John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 30 de septiembre de 2013

PACKS LITERARIOS

 
Seguro que ustedes, como yo, reciben constantemente ofertas de packs que prometen experiencias diversas, desde relajarse en un spa recibiendo masajes con nombres exóticos hasta pasar un par de días visitando bodegas y haciendo catas de vinos. (Hay alguna otra que me pone los pelos de punta, como conducir un Ferrari o iniciarse en los secretos del trial, que no quiero ni mencionar. Pagaría por no  hacer ninguna de estas dos cosas.) El lema de estas nuevas modalidades de ocio parece ser: "importa más la experiencia que el lugar" y "a cada cual según sus gustos". Bien pues, veamos: ¿no les parece que estos señores de la industria del ocio dejan de lado a un segmento de la población? ¿dónde están los packs para bibliómanos? Es indudable que ahí hay un nicho de mercado -como ellos dicen- sin cubrir. Y no crean que no hay posibilidades. Un par de autodefinidas "bibliohólicas" británicas han dado con una fórmula sumamente atractiva, que permitiría ofrecer a estas gentes letraheridas unas experiencias adaptadas a sus gustos (¡ay!, tan peculiares). Así, han ideado una serie de packs temáticos, adaptados a diferentes tipos de lectores que deseen desconectar durante unos días del mundo "real" (eso es según se mire, por supuesto) y dedicarse a su pasatiempo preferido. Vean algunas de sus ingeniosas sugerencias:
 
 
 Pack Jane Austen: 2 noches. Incluye un ejemplar de una Novela Clásica que Siempre Has Deseado Leer, dos comidas y dos refrigerios ligeros por día. Té ilimitado. Incluye un suave albornoz lleno de migas de galletas. Habitación equipada con proyector con video de Colin Firth.
 
 
Pack Tolstoi: 7 días. Incluye ejemplar de un Clásico Larguísimo y un par de lecturas ligeras para cuando no puedas más de descifrar letra pequeña y notas a pie de página. 3 comidas y un tentempié a medianoche por día. Café, té y cigarrillos ilimitados (si no fumas, seguramente lo harás para cuando acabes). Incluye una visita diaria de un viejo profesor no demasiado pesado con el que comentar tu lectura. Habitación equipada de máquina de aplausos que se activa cada vez que completas cien páginas. Opcional: masaje a cargo de atractiva señorita victoriana.
 
 
Pack Agatha Christie: 7 noches. A elegir entre compartimento de tren o cabina de barco. Incluye 20 novela de Christie elegidas al azar, un monóculo, un anciano vecino de habitación metomentodo, un grito en la noche y un masajista/criado/conserje interpretado por la misma persona.  La habitación contiene una serpiente venenosa oculta, un frasco de veneno, una pistola humeante, manchas de sangre y la sensación de ser vigilado. (Existe una versión más económica en la que se han arrancado las últimas páginas de las novelas.)
 
 
Pack Harry Potter: 7 noches. Incluye colección completa de las novelas de Harry Potter, una capa (invisibilidad no garantizada) y un mayordomo personal disfrazado de elfo. No le dé sus calcetines bajo ningún concepto. Incluye comidas en el refectorio comunal (con otros participantes del mismo pack), así como café té y cerveza de mantequilla ilimitados. Opcional: terrorífica aparición nocturna del Innombrable. Este pack existe también en versión Tolkien.
 
Todos los huéspedes deben atenerse a las siguientes reglas:
 
1) A la llegada, hay que entregar en recepción todos los aparatos electrónicos.
2) Los huéspedes pueden disfrutar de paseos por el jardín, sentarse en las cómodas butacas de la terraza o sumergirse en el jacuzzi exterior. Sin embargo, está prohibido utilizar ninguna de estas facilidades sin ir provisto de un libro.
3) Observamos una estricta regla de "no spoilers". En caso de que algún huésped revele a los otros detalles que estropeen su experiencia de lectura, será confinado en un desván polvoriento, donde deberá jugar a Angry Birds durante un tiempo equivalente a la gravedad de su delito.
4) Es obligatorio respetar la privacidad de los demás huéspedes, Quienes incumplan esta norma, serán encerrados en la suite "Naranja mecánica", cuyas características preferimos no divulgar.
 
