Permítanme que comience con una obviedad: los libros inteligentes hacen pensar. Avivan el seso, por emplear la expresión consagrada por Jorge Manrique. Hay libros que producen en el lector la grata impresión de que las sinapsis entre sus neuronas funcionan a una velocidad y por unos circuitos inusuales. A menudo descubre uno en este tipo de obras frases o párrafos que producen el efecto de un descubrimiento: vislumbramos un territorio nuevo que antes estaba oculto a nuestros ojos; otras veces, no es tanto la novedad de la idea como la claridad con que está expresada lo que despierta nuestro entusiasmo: ya lo habíamos pensado, ya lo sabíamos, pero no hubiéramos sido capaces de formularlo de este modo.
La lectura del ensayo de Mario Vargas Llosa sobre Los Miserables de Victor Hugo -La tentación de lo imposible, del que ya hablé hace poco aquí mismo- está siendo para mí uno de esos libros llenos de este tipo de descubrimientos. Veamos por ejemplo esta perfecta definición de la función del narrador:
" El narrador de una novela no es nunca el autor, aunque tome su nombre y use su biografía. [...] La invención primera que lleva a cabo el autor de una novela es siempre el narrador, sea éste un narrador impersonal que narra desde una tercera persona o un narrador-personaje, implicado en la acción, que relata desde un yo. Este personaje es siempre el más delicado de crear, pues de la oportunidad con que este maestro de ceremonias salga o entre en la historia, del lugar y momento en que se coloque para narrar, del nivel de realidad que elija para referir un episodio, de los datos que ofrezca u oculte, y del tiempo que dedique a cada persona, hecho, sitio, dependerá exclusivamente la verdad o la mentira, la riqueza o pobreza de lo que cuente.
[...]
El narrador no es nunca el autor porque éste es un hombre libre y aquél se mueve dentro de las reglas y límites que éste le fija. El autor puede elegir, con soberanía envidiable, la naturaleza de las reglas; el narrador sólo puede moverse dentro de ellas y su existencia, su ser, son estas reglas hechas lenguaje."
El narrador no es el autor. Obvio, ¿verdad? Pero de tan evidente, la mayoría de la gente lo olvida e incluso los propios autores muchas veces no son conscientes de ese "personaje" que están creando en su narrador. Vargas Llosa habla en este caso de la novela, donde esta invención es más deliberada. Pero, continuando con su impecable razonamiento, ¿no ocurre lo mismo en cualquier texto literario? Por supuesto en la autobiografía, ese género que juega al escondite más que ningún otro. ¿O acaso creían que el "yo" que narra El mundo de ayer. Memorias de un europeo es realmente su autor, Stefan Zweig? Conste que cito estas memorias al azar, porque me parecen un texto literario excelente. Pero su verdad es sólo en parte la verdad del autor: el narrador tras el que éste se ha ocultado tiene como misión abrir unas puertas y cerrar otras, iluminar unos episodios y callar otros. Zweig maneja a su narrador con maestría y por eso los lectores creemos aún más en la veracidad de lo narrado. Pero no es la verdad, sino una visión de la verdad. Es distinto.
Zweig se disculpa ante una señorita por no poder acudir a la cita que ésta le proponía. ¿Habla el autor o el narrador? |