John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

viernes, 30 de julio de 2010

JUEGO DE IDENTIDADES

Pessoa, en Lisboa
La ficción permite a los escritores meterse durante un tiempo en la piel de otros, adoptar otra identidad. Hay personajes que tienen bastantes puntos en común con su autor -no pude evitar pensarlo leyendo el nuevo John Irving, Última noche en Twisted River-, pero por lo común son una amalgama de rasgos propios y ajenos que el autor utiliza para crear un ser de ficción. A veces, sin embargo, el juego de identidades no está en las páginas de la novela, sino en quien las firma. Hace unos días hablábamos de los falsos nombres, o seudónimos. Los heterónimos son una vuelta de tuerca más. Pessoa, campeón indiscutible de los heterónimos, dice: "Una obra con seudónimo es, a excepción del nombre con que está firmada, la obra de un autor que escribe como él mismo; una obra heteronímica ha sido creada por un autor que escribe fuera de su persona: es la obra de otra personalidad completa creada por él, igual que lo sería el diálogo de un personaje en una obra de teatro". Aunque Pessoa es el ejemplo más elaborado de heteronimia que conocemos, con hasta setenta heterónimos registrados (algunos de ellos en la categoría de "semi-heterónimos", pues no a todo llegó a prestarles una personalidad y una biografía tan completas como a Ricardo Reis o a Alvaro de Campos), no es el único. Podríamos citar asimismo los apócrifos de Machado, Juan de Mairena -poeta, retórico, filósofo e inventor de una Máquina de Cantar- y Abel Martín, a quienes Machado inventó para dar voz a sus aforismos y reflexiones filosóficas. Otro heterónimo curioso es el de Richard Bachman, alter ego de Stephen King, quien fue "autor" de cinco novelas antes de que la verdadera identidad de Bachman se descubriese. King llegó a dedicar una de las novelas de Bachman a la supuesta esposa de éste, Claudia Inez Bachman, y a poner en la solapa de sus libros una falsa fotografía del autor. Una vez se supo que King era Bachman, éste fue un paso más allá en el juego de identidades y utilizó la idea en su novela The Dark Half, en la que el seudónimo más oscuro de un escritor adquiere vida propia. King dedicó la novela "al añorado Richard Bachman".

martes, 27 de julio de 2010

LADRONES DE LIBROS (II)

Como complemento a mi entrada de hace unos días sobre este tema, aquí va este entretenido artículo de Rodrigo Fresán sobre sus andanzas como ladrón de libros. Aunque dudo de que los libreros afectados por sus correrías lo aprobasen, no he podido evitar encontrar muy ingeniosa la apuesta con su amigo a ver quién conseguía robar antes todos los volúmenes de En busca del tiempo perdido. La apuesta hubiera debido incluir la obligación de leerlos íntegros luego, pero de eso no nos dice nada...

lunes, 26 de julio de 2010

LOS LIBROS COMO SUSTENTO

Muchos miles de personas viven de los libros: escritores, traductores, editores, libreros, impresores...  A otro nivel, los libros proporcionan sustento seguramente a varios cientos de miles más, aunque esta vez en sentido literal, pues me refiero a los insectos bibliófagos. Cualquiera que posea una biblioteca lo suficientemente amplia, o incluso sólo instalada en un lugar con condiciones poco adecuadas, se habrá encontrado alguna vez con alguno de estos bichitos: un lepisma, un piojo de los libros, una carcoma o uno de los representantes de la familia «Lyctidae» (líctidos). Los "comedores de libros" son muchos, y los daños que pueden causar, diversos, aunque no por ello menos irreparables. Mientras los lepismas -también llamados "pececillos de plata", bonito nombre para un insecto tan destructor- devoran la superficie de la hoja hasta que hacen un agujero y pasan a la siguiente, los líctidos excavan galerías en sentido paralelo a la fibra de la madera (no olvidemos que el papel se hace a partir de pulpa de madera) y producen un serrín harinoso cuyo tacto es similar al talco. Estos, los que se alimentan de libros, son los verdaderos bibliófagos, aunque otros los tengamos por nuestro sustento espiritual, y seguramente podríamos prescindir de los libros tan poco como ellos.
Cuenta Claudio Magris en uno de los textos reunidos en su libro El infinito viajar la anécdota de un hombre que, durante la Guerra Civil, se escondió en la maltrecha Biblioteca Nacional y permaneció allí varios meses. Magris se lo imagina como una rapaz que tuviera su madriguera entre códices y vitrinas, y que saliera de noche para procurarse alimento que luego comería rodeado de libros. "Es difícil adivinar -dice- si los leía, si la convivencia con ellos en aquellas circunstancias lo educaba a la indiferencia o a la afición por la lectura." Me pregunto yo si ese hombre se convertiría finalmente en un bibliófago. Y en ese caso ¿de qué especie?