Le aseguramos que en nuestro establecimiento no oirá jamás la frase "Me gustaría tener tiempo para leer".
 
No me digan que no se apuntarían a alguno de estos packs. ¡Ah, unas vacaciones dedicadas sólo a leer, leer y leer! Señores de la industria turística, ¿a qué esperan? Por aquí hay más de un futuro cliente de este tipo de productos.

martes, 24 de septiembre de 2013

¿CÓMO GUARDAS TUS LIBROS?


Que el saber no ocupa lugar es una frase que cualquiera con sentido común sabe que es tan falsa como aquella otra de "quien bien te quiere te hará llorar". Ni hacer sufrir a otro es señal de amor, ni podemos ser dueños de una sabiduría pasable sin cargar con una biblioteca más o menos bien surtida. Y los libros, señores, tienen peso y volumen. Ocupan lugar. Pequeños avances en la acumulación de información, como internet o la sustitución de las antaño ubicuas enciclopedias por la etérea Wikipedia no significan que vayamos a poder prescindir en breve de acumular libros en nuestras viviendas. Quiere la tradición (aunque no sea tan antigua como podría parecer) que los libros se almacenen en vertical, uno al lado de otro, con el lomo -esa práctica parte del artefacto libro que sirve para proteger los pliegos y, de paso para informarnos de lo que contiene- mirando hacia fuera y el corte delantero hacia la pared.

Un didáctico esquema de las partes de un libro.
No todo el mundo sabe cuáles son y como se llaman.

O, al menos, para eso están concebidas las estanterías, unos muebles destinados esencialmente a guardar los libros (que, en su lugar, en muchos hogares las llenen con figuritas de porcelana o bibelots varios no es más que una perversión del invento). Respecto a las estanterías, sus diversas formas o materiales y su mayor o menor adecuación a la función para la que fueron destinadas habría mucho que decir. Cualquier bibliómano que se precie ha intercambiado con sus colegas tremebundas historias de estantes que se comban bajo el peso del papel impreso, construcciones enteras que se vienen abajo o baldas que destiñen, dejando indeleblemente marcados los volúmenes en ellas alineados.
Las formas de guardar los libros tienen una historia tan diversa como los propios volúmenes, que Francesca Mari recorre en un entretenido artículo sobre el tema. Por supuesto, antes del libro en formato códice (ya sea manuscrito o impreso) existían los rollos de papiro. Estos se guardaban apilados en estantes, que podríamos decir que son los antepasados de nuestras actuales librerías. En la Edad Media, cuando los libros los copiaban a mano esforzados monjes, eran valiosos tanto por el material de que estaban hechos (los animales con cuyas pieles se hacía el pergamino eran caros, y el proceso para conseguirlo, largo y arduo) como por el trabajo invertido en copiarlos. Se consideró que esos libros tan caros -y pesados, en su mayoría- no debían estar en estanterías abiertas, al alcance de cualquiera, de modo que en muchas bibliotecas monásticas se guardaban en armarios. En otros casos, permanecían en un atril, pero asegurados con cadenas, no fuese que alguien sintiese la tentación... Además, estos códices primitivos se guardaban horizontales o bien en vertical, pero con el lomo hacia adentro. Un lomo que, en aquellos tiempos, no llevaba ninguna indicación acerca de título o autor. ¿Para qué, puesto que no estaba pensado para ser visto? La llegada de la imprenta comenzó a cambiar todo esto, en parte porque los libros se hicieron más livianos, más pequeños y más manejables. Aún así, se seguían colocando con el lomo hacia adentro, de modo que algunos adquirieron la costumbre de poner en el corte delantero alguna indicación sobre su contenido. Así, ciertos libros especialmente cuidados llegaron a ostentar verdaderas obras de arte en el borde exterior, destinadas a realzar su aspecto estético:

