John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

viernes, 21 de abril de 2017

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Las Ramblas, el día de Sant Jordi (Foto Revista Rambla)

Que haya un Día del Libro es, en sí, algo bueno. Aunque, en vista de que actualmente casi todo tiene "su" día -las enfermedades raras, los gatos, la alfabetización, el alzheimer, el turismo, los humedales y hasta el orgullo zombi (juro que no me invento nada de esto)- la importancia relativa de tener un día dedicado ha bajado bastantes puntos. Bueno, pues se supone que el Día del Libro (así, con mayúsculas, parece que impone más) es el día en que todo el mundo se pone a pensar intensamente en libros e incluso, con suerte, se compra alguno. Hasta aquí, nada que objetar. Claro que los lectores pensamos en libros cada día del año, y nos los compramos con harta frecuencia también, pero tal como dicen las encuestas, hay un porcentaje muy elevado de gente que no lo hace y tal vez necesitan que se lo recuerden al menos un día al año. Solo que, siendo como son las cosas, lo que acaba sucediendo es que durante los días precedentes al Día en cuestión editores, libreros y medios de comunicación en general nos bombardean con recomendaciones. Lo que hay que leer, lo que hay comprar, la última novedad de Ese-Escritor-Tan-Famoso, el Nuevo-Joven-Valor, el Thriller-Que-No-Podrás-Soltar... Un ruido de mil demonios. No es extraño, entonces, que esos no-lectores habituales a los que en teoría se dirige todo el montaje acaben mareados y decidan comprarse -suponiendo que hayan logrado vencer su natural resistencia a la palabra impresa- los libros que más se vocean. Que, por otra parte, son los que, por obra de la mercadotecnia, encontrarán mayoritariamente en los puestos con que se engalanan las ciudades -y Barcelona en especial- el 23 de abril.
Una frase atribuida a W. H. Auden dice "Algunos libros son inmerecidamente olvidados; ninguno es inmerecidamente recordado". Entre la avalancha de novedades que no se cansan de hacer promesas vanas a sus futuros lectores, podemos encontrar por fortuna algunos libros que son mejor que nuevos: son resucitados. Sin ánimo de entrar a competir con el coro de voces recomendadoras, me gustaría señalar que vale la pena fijarse en esos libros que pasaron sin dejar apenas huella y que ahora emergen de nuevo. Ellos son los que han vencido al tiempo y al olvido. Sus autores, en su mayoría ya fallecidos, tal vez no hayan podido verlo, pero si han logrado regresar desde las arenas del tiempo, es que sin duda tienen algo de lo que otros carecen. Para este Día del Libro de 2017, me permito pues recomendarles a tres autoras resucitadas con todo merecimiento:




Carson McCullers. Piensen en el Sur de Estados Unidos. Piensen en pasiones reprimidas, calor pegajoso, personajes estrafalarios. Y algunos de los títulos más evocadores de la literatura. Como La balada del café triste, Reflejos en un ojo dorado o El corazón es un cazador solitario. ¿Alguien puede superar esto?



Natalia Ginzburg. Aunque tal vez no lo sepan, se trata de una de las grandes voces literarias italianas del siglo XX, a la altura de Calvino o Moravia. Solo que la Ginzburg era mujer y judía. Y escribía sobre temas considerados "menores": la familia, la vida cotidiana, la intimidad... Empiecen por Léxico familiar y comprenderán por qué su prosa ha perdurado y parece más actual que nunca.




Rosamond Lehmann. Quizás no estemos aquí ante una grande-grande, pero sí ante una novelista cuyas obras están llenas de encanto. En ellas retrata además una época casi mítica, la de las clases altas de la Inglaterra de entreguerras. No hay que olvidar que ella era amiga del grupo de Bloomsbury y se movía en el mismo círculo que las hermanas Mitford (aunque se odiaban mutuamente). La novela ahora recuperada, Invitación al baile presenta ese mundo en todo su esplendor. Ahora solo falta que alguien se decida a resucitar otra de sus obras más relevantes, Dusty Answer (que, si no me equivoco se tradujo ya hace años con el título de La arboleda sonora).

