John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 30 de agosto de 2010

FALSOS LIBROS

Uno de los bloques de falsos libros
que se pueden conseguir en The Manor Bindery
Hace un tiempo traté en una entrada de los falsos libros, esos que son sólo lomo, o están huecos por dentro, que no son sólo una artimaña de decoradores cursis o de nuevos ricos con ganas de parecer cultos, sino que muchos poseedores de grandes bibliotecas los han utilizado ocasionalmente. El caso más conocido sin duda es el de Dickens, que fiel a su sentido del humor intercaló entre sus numerosísimos libros algunos volúmenes falsos con títulos bastante graciosos: por ejemplo, Wisdom of Our Ancestors (Sabiduría de nuestros antepasados) era una obra en varios tomos, entre los que se encontraban Superstición, Ignorancia, Enfermedad e Instrumentos de Tortura, mientras que su compañero, The Virtues of Our Ancestors (Las virtudes de nuestros antepasados) era un volumen tan delgado que el título estaba impreso en vertical. Siempre me había preguntado cómo se hace para conseguir estos libros de atrezzo, pero como tantas otras cosas, la respuesta está en internet, donde proliferan páginas como la de The Manor Bindery, que ofrece  todo tipo de modelos -bloques de libros en diferentes acabados, paredes enteras- que se pueden adquirir online. Para el que encuentre que tanto lomo de cuero hace antiguo, existen también empresas que ofrecen falsos libros encuadernados en rústica, de autores modernos. Aunque estos falsos libros presentan un claro inconveniente, y es que se nota a la legua que nadie los ha leído nunca. Flann O'Brien, ese escritor de culto irlandés reverenciado por otros escritores e ignorado por el gran público, proponía hace años en una de sus columnas en el Irish Times un servicio que consistiría en "estropear" esos falsos libros. Contemplaba varios grados de deterioro -naturalmente, las tarifas aumentarían de acuerdo con lo concienzudo del estropicio-, de los cuales el llamado "DeLuxe Handling" incluía el trato "salvaje" de los lomos y de los cantos, de manera que los libros de menor tamaño pareciera que habían sido acarreados en un bolsillo durante un tiempo, mientras que no menos de 30 volúmenes presentarían manchas de té, café o whisky -seguro que esto último no le resultaba difícil, Flann O'Brien era un alcohólico notorio. Otros tantos llevarían anotaciones y falsas firmas de sus autores. Una de las que proponía era: "De su devoto amigo y seguidor, K. Marx". Seguro que si O'Brien hubiese podido ofrecer ese servicio por internet, no le faltarían clientes.
Por cierto, Nórdica Libros ha recuperado hace poco las novelas de O'Brian. Valen la pena.


jueves, 26 de agosto de 2010

FLAUBERT Y BARCELONA

Retomo mis anotaciones después del paréntesis vacacional, que ha incluido una gratísima visita a Normandía, donde además de disfrutar del hermoso paisaje he podido dar rienda suelta a algunas de mis aficiones. Uno de los lugares que era obligado visitar era Rouen, tras las huellas de Flaubert y Madame Bovary (aunque hay que decir que el fetichismo local gira más bien en torno a Juana de Arco, que pereció quemada en la hoguera en su plaza del mercado). Pero el caso es que Flaubert nació y pasó sus primeros 25 años allí, en el hospital central, donde su padre era cirujano jefe. Como tal, él y su familia vivían en una casa adosada al hospital, separados sólo por un tabique de la sala de infecciosos. La casa, ahora convertida en Museo Flaubert, sufrió después varias transformaciones, y lo que hoy se puede visitar es poco más que una reproducción de la habitación del escritor y copias de algunas cartas, algún libro, algunos documentos y fotos... Vaya, que es bastante pobre en cuanto a contenido -hay que decir que el museo tiene una doble función, pues se expone también una colección de instrumentos médicos antiguos-, aunque hay algún detalle simpático (en cada una de las contrahuellas de las escaleras hay escrita una definición del Dictionnaire des idées reçues de Flaubert, algunas francamente geniales). En cualquier caso, era una visita obligada para una admiradora de Flaubert como yo. Y me sirvió para aprender un detalle curioso que desconocía. Se trata de lo siguiente: el primer texto que Flaubert publicó, a los quince años, en una revista llamada Colibri se titulaba "Bibliomanie", y su protagonista era nada menos que un librero de Barcelona. El argumento se inspira, al parecer (no pude leerlo entero, ya que en el museo sólo se reproducía la primera página, pero he conseguido averiguarlo gracias a un interesante artículo de Lluis M. Todó que se puede ver aquí) en la leyenda del padre Vincenç, el clérigo exclaustrado cuya obsesión por los libros le llevó al asesinato,  al cual me referí en una entrada anterior. Se trata de una obra primeriza, escrita con un estilo bastante lamentable, y el joven Flaubert desdeña cualquier preocupación por el rigor histórico, inventando calles y plazas que no existen en Barcelona y dándoles a sus personajes nombres tan poco catalanes como Giacomo (el protagonista) o Baptisto (una de sus víctimas). En cualquier caso, una anécdota divertida que me compensó ampliamente de la decepción que supuso el tal museo, y que demuestra que incluso grandes escritores como Flaubert tuvieron unos inicios poco prometedores.
Reproducción de la habitación de Gustave Flaubert

viernes, 6 de agosto de 2010

JUEGO DE IDENTIDADES (II)


