John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

martes, 28 de marzo de 2023

RECOMIÉNDAME UN LIBRO


Nadie ignora que las redes sociales están llenas de gente desnortada y con muy poco cerebro, incapaces de reflexionar antes de darle al teclado y publicar cualquier sandez. Trato por eso de ser muy cauta con el uso que hago de ellas, porque estoy convencida de que consumir un exceso de tonterías al día -alguien tendría que hacer un estudio de dónde se sitúa el umbral de peligrosidad- puede ser nocivo para tu cerebro. Parecería, sin embargo, que seleccionar a la gente que sigues no basta: cada vez más, los malvados algoritmos de estas plataformas nos bombardean con publicaciones de gentes desconocidas que vocean cualquier memez que se les acabe de ocurrir. Pero no quiero hacerles perder el tiempo quejándome de la inanidad casi tóxica de Twitter o de las absurdas publicidades de Instagram (de Facebook ni hablo: es el mal), porque aquí hemos venido a hablar de lectura, no de redes. De lo que he venido a hablarles, pues, es de algo que me deja pasmada cada vez que me lo encuentro (y es a menudo): esa gente que le pide al éter -o sea, a ese gentío de desconocidos que se supone lo leerán- que le recomienden un libro.  A veces es una petición así, en general: "Recomiéndenme un libro"; otras, se dignan ofrecer algo más de detalle: "¿Qué novela romántica me recomiendan?". Cada vez que veo algo así, se me ponen los pelos de punta. Ganas me dan agarrarles por el cuello y decirles: "Hombre (o mujer) de dios, ¿por qué crees que esa gente que te lee tiene la más remota idea de literatura? O, suponiendo que alguno la tenga, ¿por qué piensas que ese desconocido/a que no sabe nada de ti va a acertar milagrosamente con tus gustos? ¿Te vas a fiar más de alguien que a lo mejor solo ha leído tres o  libros en su vida que del librero de la esquina (cuyo trabajo es, precisamente, conocer la mercancía que vende)?" 

                             Tom Gauld, como siempre, dando en el blanco: 
                                    a veces la gente recomienda libros que ni siquiera ha leído

En verdad, no hay nada más difícil que recomendar un libro (acertando, se entiende), ni nada que garantice más el fracaso que seguir la recomendación de alguien que no te conoce. Si alguien me pide que le recomiende un libro, siempre me dan ganas de decirle: "¿Tienes cuatro horas para explicarme con detalle tus gustos y tu historial lector?" Porque, sin eso, lo máximo que conseguirá es saber qué libro me ha gustado a mí, no qué libro le va a gustar a él o ella. Otro de los errores habituales de la gente que pide que le recomienden libros es pensar que "un libro es un libro es un libro" (que me perdone Gertrude Stein). O sea, que tanto da cuál sea su trama, cómo esté escrito, a qué género pertenezca, si se publicó hace dos semanas o hace dos siglos... no parece ocurrírseles que los libros son tan diversos como las personas. Y que, en las lecturas, como en las amistades, las afinidades son la clave. Delante de una recomendación, como cuando te presentan a alguien, lo primero que habría que preguntarse es, ¿seremos compatibles? 

Probablemente ninguna de estas personas tan ansiosas de recibir recomendaciones leerá este artículo. Pero, por si lo hacen, ahí va un último -y crucial- consejo: cuando alguien te recomienda un libro, averigua antes si es una recomendación desinteresada. Porque es muy posible que esté tratando de colarte el libro que ha publicado su editorial o el que le pagan por promocionar. En este capítulo, inmensa ternura la que me ha producido un alma cándida que decía: "Quiero empezar a leer libros autopublicados, ¿me recomiendan uno?" No sé si reír o llorar, porque estoy segura de que todos los autores autopublicados que la lean se apresurarán a bombardearla con sus libros. Recuerda, alma bendita, los libros son como los hijos: cada cual piensa que el suyo es el más guapo del mundo. Lo que no quiere decir que lo sea.

De todas maneras, pensar en la gente que anda pidiendo recomendaciones a ciegas por las redes no es algo que vaya a quitarme el sueño. Sospecho -y no creo andar muy errada- que no van a comprarse, ni por supuesto a leer, ninguna de las obras que les recomienden. Como tantas otras cosas en las redes, esta también es pura fachada. 