Aprovechando que este año el Día del Libro ha caído tan cerca de la Pascua, y además en domingo ¿por qué no convertirlo en un Domingo de Resurrección? Les sugiero que hagan oídos sordos a los cantos de sirena de las novedades, libros que al fin y al cabo casi nadie ha leído aún y obligan a fiarse de las afirmaciones -siempre exageradas- de sus ansiosos editores. Láncense en cambio a estas lecturas resucitadas, que vienen avaladas por décadas de persistencia. Seguro que no les defraudarán.


domingo, 2 de abril de 2017

DEL BLOG AL LIBRO



Estoy recibiendo estos días muchas felicitaciones por la publicación de El síndrome del lector, el libro surgido de este blog. Me siento, cómo no, agradecidísima. Pero creo que debo a mis lectores más que agradecimiento. Algo de eso he intentado explicar en mi prefacio:

"Cuando se me ocurrió la idea de abrir un blog, lo hice pensando en que me gustaría compartir con otros lectores como yo algunas de mis reflexiones y experiencias. No se trataba, lo tuve muy claro, de hacer reseñas de libros, ni de explicar lo que me había gustado y lo que no. Eso, con mayor o menor fortuna, podía comentarlo con personas de mi entorno. Lo que echaba de menos -y lo que buscaba en este salto a la red- era encontrar almas gemelas que vibrasen del mismo modo que yo con la mera cercanía de la letra impresa, lectores voraces y todoterreno de esos cuya máxima felicidad se encierra entre las páginas de un libro. [...] Gracias a Notas para lectores curiosos he podido constatar que no estaba sola en mis manías de lectora impenitente, que mis filias y tal vez alguna de mis fobias tocaban también de cerca a otras personas. Lectores cuya existencia de otro modo seguiría ignorando, bibliópatas de todo pelaje y de todas las edades, que residen a cientos o miles de kilómetros de mí. Pero que me son muy cercanos.
El blog también ha tenido consecuencias inesperadas. Entre comentario y comentario, entrada y entrada, algunos de mis seguidores se han convertido en verdaderos amigos. La mayoría han aportado opiniones enriquecedoras y unos cuantos incluso han aceptado mi invitación a colaborar. Mi mundo de lectora ha ampliado sus horizontes. Y, sobre todo, ahora sé que alguien está al otro lado, escuchándome."

Lo que más valoro, lo que ha conseguido que, año tras año, siguiese publicando, buscando temas, rompiéndome a veces la cabeza para dar con el dato curioso, la reflexión original (o eso pretendía), la forma amena, ha sido únicamente la idea de que hay "ahí fuera" una serie de personas que comparten mis inquietudes y que merecen que yo les dedique mi tiempo y mi esfuerzo. Escribir un blog es, en este sentido, mucho más gratificante que escribir un libro. En el blog, la respuesta de los lectores es inmediata, cualquier idea puede dar lugar a una conversación, a un intercambio. De los lectores del libro, de si les ha gustado más o menos lo que les has contado, apenas llegas a saber algo, y en todo caso con bastante retraso: un comentario en Goodreads, un encuentro casual, alguien que te traslada lo que dijo el amigo de un amigo... Lo sé de buena tinta, porque en mi otra vida -la no virtual ni bloguera- he publicado un par de obras. De las que estoy contenta, pero que no me han aportado ni de lejos tantas satisfacciones. Al final, por muy íntima que sea a veces la escritura, todos escribimos para que nos lean. En alguna ocasión he citado una frase que me parece muy hermosa y muy cierta de Siri Hustvedt:


Siri Hustvedt (Foto Aschehoug)
"Leer es una forma de escucha que modifica al lector"
A esto, tras haber pasado por esta experiencia, yo apostillaría que escribir un blog es asimismo una forma de escucha, que modifica al escritor. La simple idea de que esas personas a las que aprecia a menudo sin conocerlas están al otro lado de la pantalla, receptivas, atentas y dispuestas a hacer comentarios, acaba convirtiendo al bloguero en un mejor escritor. Porque le escuchan. Y sus lectores le enseñan a escucharse a sí mismo.
Así que gracias a todos por seguirme, por comentar, por animarme. Hay algo de vosotros en cada artículo.