John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

sábado, 4 de marzo de 2023

LA DAMA DESAPARECE

 

                            The Roll Call, por Elizabeth Thompson, lady Butler (1846-1933)

Observen el cuadro que acompaña esta entrada. Lo pintó una mujer, Elizabeth Thompson, en 1874, y se convirtió en una de las pinturas más famosas de Gran Bretaña en su momento. La Royal Academy, un selecto club artístico formado por 40 pintores (todos hombres), los que cortaban el bacalao en la escena artística británica, tomó la insólita decisión de otorgarle un lugar de honor en su exposición anual. Las multitudes que atrajo fueron tales, que la pintura inició una gira por todo el país. Finalmente, la adquirió la reina Victoria por una abultada suma, y hasta el día de hoy cuelga en la galería real de St. James' Palace. Sin embargo,  el nombre de Thompson no se menciona entre los pintores destacados del siglo XIX. Aunque la artista en cuestión siguió pintando (su especialidad eran los temas militares), parece que ya nadie la recuerda. Estuvo a punto de ser elegida la primera mujer miembro de la Royal Academy, pero le faltaron dos votos. Nunca más se propuso su candidatura. Ella se casó con un militar, tuvo seis hijos y se hundió en el olvido.* Yo tampoco hubiese sabido nada de ella de no haberme topado, mientras buscaba información sobre la situación de las mujeres en la Inglaterra victoriana, con el podcast titulado The lady vanishes (La dama desaparece), primer episodio del podcast Revisionist History, conducido por Malcolm Gladwell. 

Les recomiendo que lo escuchen, porque no solo habla de esta artista, sino de las sutiles formas que tiene el poder establecido (léase patriarcado, aunque él no lo llame así) para abrir un poquito la puerta, dejar entrar a una mujer, y cerrarla luego enseguida. A veces, durante décadas. Ya han demostrado lo abiertos de mente que son, ahora pueden volver a sus prejuicios habituales. 


Si el podcast de Gladwell ilumina una de las técnicas empleadas para relegar a las mujeres, Joanna Russ, en el revelador libro Cómo acabar con la escritura de las mujeres, destapa unas cuantas más. Lo que Russ señala se puede aplicar a la literatura, pero también a cualquier otra disciplina artística, o simplemente, cualquier otra actividad socialmente prestigiosa en la que alguien "inadecuado" (léase mujer) destaque. Como ella señala: "En una sociedad que se define como igualitaria, la situación ideal (socialmente hablando) es aquella en la que los miembros de los grupos «inadecuados» tengan la libertad de dedicarse a la literatura (o a actividades igualmente significativas) y aún así no lo hagan, probando por tanto que son incapaces de ello. Pero ay, dales un poquito de libertad real y lo harán. Por consiguiente, el truco reside en hacer que la libertad sea tan solo nominal y después —puesto que habrá quien aún así lo haga— desarrollar diferentes estrategias para ignorar, condenar o minusvalorar las obras artísticas resultantes." Después de enumerar todas estas estrategias, Russ dedica el libro a analizar todas ellas -recomiendo su lectura, seguro que les abre los ojos ante sutiles discriminaciones que casi no parecen tales-, pero termina concluyendo que tal vez la más difícil de combatir sea la que consiste simplemente en ignorarlas, a las autoras, a sus obras y a toda su tradición. Como si no existieran. 

Así que sí, sigue siendo necesario -y me temo que por mucho tiempo- revindicar el trabajo de las mujeres, luchar por que se les reconozca y se les dé el lugar que les corresponde. No solo el 8 de marzo, sino todos los días del año. Aunque pueda parecer que hemos conquistado ciertos territorios, nunca debemos olvidar la facilidad con que se ha venido llevando cabo el truco, y se sigue haciendo: la dama desaparece. 


*Uno de los detalles más escalofriantes (para mí, al menos) de todo este asunto es que, cuando el marido de Elizabeth, un militar de prestigio, escribió sus memorias, a ella ni la mencionaba. Nada. Ni siquiera figura en el índice onomástico. No me extraña que ella se rindiera y abandonase su carrera. 

jueves, 16 de febrero de 2023

¿TIENEN VIDA PROPIA LAS HISTORIAS DE FICCIÓN?

