Puestos de libros viejos en el Mercat de Sant Antoni, Barcelona |
Mientras que los lectores ocasionales (englobo en esta categoría a la inmensa mayoría de personas que leen por pasar el rato y no por adicción) -así como, por la cuenta que les trae, los libreros- prefieren los libros nuevos, los bibliómanos solemos tener debilidad por los libros usados. No niego el atractivo de un libro reluciente, con el lomo terso y las páginas incólumes, pero los libros usados tienen un no sé qué que los hace irresistibles. Si los visionarios de la tecnología están en lo cierto y el libro electrónico arrasa con el papel, esta ¡ay! será una afición de la que deberemos prescindir en el futuro. Porque, aun cuando se llegue a permitir y generalizar el préstamo -e incluso la reventa- de libros electrónicos, un ebook usado es exactamente igual que uno nuevo. Es decir, carece del encanto del papel que amarillea, de la cubierta rozada, de las marcas dejadas por lectores anteriores, del nombre del antiguo propietario inscrito en las primeras páginas o de la dedicatoria banal, intrigante o indiscreta que da pie casi a novelas enteras (¿qué querría decir el que la escribió? ¿a quién iría dirigida? ¿por qué el propietario se deshizo del ejemplar dedicado?). Ya muchas librerías de viejo han ido languideciendo y desapareciendo y, a pesar de lo utilísimo y eficaz que es un servicio como el de Iberlibro -del que soy fiel usuaria-, nada sustituye al encanto de poder hojear, tocar y oler esas estanterías polvorientas, esos montones de libros dispares. La comodidad que supone la venta online, unida al imparable proceso de renovación urbanística de la ciudad hace temer por la continuidad del que hasta hace poco había sido el paraíso de los bibliómanos en Barcelona, el mercado de libros usados que se instala cada domingo en el Mercat de Sant Antoni. Desde el verano pasado, y debido a las obras de remodelación del edificio que alberga el mercado, los puestos de libros usados han pasado a una carpa en una calle adyacente. Se ha hablado de que más adelante recuperará su ubicación anterior. Confío en que sea así, pero tengo la impresión de que, sea como sea, perderá parte de su encanto. Que consistía en los libros -los pobres, cada vez más arrinconados en favor de videojuegos, películas y otros artilugios modernos- pero también en el entorno, en esos puestos hechos con cuatro tablones, exentos de toda sofisticación, esos pasillos estrechos por donde costaba abrirse paso entre la multitud. Si la crisis o el avance tecnológico no lo impiden, el mercadillo de los domingos regresará a su anterior ubicación, pero ya no será lo mismo. Vaya desde aquí mi granito de nostalgia por tantas mañanas pasadas husmeando en los puestecillos, por tantos pequeños tesoros encontrados, por tantos libros usados adquiridos en un ambiente único y ya, seguramente, irrepetible.