John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

viernes, 30 de marzo de 2012

A VECES LLEGAN CARTAS


Cuando yo empecé a trabajar -hace ya muchos años- casi todo se hacía por carta. La hora del correo traía sobres y más sobres y el coleccionismo de sellos hacía furor. Como alternativa, sólo había un invento bastante surrealista, que entonces parecía como del futuro, que era el télex, con una cinta perforada que iba trazando letras en un rollo de papel a medida que avanzaba. Del futuro, ya digo. Luego llegó el fax, que aún era más milagroso, pero sobre todo se generalizó el uso del teléfono. Lo de las cartas fue quedando relegado a asuntos personales o a temas muy importantes, que merecían ser documentados. Hasta el punto de que el arte epistolar parecía listo para el desván. Pero he aquí que con el advenimiento de internet, todos volvimos a comunicarnos por escrito. Y no sólo para asuntos de trabajo. Quien más quien menos, casi todos empezamos correspondencias varias -unas más interesantes y otras no tanto- con amigos y parientes con los que en los últimos diez años quizás no habíamos intercambiado ni una miserable postal. Descubrimos que personas con una verborrea imparable por teléfono se convertían al laconismo por escrito, mientras que otras desplegaban por sorpresa un estilo epistolar ágil y divertido hasta entonces oculto. Muchos confiesan que gracias a la red le han vuelto a coger el gustillo a la correspondencia, eso de contar tus cosas y esperar que el otro te responda. Pero ¡ay!, es una correspondencia virtual, desprovista de soporte físico. En el aviso de correo nos sigue saliendo un sobrecito, amarillo y muy mono, que nos alerta  de que tenemos una misiva, pero el tal sobre es una ficción. Se han acabado, o están a punto de de hacerlo, las cartas personales escritas en papel.
Conscientes de que estamos ante el fin de una era, la Biblioteca Nacional de España anuncia una exposción, con el bonito título de Me alegraré que al recibo de esta. Cinco siglos escribiendo cartas, que pasa revista al género epistolar. En sus manifestaciones tradicionales, claro. Según anuncian, la muestra reúne cartas de personajes famosos como Quevedo o García Lorca junto a cartas de desconocidos que se guardan por su especial significación, desde misivas a los Reyes Magos hasta cartas de pésame o las últimas líneas de un condenado a muerte. Porque aunque la correspondencia no haya muerto, ignoro cómo se guardarán, si es que se guardan de algún modo, nuestras misivas virtuales. Llevamos aún muy pocos años de internet, y yo, entre cambios de ordenador, virus y otras vicisitudes teconológicas, ya he perdido gran parte de mis cartas virtuales. Para nuestros nietos se habrá acabado, ciertamente, la posibilidad  -tan llena de emoción- de descubrir en un arcón un fajo amarillento de cartas escritas por algún abuelo.  


Con o sin soporte físico, el género epistolar sigue muy vivo. Un género que ha sabido transitar con el pabellón bien alto por la ficción -véanse Las relaciones peligrosas de Choderlos de Laclos, o Las penas del joven Werther, de Goethe-, que ha demostrado su vinculación con los libros -84, Charing Cross Road, de Helene Hanff- y que incluso se ha adaptado a los nuevos soportes, como demuestran obras como La vida en las ventanas de Andrés Neuman.

sábado, 24 de marzo de 2012

CUARENTA AÑOS DE "EL PADRINO"


Sé que llego tarde, pero este es un aniversario que no podía dejar pasar. Hace pocos días -el 15 de marzo- se cumplieron 40 años del estreno de la primera parte de El padrino, clásico indiscutible e indiscutido del cine, una obra de arte que se ha convertido en icono cultural y que ha influenciado no sólo al cine posterior a él -inspirando una larga lista de películas notables, como Uno de los nuestros o Érase una vez en América- sino que ha dejado su huella en la sociedad contemporánea. A partir de El padrino, los mafiosos empezaron a emular su estética y sus diálogos (en una clásica pirueta de retroalimentación ficción-realidad-ficción, los personajes de Los Soprano juegan a imitar a los protagonista de la película de Coppola). La frase "Le haré una oferta que no podrá rechazar" se ha convertido en un lugar común, y algunas escenas de la película (pensemos en la cabeza del caballo en la cama) han sido objeto de innumerables remakes y parodias (en Los Simpson, por ejemplo).