                                                    George Bernard Shaw, trabajando

Es frecuente que los escritores cuenten que, al llegar a cierto punto de la creación de su novela, alguno de sus personajes adquirió vida propia. Entiéndase, no es que saltara de  la página y se fuese a correr aventuras por ahí, sino que el autor sintió que a ese personaje su papel le venía estrecho, que estaba pidiendo a gritos -hasta donde un personaje ficticio puede hacerlo- tener mayor protagonismo, o hacer algo que no estaba previsto en el plan inicial. Debo decir que durante bastante tiempo creí que eso era una boutade propia de los artistas. Como aquello de la inspiración y la visita de las musas. Sin embargo, los años que he pasado siguiendo de cerca el proceso de creación de otros me han demostrado que se trata de un fenómeno real. Aunque, por supuesto, no comporta nada mágico ni sobrenatural. Ocurre, simplemente, que esa mezcla de rasgos de carácter, acciones y parlamentos con que se configuran los personajes de ficción es más certera unas veces que otras. Cuando el cóctel funciona, el lector -y el propio escritor es su primer lector- reconoce al personaje como alguien real, alguien que podría haber existido. Es entonces cuando el personaje cobra alas y el escritor, más que guiarle, se deja llevar por la lógica de su deriva. 

De lo que no cabe duda es de que hay personajes que, una vez terminado el relato, parecen  quedarse aletargados entre las páginas. Con el fin de la historia se acaba también su vida ficticia. No se moverán de ahí hasta que aparezca un nuevo lector. De otros, en cambio, estamos seguros de que siguen con su vida mucho más allá de la última página. Nosotros cerraremos el libro, pero ellos continúan viviendo, corriendo quién sabe qué aventuras que sólo podemos imaginar. No es magia, pero lo parece. Seguro que se les ocurren muchos ejemplos, es una experiencia bastante común. El caso más reciente que recuerdo es el de Olive Kitteridge, la brusca y temperamental protagonista creada por Elizabeth Strout. Al lector le resulta imposible creer que esa mujer no sea real, y sospecho que lo mismo le sucedió a la autora, que después de la novela que lleva como título el nombre de este personaje, se vio impulsada a seguir narrando sus peripecias en una segunda, titulada en inglés Olive, again y aquí, Luz de febrero

Hay una excelente miniserie sobre este personaje, 
con la gran Frances McDormand como Olive

Pero existe algo más asombroso aún que esos personajes que adquieren vuelo: las novelas cuyo mundo ficticio se convierte, todo él, en una extensión del mundo real. Son aquellas (pocas, admitámoslo) en que la vida vibra de tal modo que nos convence de que ese universo ficticio existe en realidad; de que cuando abrimos las páginas del libro no hacemos otra cosa que asomarnos a una ventana por la que vemos transitar a sus personajes. Como sucede con las ventanas de la vida real, nos es dado únicamente contemplar una parte de lo que sucede. Pero no hay duda de que, cuando desaparecen de nuestra vista, los personajes se van a otros lugares, y les pasan otras cosas, que por desgracia no podemos conocer. Es lo que estoy experimentando estos días, enfrascada en la (re)lectura de Guerra y paz (aprovecho para recomendar la soberbia nueva traducción de Joaquín Fernández-Valdés, que ha recibido el premio de traducción Esther Benítez). Hablo de relectura con cierta mala conciencia, porque leí esta monumental -en todos los sentidos- obra en mi adolescencia, y sé positivamente que por aquel entonces tenía tendencia a saltarme los pasajes de la "guerra", más interesada por los amoríos que tenían lugar en los elegantes salones moscovitas que por el fragor de la batalla. Esta vez, sin embargo, no me pierdo detalle. ¡Y cómo lo estoy disfrutando! Como es habitual en Tolstói, desde la primera página te agarra por el cuello y te sumerge en la historia. Unos pocos párrafos y estás dentro. Sus escenas están invariablemente llenas de movimiento, el autor nos lleva de aquí para allá, nos va mostrando a este y aquel personaje, sin demorarse en explicaciones, que en realidad son innecesarias, porque todo resulta tan real que el lector va proyectando su propia película en su imaginación. Así, cada vez que abro el libro, me encuentro preguntándome qué habrá pasado en mi ausencia, convencida de que los gallardos oficiales a los que dejé sucios y maltrechos después de la batalla habrán estado bebiendo con sus camaradas, mientras que la dulce princesa Maria habrá aprovechado su salida de escena para retirarse a rezar, o tal vez a dar instrucciones a los criados. Sé lo que va a suceder -no es que mi memoria de la primera y parcial lectura sea muy fresca, es que durante el confinamiento vi la serie de la BBC-, pero eso no merma para nada mi interés. Los personajes -desde los más aristocráticos al más humilde cochero- poseen tal rotundidad que sé positivamente que están vivos en algún lugar, quién sabe si en un universo paralelo al nuestro. Cada vez estoy más convencida de su existencia.


