John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

martes, 27 de octubre de 2015

BIBLIOTECAS FÍSICAS, BIBLIOTECAS MENTALES

 
Uno no se siente nunca solo si tiene un libro cerca. Si no se trata de un único libro, sino de toda una biblioteca, el solaz y el placer se ven multiplicados. Por fortuna, además, los grandes lectores contamos no sólo con nuestra biblioteca física, sino que tenemos a nuestro alcance también una nutrida biblioteca mental: la biblioteca de la memoria. Y los libros allí almacenados no coinciden exactamente con los libros materiales que hemos leído, sino que son una versión interpretada, editada, parcialmente olvidada, compuesta de varios libros juntos, en suma, transformada por cada lector de manera absolutamente única. Como dice Alberto Manguel refiriéndose a "su" Quijote:
"Todas las ediciones de Don Quijote publicadas hasta la fecha en todos los idiomas se pueden coleccionar -y se coleccionan, por ejemplo en la biblioteca del Instituto Cervantes en Madrid-. Pero mis propios Don Quijote, los que corresponden a cada una de mis diversas lecturas, los que inventó mi memoria y editó mi olvido, sólo encuentran lugar en la biblioteca de mi mente"
Así, los lectores tenemos el poder de incorporar los personajes que nos han resultado fascinantes a nuestro imaginario propio, de hacerlos figurar tal vez en nuestros ensueños o en nuestras pesadillas; podemos soñar haber vivido los lances y aventuras que sólo existen en la página, o darles otro final, más acorde a nuestro gusto.  Al contrario de lo que ocurre con la biblioteca física, la biblioteca mental no tiene límites. O sí: los de nuestra memoria y nuestra capacidad de seguir asociando, imaginando y creando a partir de lo que otros inventaron una vez.
Lamentamos a veces que, al fallecer algún insigne erudito, su biblioteca se disperse. Pero igualmente grave es que, con la muerte de cada lector, desaparece también su biblioteca mental, esa amalgama de experiencias lectoras que ha ido atesorando y filtrando durante toda su vida. Quién sabe: tal vez en un futuro tecnológico, alguien encuentre la manera de conservar esas memorias librescas. Entretanto, nos queda el consuelo de seguir hablando de los libros que leímos y de los que nos gustaría leer.
 
 
Sarah Bryant, Reading after lunch
 
Hemos hablado a menudo en este blog sobre el placer que siente el verdadero lector al poseer libros, al acumularlos y ordenarlos, al contemplar su biblioteca -más grande o más pequeña-, compuesta de aquellos ejemplares que ha leído ya y que quizás nunca llegará a releer, pero también de otros que no ha leído aún y que confía en poder leer algún día. Gracias a la generosa colaboración de otros blogueros, hemos podido pasearnos  -en dos series de artículos- por las bibliotecas de otros lectores, que nos han revelado sus manías y sus cuitas, sus filias y sus fobias de orgullosos propietarios de una biblioteca propia. Resulta obvio que la comunidad libresca disfruta de estas incursiones en territorios ajenos, porque más de uno me ha preguntado si habría una nueva serie de artículos. Pues bien, por fin puedo responderles afirmativamente: está en el horno una nueva serie de "Mi biblioteca", que confío será del agrado de todos mis curiosos lectores. Permanezcan pues atentos a esta pantalla, en breve comenzará a publicarse.
 
 

martes, 20 de octubre de 2015

¿ES LA LECTURA UN ACTO CREATIVO?

