Gaspard-Félix Tournachon, más conocido como Nadar |
Supongo que todo comenzó con Nadar, el fotógrafo francés a quien le debemos la imagen en que casi todos pensamos al evocar a Dumas, Julio Verne o George Sand. Como si el fotógrafo hubiese sido capaz de capturar con su cámara ese mundo interior del artista del que se nutre su obra. Para Nadar, la fotografía era sólo una más de sus aficiones, entre el periodismo, la caricatura y sobre todo la aeronáutica, que era su pasión principal (parece que Julio Verne se inspiró en él para el protagonista de Cinco semanas en globo). Pero no cabe duda de que sus retratos crearon escuela. Desde entonces, los retratos de escritores se han convertido en una especie de variante con entidad propia del género del retrato. Y algunos fotógrafos se han especializado en ellos. Como Gisèle Freund (1908-2000), por ejemplo. Nacida como Gisela Freund en una acomodada familia judía de Berlín, su padre le regaló una Leica al acabar el bachillerato. Estudió luego sociología en Frankfurt (donde entraría en contacto con grupos políticos afines al Partido Comunista) y comenzó una tesis sobre los inicios de la fotografía en Francia. En 1933, optó por emigrar a París, donde la finalizaría. Allí trabó amistad con la librera y editora Adrienne Monnier, quien no sólo tradujo y editó su tesis -con el título de La Photographie en France au XIX siècle, constituye un hito en la investigación de la moderna cultura de la imagen-, sino que introdujo a Gisèle en el círculo de autores que ella frecuentaba.
Gisèle había comenzado a trabajar ya de estudiante como fotoperiodista, y un primer reportaje sobre la vida de los parados en Newcastle-upon-Tyne sería reproducido en 1936 por la revista Life.
Cuando estalló la guerra, en 1939, Freund ya había fotografiado a algunas de las figuras más relevantes de la intelectualidad francesa: Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, James Joyce, Henri Matisse, Samuel Beckett, T. S. Eliot, Virginia Woolf, Jean Cocteau, André Breton,Colette, André Malraux, Paul Valéry... En 1938 fue de las primeras en realizar retratos en color y diapositivas, entonces una rareza. Freund solía fotografiar a los escritores en su casa o en el entorno que les resultase más cómodo, nunca en su estudio. Evitaba que sus fotos pareciesen "posadas" y -al igual que Nadar- se negaba a emplear atrezzo, o a retocar la imagen. En 1940, debido a su condición de judía, se vio obligada primero a huir de París y ocultarse en una zona rural, para conseguir más adelante emigrar a Buenos Aires, con la ayuda de Victoria Ocampo. Durante los años siguientes, residiría en diversos países de América del Sur, continuando con sus reportajes. Fue asimismo una de las socias de Robert Capa cuando éste fundó la agencia Magnum, aunque luego se desvincularía de ella. A partir de 1952, volvería a París, donde durante un tiempo siguió retratando a la nueva hornada de escritores de la posguerra (Nathalie Sarraute, Ionesco). En 1991, el Museo Pompidou organizó una importante retrospectiva de su obra.
Quizás una influencia como la de los retratos de Gisèle Freund no sea hoy pensable: de cualquier escritor famoso circulan innumerables imágenes, por no hablar de las que cualquiera que lo haya entrevisto puede conseguir mediante su teléfono móvil. Sin embargo, de ese período en que la fotografía era algo mucho más raro, y más solemne, han perdurado sólo algunos, pocos en general. Y así, cuando evocamos a Virginia Woolf o a Simone de Beauvoir, es casi inevitable que vengan a nuestra memorias los retratos de esta fotógrafa. No sólo, sin duda, porque no existan tantos, sino sobre todo porque parecen captar la persona, el escritor que hay al otro lado de la cámara.
Gisèle había comenzado a trabajar ya de estudiante como fotoperiodista, y un primer reportaje sobre la vida de los parados en Newcastle-upon-Tyne sería reproducido en 1936 por la revista Life.
Cuando estalló la guerra, en 1939, Freund ya había fotografiado a algunas de las figuras más relevantes de la intelectualidad francesa: Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, James Joyce, Henri Matisse, Samuel Beckett, T. S. Eliot, Virginia Woolf, Jean Cocteau, André Breton,Colette, André Malraux, Paul Valéry... En 1938 fue de las primeras en realizar retratos en color y diapositivas, entonces una rareza. Freund solía fotografiar a los escritores en su casa o en el entorno que les resultase más cómodo, nunca en su estudio. Evitaba que sus fotos pareciesen "posadas" y -al igual que Nadar- se negaba a emplear atrezzo, o a retocar la imagen. En 1940, debido a su condición de judía, se vio obligada primero a huir de París y ocultarse en una zona rural, para conseguir más adelante emigrar a Buenos Aires, con la ayuda de Victoria Ocampo. Durante los años siguientes, residiría en diversos países de América del Sur, continuando con sus reportajes. Fue asimismo una de las socias de Robert Capa cuando éste fundó la agencia Magnum, aunque luego se desvincularía de ella. A partir de 1952, volvería a París, donde durante un tiempo siguió retratando a la nueva hornada de escritores de la posguerra (Nathalie Sarraute, Ionesco). En 1991, el Museo Pompidou organizó una importante retrospectiva de su obra.
Quizás una influencia como la de los retratos de Gisèle Freund no sea hoy pensable: de cualquier escritor famoso circulan innumerables imágenes, por no hablar de las que cualquiera que lo haya entrevisto puede conseguir mediante su teléfono móvil. Sin embargo, de ese período en que la fotografía era algo mucho más raro, y más solemne, han perdurado sólo algunos, pocos en general. Y así, cuando evocamos a Virginia Woolf o a Simone de Beauvoir, es casi inevitable que vengan a nuestra memorias los retratos de esta fotógrafa. No sólo, sin duda, porque no existan tantos, sino sobre todo porque parecen captar la persona, el escritor que hay al otro lado de la cámara.
Gisèle Freund y su cámara |