sábado, 7 de enero de 2023

LEER COMO MODO DE VIDA

                                             John Singer Sargent, Man reading

Se lamenta el autor de uno de los blogs que sigo de que apenas conoce verdaderos lectores. Dice que, en su labor como profesor de una universidad americana, raras veces se ha encontrado con estudiantes que leyesen por el mero placer de leer, y no simplemente por adquirir los conocimientos necesarios para superar los exámenes. Desconozco si su percepción es acertada o si forma parte de esa pertinaz tendencia a creer que los demás -sobre todo si son alumnos- no están a tu misma altura (hay que suponer que el autor en cuestión sí se considera un lector hecho y derecho). Hecha esta salvedad, he de decir que su comentario me ha recordado el motivo -ya lejano en el tiempo- que me llevó a abrir este blog. Parecerá raro, pero tras toda una vida en mundo editorial, una labor que me ha llevado a codearme con escritores -conocidos y desconocidos- traductores, correctores, editores, agentes y demás fauna del mundillo literario, me di cuenta de que eran poquísimas las personas que compartían mi forma de concebir la lectura. Aparentemente, mucha gente leía porque pensaba que debía hacerlo, como una forma acceder a la cultura; otros, porque necesitaban estar al día de "lo que se publica"; los de más allá, solo leían "buenas novelas", o solo a autores consagrados, como si entrar en contacto con otro tipo de obras constituyese una especie de contaminación. Por no hablar de aquellos que concebían la lectura como una especie de permanente concurso, que libraban contra sí mismos o contra otros, llevando una férrea contabilidad de la cantidad de libros leídos y lamentándose amargamente si por cualquier motivo no alcanzaban el número deseado. Actitudes todas ellas muy respetables, pero que me resultaban -me resultan- totalmente ajenas. No llevo ningún tipo de contabilidad de los libros leídos, ni los comienzo en ningún tipo de orden. Nunca he leído un libro porque creyese que me iba a hacer más sabia, o mejor. (Entre nosotros, eso de que la lectura nos hace mejores es un bulo; podría citarles a bastantes personas despreciables que eran grandes lectores.) 
Desde que aprendí a leer, la lectura es para mí como la bebida o la comida: algo que mi ser reclama a diario para mantenerse a flote. Un modo de vida. No importa demasiado si uno come un trozo de pan o un plato de alta gastronomía; si bebe un vaso de agua o un vino de la mejor cosecha, todo vale para subsistir. Mi dieta literaria es igualmente variada y a menudo errática. Claro que aprecio los buenos manjares y me deleito con ellos, pero no me hace falta comerlos a diario. Lo que sí necesito es mi ración diaria de lectura, buena, mala o regular (y si es una ración abundante, mejor que mejor). 

                            Bodegón de Luis Meléndez (Museo del Prado).
                          A veces, con un vaso de agua y un pedazo de pan (excelsamente pintados), nos basta.

Detesto tener que leer algo que me ha sido impuesto (y lo digo después de haberme pasado muchos años leyendo por obligación). Puedo apreciarlo, valorarlo, pero no lo disfruto, pues para mí el libre albedrío y la lectura deben ir de la mano. ¡Abajo las lecturas obligatorias y las listas de lectura! Conste que no creo ni por un instante que esto me haga mejor ni peor que quienes leen por otros motivos. Cada cual tiene su forma de vivir. 