Como todo el mundo sabe, El padrino se basa en la novela del mismo título de Mario Puzo, publicada originalmente en 1969. Sin embargo, antes de que la novela viese la luz, la historia de Puzo estaba ya ligada al cine, por una opción de compra que la Paramount había hecho sobre un proyecto suyo que llevaba el título de The Mafia. (Más adelante, Coppola se vería obligado por las presiones del colectivo italoamericano a eliminar toda mención explícita de la palabra "mafia" de su film.) Hay que advertir que las opciones de compra que las productoras establecen sobre originales literarios muy a menudo no se concretan en nada. En realidad, se trata de un buen negocio para los escritores: ellos cobran una cantidad, que sigue siendo suya incluso si la película nunca se lleva a cabo. Quizás hubiese ocurrido lo mismo en este caso si, una vez publicada, El padrino no se hubiese convertido en un gran éxito de ventas. Como escritor, Puzo tiene tendencia a la brocha gorda, pero es innegable que sus tramas son potentes, y que se maneja como nadie en el mundo de la violencia y la traición.  Y, como co-guionista de la película -labor que compartió con Francis Ford Coppola- hay que agradecerle el haber creado unos personajes complejos y llenos de contradicciones y unos diálogos de lo más efectivo. Parece que Puzo y Coppola se entendieron bien, porque repetirían su colaboración en las partes I y III  y en otra película memorable, Cotton Club.
Aparte de una infancia pasada en la tristemente célebre Hell's Kitchen de Nueva York -que le proporcionó un conocimiento de primera mano del funcionamiento de las bandas mafiosas-, Puzo contó para su novela con la abundante documentación procedente de los juicios antimafia de los años cincuenta.  Los largos procesos televisados sobre estas actividades aparecen versionados en El padrino II. El padrino está lleno de referencias a las Cinco Familias de Nueva York y a su organización, con sus jerarquías basadas en las legiones romanas, su catolicismo a la vieja usanza y su conservadurismo. Igualmente, muchos personajes están inspirados en personas reales, como Frank Pentangeli, basado en Joseph Valachi, el delator que primero vertió la expresión «la Cosa Nostra» al mundo exterio, o Johnny Fontane, trasunto de Frank Sinatra. Este último tiene en la novela un papel bastante más relevante que en la película. Malas lenguas dicen que fue el propio Sinatra quien maniobró para que Fontane quedase en segundo plano en el film.
Leí la novela de Puzo hace años y de ella recuerdo muy poco. Tampoco me apetecería especialmente releerla. En cambio, las poderosas secuencias de la película están grabadas en mi memoria de modo indeleble. Para mí, al menos, es una prueba elocuente del mérito de una y otra.




