Aprehendemos la realidad a través de los sentidos, a través del cuerpo. Sólo después es posible elaborarla y convertirla en material literario. Todo lo que le sucede a nuestro cuerpo -salud, enfermedad, dolor, placer- influye en nuestra percepción y, por lo tanto, en cómo filtramos lo que percibimos y en cómo lo transformamos en palabras. No es raro, pues, que desde siempre haya habido un estrecho vínculo entre medicina y literatura; ni que muchos médicos hayan devenido en escritores o hayan tenido la medicina como actvidad paralela a la literatura; pensemos en Chéjov, en Conan Doyle, en Céline o en Baroja, por citar sólo unos cuantos. A su vez, la medicina -los textos médicos, las láminas anatómicas, las observaciones de los investigadores- han constituido una fuente de asombro y curiosidad para los profanos y una rica fuente de temas para la creación literaria. En manos de un narrador eficaz, el progresivo -y ni mucho menos concluido- descubrimiento del cuerpo humano y su funcionamiento constituye un tema fascinante. Buen ejemplo de ello son los amenísimos libros de Oliver Sacks o de Antonio Damasio sobre neurociencias. O, en una vertiente distinta, pero igualmente interesante, la historia de la cirugía que tan bien supo plasmar Jürgen Thorwald en El siglo de los cirujanos. Una de las consecuencias de esta estrecha interrelación entre literatura y medicina es el surgimiento de la disciplina llamada "humanidades médicas", que se ocupa de la aplicación de las humanidades como herramienta para los estudios y la práctica médicas. La Universidad de Nueva York viene desarrollando desde hace años una amplia base de datos que recoge anotaciones y reseñas de todo tipo de obras de literatura, arte y cine que resultan relevantes para la comunidad médica y también para los enfermos, ya que se ocupa también de la enfermedad como experiencia.
La fascinación por el cuerpo, por la diversidad de formas de que es capaz el ser humano (y los animales) nutrió la mayoría de gabinetes de curiosidades del XVIII y XIX de fetos con dos cabezas y otras rarezas por el estilo. Muchos de ellos acabaron transformándose en museos, a menudo alojados en facultades de Medicina, por el obvio material de estudio que representaban los especímenes que en ellos se exhiben. La mayoría de ellos seguirían sólo a disposición de los estudiantes locales de no ser por Joanna Ebenstein, una diseñadora gráfica evidentemente adicta a estos temas, que se encarga de alimentar una divertida -y, digámoslo también- algo morbosa web, adecuadamente llamada Morbid Anatomy, que facilita enlaces y visitas virtuales a todos estos museos, así como las exposiciones y otros actos que en torno a este tema se llevan a cabo. No se pierdan ustedes su más reciente entrada, dedicada a las cubiertas españolas -del género que los americanos llaman "pulp fiction" y que nosotros solíamos llamar "novelas de quiosco"- que reproducen esqueletos. Son estupendas.