Pero me voy por las ramas. Retomando el asunto, mi motivación para abrir un blog fue pensar que tal vez, entre ese inmenso público que pulula por las redes, habría algunas personas que concibiesen la lectura igual que yo. Como una pasión, como una necesidad vital, y no como un camino de virtud. No, no quiero ser una lectora virtuosa, ni tengo la menor intención de explicarles cuántos libros he leído, ni pretendo estar al día de las últimas novedades (los asiduos de este blog ya saben de mi escaso aprecio por la polvareda que se forma en torno a "lo nuevo"). Además, lo confieso, me alimento también de libros mediocres. ¿Ustedes nunca se han dado un atracón de patatas fritas? Mi intención, simplemente, era compartir con otros el placer de leer, una vida lectora, que para mí es la única vida que vale la pena. 

Volviendo al bloguero-profesor que he citado al principio: yo de él no me preocuparía tanto por la escasa motivación lectora de los alumnos, ni por el hecho de que el público en general lea menos de lo que él considera adecuado. Ya los romanos se quejaban de lo mismo, y miren...

jueves, 1 de diciembre de 2022

LIBROS DELICIOSOS DE 2022


¿Todo se acelera o soy yo que voy más lenta? (si hemos de fiarnos de mi escasa producción de entradas en el blog, quizás sea lo segundo). En todo caso, hace un mes que en los supermercados venden turrones y las tiendas ya hace al menos quince días que lucen su decoración navideña. ¡Y sólo es 1 de diciembre! Siguiendo con esa tendencia a adelantarlo todo, hoy mismo he empezado a ver en redes listas de "los libros de 2022" (¿y diciembre? ¿es que la gente no lee en diciembre?). Aparte de resultarme chocante, me ha recordado que tengo que poner al día mi lista de lecturas del año -sí, desde hace dos o tres años he conseguido llevar, a trancas y barrancas, una relación de libros leídos, todo un logro para mí- y, por qué no, seleccionar algunos para ponerlos aquí. (Soy poco amante de estas listas, pero algún año he hecho algo que se le parecía.) 

Constato algunas cosas curiosas: definitivamente este ha sido un año Daphne du Maurier. Desde que preparé, hace un par de años, creo, un club de lectura en torno a Rebecca y leí la espléndida biografía de esta autora escrita por Margaret Forster (es un lujo poder leer la biografía de una autora escrita por otra escritora: véase la de Charlotte Brontë por Elizabeth Gaskell) tuve la impresión de que se trataba de una escritora injustamente minusvalorada. Seguramente tenga bastante que ver que solía cultivar un tipo de literatura a menudo a caballo entre el suspense y lo gótico, y que ya desde un principio de su carrera vendió muchos miles de ejemplares; la crítica tiende a despreciar los bestsellers, no importa lo buenos que sean. A raíz de ello, me embarqué en una cruzada de lecturas du Maurier que, aparte de confirmar mis suposiciones, me han procurado unos ratos buenísimos. A estas alturas, sólo me quedan por leer tres o cuatro libros suyos. Seguro que caen en el 2023.


                                                Aquí van unos cuantos Daphne du Maurier de muestra.
                                                                    Hay muchos más, no se los pierdan.

También ha habido una maratón de Elly Griffiths y su antropóloga forense Ruth Galloway. Aunque esto entre en otra categoría, es igualmente adictiva. Tomen buena nota los amantes de las series policiacas.  

Pero dar aquí un listado de mis lecturas del 2022 -¡y falta diciembre, en un mes se puede leer mucho!- sería tedioso y pesado, tanto para mí como para mis lectores. En aras de la ligereza, y porque sé que me lo agradecerán, les voy a recomendar unos cuantos libros deliciosos que han pasado por mis manos durante este año. (Ojo, que no quiere decir que sean novedades de este año, alguno ya tiene trienios; ya saben que el concepto de la novedad me tiene sin cuidado.) 