jueves, 22 de julio de 2010

LEON Y SOFÍA


Se cumplen en este 2010 cien años de la muerte de Leon Nikolaievitch Tólstoi y, con este motivo, ya desde hace unos meses -aunque propiamente el centenario es en noviembre- han proliferado las reediciones de sus obras, así como de estudios y biografías sobre él. También han visto la luz -aunque no en español, al menos por ahora- los diarios de su mujer, Sofía Andreyevna. Tanto uno como otro llevaron diarios durante toda su vida y, gracias a ello, disponemos ahora de unos testimonios inestimables del día a día de esta pareja, así como de una oportunidad seguramente única para confrontar dos versiones de unos mismos acontecimientos. Hay que señalar además que las relaciones de Leon y Sofía fueron complejas y a menudo turbulentas, atormentadas por la incomprensión y los celos, en especial durante los últimos años de Tolstoi. Sofía, hija del médico del zar, se casó con Leon cuando ella contaba 18 años y él 34. Antes de la boda, Tólstoi insistió para que Sofía leyese sus diarios: allí pudo enterarse de su inclinación por la bebida y el juego, así como de sus aventuras sexuales, y de que había tenido un hijo con una campesina. En realidad, nada fuera de lo común  en un joven aristócrata de la Rusia zarista, pero sin duda chocante para una jovencita inocente. De esta experiencia escribió ella más tarde que su "exceso de honestidad" la había dejado "destrozada". Durante los 25 años siguientes, Sofia tuvo 13 hijos -de los cuales sólo ocho llegaron a la edad adulta-, se ocupó de la casa, de la finca de Iasnaia Polyana donde instalarían su hogar y actuó como devota secretaria y amanuense de su marido. Se dice que llegó a copiar varias veces las diferentes versiones de Guerra y Paz y Ana Karénina. Muchos miles de páginas, desde luego. Las relaciones de la pareja, nunca muy fáciles debido al carácter de ambos, se complicaron desde el momento en que Tólstoi derivó hacia el misticismo, y se convirtió en una suerte de gurú espiritual que atrajo a una cohorte de seguidores. Las tensiones fueron en aumento, hasta que una noche, después de escribir en su diario que "Día y noche quiere saber y tener bajo su control todas mis palabras y acciones ", Tólstoi se escapó de casa y fue a parar a la famosa estación de Astapovo, donde moriría. Se sabe casi todo sobre estos últimos momentos de Tólstoi -hay incluso una novela, La última estación, de Jay Parini, llevada recientemente al cine-, y en muchos de estos retratos Sofía emerge como una persona bastante desagradable, que no comprendía a su marido. Pero no cabe duda de que hay dos caras de la moneda. De los diarios de Sofía se puede deducir que era una mujer animosa, inteligente y lúcida. El 12 de junio de 1989 escribe: "Me preguntaba hoy por qué no hay mujeres ecritoras, músicos o artistas de genio. Es porque toda la pasión y las habilidades de una mujer llena de energías son consumidas por su familia, su marido, y en especial sus hijos.Sus otras habilidades no se desarrollan, permanecen en embrión y se atrofian. Cuando ha terminado de parir y educar a sus hijos, sus anhelos artísticos despiertan, pero entonces ya es demasiado tarde." Quizá Sofía no era la persona más comprensiva del mundo, quizá -como decía Tólstoi-, sus prejuicios le impedían captar la grandeza espiritual que predicaba su marido, pero lo cierto es que, aunque conoció momentos de gran felicidad, no tuvo una vida fácil.