Así lucía la biblioteca de Odorico Pillone hacia 1580
 Parece que los primeros lomos impresos datan de la década de 1530. Está claro que para entonces ya se había iniciado el proceso que conduciría a darles la vuelta a los libros en la estantería. Aún así, los libros siguieron siendo durante mucho tiempo prerrogativa de la gente adinerada, y permanecieron confinados en sus bibliotecas, es decir, en una habitación destinada en exclusiva a leer o a estudiar. De allí sólo comenzarían a salir a finales del XIX, tímidamente. Poco a poco, las estanterías con libros fueron ganando terreno e invadiendo el salón y otros recintos de la casa. Hasta llegar al punto en que las estanterías se han convertido en un elemento decorativo más, por encima del posible interés que sientan sus propietarios por su contenido. Sólo hay que echar un vistazo a cualquier revista de decoración. Las hay con diseños espectaculares, aunque no todas pasarían la prueba del bibliómano. Que, en su mayor parte, sólo les piden que sea sólidas y muy, muy capaces. Y es que los libros tienen la costumbre de multiplicarse por encima de todas las previsiones...

[Quienes sientan curiosidad por saber cómo guardan sus libros algunos bibliómanos, pueden consultar la serie de artículos aparecidos en este blog bajo el título de Mi biblioteca.]
 

domingo, 15 de septiembre de 2013

LECTURAS IN SITU

 
Uno de los (muchos) grandes placeres de la lectura es que nos transporta a otros lugares. ¿Qué necesidad hay de desplazarse al África profunda si podemos leer En las minas del rey Salomón? O, en un registro más amable, nada mejor para sumergirse en el verdor y la voluptuosidad de la campiña francesa que los textos memorialísticos de Colette. Aunque también se puede considerar desde otro punto de vista: el disfrute lector se incrementa notablemente si conseguimos leer un texto en el mismo lugar que éste describe. Lo explica muy bien Anne Fadiman -una vez más, me refiero a sus artículos bibliómanos recogidos en Ex libris, ese delicioso libro que no me canso de pedir que alguien se decida a reeditar-, quien cita el caso de Thomas Macaulay; empeñado en leer la descripción que hace Tito Livio de la batalla del lago Trasimeno (en latín, por supuesto) in situ, no sólo se plantó en el lugar exacto a la misma hora que Livio dice que se inició la batalla, sino con tanta suerte que acertó con idéntico tiempo brumoso que el que soportaron los romanos: "Me hallaba exactamente en la misma situación que el cónsul Flaminio: totalmente oculto tras la niebla matinal... Así que puedo decir con justicia que he visto exactamente lo mismo que vio el ejército romano ese día".  Si grande es el poder de la imaginación para trasladarnos a otras tierras, ¿hay algo más emocionante que el que lo que leemos coincida con lo que nos rodea? ¿Ver, oler y experimentar lo mismo que los personajes de la historia que estamos devorando?
Los bibliómanos coleccionamos este tipo de experiencias: como ya conté una vez, recuerdo con placer la lectura del Cuaderno gris de Josep Pla rodeada de los mismos paisajes que describe; o Berlín, la caída de Beevor en esa misma ciudad (aunque aquí, por fortuna para mí, el paisaje había cambiado mucho). Por supuesto, este tipo de coincidencias son raras, incluso si uno las busca. Que lo hace, créanme. Como el proverbial sabio (sí, ya saben, el que iba arrojando hierbas, etc.), reconforta ver que siempre hay alguien más obseso que uno mismo, pues circulan por ahí mapas que ubican libros famosos, para fanáticos de la lectura in situ.
 