Jonathan Coe, El señor Wilder y yo

¿Qué hay mejor que ser una joven estudiante sin planes para el verano y que te propongan trabajar para Billy Wilder, que va a rodar una película en una isla griega? Seguramente el segundo plan mejor después de éste -un muy buen plan, ciertamente- es leer la historia que ha escrito Jonathan Coe sobre ello. Cinefilia, nostalgia y literatura de la buena, y todo en pocas páginas. 


Gianni Stuparich, La isla

No sé si entra en la categoría de libros deliciosos, porque el tema no es alegre -un chico que acompaña a su padre, que padece un cáncer avanzado, en un último viaje a su isla natal-, pero sí lo es por el placer que procura su prosa elegante y depurada, así como la franqueza con que encara un asunto trascendental como la muerte. 


Richard Osman, El jueves siguiente

Esta sí, ligera, ligera. Puro entretenimiento, pero ingenioso y simpático a rabiar. Unos cuantos jubilados resuelven crímenes. Así de tonto, pero ¡qué bien narrado! Continuación de la igualmente deliciosa El club del crimen de los jueves, que si no han leído, recomiendo lean en primer lugar. (Sé que ha salido una tercera entrega. Igual cae antes de que acabe el año.)


Stefano Mancuso, Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal

Me van a decir que esto no pega ni con cola con todo lo demás. Como habrán adivinado por el título, se trata de un libro de divulgación científica, que habla sobre las plantas y su inteligencia. Todo viene de una exposición que vi hace unos meses titulada "Ciencia-fricción", que venía a demostrar que el ser humano no es el centro del universo, que en realidad estamos rodeados de seres con inteligencias distintas de las nuestras, pero igualmente asombrosas. En ella se mencionaba a este autor, uno de los estudiosos de las plantas más influyentes en los últimos años y quise saber más. Lo que este científico explica constituye una verdadera cura de humildad y una fuente inagotable de fascinación. Así que sí, no sólo es un libro delicioso, sino que te abre nuevos caminos. 


Y con esto, hasta el año próximo, probablemente. ¡Mis mejores deseos para un 2023 repleto de buenas lecturas!



domingo, 16 de octubre de 2022

VIAJAR AL PASADO (o tal vez no)


Una de las cosas más irritantes que existen es que la tomen a una por tonta. Todavía más irritante resulta ver cómo esa tomadura de pelo se hace extensiva a toda la sociedad y nadie parece darse cuenta. De ahí que sienta la imperiosa necesidad de alzar mi voz contra los anuncios de esa entidad llamada Meta, que no queda muy claro en qué consiste, pero que nos promete un futuro lleno de cosas maravillosas (siempre que previamente compremos sus productos, no especialmente baratos). Entre esas maravillas que el "metaverso" -es decir, la realidad virtual- nos traerá se encuentra -dicen ellos- la posibilidad de viajar en el tiempo. Argumentan que de este modo los estudiantes podrán asistir a escenas de la historia como si hubiesen estado allí. 

Bueno, pues tengo malas noticias para ustedes: tal vez no lo saben, pero el pasado no existe. Los humanos vivimos estrictamente en el presente. Podemos recordar nuestro pasado, imaginar nuestro futuro, pero estamos anclados en el momento actual. Es más, el pasado que creemos recordar es simplemente una fabricación de nuestra memoria, que selecciona y a menudo tergiversa lo que realmente sucedió. Y si esto ocurre con aquellos episodios que hemos vivido en primera persona, para qué hablar de aquellos que no hemos vivido, ni presenciado. Como dice David Lowenthal en su ensayo El pasado es un país extraño, "Ningún informe histórico se corresponde nunca de modo preciso con ningún pasado real. No se puede recuperar la totalidad de ningún acontecimiento porque su contenido es prácticamente infinito... La mayor parte de la información en torno al pasado no se registró jamás y la mayoría del resto fue efímera." No es posible, por tanto, reconstruir el pasado; como mucho, podemos intentar hacer una burda aproximación a través de los fragmentos e informaciones que nos han llegado. Pero esta recreación nunca se corresponderá con lo que dicho pasado fue realmente. No me resisto a citar las palabras de Hilary Mantel -la gran novelista recientemente fallecida-, quien, en unas interesantes conferencias que dio sobre la relación entre historia y novela, decía lo siguiente respecto a la historia:

"Es lo que ha quedado en el cedazo cuando los siglos han pasado por él: unas cuantas piedras, retazos de escritura, retazos de tela. No es más “el pasado” de lo que un certificado de nacimiento es respecto a un nacimiento, o un guion respecto a una representación teatral, o un mapa respecto a un viaje. Es una multiplicidad de testimonios de testigos falibles e interesados, combinado con informaciones incompletas sobre acciones que las personas que las ejecutaban no entendían del todo." 

