John F. Peto

John F. Peto
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domingo, 16 de agosto de 2020

ESCRITORES: LA VERDAD DE LA FICCIÓN

     


Así cree Hollywood que trabajan los escritores

Imagino que lo mismo pasa con los pintores, escultores, músicos y cultivadores de otras disciplinas artísticas en general, pero como el caso que me queda más cercano es el de los escritores, me ceñiré a ellos en esta ocasión. Concretamente, a la abismal diferencia que existe entre lo que es de verdad el trabajo del escritor y lo que el público imagina. Una errónea concepción que se ve reforzada por haber sido repetidamente plasmada en películas y novelas, precisamente. Sí, aunque parezca paradójico, los propios escritores (bueno, algunos entre ellos), y desde luego una gran mayoría de los guionistas, gustan de representar a los autores de ficción como seres tocados por una inspiración cuasi divina, dados a arrebatos y adicciones varias, que ya sea malviven en una pintoresca buhardilla o, habiendo por fin alcanzado el reconocimiento que su genio merece, disfrutan de hermosas villas campestres donde un bucólico paisaje les sirve de inspiración. Estos seres de ficción pasan la mayor parte de su tiempo alternando con otros escritores, peleándose con una amante a la que descuidan (también existe la versión con esposa despechada, que sospecha la existencia de la susodicha amante) o -en la variante “autor exitoso”- asistiendo a elegantes cócteles y homenajes diversos a su genio. Muy bonito, desde luego. Sin embargo, nada de esto se ajusta a la realidad. Entra dentro de lo posible que unos pocos escritores hayan hecho alguna vez una o varias de estas cosas, pero puedo asegurarles que la vida de la inmensa mayoría de ellos transcurre de forma muy distinta y es -duro es decirlo- mucho menos novelesca.

Johnny Depp, haciendo de genio torturado
en La ventana secreta

De entrada, escribir es un trabajo arduo y lento, que requiere horas y horas de dedicación, a veces para conseguir un resultado más bien decepcionante. Los autores que hacen de la escritura su profesión están necesariamente obligados a encararlo de forma regular, metódica, dedicándole buena parte del día, un día tras otro. Es lo más parecido a un trabajo de oficina y queda muy lejos de esos escritores ideados por Hollywood a los que nunca vemos escribiendo. Otro de los mitos que cuesta desterrar (me temo que muchos aprendices de escritor se dejan seducir por ello) es el de que escribiendo uno se hace rico. Pues no, salvo contadísimas excepciones, escribir una novela o dos -suponiendo que se publiquen, y suponiendo que gocen de ventas aceptables- te dará apenas para cubrir los gastos mínimos de los muchos meses que te has pasado trabajando en ellas. A menudo, ni eso. Los escritores profesionales escriben un libro tras otro porque les gusta su oficio, sin duda, pero también -¿sobre todo?- porque solo así logran subsistir. ¿Inspiración? ¿Ideas geniales? Les llegan escribiendo, si es que han de llegar. Lo cierto es que la inmensa mayoría de escritores -sí, incluso esos que salen en las listas de más vendidos- se ven obligados a completar sus ingresos con otras actividades, a veces relacionadas con la escritura (clases, conferencias) y otras veces, ajenas a ella, para subsistir. Lo de hacerse rico, ya eso.

Y no quiero hablarles, porque sería casi cruel (tampoco es cuestión de disuadir a todos los futuros escritores), de todo el papeleo y la burocracia anejos al oficio de escribir: contratos de edición plagados de cláusulas traicioneras, líos fiscales, certificados de doble imposición y otros apasionantes episodios de la vida del hombre o la mujer de letras. En el pasado, los “hombres de letras” solían dejarle a la sufrida esposa -siempre en la sombra, transcribiendo o copiando manuscritos, como la pobre Sofía Tólstaya- los enredos administrativos. En esta nuestra época, más igualitaria (o eso esperamos), cada palo aguanta su vela y, en consecuencia, el autor/a debe enfrentarse a ello por sí mismo.