 
Leer una novela puede parecer lo mismo que ver una película. De hecho, hay gente que lo cree: "No he leído la novela, pero vi la película". Para nada. El visionado de la película es pasivo, las imágenes nos muestran lo que sucede, cómo son los personajes, cómo es el escenario en que actúan... Como mucho el trabajo del espectador es interpretar los posibles significados ocultos de lo que se dice, o rellenar con la imaginación alguna acción que ha sucedido fuera de pantalla. En la novela, la imaginación trabajo constantemente.
Peter Mendelsund, reputado diseñador (echen un vistazo a sus cubiertas) y director de arte de la editorial Alfred A. Knopf, trata sobre esto en su libro Qué vemos cuando leemos. Por ejemplo, le pide al lector que imagine la geografía de la casa que aparece en Al faro, de Virginia Woolf. Casi toda la novela transcurre en la casa que los Ramsay tienen en las islas Hébridas y a lo largo de la narración la autora nos describe numerosos detalles de ella. Y, sin embargo, si alguien nos pide que la describamos -o que la dibujemos con precisión-, todo lo que podemos sacar del texto es "un postigo aquí, la ventana de una buhardilla allá". Es decir, una especie de aproximación funcional, puramente operativa, a la casa, que sirve fundamentalmente para que podamos situar en ella los movimientos de los personajes. La casa, como tal, no está en la novela, sino en nuestra imaginación. Los lectores no sólo construimos mentalmente a partir de los datos que nos proporciona el autor, sino que nuestros mapas mentales están en continua evolución, de acuerdo con lo que el texto va añadiendo o quitando. Quizás en un primer momento hemos imaginado una puerta de tamaño normal, y hemos de acortarla de inmediato en el momento en que nos indican que un personaje muy alto tiene que agachar la cabeza para pasar por ella. O hemos pensado que el protagonista entraba en un almacén vacío, para tener que corregir esa impresión cuando resulta que en un rincón hay una extraña máquina.
Mendelsund hace también el ejercicio de preguntarle al lector cómo es Anna Karénina. Todos creemos saberlo. Bella, sin duda, pero Tolstoi sólo nos da una serie de detalles, como sus espesas pestañas o su abundante pelo. Lo demás, lo tiene que completar cada lector. Por eso leer ficción es una actividad tan estimulante: nuestro cerebro está trabajando todo el rato a pleno rendimiento, no sólo interpretando el texto, sino recreando luego lo que sucede a partir de los elementos que el autor nos proporciona. Por eso, quizás -esta teoría es mía, no del señor Mendelsund- los lectores poco avezados prefieren las descripciones muy detalladas (el mecanismo de creación a partir del texto no les funciona aún a pleno rendimiento), mientras que los lectores habituales se las apañan muy bien con cuatro pinceladas. Lo que es ciertísimo, y todos hemos podido comprobar, es que el personaje que yo me imagino será diferente del mismo personaje imaginado por otro lector. Cada cual construye el mundo ficticio a su manera.
Hablando de Anna Karénina: Mendelsund incluye una foto de Keira Knightley en su papel de Anna, con la siguiente advertencia: "Esta fotografía es una forma de robo". Se refiere a robo mental, por supuesto, en el sentido de que las adaptaciones cinematográficas de obras literarias tienden a sustituir nuestra propia y personalísima imagen mental de los personajes por los rostros intercambiables de actores y actrices que hoy son una aristócrata rusa y mañana la compañera de un pirata o una duquesa británica del XVIII. Así pues, uno debería pensárselo muy bien antes de ver la adaptación al cine o a la TV de su novela favorita, no sea que su Mr. Darcy acabe convertido en Colin Firth. Ah, ¿pero esa no era la cara de Jorge VI?
 
 
 
 
 

lunes, 12 de octubre de 2015

SEAMOS CURIOSOS

 
Supongo que es buena señal que un libro como el de Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil lleve más de diez ediciones, aunque a veces tengo la impresión de que lo que predica convencerá sobre todo a los ya convencidos. Si he de atender a lo que observo a mi alrededor, a la hora de orientar a los hijos hacia unos u otros estudios una gran mayoría de los padres se guía por el "¿y esto para qué te va a servir?". (Creo que conozco sólo uno que se mostró encantado de que su hijo se hubiese decantado por estudiar Filosofía: "Lo importante es que aprenda a pensar, el resto vendrá por sí solo", decía.)
Atinadamente, Ordine nos recuerda que:
"El estudio es en primer lugar adquisición de conocimientos que, sin vínculo utilitarista alguno, nos hacen crecer y nos vuelven más autónomos. (...) Sería absurdo cuestionar la importancia de la preparación profesional en los objetivos de las escuelas y las universidades. Pero ¿la tarea de la enseñanza puede realmente reducirse a formar médicos, ingenieros o abogados? Privilegiar de manera exclusiva la profesionalización de los estudiantes significa perder de vista la dimensión universal de la función educativa de la enseñanza: ningún oficio puede ejercerse de manera consciente si las competencias técnicas que exige no se subordinan a una formación cultural más amplia, capaz de animar a los alumnos a cultivar su espíritu con autonomía y dar libre curso a su curiositas."
Esto último, la curiosidad -que él designa por su nombre latino, para enfatizar su vertiente culta y desvincularla de la curiosidad que es simple afán de cotilleo-, el preguntarse por todo lo que nos rodea y el afán de saber lo que ignoramos, es el motor de todo conocimiento verdadero. Si reducimos la enseñanza académica a la mera obtención de unas competencias prácticas y de un título que lo acredite, nos encontraremos con una masa de gente que, una vez superada la edad escolar/universitaria entienden que ya no precisan aprender nada más. Sin embargo, lo que nos hace plenamente humanos es la pasión por saber, la curiosidad por aprender.  
 