miércoles, 21 de marzo de 2012

MARGINALIA


Los marginalia o notas al margen vienen a ser, en el ámbito privado de la página de un libro, lo que los grafiti en el ámbito público de las paredes. Esencialmente, y para los responsables de la conservación tanto de libros como de muros y lugares públicos, un atentado y una prueba de mal gusto. Eso, suponiendo que las anotaciones se hagan en libros ajenos. Porque en los propios, aunque se trate de una actividad que la mayoría de bibliófilos miran con desagrado -los mismos que venderían a su madre por unos marginalia de Cervantes o de Quevedo-, hay cierta permisividad. Incluso es bien sabido que algunos escritores famosos han sido furiosos anotadores de libros. Una de mis fuentes para estos asuntos, el entretenido ensayo de Kevin Jackson sobre curiosidades literarias me informa de que uno de los más pertinaces fue Samuel Taylor Coleridge. Y su afán anotador no se reducía a su propia biblioteca, sino que incluía también los libros de sus amistades. Así, Charles Lamb, en su ensayo sobre el préstamo -Two Races of Men-, reconoce que aquellos ejemplares que le ha prestado a Coleridge  han vuelto siempre "enriquecidos con anotaciones que triplican su valor". Muy fácil, pues, la clave está en sólo prestar los libros a anotadores famosos, en la esperanza de hacer un buen negocio.
Incluso si han sido trazados por manos anónimas, el paso del tiempo contribuye enormemente a darle valor a este género de escritos. Igual que una burda inscripción en una pared ("Fulanito estuvo aquí", "Loli, te quiero") gana enormemente si en lugar de haber sido hecha hace tres días lo fue hace quinientos años -en ese caso, la estudian y la protegen como resto arqueológico-, los marginalia también son más apreciados cuanto más antiguos son. Por ejemplo, los marginalia que los copistas medievales hacían en sus manuscritos. Lo de copiar manuscritos todo el día no debía ser un trabajo muy distraído -además, siempre me imagino que en esos scriptorium debía hacer un frío tremendo- y en su mayoría estos marginalia son quejas: "Pergamino nuevo; tinta mala; no diré más."; "San Patricio de Armagh, libérame de esta escritura."; "Mientras escribía me helaba, y lo que no pude escribir bajo los rayos del sol lo terminé a la luz de la vela."; "Gracias a Dios, pronto será oscuro." (parece que en este monasterio no les llegaba para velas). Con la distancia de los siglos, es imposible no sentir una gran ternura por aquellos monjes encadenados de por vida a la pluma y el pergamino. Por suerte, no todos los marginalia medievales eran de este cariz: no olvidemos que las primeras palabras escritas en castellano -las famosas glosas emilianenses- no son otra cosa que unas notas al margen. Unas notas realmente valiosas.*

Página del Códice Emilianense que se
conserva en San Millán de la Cogolla

*Por cierto, vale la pena la visita al monasterio de San Millán. Situado en un lugar maravilloso (estando allí es fácil considerar, ni que sea por unos instantes, la posibilidad de hacerse monje), conserva una biblioteca muy notable. Y no hay que perderse tampoco el monasterio de arriba, Suso: ¡esos sarcófagos tan pequeños que albergaron los restos de los siete infantes dce Lara! Me pareció emocionante.

domingo, 18 de marzo de 2012

EMMA PARA TODAS LAS OCASIONES

Mi recomendación de hoy no es original ni novedosa. Es un clásico de la más clásica de las autoras británicas, un libro que la mayoría de mis lectores sin duda ya conoce. Otros, quizás, han oído hablar tanto de él que creen que ya saben suficiente; no es necesario leerlo. Error. Es probablemente la más madura de las novelas de Austen, quien la escribió a la edad de 39 años, y sería la última de sus obras en ver la luz antes de su muerte (PersuasiónLa abadía de Northanger se publicarían póstumamente). En ella, por primera vez Austen retrata a una protagonista que no tiene problemas económicos, que no necesita conseguir un marido con fortuna para salvarse del triste destino de las solteronas sin medios. Además de rica y hermosa, Emma es un tanto mimada y caprichosa, y no siempre sus decisiones son gobernadas por el buen sentido. El lector, acostumbrado a sentir empatía por las anteriores heroínas austenianas, no puede evitar sentir cierta impaciencia para con Emma: ¿quién le mandará a esta chiquilla caprichosa meterse a casamentera? y, encima, hacerlo todo al revés. Por suerte, Emma es inteligente, y tiene buen corazón, de modo que aprenderá de sus errores y, al fin, encontrará incluso el amor. No podía ser de otro modo.
También hay un motivo sentimental para esta recomendación. Emma fue la primera novela de Jane Austen que leí, y la que me enganchó sin remedio al universo austeniano. Tampoco esto es original, sin duda, pero imprime carácter. Desde entonces, la he releído quizá un par de veces, con el mismo placer -o más: la buena literatura gana con las relecturas- que la primera. Me gusta en especial esta edición de Alba Editorial, por su vistosa y original cubierta (igual de impactante que la de su edición en tapa dura de David Copperfield con ese maravilloso cocodrilo, un motivo que lamentablemente no se ha repetido en la edición de bolsillo) y las ilustraciones de época. Una presentación de altura que hace justicia a su contenido.


