John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

jueves, 21 de junio de 2018

ELOGIO DE LAS BIBLIOGRAFÍAS


No hay nada como intentar profundizar en algún tema para darte cuenta de lo poco que sabes. A medida que vas avanzando en tu estudio, mientras todos piensan que ya dominas el asunto, tú tienes la sensación de saber cada vez menos, porque se van abriendo ante ti nuevos territorios cuya existencia ignorabas, vastas extensiones de sabiduría que te quedan aún por conquistar. Cada nuevo documento que manejas, cada nuevo artículo que lees, te señala nuevos caminos. La bibliografía que debes consultar crece y crece. Acabas por entender que es un proceso que no tiene fin. ¡Afortunadamente!, porque para cualquiera que ame estar entre libros no hay mayor placer que el de la investigación. La idea de que, por más que te dediques, nunca llegarás a agotar el tema, de que siempre quedarán facetas por descubrir, resulta reconfortante. Horas y horas de biblioteca se abren ante ti. La felicidad.
Como habrán imaginado por este preámbulo, me hallo a la sazón inmersa en uno de estos gozosos procesos de documentación, esos en que un libro te lleva a otro y este a su vez a un tercero, y a otro más... en una carrera inacabable, llena de hallazgos insospechados, autores hasta ahora desconocidos que resultan ser imprescindibles, publicaciones ignotas que se convierten en tu nueva lectura de cabecera. En suma, los placeres de la investigación. (Por ello, espero sabrán disculpar que en los últimos tiempos haya tenido un poco abandonado este blog; ya se sabe, los nuevos amores tiran mucho.)
Uno de los efectos secundarios de esta dedicación ha sido el (re)descubrir el atractivo de las bibliografías. Ya saben, esa lista de obras que figura al final de la mayoría de ensayos -desconfío por sistema de los ensayos que no incluyen, al menos, bibliografía e índice- y que relaciona los documentos consultadas, o tal vez sugiere obras que permiten ampliar los conocimientos del lector. Al principio, cuando se es neófito en el tema, esos largos y eruditos listados pueden parecer aburridos. Pero, para el iniciado, constituyen una lectura apasionante. Actualmente, lo primero que hago al encontrarme ante una de las obras que consulto es dirigirme a la bibliografía, pues es uno de los mejores indicadores del interés -o falta de él- que uno va a encontrar en el texto al que acompañan.
Tal como dice sobre las bibliografías Kevin Jackson, en un delicioso libro titulado Invisible Forms: a Guide to Literary Curiosities, 
La mayoría de las listas posee al menos un atisbo de interés literario; las listas de libros a menudo ofrecen bastante más que eso; las buenas listas de libros son mejores aún.

Lista de libros a leer de Darwin

Porque, por supuesto, una bibliografía no es más que una lista de libros, seleccionada según un propósito concreto. De hecho -tal como nos recuerda Jackson- incluso hay novelas que incluyen listas de libros. Véase, por ejemplo, la relación de libros de la biblioteca de Roderick Usher que aparece en el conocido relato de Poe:
Leíamos con atención el Vertvert et Chartreuse de Gresset; el Belfegor de Maquiavelo; el Cielo e infierno de Swedenborg; el Viaje subterráneo de Nicholas Klimm de Holberg; la Quiromancia de Robert Flud, de Jean d'Indagine y de De La Chambre; el Viaje a la Azul Distancia de Tieck; y la Ciudad del Sol de Campanella, así como el Directorium Inquisitorium y las Vigiliae Mortuorum Secundum Chorum Ecclesiae Maguntiae
No me negarán que esta relación da bastantes pistas acerca de los gustos e incluso de la personalidad del poseedor de estas obras. Aunque, tratándose de ficción, siempre cabe la interesante posibilidad de que no todas las obras mencionadas sean reales. Hablando de bibliografías ficticias, circula un rumor, recogido por primera vez por Colette en su obra autobiográfica Mes apprentissages, de que su amigo Paul Masson (1849-1896), funcionario en la Biblioteca Nacional francesa, elaboró una bibliografía  de obras latinas e italianas del siglo XV, que presuntamente formarían parte del fondo de dicha biblioteca, pero en realidad producto de su imaginación. Reproduzco el pasaje donde da cuenta de ello, porque es jugoso. Interpelado por Colette, que se escandaliza ante esa mistificación, Paul le responde:
-He constatado que la Nacional es pobre en obras latinas e italianas del siglo XV. Lo mismo en cuanto a manuscritos alemanes. Igualmente por lo que respecta a cartas autógrafas íntimas de soberanos, y algunas otras pequeñas lagunas... A la espera de que la suerte y la erudición las llenen, inscribo los títulos de obras extremadamente interesantes... que hubieran debido ser escritas... O al menos los títulos salvan el prestigio del catálogo.
-Pero -le dije yo con inocencia-, ¡si los libros no existen!
-¡Ah! -me respondió con un ademán frívolo- yo no puedo hacerlo todo.
Una anécdota francamente divertida... sobre la que sin embargo planean ciertas dudas. ¿no será la propia Colette la que aplicó aquí su inventiva? En fin, los eruditos siguen debatiendo sobre este asunto, mientras nadie sabe a ciencia cierta si en el prestigioso catálogo de la Biblioteca francesa hay o no hay unos cuantos cientos de títulos "infiltrados" e inexistentes. 

Colette

Y es que a menudo, el atractivo de la bibliografía está en la propia lista, en imaginar las amplias perspectivas que potencialmente abrirán esos títulos, en dotar de personalidad a esos autores de los que sólo conocemos el nombre. Igual que, enfrentados al proverbial montón de regalos bajo el árbol,  la emoción de elucubrar qué contendrá cada uno de los paquetes es inigualable, pocas cosas hay mejores que internarse en una bibliografía.