Hilary Mantel

Así pues, suponer que gracias a Meta los estudiantes podrán viajar al pasado es una entelequia. Lo que verán, en el mejor de los casos, es lo que los programadores de Meta (o sus asesores históricos o quienquiera que se ocupe de eso) creen que es el pasado. La imagen que ilustra este engañoso anuncio es la de una escena que sin duda pretende evocar la antigüedad clásica (las personas vestidas con túnicas y mantos así lo hacen suponer), sobre las escalinatas de un posible templo griego, con sus columnas de mármol blanco. Así es como, al menos desde el Renacimiento, nos imaginamos que eran los templos de aquella época. Y así, imagino, será cómo los veremos en este prodigioso metaverso que nos espera. Sólo que los estudios más recientes indican que las columnas de los templos griegos, igual que sus frisos y estatuas, no eran blancas, sino que estaban pintadas de vivos colores. (De hecho, no es una absoluta novedad, ya el pintor del XIX Lawrence Alma-Tadema lo mostraba así en alguno de sus cuadros.) Vaya, que de viaje en el tiempo, nada de nada. Como mucho, nos ofrecen una especie de Disneyland del pasado. 

Alma-Tadema, Fidias mostrando los frisos del Partenón

Además, lo de viajar en el tiempo ya está inventado y se puede hacer por una módica cantidad de dinero (o incluso gratis, visitando una biblioteca): leyendo un libro. ¿Que quieres transportarte a la Antigüedad clásica? Déjate de realidad virtual. Nada como una dosis de las Vidas paralelas de Plutarco. Y oigan, él tampoco estuvo allí (escribe durante el siglo I d.C., y las Vidas que recrea son de personajes que vivieron décadas, o incluso siglos, antes), pero sin duda reconstruye determinados momentos históricos mejor que toda la realidad virtual. Como dijo Carles Riba:

 "Ningún lector de las Vidas paralelas olvidará jamás la fuga y asesinato de Pompeyo, los pasos de César desde la última noche hasta su muerte a los pies de la estatua del magno rival, la despedida de Casio y Bruto, la vela de este antes de Filipos, el espectáculo de Antonio, vencido y herido, izado a la torre inaccesible de Cleopatra, que le aguarda para morir, el encuentro de Coriolano y su madre, la captura y muerte de Filopemen, el suicidio de Catón en un amanecer lleno de pájaros, la angustiosa huida de Cicerón, el suplicio de Agis, su abuela y su madre, y la escena, que se empareja con esta, del suicidio colectivo de Cleómenes y sus compañeros, seguido de los horrores de la venganza egipcia en sus deudos inocentes, pero también espartanamente heroicos..."

sábado, 10 de septiembre de 2022

ISABEL II, PERSONAJE LITERARIO

 


La muerte de Isabel II, monarca del Reino Unido (y de la Commonwealth) durante setenta años, marca el fin de una era: la segunda era isabelina. Dado que su desaparición coincide con un momento ciertamente turbulento para su país, mi primera reacción ante la noticia fue pensar "sólo les faltaba esto". Veremos cómo lo hace su sucesor, Carlos III, para mantener el prestigio de la casa real, que ella encabezó tan dignamente durante siete décadas. Mejor no fijarse demasiado en los precedentes de los reyes que llevaron su nombre: Carlos I acabó juzgado por traición y decapitado; Carlos II, por su parte, tuvo numerosos conflictos con el Parlamento, que acabó por disolver, aparte de ser notoriamente disoluto en su vida privada (llegó a reconocer a catorce de sus bastardos, pero se dice que hubo bastantes más). En fin, que los augurios no son muy favorables. El tiempo dirá. 