Ahora que no me separo de mi Kindle, una de las primeras cosas que he hecho es descargarme Emma junto a algunas obras de P.G. Wodehouse. Así pertrechada, me siento preparada para desafiar cualquier sala de espera, desde la del dentista hasta el aeropuerto, con ánimos renovados.

jueves, 15 de marzo de 2012

PLINIO EL VIEJO Y LAS ENCICLOPEDIAS

Ha habido reacciones diversas ante el anuncio de que la Enciclopedia Británica dejará de editarse en papel. Casi resulta la crónica de una muerte anunciada, porque hace ya tiempo que nadie consulta sus dudas en los gruesos tomos de una enciclopedia, para todo recurrimos a Internet, donde Wikipedia nos lo pone bien fácil. Y donde muchos artículos -evidentemente, los que no precisaban actualización- proceden de ediciones de la propia Británica ahora libres de derechos. O sea, que de algún modo la enciclopedia sigue viva. La ambición de reunir todo el conocimiento disponible tiene una larga tradición, dos mil años, como mínimo (posiblemente más, pero la transmisión del saber de la Antigüedad ha sido como mínimo azarosa y mucho se ha perdido). El primer enciclopedista conocido es Plinio el Viejo, personaje incomparable, que en su amplísima obra que lleva el título de Historia natural reunió todo el saber de su época en campos tan diversos como astronomía, botánica, medicina, geografía, magia, metalurgia y zoología. Durante más de mil años, la obra de Plinio se consideró la suma del saber humano. Se dice que para componerla consultó más de dos mil libros, y buena prueba de la alta estima en que se tuvo durante muchos siglos es que de ella nos han llegado más de doscientos manuscritos. Un número tan notable de copias sugiere que no faltaba en la biblioteca de ningún erudito medieval. Se sabe, por ejemplo, que Carlomagno tuvo un ejemplar, así como Petrarca, y que Chaucer se inspiró en él para alguno de sus Cuentos de Canterbury. Gracias a Plinio parte del saber del mundo antiguo quedó preservado. A través de él podemos enterarnos de cómo los romanos cultivaban la tierra, o cómo extraían metales, así como qué creencias astrológicas eran comunes y detalles de la vida cotidiana como que las mujeres utilizaban la leche de burra para prevenir las arrugas. También podemos constatar que los romanos sabían que la Tierra es redonda y da una vuelta completa cada 24 horas. Los descubrimientos científicos del Renacimiento y posteriores relegaron esta a esta obra como fuente de datos científicos, pero sigue siendo una mina de información histórica. Plinio, considerado por algunos el hombre más sabio de su generación, tuvo una vida muy completa. No sólo fue escritor, naturalista y filósofo, sino también militar -llegó a ser comandante de caballería en Germania- y amigo del emperador Vespasiano, a quien sirvió en diversos cargos públicos. Ignoramos la fecha de su nacimiento, pero sabemos con exactitud la de su muerte: el 25 de agosto del año 79, a consecuencia de la misma erupción del Vesubio que acabaría con las ciudades de Pompeya y Herculano. Su sobrino y heredero, Plinio el Joven, cuenta maravillosamente este episodio en una de sus cartas. Recientemente, la editorial Gredos ha publicado una biografía de este personaje por Guy Serbat. La Historia natural de Plinio el Viejo se puede encontrar completa en inglés, en una bonita edición de bibliófilo de la Folio Society, aunque resulta un poco cara, y en diversas versiones, la mayoría abreviadas o incompletas, en español.   
No tengo duda de que, por más que desaparezca la Enciclopedia Británica en papel, el hechizo de las enciclopedias, ese compendio del saber, seguirá intacto.