 
 
A eso alude también la cabecera de este blog: los lectores curiosos a los que idealmente me dirijo somos no sólo voraces, sino también omnívoros. Si algo llama nuestra atención, perseguimos aquellos libros que pueden ampliar nuestro conocimiento al respecto; si un autor despierta nuestro interés, leemos toda su obra; las páginas de cualquier libro que caiga en nuestras manos están potencialmente llenas de pistas que nos conducirán a otros libros, y estos a su vez a otras pistas. No leemos para aprobar un examen, ni para cumplir un requisito, ni porque un determinado tema esté de moda. De hecho, a menudo nos encontramos buscando obras descatalogadas, rescatando de lo oscuridad de las bibliotecas a autores olvidados o leyendo acerca de asuntos que no parecen interesar a nadie más. ¿Por qué? No hay otro motivo que la curiosidad: el placer de aprender.  Seamos curiosos, pues.

lunes, 5 de octubre de 2015

RECORTANDO HISTORIAS

20.000 leguas de viaje submarino
 Las buenas ilustraciones, ya sean de álbumes infantiles o de novelas, deben ir más allá del texto: representar lo que el texto dice y al mismo tiempo aportar algo más que no está ahí, que es lo que añade la mirada del artista. Igual que un novelista selecciona una serie de aspectos de la realidad para confeccionar la historia que nos ofrecerá, el artista -dibujante, pintor, escultor, fotógrafo...- tiene una forma peculiar de mirar el mundo y es esa mirada la que luego nos devuelve una obra en la que reconocemos algo familiar, pero también algo nuevo, algo que nos sorprende, nos intriga o nos emociona. Su Blackwell es uno de esos artistas. Su obra consta mayoritariamente de lo que podríamos llamar "arte en papel", unas delicadísimas, casi inverosímiles, esculturas hechas a partir de libros. No es la única practicante de esta modalidad artística -en entradas anteriores he mencionado a otros-, pero para mi gusto es la que muestra mayor sensibilidad, o al menos la que a mí me resulta más evocativa y sugerente. En especial, porque Su no se limita a utilizar los libros como soporte o materia prima, sino que cada escultura guarda una relación directa con el libro a partir del cual está hecha, lo reinterpreta y lo traduce a un lenguaje lleno de magia y poesía.
 
El barón rampante
 
Tal como ella misma define su método de trabajo:
"Empiezo por leer el libro, luego selecciono una palabra o una frase y una escena que me inspira. Para representar el pasaje que he elegido, esbozo mi idea sobre papel, recorto las formas en las páginas del libro y luego pego las palabras de la escena sobre estas. Construyo físicamente imágenes a partir de las palabras que hay en la página."

Actualmente, esta artista está exponiendo en la galería Long & Ryle de Londres sus obras más recientes, agrupadas bajo el denominador común de "Viviendas", unas esculturas que incluyen viviendas como faros, casitas de madera, cabañas en un árbol y edificios, que parecen estar habitados porque a menudo están iluminados, pero que a menudo resultan solitarias y, sobre todo, enigmáticas. Invitan, desde luego, a leer la historia sobre la que se han construido.
 
El cuervo
Los buscadores de conchas
 
Cumbres borrascosas



La mujer cigüeña

Matar a un ruiseñor