lunes, 19 de julio de 2010

ROBA ESTE LIBRO

Dentro del grupo de ladrones de libros por afición -y en este caso casi por convicción- es inevitable dedicar un apartado a Abbie Hoffman, autor del libro seguramente más robado de las librerías americanas -hasta el punto de que muchos libreros acabaron negándose a tenerlo en sus estanterías-, con el adecuado título de Roba este libro. Hoffman fue un personaje anárquico y rebelde, un típico antisistema de los años sesenta que llevó su ideología al extremo. Sus aventuras darían para una larga entrada (mi anécdota favorita es cuando tuvo que comparecer ante un juez que llevaba su mismo apellido, Julius Hoffman, y las chanzas y bromas que se permitió a costa de esto, para gran enfado del juez), pero cualquiera que sienta curiosidad puede leer más sobre él aquí. Roba este libro es una guía antisistema, una especie de libro de autoayuda revolucionario que aboga por la rebelión ante cualquier forma de autoridad. Incluye consejos y trucos para una singular variedad de situaciones, desde cultivar marihuana o vivir en una comuna hasta cómo robar en tiendas, cómo preparar explosivos caseros o cómo conseguir que el Departamento de Estado te dé un búfalo gratis. Para Hoffman, robar al estado capitalista no sólo no era inmoral, sino que lo inmoral era no hacerlo. Naturalmente, el libro fue un gran éxito en el momento de su publicación, hasta el punto que su autor tuvo que reconocer que: "Resulta embarazoso que intentes derrocar al gobierno y acabes figurando en la lista de best-sellers." Por cierto, hubo quien afirmó que Hoffman a su vez había plagiado gran parte del libro. Murió en 1989, y es una lástima, porque seguro que hubiera disfrutado en esta era de piratería generalizada.

sábado, 17 de julio de 2010

LADRONES DE LIBROS

Robar libros es una actividad muy antigua y muy extendida, para desespero de libreros y bibliotecarios. Pero no todos los robos ni todos los ladrones son iguales. A grandes rasgos, podríamos distinguir al menos tres categorías de ladrones de libros:
  •  El ladrón por afición. A menudo se justifica diciendo que roba libros porque es demasiado pobre para comprarlos (y las bibliotecas públicas, ¿para qué están?) o recurre al argumento anticapitalista -"los libros son demasiado caros", "las grandes librerías ya dan por hecho el porcentaje de libros que les van a robar"- o incluso contempla el robo de libros como una travesura o un desafío. En este último caso, es frecuente que al ladrón no le importe ni siquiera cuál sea el libro que sustrae, pues la diversión está para él en el hecho de robar, no en lo robado.
  • El ladrón bibliómano. Es capaz de llegar a cualquier extremo para conseguir un libro que ambiciona. Un ejemplo de esta categoría es el apodado "Destructor de libros de Knightsbridge", un rico empresario iraní que cortó y robo algunas láminas de valiosas obras de la British y la Bodleian Library para completar sus propios ejemplares de su colección de obras de Oriente Medio.
  • El ladrón profesional. Roba libros como podría robar joyas, o un banco, sólo para lucrarse con ello. Sin duda es una especialidad delictiva menos arriesgada que las anteriores, aunque naturalmente requiere un cierto conocimiento para saber qué es lo que vale la pena robar. A esta categoría pertenecía César Gómez, que sustrajo varios valiosos mapas de la Biblioteca Nacional (afortunadamente recuperados), o el famoso John Gilkey, que se hizo con libros por valor de más de cien mil dólares mediante tarjetas de crédito falsas (en su caso, era también ladrón de tarjetas). Hemos de suponer que el o los que sustrajeron hace pocos años más de 300 libros antiguos de la biblioteca del Ministerio de Asuntos Exteriores pertenecían a este gremio también. Que yo sepa, de estos nunca más se supo.
En fin, igual que las películas de "atracos perfectos" tienen multitud de seguidores, también el tema de los ladrones de libros despierta gran interés. Recientemente, en EE.UU. se ha publicado un libro, The Man Who Loved Books Too Much, de Allison Hoover Bartlett que recoge una serie de semblanzas de estos caballeros (suelen ser hombres, ignoro si hay algún motivo para ello o es que las mujeres roban mejor y no son descubiertas). E incluso hay algún blog que hace un seguimiento de las noticias sobre libros robados. El morbo de lo ilícito, sin duda.

