo estamos en fase de acercamiento al planeta marciano y se supone que esas sondas que la NASA envía periódicamente nos dirán, algún día, si contiene o no formas de vida y si debemos temer algo de ellas. En lo que me parece una suprema muestra de ingenuidad, leo que el cohete que será lanzado mañana, 18 de noviembre, desde la base John F. Kennedy -pocos días antes de que se cumpla el 50 aniversario del asesinato del presidente que le dio nombre y que comenzó la carrera espacial que nos llevaría hasta aquí-, cuya misión consiste en recopilar una serie de datos sobre la atmósfera marciana, llevará un DVD que contiene, además de una serie de muestras artísticas, la friolera de 1.500 poemas (haikus, para ser exactos), elegidos por votación pública. Se me escapa la utilidad que un DVD como éste (no dicen si el aparato está provisto también de un reproductor de DVD, aunque ¿sabría un marciano cómo utilizarlo?) pueda tener para los hipotéticos habitantes de Marte. Quizás sólo pretenden que se quede ahí, vagando por el cosmos infinito, en la esperanza de que algún día una civilización superior -o nosotros mismos, en un estadio más avanzado de la Humanidad- sea capaz de descifrarlo.
En cualquier caso, yo ya hace mucho que me he formado mi idea de qué y cómo son los marcianos. Concretamente, desde que leí las Crónicas marcianas de Ray Bradbury y caí bajo su poderoso influjo. Hace poco, releí uno de los cuentos que contiene, "La tercera expedición". En él, la misión terrestre se encuentra en Marte con un pueblo calcado a los del Medio Oeste americano de veinte o treinta años atrás, y en sus casas -para gran asombro suyo- viven sus propios padres, madres, hermanos... todos aquellos seres queridos que murieron y que, milagrosamente, han revivido a tantos kilómetros de la Madre Tierra (advertencia: no siga leyendo si no conoce aún el relato, porque viene un spoiler). Por supuesto, hay trampa. Pero la idea es tan atractiva, tan humana, corresponde tanto a lo que sería nuestro deseo más vehemente, que el lector, como los propios astronautas, quiere creérselo con todas sus fuerzas.

"Fue una hermosa y larga tarde de primavera. Después de una prolongada sobremesa se sentaron en la sala y el capitán les habló del cohete, y su hermano y los viejos asintieron, y mamá no había cambiado nada, y papá cortó con los dientes la punta del cigarro y lo encendió pensativamente, como en otros tiempos."

Si existiese una remota posibilidad, aunque fuese por unos breves instantes, de que algo así ocurriese, creo que a mí tampoco me importaría embarcarme en uno de esos cohetes, y tomar tierra en Marte. Aunque, como les ocurre al capitán Williams y a sus compañeros, tuviese que morir después.

lunes, 11 de noviembre de 2013

MENÚ CON LIBROS

(Foto cortesía de Kim Knox Beckius)
Las grandes ideas son sencillas. Aunque, inevitablemente, luego todo el mundo piensa, "tan fácil como era, ¿por qué no se me ocurriría a mí?". Eso es lo que me ha ocurrido al enterarme de la idea que ha tenido un señor de Connecticut, Estados Unidos -tenía que ser- para deshacerse del exceso de libros que había acumulado a lo largo de los años. (Como recordarán mis amables lectores, ese es un tema al que llevo dando vueltas últimamente. Por supuesto mis ideas al respecto ni de lejos alcanzan la genialidad de este señor.) La belleza del sistema de  este tal Marty Doyle reside en que llena varios deseos distintos al mismo tiempo: por un lado, él se libra de los volúmenes que le sobran; por otro, los receptores de los mismos cumplen un arraigado deseo bibliómano, como es poder comer en una biblioteca, o leer en el restaurante (no sé ustedes, pero a mí me chifla leer mientras como).  Se trata de lo siguiente: un restaurante, el Traveler Restaurant, totalmente forrado de estanterías repletas de libros. Junto con su pedido de hamburguesa, fish and chips o ensalada de col -vale, la comida no parece de primer nivel, pero no se puede tener todo- los clientes tienen derecho a escoger hasta tres libros entre todos los disponibles en el local, y llevárselos a casa cuando acaban de comer. Gratis. Consigue así atraer clientela -poca gente se resiste a que le regalen algo- y aligerar su stock libresco. Hermoso, ¿verdad?
 
 
El invento lleva varios años funcionando, con tanto éxito que hemos de suponer que el señor Doyle agotó su reserva de libros prescindibles. Ahora, con unos nuevos dueños -ignoramos si también tenían libros de los que deshacerse- la biblioteca se nutre sobre todo de donaciones. Y no sólo eso: al parecer la avidez libresca de los clientes es tal, que ha dado para poner una librería en el piso de abajo. Esta vez, de las de pago. Ya les dije que la idea era un trueno.

martes, 5 de noviembre de 2013

RETRATANDO LIBROS


¿Y por qué no? Si retratamos personas, o incluso animales, no veo porqué los libros no deberían tener derecho a ser retratados. ¿Les parece extraño? ¿Soso? Para nada. Si se hace bien, retratar libros puede tener todo el sentido del mundo. Vean si no los bonitos retratos que luce en su flickr Still Life with Book la fotografa Juliette Tang.







 


Ahí están, tan modosos, cerrados o entreabiertos, invitándonos a que nos sumerjamos en ellos. Resulta irresistible.

(Una vez más, mi agradecimiento a la web BookPatrol por el descubrimiento.)