La esposa de Tólstoi,
quien al parecer copió a mano
las siete versiones de Guerra y paz

Así pues, no se crean todo lo que ven por ahí. Tampoco presten demasiado crédito a esos escritores famosos que dicen haber escrito su novela "de un tirón" o "en dos semanas". En ese tiempo, como mucho, habrán hecho un primer borrador, y omiten tranquilamente los meses de revisión y reescritura que toda obra que se precie suele comportar. Como otros mitos creados por la ficción -el del príncipe azul, el del amor indestructible-, el del escritor no resiste una comparación con la realidad. Sean realistas. Pero no dejen de escribir. Tiene su propia recompensa. 

viernes, 10 de agosto de 2018

PELÍCULAS QUE CONDUCEN A LIBROS


Lo inesperado, las coincidencias aparentemente inverosímiles son parte de la vida. Como dice Paul Auster, sin duda uno de los autores que más ha explorado la idea del azar, " La mecánica de la realidad hace que nos ocurran cosas bizarras, que nos parecen fuera de la norma... ¡Pero esa es la norma!". Aún así, cada vez que nos sucede algo de este tipo, nos sorprendemos, cuando deberíamos aceptarlo con naturalidad. Más raro es pensar -como hacemos- que hay lógica en el universo.  Así, yo no debería sentir como algo muy especial el hecho de haberme topado, casi al mismo tiempo, con dos películas -bueno, una película y una mini-serie- que, aparte de ser ambas buenísimas (ya resulta raro de por sí  tanta calidad junta), han hecho que me entren unas ganas enormes de conocer las novelas en que se basan. Ignoro si acabaré pensando que los libros son mejores que las películas, pero puedo asegurarles que, por lo que respecta a las producciones audiovisuales, el listón está muy alto. Excepcionalmente, pues -saben que no suelo recomendar películas, ni series- les aconsejo que no se pierdan ninguna de las dos. La primera es posible que muchos la hayan visto ya (yo he llegado a ella con un retraso imperdonable, teniendo en cuenta que ha sido multipremiada y se ha hablado tanto de ella): se trata de Call me by your name, dirigida por Luca Guadagnino.  Repasando críticas y comentarios, me ha sorprendido un poco el que muchos digan haber sentido una profunda tristeza después de verla. Yo, simplemente, me dejé llevar por el encanto de la historia, por esa familia culta y artística y por ese caserón tan de verdad, destartalado y a la vez maravilloso, donde una quisiera pasar todos los veranos.  Y salí feliz por haber sido testigo de tanta honestidad emocional y tanta belleza. Por muy meritoria que haya sido la labor del guionista -nada menos que James Ivory-, galardonado con un Oscar al mejor guion adaptado, cualquier bibliómano se da cuenta enseguida de que detrás debe haber, por fuerza, una historia muy literaria y muy bien contada. De modo que he apuntado el libro de su autor, André Aciman, en mi lista de ineludibles. 


Jardines de antaño

¿Quién no querría vivir aquí?

Si en la anterior voy con retraso, para mi otra recomendación creo que me he adelantado, porque al parecer no estará disponible para los espectadores españoles hasta septiembre: se trata de Patrick Melrose. (Yo la he visto en Inglaterra, donde he pasado veinte días en medio de una ola de calor como no se recordaba desde 1976. ¡Y yo que buscaba el frescor y la lluvia británicos!) En fin, recíbanla como merece y disfruten de la actuación de Benedict Cumberbatch, su protagonista absoluto. Debo decir que el primer capítulo me dejó un poco dudosa, y de no ser porque no quería perderme a ese actorazo igual me hubiese echado atrás esa enloquecida carrera por el mundo de la droga y la autodestrucción. Porque no es una historia fácil, ni complaciente, hay mucho dolor y bastantes cosas desagradables, pero también sentido del humor (impagables diálogos) y ternura. La serie se basa no en uno sino en cinco libros, nada menos, de corte semiautobiográfico, en los que el escritor  -Edward St Aubyn- de algún modo ajusta cuentas con su familia. Los tres primeros, dedicados al tiránico y abusivo padre, están recogidos en un volumen que aquí lleva por título El padre. Las novelas de Patrick Melrose, mientras que las dos últimas ocupan el volumen titulado La madre. Las novelas de Patrick Melrose 2.  Con ellos, tengo lectura garantizada para todo el otoño. 