lunes, 12 de julio de 2010

NARRADORES POCO FIABLES


Es ésta una de las formas de narración con las que más disfruto cuando está muy, pero que muy bien hecha, pero que me resultan irritantes en extremo cuando el autor es un patoso, o cuando -caso frecuente- pretende darle gato por liebre al lector. Ante todo, pongámonos de acuerdo en qué es un narrador poco fiable. Algunos aplican la etiqueta de narrador poco fiable a cualquiera que pretenda ocultar algún elemento de la historia al lector -el ejemplo más claro es El asesinato de Rogelio Ackroyd de Agatha Christie, que a mí me parece una novela tremendamente tramposa y frustrante-, pero el verdadero narrador poco fiable es el que ignora que lo es, aquel que está convencido de que está explicándonos toda la verdad. Este es uno de los casos en que el escritor debe hacer equilibrios, desdoblarse y tener siempre presentes dos historias paralelas, ambas obviamente ficticias: la que cuenta el narrador y la que quiere contar él. Si el autor sabe manejar bien esos dos planos, permitirá que el lector disfrute del progresivo descubrimiento de la historia detrás de la historia que cuenta la voz narradora. Ejemplo supremo de este arte me parece la novela de Kazuo Ishiguro Lo que queda del día (que por una vez además fue llevada a la pantalla con gran fidelidad y tremendas actuaciones, bravo por Anthony Hopkins y Emma Thompson). Ishiguro reincidiría más tarde en esta técnica en su Cuando éramos huérfanos, aunque no con tanta fortuna. Un caso menos elaborado de narrador poco fiable, claro, son las novelas en que el narrador es un niño, algunas muy logradas (véanse los capítulos de Expiación de Ian McEwan narrados por la niña). Pero yo les encuentro menos interés, porque con los niños el lector ya sabe de entrada que su visión de la realidad no se corresponde con la de los adultos. Aunque recientemente leí una pequeña novela de Matthew Kneale, When We Were Romans, que combinaba de manera interesante la poca fiabilidad del niño narrador con la poca fiabilidad de la madre, que era la que intentaba imponerle a éste su versión de la realidad y que -según iba descubriendo el lector- estaba loca.
Estoy desde hace rato intentando recordar alguna novela española con narrador poco fiable, pero nada. Sin duda las hay, ¿o no?

jueves, 8 de julio de 2010

ESCRITORES FICHADOS

Para aquellos que se deleiten con las teorías de la conspiración, un hallazgo: las fichas que el FBI y otros servicios secretos compilaron en su momento sobre algunos escritores famosos, y que ahora -tras prescribir el plazo legal- han pasado a ser de dominio público. En teoría, claro, porque al parecer (me baso en una fuente no comprobada), conscientes del mal efecto que produce saber, por ejemplo, que el FBI investigó a Thomas Mann durante más de veinte años y le calificó como filocomunista, han hecho desaparecer de su web estas fichas comprometedoras. De todos modos, gracias a que en la red siempre hay alguien al acecho, un blog titulado Books Are People, Too, que se dedica a rastrear este tipo de informaciones, las está recuperando y colgando en su página. De momento, están disponibles las de Thomas Mann (100 páginas) y de George Orwell (sólo 84, porque la suya no fue una investigación en toda regla). Nuestro desenterrador de archivos promete ir colgando más de estos hallazgos. Como comenta, con toda razón, no deja de ser irónico que el FBI elimine en secreto el archivo policial del hombre que escribió 1984.

miércoles, 7 de julio de 2010

MEDIAS VERDADES

Como todos los testimonios de personas que han experimentado en carne propia la persecución y la barbarie, el Diario de Hélène Berr -una joven parisina de origen judío que tuvo la mala suerte de vivir durante la Segunda Guerra Mundial, fue deportada a Auschwitz en 1944 y murió en Bergen-Belsen pocos días antes de que el campo fuese liberado- produce una gran pena por tantas vidas malgastadas y perdidas. La desgracia de Hélène Berr, que de la noche a la mañana pasó de ser una francesa más a una "extraña" en su propio país, fue compartida por muchos otros franceses como ella. Entre ellos estuvo Irene Némirovsky, cuya Suite francesa es uno de los mejores retratos de la Francia ocupada que pueda haber, aparte de una gran obra literaria. Pero han tenido que pasar más de cincuenta años para que muchos de estos testimonios saliesen a la luz. La doctrina oficial francesa tras la guerra fue que, salvo una pequeña minoría que debía ser depurada y castigada, la mayoría de los franceses habían estado del lado de la Resistencia. No era cierto, claro, y poco a poco la historia va poniendo las cosas en su lugar. A los largo de los últimos años, se han ido publicando algunos testimonios contemporáneos que retratan un París distinto del que las películas y la propaganda oficial nos han querido hacer ver. Por ejemplo, el Journal 1940-1950 de Philippe Jullian, otro joven parisino que -por fortuna para él- no contaba con antepasados judíos; aunque no sentía especial simpatía por los nazis, de su diario se saca la impresión de que la vida en el París ocupado era casi normal: costaba un poco encontrar comida decente, es cierto, pero por lo demás, la actividad cultural seguía adelante, las obras de Cocteau se seguían representando en los teatros, Sartre podía publicar sus libros y los estudios cinematográficos florecían bajo el patronazgo alemán. Una impresión que, por cierto, se puede deducir también de las memorias de Simone de Beauvoir, que en el volumen La plenitud de la vida evidencia estar más preocupada por asuntos como si le va a llegar un paquete de comida de sus conocidos en el campo que por la suerte de los judíos.
En resumen, cuando se quiere saber la verdad sobre algún acontecimiento histórico, es recomendable remitirse a las fuentes, en este caso los testimonios contemporáneos. Cotejando unos y otros, la verdad acaba saliendo a la luz.