Erupción del Vesubio, Johan Christian Dahl, 1822



domingo, 11 de marzo de 2012

TOLKIEN Y LAS LEYES NAZIS

J.R.R. Tolkien
En momentos como estos en que la actualidad reviste tintes absurdos, en que -emulando a Brecht hace ya tantos años (que parecen, de nuevo, muy pocos)-  otra vez hay que luchar por lo que es evidente, inevitablemente mi atención se ve atraída por situaciones igualmente contrarias a toda lógica. Ejemplos no faltan, aunque el que traigo a colación hoy es ya añejo. Pero no por ello menos absurdo. Mantener la propia dignidad -si nos dejan-, eso es lo importante. Como lo hizo el insigne filólogo y profesor de Oxford J.R. R. Tolkien cuando en 1938, poco después de la publicación de El hobbit, su editor inició negociaciones con la editorial alemana Rütten & Loening para su traducción. Hay que advertir que dicha editorial -que, por cierto, contaba entre uno de sus bestsellers con el famoso libro infantil Der Struwwelpeter (Pedro Melenas)-, un par de años antes había pasado en virtud de las leyes antisemitas de manos de sus propietarios a las de otro editor, Albert Hachefeld, ese sí con impecables credenciales arias. Cumpliendo con lo requerido por las leyes de Núremberg (esas mismas que pretendían proteger la "sangre alemana" y el "honor alemán", ya se vió con qué éxito), previamente a la publicación los editores alemanes remitieron una carta al editor de Tolkien, Stanley Unwin,  pidiéndole que aportase pruebas de la ascendencia aria del autor. Este a su vez trasladó el requerimiento a Tolkien quien, furioso, redactó dos cartas de respuesta, una más diplómatica y otra más dura, que es la que reproducimos a continuación*. Se ignora cuál de las dos optaron por enviar. Lo que sí se sabe es que la pretendida traducción quedó en nada, puesto que El hobbit no saldría en versión germana hasta pasada la Segunda Guerra Mundial.

25 July 1938
20 Northmoor Road, Oxford

Dear Sirs,

Thank you for your letter. I regret that I am not clear as to what you intend by arisch. I am not of Aryan extraction: that is Indo-Iranian; as far as I am aware none of my ancestors spoke Hindustani, Persian, Gypsy, or any related dialects. But if I am to understand that you are enquiring whether I am of Jewish origin, I can only reply that I regret that I appear to have no ancestors of that gifted people. My great-great-grandfather came to England in the eighteenth century from Germany: the main part of my descent is therefore purely English, and I am an English subject — which should be sufficient. I have been accustomed, nonetheless, to regard my German name with pride, and continued to do so throughout the period of the late regrettable war, in which I served in the English army. I cannot, however, forbear to comment that if impertinent and irrelevant inquiries of this sort are to become the rule in matters of literature, then the time is not far distant when a German name will no longer be a source of pride.

Your enquiry is doubtless made in order to comply with the laws of your own country, but that this should be held to apply to the subjects of another state would be improper, even if it had (as it has not) any bearing whatsoever on the merits of my work or its sustainability for publication, of which you appear to have satisfied yourselves without reference to my Abstammung.