Retomando el tema de los seudónimos y heterónimos, que da mucho juego, no puedo dejar de citar el caso de Romain Gary y su seudónimo Émile Ajar. Como se verá a continuación, la vida de Romain Gary es digna de una novela por sí misma. De entrada, Romain Gary no es su verdadero nombre, sino que se llamaba en realidad Roman Kacew. Nació en Vilnius (Lituania), de padres judíos; cuando sus padres se divorciaron, pasó a vivir con la familia de su madre en Varsovia y, a los 14 años, se trasladó con ella a Niza. Bajo su verdadero nombre, publicaría varios relatos en la revista Gringoire. Durante la guerra -había obtenido la nacionalidad francesa en 1935-, se incorporó al ejército y, en 1940, se unió a las fuerzas de la Francia Libre como piloto de bombarderos. En esa época tomó el nombre de guerra de Gary (que significa "quemado" en ruso). Este fue el seudónimo que emplearía a partir de 1945 para buena parte de su obra literaria, que tendría un notable éxito: en 1956 obtuvo el Premio Goncourt por Les racines du ciel. Gary era un personaje complejo y sus relaciones con la crítica francesa no eran buenas. Quizá esto, junto con su afición por los dobles sentidos, los engaños y la ambigüedad, le llevara a crearse un verdadero doble, Émile Ajar. Con un estilo muy diferente al de Gary, Ajar llegó a publicar cuatro novelas. Una de ellas, La vie devant soi -llevada luego innumerables veces al cine y al teatro- obtuvo en 1975 el Premio Goncourt, contraviniendo así sus bases, que impiden que el premio se le otorgue dos veces a la misma persona. Pero Gary convenció a su sobrino Paul Pavlowitch para que se hiciera pasar por Émile Ajar -la trama se va complicando- y así Paul fue objeto de entrevistas y artículos como si el seudónimo fuese suyo. O sea, tenemos un seudónimo de un seudónimo que es revindicado como seudónimo por una persona distinta de su autor.
Gary se suicidó en 1980, dejando en su testamento, para que fuese dado a la luz pública póstumamente, un texto -Vie et mort d'Émile Ajar- donde desvelaba por fin el misterio y manifestaba su satisfacción por haber engañado a la crítica parisina a la que tanto despreciaba, y que finaliza con un "Me he divertido mucho, adiós y gracias". Con un poco de perspicacia -y conocimiento de idiomas, claro- a lo mejor esa crítica hubiese podido descubrir la mistificación: Ajar es "brasa" en ruso, algo muy cercano al "quemado" de Gary.

martes, 3 de agosto de 2010

SEXO EXPLÍCITO

Desde la década de los años treinta del pasado siglo -época en que Joyce escribió su Ulysses, D.H. Lawrence El amante de Lady Chatterley y Miller Sexus o Trópico de Cáncer, obras todas ellas que fueron prohibidas en diversos países y hubieron distribuirse más o menos clandestinamente-, la presencia y la riqueza de detalles con que se aborda el sexo en las obras literarias no ha hecho más que aumentar. Las fronteras entre lo que era admisible revelar y lo que debía permanecer en el terreno de lo privado no han hecho más que expandirse, al mismo tiempo que lo hacía la tolerancia de la sociedad en este terreno. Naturalmente, literatura pornográfica ha existido siempre, con sus circuitos y sus clientes bien asentados; sin embargo, no estamos hablando de este mercado especializado, sino de la presencia creciente del sexo explícito en obras literarias consideradas -por el público y por sus autores- "serias", es decir, cuyo fin primordial no es excitar la líbido del lector, sino relatar una historia. Inevitablemente, esta tendencia ha dado descripciones y escenas memorables, pero también otras muchas francamente sonrojantes. Al fin, hartos de tanta bazofia, en 1993 los editores de la Literary Review decidieron establecer un "Bad Sex Award", premio a la escena sexual más "poco convincente, mecánica, embarazosa o redundante en una novela de cariz literario". Desde entonces, estos premios anuales se han consolidado en el mercado anglosajón -sólo siento que no lo hayan hecho en el nuestro, vive Dios que se me ocurren varias novelas que lo merecerían- y no sólo obtienen gran publicidad cada año, sino que parece que han tenido el efecto secundario de disuadir a muchos escritores de incluir sexo explícito en sus novelas: uno de los jurados del premio Booker de este año ha comentado que, con un par de excepciones, parece que los autores anglosajones se decantan antes por hablar de drogas que de sexo. ¿Quizás por  temor a resultar galardonados con este premio? Baste decir que el premiado en 2009 fue Jonathan Littell por Las Benévolas, y que en anteriores ediciones lo obtuvieron escritores tan conocidos como Tom Wolfe o Sebastian Faulks. Ni Wolfe ni Littell se dignaron asistir a la entrega de premios.
La editorial Prestel publica unas preciosas carpetas de dibujos eróticos de diversos artistas,  entre ellos Klimt y Egon Schiele
 Por otro lado, resulta curioso que uno de los fundadores del Bad Sex Award fuese Auberon Waugh, hijo del escritor Evelyn Waugh, quien hizo campaña para que le dejasen declarar en el juicio instigado contra D.H. Lawrence en 1960 (por uso de palabras malsonantes en su novela); no pretendía atacarlo por ello, sino que su intención era dejar bien claro que Lawrence "couldn't write for toffee", es decir, no tenía ni idea de escribir.

Para el que quiera reírse un rato con algunos de los pasajes premiados, ver aquí.