La fotografía que ilustra esta entrada, de André Zucca, pertenece a la muestra "Paris sous l'Occupation", que causó gran revuelo cuando se exhibió en París en 2008.


lunes, 5 de julio de 2010

CUADERNOS DE VACACIONES

Los escolares están de vacaciones -dichosos ellos que pueden-, armados sin duda de sus cuadernos de vacaciones de toda la vida, que siguen existiendo, aunque supongo que pronto se harán digitales, como el resto de libros de texto. Por cierto que menudo lío se llevan en las escuelas con esto del ordenador para cada niño. Ante de que sea demasiado tarde, quiero tener un recuerdo para los cuadernos de vacaciones de mi infancia, que me hacía tanta ilusión comprar y hojear. Llenos de dibujitos y colores, siempre parecían muchos más divertidos que los deberes del cole.Confieso que, aunque los empezaba llena de decisión, nunca llegué a terminar ninguno, porque mi interés decrecía a medida que los baños, las excursiones y los paseos en bici ocupaban más y más mi tiempo y el colegio se convertía en un pálido recuerdo. Pero no debo ser la única que los añora, porque en Francia han puesto de moda los cuadernos de vacaciones para adultos, incluso con el mismo aspecto que los escolares (véase la foto adjunta). Son uno de los grandes éxitos editoriales del momento -atención editores, a ver quién se anima a copiarlo-, e incluso ha salido una versión para Nintendo. Si es que son como niños...

jueves, 1 de julio de 2010

PELIGROS DE LA BIBLIOMANÍA

La siempre erudita y entretenido columna de Jordi Llovet en el "Quadern" de El País de hoy es un homenaje a la bibliomanía. La he disfrutado a fondo. De paso, me ha descubierto la publicación de una nueva obra sobre bibliómanos, Bibliofrenia, de Julio Rodríguez (Melusina, 2010), con la que pienso hacerme en cuanto pueda. En ella, cita unas cuantas, maravillosas, anécdotas sobre los peligros de la bibliomanía: Gómez Cortina, que se mató al caer de una escalera a la que se había encaramado para consultar un libro; Theodor Mommsen que, también encaramado a otra -es lo que tienen las grandes bibliotecas, el libro que buscas siempre está en el estante más alto- con un farol en la mano, se quemó la cabellera y murió al poco tiempo a consecuencia de las heridas producidas en el accidente. Y, cuando no conduce a la propia muerte, puede arrastrar al asesinato, como en el caso del famoso "padre Vicente", un clérigo exclaustrado de mediados del XIX tan obsesionado por los libros que llegó a asesinar al librero que poseía el que él creía único ejemplar existente de los Furs e Ordinacions de València. Luego, en el juicio, salió a relucir que en Francia había otro ejemplar de esta obra, lo que -dice Llovet- le disgustó más que la pena que le impusieron.
Hablando de los peligros que comporta la bibliomanía, recuerdo el caso de un librero londinense, James Lackington, que salió de su casa un día de Nochebuena con el poco dinero que tenía para comprar la cena de Navidad. Pero por el camino se topó con un libro que anhelaba poseer y volvió al hogar con él en el bolsillo y sin cena. "Creo que he hecho bien -le dijo a su mujer- porque la cena mañana ya nos la habríamos comido, y el placer se habría olvidado, mientras que del libro podremos disfrutar durante muchos años." Ignoro qué fue lo que respondió la sufrida esposa.