                                    
                               Ramon Casas, Joven decadente (Después del baile), 1899




sábado, 4 de marzo de 2023

LA DAMA DESAPARECE

 

                            The Roll Call, por Elizabeth Thompson, lady Butler (1846-1933)

Observen el cuadro que acompaña esta entrada. Lo pintó una mujer, Elizabeth Thompson, en 1874, y se convirtió en una de las pinturas más famosas de Gran Bretaña en su momento. La Royal Academy, un selecto club artístico formado por 40 pintores (todos hombres), los que cortaban el bacalao en la escena artística británica, tomó la insólita decisión de otorgarle un lugar de honor en su exposición anual. Las multitudes que atrajo fueron tales, que la pintura inició una gira por todo el país. Finalmente, la adquirió la reina Victoria por una abultada suma, y hasta el día de hoy cuelga en la galería real de St. James' Palace. Sin embargo,  el nombre de Thompson no se menciona entre los pintores destacados del siglo XIX. Aunque la artista en cuestión siguió pintando (su especialidad eran los temas militares), parece que ya nadie la recuerda. Estuvo a punto de ser elegida la primera mujer miembro de la Royal Academy, pero le faltaron dos votos. Nunca más se propuso su candidatura. Ella se casó con un militar, tuvo seis hijos y se hundió en el olvido.* Yo tampoco hubiese sabido nada de ella de no haberme topado, mientras buscaba información sobre la situación de las mujeres en la Inglaterra victoriana, con el podcast titulado The lady vanishes (La dama desaparece), primer episodio del podcast Revisionist History, conducido por Malcolm Gladwell. 

Les recomiendo que lo escuchen, porque no solo habla de esta artista, sino de las sutiles formas que tiene el poder establecido (léase patriarcado, aunque él no lo llame así) para abrir un poquito la puerta, dejar entrar a una mujer, y cerrarla luego enseguida. A veces, durante décadas. Ya han demostrado lo abiertos de mente que son, ahora pueden volver a sus prejuicios habituales. 


Si el podcast de Gladwell ilumina una de las técnicas empleadas para relegar a las mujeres, Joanna Russ, en el revelador libro Cómo acabar con la escritura de las mujeres, destapa unas cuantas más. Lo que Russ señala se puede aplicar a la literatura, pero también a cualquier otra disciplina artística, o simplemente, cualquier otra actividad socialmente prestigiosa en la que alguien "inadecuado" (léase mujer) destaque. Como ella señala: "En una sociedad que se define como igualitaria, la situación ideal (socialmente hablando) es aquella en la que los miembros de los grupos «inadecuados» tengan la libertad de dedicarse a la literatura (o a actividades igualmente significativas) y aún así no lo hagan, probando por tanto que son incapaces de ello. Pero ay, dales un poquito de libertad real y lo harán. Por consiguiente, el truco reside en hacer que la libertad sea tan solo nominal y después —puesto que habrá quien aún así lo haga— desarrollar diferentes estrategias para ignorar, condenar o minusvalorar las obras artísticas resultantes." Después de enumerar todas estas estrategias, Russ dedica el libro a analizar todas ellas -recomiendo su lectura, seguro que les abre los ojos ante sutiles discriminaciones que casi no parecen tales-, pero termina concluyendo que tal vez la más difícil de combatir sea la que consiste simplemente en ignorarlas, a las autoras, a sus obras y a toda su tradición. Como si no existieran. 

Así que sí, sigue siendo necesario -y me temo que por mucho tiempo- revindicar el trabajo de las mujeres, luchar por que se les reconozca y se les dé el lugar que les corresponde. No solo el 8 de marzo, sino todos los días del año. Aunque pueda parecer que hemos conquistado ciertos territorios, nunca debemos olvidar la facilidad con que se ha venido llevando cabo el truco, y se sigue haciendo: la dama desaparece. 


*Uno de los detalles más escalofriantes (para mí, al menos) de todo este asunto es que, cuando el marido de Elizabeth, un militar de prestigio, escribió sus memorias, a ella ni la mencionaba. Nada. Ni siquiera figura en el índice onomástico. No me extraña que ella se rindiera y abandonase su carrera.