 
 
Litmapproject,  por ejemplo, es colaborativo, y salta a la vista que tiene aún muchas lagunas. ¿Se animan a cooperar? Así, para elegir la lectura del próximo viaje, bastará con consultarlo y sabremos qué libros llevarnos. Por mi parte, estoy segura de que si alguna vez voy a la isla de Skye, llevaré bajo el brazo un ejemplar de Al faro, lo mismo que no pisaré Yalta sin sentarme en su malecón a leer La dama del perrito de Chéjov. Quién sabe si no veré por allí a una bella joven acompañada por un lulú. ¡Ah, el encanto de la lectura in situ!
 
Ojos negros, de Nikita Mijalkov, una delicia de película
basada en los relatos de Chéjov
 

lunes, 9 de septiembre de 2013

HENRY JAMES, DAVID LODGE Y LA FAMA

 
Como ya anuncié antes de las vacaciones, he dedicado estas semanas a llenar alguna de las lagunas existentes en mis lecturas de David Lodge. He de decir que he disfrutado enormemente con su personal recreación de Henry James, en ¡El autor, el autor!, una novela que es además una perita en dulce para nosotros los anglófilos irredentos (y por supuesto para los jamesianos de pro). Sus páginas rebosan de nombres conocidos que harán las delicias de los conocedores del mundillo literario británico -desde el inevitable Oscar Wilde al mismísimo Arnold Bennett-, con apariciones más o menos fugaces, pero siempre justificadas por la documentación histórica (la única libertad que Lodge admite haberse tomado en este sentido se encuentra en la intervención de una Agatha Christie niña). Para mi gusto, ésta es la obra de un Lodge instalado en una madurez creativa espléndida, incluso mejor que la nada despreciable novela que dedicara a H. G. Wells A Man of Parts (personaje que también asoma aquí en sus inicios como periodista). Wells, James... me pregunto si no tendrá pensado completar la serie a modo de trilogía con algún otro autor de renombre. Pero más allá de lo bien construida y escrita que está, lo que eleva la novela por encima del mero retrato biográfico es su capacidad para ahondar, de modo sutil e inteligente, en un tema universal como es la fama. O la ausencia de ella: en el caso de James, la certeza de estar elaborando una obra valiosa que se estrella una y otra vez contra el escaso aprecio que de ella hacen sus contemporáneos. Una frustración contrapuesta -de manera cruel, como no deja de señalar Lodge- al éxito que cosechan las obras, que él juzga de categoría inferior, de uno de sus mejores amigos, George du Maurier. Este último es un personaje destacado y tan entrañable que casi consigue hacerle sombra al propio protagonista. En una refinada vuelta de tuerca del destino, Du Maurier  se hizo mundialmente famoso con una novela, Trilby, hoy totalmente olvidada -a no ser por el tipo de sombrero que popularizó su adaptación teatral-, escrita a partir de un argumento que el propio James había desechado. Mientras James apenas conseguía vender unos centenares de ejemplares de algunas de sus grandes novelas, las ventas de Du Maurier se contaban por centenares de miles. Hoy, en cambio, nadie recuerda su nombre, eclipsado además por otra fama, la de su nieta Daphne Du Maurier (seguramente habrán sospechado el parentesco), mientras que James reina con justicia en el olimpo de las letras. 
 