I trust you will find this reply satisfactory, and
remain yours faithfully,


J. R. R. Tolkien

[25 de julio 1938
20 Northmoor Road, Oxford

Estimados señores,

Gracias por su carta. Lamento decir que no me queda claro a qué se refiere lo de arisch. No soy de extracción aria: es decir, indo-iraní; hasta donde yo sé, ninguno de mis antepasados hablaba indostaní, persa, romaní ni ninguno de los dialectos relacionados. Pero si lo que debo entender es que me preguntan si soy de ascendencia judía, sólo puedo contestarles que para mi pesar al parecer no tengo ascedencia de ese pueblo tan dotado. Mi tatarabuelo vino a Inglaterra desde Alemania en el siglo XVIII: por ello, la mayor parte de mi ascendencia es puramente inglesa y soy súbdito inglés, lo que debería resultar suficiente. No obstante, he tenido a gala llevar con orgullo mi nombre alemán, algo que hice incluso durante la lamentable última guerra, durante la cual serví en el ejército inglés. Sin embargo, no puedo por menos de observar que si preguntas irrelevantes e impertinentes de este tipo han de convertirse en la norma por lo que respecta a los asuntos literarios, no queda muy lejos el momento en que un nombre alemán dejará de ser fuente de orgullo.

Sin duda han realizado ustedes esta averiguación en cumplimiento de las leyes de su país, pero resulta impropio que las mismas se apliquen a ciudadanos de otros estados, incluso si tuviese (que no tiene) alguna relación con los méritos de mi obra o su adecuación a ser publicada, aspectos que al parecer les han convencido sin necesidad de remitirse a mi Abstammung.

Confíando en que encuentren esta respuesta satisfactoria 
les saluda atentamente,

J.R.R. Tolkien]

*La carta procede de la interesante web Letters of Note, dedicada a preservar cartas y notas de escritores y artistas.


Edición alemana de 1957 (Paulus Verlag).
Claramente, pensada como libro infantil, empezando por el título:
"El pequeño hobbit y el gran mago"

jueves, 8 de marzo de 2012

EL HOLMES DE BARCELONA: UNA HISTORIA DETECTIVESCA

Sherlock Holmes, nuestro detective favorito, continúa generando adaptaciones, secuelas, copias, pastiches y homenajes diversos 125 años después de su creación. Es también uno de los personajes de ficción que más veces han sido llevados a la pantalla, la más reciente (o quizás la penúltima, resulta difícil mantenerse al día cuando la producción es tan abundante) la original pero no obstante muy fiel al espíritu holmesiano serie de la BBC. Sin embargo, el mundo holmesiano no deja de darnos sorpresas. Recientemente, el blog El testigo ocular se hacía preguntas en torno a un presunto Sherlock Holmes barcelonés. No se trataba de que Baker Street se hubiese mudado al Paseo de Gracia, sino que había tenido noticia de unas novelas sobre este detective, bastante infames por cierto, publicadas en Barcelona. Reproduzco aquí lo que Ellery Queen, en su The Misadventures of Sherlock Holmes, dice acerca de ellas:

Hemos omitido también (esta vez sin pesar) la traducción de alguno de los numerosos pastiches de “Sherlok Ol-mes” malparidos, por así decir, en las fábricas de literatura barata de Barcelona. Fueron escritos por periodistas anónimos y difundidos a través de los países de habla hispana del mundo.

Los datos sobre tan peculiar especimen eran muy pocos, y el autor del blog, Luis Manuel Ruiz recababa informaciones al respecto. Los holmesianos no podemos -lógicamente- resistir la tentación de desvelar un misterio, y por fortuna mis pesquisas dieron algún fruto: la base de datos de la Biblioteca de Catalunya desveló la existencia de una serie de setenta y cuatro volúmenes, publicados hacia 1910 por F. Granada y C. A partir de ahí, las pesquisas de El testigo ocular le llevaron a averiguar que el origen de este Holmes editado junto al Mediterráneo era nada menos que berlinés. Un poco escrupuloso editor germano publicó, aún en vida de Conan Doyle, una larguísima serie de aventuras apócrifas de Holmes, en las que Watson se retira y el detective adquiere un nuevo ayudante, entre otras muchas barbaridades. Que la serie se mantuviese durante tan largo tiempo, a pesar de su escaso parecido con las auténticas aventuras de Sherlock, y que fuese además traducida a otros idiomas demuestra que los atentados a la propiedad intelectual vienen de lejos. Y que, ni antes ni ahora, resulta nada fácil atajarlos. También, que la popularidad de Holmes era arrasadora ya hace un siglo. Por último, last but not least, esta historia demuestra que la curiosidad es la madre del conocimiento. Pero esto ya lo sabíamos todos los curiosos.