Pero volvamos a la reina. Si algo supo Isabel II fue crear un personaje público, un tanto hierático y encorsetado tal vez, pero cuya coherencia y adecuación a su papel -como en toda monarquía parlamentaria, el papel de la reina es puramente ornamental- eran indiscutibles. Igual que le ocurrió a su ilustre antepasada, la reina Victoria, que tuvo también un reinado muy largo, poco a poco su figura se fue convirtiendo en un icono. Para cuando se celebró su jubileo, raro era el hogar británico que no lucía alguna efigie u objeto relacionado con la reina. (Este "merchandising" real no es cosa de ahora, sucedía lo mismo con Victoria, aún circulan por ahí cientos de tazas y platos con su retrato: incluso llegaron a hacer papel pintado con su imagen.... ) A medida que envejecía, la figura de Isabel iba adquiriendo un aura cada vez más familiar, como una simpática abuela -muy rica y con muchos castillos, eso sí- que desde las alturas miraba benévolamente a sus súbditos, buena parte de los cuales podrían ser sus nietos. 

Cuesta un poco imaginar tu salón empapelado así, 
pero parece que a los victorianos les gustaba


Merchandising victoriano. 
No hay nada nuevo bajo el sol

La presencia constante de su figura, unida al relativo desconocimiento de su intimidad (es difícil saber lo que pensaba tras esa fachada siempre impecable) la convirtieron en un personaje muy goloso para los creadores de ficciones. Ficciones que, en algunos casos -como la estupenda The Crown, ansiando ver la nueva temporada- se han plasmado en la pantalla (¿cómo resistirse al atractivo visual de tanta grandeza arquitectónica, tantos vestidos preciosos y joyas, tantas estancias palaciegas?), pero que también han conocido algunas incursiones literarias. Ya en 1988 Alan Bennett, un prestigioso dramaturgo provisto de un humor afiladamente inteligente, demostró que la reina no era un tema tabú. En su obra teatral A Question of Attribution -que sería luego llevada a la pantalla por la BBC- jugueteaba con el affaire Anthony Blunt, el asesor artístico de la reina que resultó ser un espía al servició de los soviéticos. En esta obra, de sólo un acto, la reina tiene una conversación con su asesor poco antes de que éste sea descubierto y parece advertir que esconde algo, como si interpretase un papel. Pero, claro, ella también lo interpreta, ¿o no? Años más tarde, en 2007, Bennett volvería a la carga con el personaje regio, esta vez en una divertida y breve novela titulada aquí Una lectora nada común, que cuenta cómo la reina Isabel, después de un encuentro casual con una biblioteca ambulante, se aficiona a la lectura, y cómo eso influye sobre su visión del mundo. 

El ingenio de Bennett, visible de forma especial en sus diálogos, hace que con dos pinceladas sea capaz de retratar a un personaje. Véase la reacción del príncipe Felipe ante el nuevo protegido de la reina, su bibliotecario personal:

        -He visto esta tarde a esa extraordinaria criatura -informó más tarde-. El paje pelirrojo.

        -Sería Norman -dijo la reina-. Le conocí en la biblioteca ambulante. Trabajaba en la cocina.

        -Ya entiendo por qué -dijo el duque.

        -Es muy inteligente -dijo la reina.

        -Tendrá que serlo -dijo el duque-. Con esa pinta...

Pero, en la ficción, Isabel II no sólo lee, también es capaz de resolver asesinatos. S. J. Bennett (hasta donde yo sé, nada que ver con el otro Bennett) la convierte en protagonista de dos entretenidas novelas que podríamos encuadrar en el género "cosy crime", donde la reina -una reina sorprendentemente perceptiva y astuta bajo su apariencia de imperturbable anciana- se transforma en una especie de Miss Marple que está rodeada de lacayos y asistentes personales en lugar de por benévolos vicarios. Al parecer, estos dos títulos -traducidos como El nudo Windsor y Un caso de tres perros- debían ser los primeros de una serie. Ignoro si el hecho de que su  protagonista se haya quedado sin su correlato en la vida real le pondrá fin o si la autora decidirá continuarla. 


