Ernest Hemingway, escribiendo |
Si cada lector tiene sus preferencias a la hora de elegir lugares para sumergirse en la lectura, entre ellos algunos decididamente poco ortodoxos, los escritores también tienen sus manías -muchas, incluso- a la hora de elegir dónde y cómo ejercer su oficio. A unos les gusta escribir de pie; el caso más famoso es Hemingway (aunque no siempre, porque hay numerosas fotos que lo muestran escribiendo sentado), pero también Eduardo Mendoza lo hace: de pie y con pluma, porque, según dice “escribir tiene que ser una artesanía, si no quieres que se convierta en algo industrial. Por eso, ha de ser algo muy personalizado e individual. Como los jugadores de fútbol, que llevan las zapatillas que llevan porque les gusta marcar esas pequeñas diferencias. Con la escritura pasa igual. Utilizar una pluma u otra o escribir de pie no tiene nada que ver con supersticiones, sino que forma parte del oficio y es importante". Otros -más tradicionales- lo hacen sentados, pero tiene que ser en un lugar preciso, ya sea este el sótano de su casa, en una silla determinada o en un café, como Sartre. Algunos, finalmente, admiten que su lugar preferido para escribir es en la cama. De estos últimos el más conocido es Proust, pero también Vicente Aleixandre y James Joyce tenían esa costumbre y al parecer hasta Descartes era adepto a escribir en la cama. Acostumbrado a escribir desde ese cálido refugio, no es extraño que abandonarlo en la gélida madrugada sueca para dar clase a la reina Cristina -cuyo amor por el saber era tal, que insistía en comenzar a las cinco de la mañana- resultase pronto fatal para él: cuatro meses después de llegar a Suecia, el pobre Descartes enfermó de neumonía y murió. En las muy recomendables entrevistas que The Paris Review viene haciendo desde hace décadas a escritores, una de las preguntas se refiere siempre a cuáles son sus hábitos de escritura, qué rutina diaria tienen, dónde escriben y con qué instrumentos. Repasando sus respuestas, salta a la vista que el oficio de escribir tiene también un importante aspecto físico. Julian Barnes lo expresa literalmente así: "Escribir debe involucrar cierta cantidad de trabajo físico". Por eso él, aunque utiliza el ordenador, corrige y corrige a mano, hasta que el resultado es casi ilegible y sólo después pasa esas correcciones a la pantalla. Pues muchos escritores, aunque reconocen la utilidad del ordenador, aseguran que el hecho de tachar y reescribir, por tedioso y mecánico que pueda parecer, es un proceso necesario para dar forma a su obra. Paul Auster es uno de ellos: escribe a mano, con pluma y en cuadernos, y luego lo pasa a una máquina de escribir, una Olympia que tiene desde hace décadas y acerca de la que ha escrito un libro, The Story of my Typewriter. O al menos lo hacía así en el momento de esa entrevista, en 2003, aunque ya entonces confesaba que su terror era que llegase el momento en que dejasen de fabricar cintas para su máquina. Es posible que ese día haya llegado, porque recientemente saltó la noticia de que había cerrado la última fábrica de máquinas de escribir.