Ya que hablamos de un Sherlock barcelonés, aprovecho para informar que, según he podido saber, para el próximo Salón del Cómic se prepara el lanzamiento de unas aventuras gráficas de este detective tituladas  Sherlock Homes, la conspiración de Barcelona, de Sergio Colomino y Jordi Palomé. Vean ustedes mismos un resumen de su argumento, que no sé si será muy holmesiano, pero sí que parece muy barcelonés.

Ilustración del cómic Sherlock Holmes, la conspiración de Barcelona



domingo, 4 de marzo de 2012

UN MANUSCRITO DE CHARLOTTE BRONTË


En el mundo brontëniano ha causado cierta conmoción el descubrimiento -o redescubrimiento, como veremos más adelante- de un manuscrito de Charlotte Brontë. ¡Y en francés! Se trata nada menos que del que se cree fue el primer ejercicio que la futura autora escribió para Constantin Heger cuando este era su profesor de francés en Bruselas y cuenta la historia de una rata ingrata, siguiendo el modelo de las fábulas de La Fontaine. Si alguien quiere conocerla íntegra, la London Review of Books la brinda en versión francesa e inglesa, además de en un podcast. Como saben bien todos los brontënianos de pro, este mismo M. Heger fue el amor no correspondido de Charlotte, una decepción amorosa que luego ella utilizó para su novela Villette, convirtiendo a Heger en el joven (y soltero: Heger tenía una omnipresente mujer y cinco hijos) profesor Paul Emanuel. En esta versión de la historia, Emanuel sí que se enamora de Lucy, la heroína, aunque no hay propiamente un final feliz (inoportunamente, Paul es requerido para hacerse cargo de unas propiedades en las Indias Occidentales y parece que muere en el viaje de regreso). Lo que me ha llamado la atención no es el descubrimiento en sí, sino más bien los caminos que estas páginas han debido recorrer para llegar hasta nosotros. Como he comentado otras veces, estremece pensar la cantidad de obras maestras que deben de haberse perdido, a juzgar por lo fácil que resulta que los manuscritos se desvanezcan. La cuestión es que, en 1913, Paul Heger donó las unicas cuatro cartas de Charlotte que su padre conservaba -las que ella le escribiera debieron ser bastantes más- al British Museum, al mismo tiempo que se publicaban en el Times, provocando gran sensación. Raoul Warocqué, por aquel entonces uno de los hombres más ricos de Bélgica y ávido coleccionista de casi cualquier cosa, quiso comprarle a Paul algún manuscrito de Charlotte y, a falta de cartas, este le ofreció el de esta fábula, junto con copias de las cartas donadas al British. A su muerte, acaecida en 1917, Warocqué legó su palacio de Mariemont y sus fabulosas colecciones de arte y manuscritos al estado belga, ya que no tenía herederos directos. Pero, de algún modo, este manuscrito se extravió y no volvió a saberse de él. Recientemente, el archivista Brian Bracken, que trabaja en una biografía del hermano de Heger (nota mental: averiguar si es que este Vital Heger tiene algún interés per se o si sólo se ha fijado en él por ser hermano de Constantin; esto último me parecería excesivo), decidió buscar en los archivos del Museo Real de Mariemont  alguna mención a este personaje e inesperadamente dio con este manuscrito.  Claro que anteriormente la rata ingrata ya había sobrevivido a otro peligro: el palacio de Mariemont, donde se conservaban todas las colecciones de Warocqué, resultó destruido por un incendio en 1960. Así pues, es cierto que su redescubrimiento tiene algo de milagroso.

Acuarela de la Rue d'Isabelle, donde estaba el pensionado de Heger,
 en 1894. La calle fue demolida a principios del siglo XX.