En cualquier caso, estos dos ejemplos (creo que corre por ahí alguno más, pero no lo he leído, así que no puedo opinar) son buena muestra del mucho juego que da un personaje como la reina de Inglaterra, conocida universalmente y con una vida pública evidente, pero con una vida interior opaca, que el escritor puede llenar a su antojo. La vamos a echar de menos. 

viernes, 24 de junio de 2022

LA VIDA SECRETA DE LOS LECTORES


¡Hay que ver lo decorativos que son los libros!

Hay algo que me incomoda sutilmente en la continua exhibición de libros comprados, leídos, recomendados con que nos bombardean otros lectores desde las ubicuas plataformas de las redes sociales. Entiéndanme, me parece estupendo que la gente comparta sus lecturas, que se hable de libros, que cada cual comente lo que le ha parecido su última lectura. En el fondo, es lo que los lectores vienen haciendo desde siempre, contarles a otros lo que han leído, buscando comunicar de algún modo las ideas o emociones que han encontrado en los libros. Aunque hasta hace poco este tender la mano a otros lectores era, por necesidad, limitado: tu compañero de escuela o de trabajo, amigos o familia... y poco más. Unas confidencias que se hacían en persona, por carta o, como mucho, por teléfono. No había más. Hoy, ese estrecho círculo se ha ampliado hasta extremos impensables. Y me da impresión de que, en este universo lleno de voces y ecos, demasiado a menudo, el libro se convierte en un mero accesorio, como el bolso de marca o el modelito que se luce en las fotos de Instagram para que todo el mundo lo admire. Hemos pasado de compartir la emoción íntima de la lectura a pavonearnos de nuestras lecturas. (Mira lo que leo, ¿a que soy culto/moderno/original/sensible/loquesea...?)

En muchos aspectos, esta exhibición un tanto impúdica está negando la verdadera importancia de la lectura. Encuentro en un blog que sigo esta cita, que me parece que resume a la perfección lo que ésta representa para muchos de nosotros: 

"Todo verdadero lector tiene una vida secreta, que es tan intensa, compleja e importante como su vida pública. Los libros que leemos no son diferentes de la gente que conocemos o las ciudades que visitamos. Algunos libros, personas o lugares no nos causan apenas impresión, otros nos cambian la vida y los hay que plantaron en nosotros alguna idea o sentimiento que influiría en nuestro futuro. Nadie  leerá o releerá nunca, correcta o incorrectamente, los mismos libros que tú, de la manera o en el orden en que tú los has leído. Nuestra vida interior es tan rica y real como nuestra vida aparente, aunque en su mayor parte resulte desconocida para los demás. Tal vez por eso son tan importantes los libros."*

Los libros que leemos entran a formar parte de nuestra vida interior, esa vida secreta que vamos construyendo en paralelo a nuestra vida pública. Para cada uno de nosotros, el libro que leemos en un momento determinado significará algo distinto del mismo libro leído por otro lector en circunstancias distintas. Una vez procesada y digerida -algunas, se digieren muy rápidamente, otras son de digestión más lenta-, esa lectura pasa a formar parte de la corriente subterránea de nuestra doble vida. Como las proteínas y los hidratos de carbono que ingerimos, los libros nos construyen. Es un proceso que nadie ve, y que resulta imposible de explicar a otros, porque ni siquiera nosotros mismos somos por lo general conscientes de ello. Pero existir, existe.


Igual que ocurre con los sueños, lo que hemos leído irrumpe a veces en nuestra vida aparente. ¿Quién no ha tenido alguna vez, ante un acontecimiento o una persona determinados, un intenso déjà-vu de que le ha ocurrido o lo ha conocido en alguna novela? Al pasear por ciertos lugares, ¿no sentimos tal vez que estamos siguiendo los pasos de un personaje de ficción? No es tanto, como dijo no sé quien, que un lector viva muchas vidas, sino que los libros le proporcionan una vida secreta "intensa, compleja e importante". Un tesoro que merece estar a buen recaudo. Dejemos pues que otros utilicen los libros como accesorios, mientras cultivamos celosamente nuestra vida paralela, esa que es única y alimenta nuestro espíritu.

*Cita del libro de Dana Gioia, Studying with Miss Bishop: Memoirs from a Young Writer’s Life (Paul Dry Books, 2021)