Connery, resultón con su sombrero "trilby"
Sin embargo, la fama y la prosperidad que tan esquivas le resultaron a James tampoco lograron la felicidad de Du Maurier. En fin, no quiero estropearles la intriga, sólo subrayar la habilidad con que Lodge maneja este complejo asunto y consigue que compartamos las cuitas de sus personajes.  
Después de haber cerrado el libro, me da por pensar que, a través de la historia de Henry James, Lodge está reflejando una situación que probablemente él también comparta. Aunque no es un escritor de minorías, creo que, como James, a él también le debe resultar incomprensible el éxito arrollador de algunos bodrios literarios. Y quizás, lo mismo que le sucede al autor de Portrait of a Lady, él también considere injusto que alguien que lleva toda su vida dedicado de forma consistente y laboriosa a crear una obra literaria se vea eclipsado por cualquier advenedizo que ha tenido la suerte de dar con un tema que atrae a millones de lectores.
Henry James murió sin sospechar que, décadas después, su obra se estudiaría en todas las universidades, mientras que la fama de Du Maurier ha quedado del todo eclipsada. Después de leer la novela, es inevitable sentir cierta compasión por ese hombre sensible y esforzado. Sin duda no era un gran escritor, pero es muy de agradecer que Lodge haya sabido rescatarlo del olvido.

Du Maurier fue ante todo un ilustrador, colaborador habitual de revistas como Punch.
 

lunes, 2 de septiembre de 2013

COSAS ABSURDAS QUE SE HACEN CON LIBROS

El libro -y me estoy refiriendo al libro en papel, que ahora es necesario aclararlo- tiene bastantes más usos aparte del obvio de ser leído. En este blog hemos visto algunos de ellos, por ejemplo las preciosas escenografías librescas de Su Blackwell o las esculturas de Guy Laramee. Aunque siempre da cierta pena ver cómo se ha inutilizado la verdadera función del libro -transmitir una historia- para emplearlo como un simple objeto hecho de papel, tinta y cartón, lo cierto es que la mayoría de los usos alternativos tienen en cuenta lo que significa el libro. Pero buscando por ahí se ven a veces empleos de los libros que me parecen del todo absurdos, por no decir claramente irreverentes (qué quieren, yo soy de los que sienten respeto por el papel impreso, nunca se sabe qué tesoros puede desvelar). Por ejemplo, para mi gusto, por muy vistosos que resulten, los libros no deberían ser vistos como piezas de construcción:
 
 
¿Se imaginan la tortura que resultaría tomarse una copa en este bar? Y si resulta que el lomo del quinto libro empezando por la derecha y tercero desde arriba llama poderosamente mi atención, ¿qué hago? ¿Lo extraigo a riesgo de poner en peligro la estabilidad de la barra? Muy poco práctico, la verdad.
Aunque hay usos aún más disparatados:
 
 
Hemos de suponer que los libros en cuestión han sido debidamente impermeabilizados. Aún así, creo que no me gustaría demasiado la sensación de darme un baño ahí. Y se nota a la legua que el autor de esta idea no es un lector. No porque haya empleado los libros de este modo (que también), sino porque cualquier lector preferiría poder ver los títulos de los lomos mientras se baña, en vez de conformarse con unos aburridos tacos de hojas.
Claro que el listo que pensó en hacer con ellos un sofá también es de concurso. Como para recostarse a echar la siesta. ¡No debe de ser precisamente mullido! (Bien pensado, podría ser una manera de reciclar esos libros de los que uno siempre ha querido deshacerse y no se decide. Y, de paso, librarse de las visitas no queridas, por el simple expediente de invitarlas a sentarse en él.)
 
 
Otros usos, de puro absurdos, no merecen casi comentario:
 
 
¿Tan complicado es hacerse con un tiesto normal?
De todos los casos que ebookfriendly.com cita como ejemplos a no seguir, sólo he visto uno que, en mi modesta opinión, no sólo no cuenta como "uso inadecuado", sino que me gusta bastante:
 
 
 
Y es que aquí los libros no se emplean por su práctica forma rectangular (que los asemeja a ladrillos) ni por el atractivo color de sus lomos, sino que recuperan en parte su función: las páginas abiertas invitan a leer, aunque sea fragmentariamente, el contenido. Desde luego, se corre el riesgo de pasarse la noche de rodillas o de pie sobre la cama, en vez de cómodamente echado, devorando lecturas. Pero hay una cierta sensación de confort en la idea de dormirse rodeado de libros abiertos.