Benedict Cumberbatch como Patrick Melrose

Mientras saboreo aún el placer que me han aportado estos filmes, anticipo el que sin duda me procurarán las novelas. Y me alegro, además, de que me hayan hecho descubrir dos autores que hasta ahora no había leído. ¿Casualidad? Más bien serendipia, a ambas llegué sin pretenderlo.  El azar, que a veces nos da regalos inesperados.

lunes, 21 de agosto de 2017

EVOCANDO DUNQUERQUE


Los calores veraniegos animan a encerrarse por un par de horas en las salas de cine, esos lugares mágicos donde uno se sumerge de verdad en las películas -si tiene la prudencia de evitar los cines "palomiteros"-, sin distracciones, mensajes de WhatsApp ni ruidos del vecindario y con una pantalla y un sonido a la altura de la obra que se va a contemplar. Ciertamente, la última película de Christopher Nolan, Dunquerque, merece ser vista en estas condiciones, porque sus recreaciones de los combates aéreos y las tragedias en el mar son de lo más espectacular. Aunque pasé un rato de lo más distraído, personalmente, sin dejar de reconocer la habilidad técnica de su director y apreciar que recurra a diferentes lapsos temporales para narrar la historia, hubiera agradecido un guión un poco más sólido detrás. ¿Dónde están los guionistas de la edad dorada de Hollywood? Esta película me ha llevado a evocar otra descripción -literaria, en este caso- de esa famosa retirada, la que hace Ian McEwan en su novela Expiación. Si uno quiere sentir en toda su crudeza lo que debió significar estar acorralado en esas playas, con los alemanes pisándole los talones, la lectura de las páginas que McEwan le dedica es inexcusable. Ya puestos, recomiendo leer la novela entera, sin lugar a dudas una de las mejoras obras de este escritor británico.
El estreno de la película de Nolan ha propiciado otras recuperaciones interesantes en torno a este episodio bélico, como la de las memorias de Anthony Rhodes, Sword of Bone.

Rhodes (1916-2004) fue un gentleman ilustrado, apasionado por el arte y la literatura, que escribió novelas, libros de viajes, biografías y las mencionadas memorias de guerra -aparecidas en 1942, muy poco después de vivida la experiencia- que, según reza su obituario en The Independent, son "un clásico de la literatura de la Segunda Guerra Mundial". Los críticos comparan su tono con el de Evelyn Waugh, pues Rhodes hace buen uso de la ironía inglesa. No he tenido aún oportunidad de leer estas memorias, pero sí me ha llamado la atención el fragmento que ofrecen sus editores, Sightly Foxed -por cierto, bibliómanos anglófilos, no deberían perderse las cuidadas publicaciones de este sello editorial-, en el que Rhodes relata primero la conferencia de oficiales en que se les comunicó que el ejército inglés iba a ser evacuado de Francia. La escena, tal como él la reproduce, está a la altura del mejor guionista:
Nos concedió unos momentos para que se acallase el sorprendente efecto de sus noticias.
-Vamos a hacer algo esencialmente británico; me atrevo a decir que sólo los británicos se atreverían a llevar a cabo un plan tan descabellado. Esperemos que resulte tan exitoso como la última vez que alguien intentó algo parecido: sir John Moore en La Coruña.
[Nota aclaratoria para mis lectores: recordarán sin duda que Moore fue herido mortalmente durante la batalla que precedió a la evacuación, en 1809, y está enterrado en tierra española. Es cierto que en aquella ocasión el ejército inglés fue evacuado, contra todo pronóstico, pero no sé si citar a Moore como precedente elevaría mucho los ánimos de los presentes.]
-No les puedo decir mucho al respecto -continuó- porque no se han hecho planes. Ni siquiera estamos seguros de que haya barcos en la costa para evacuarnos. Simplemente, hemos de correr el riesgo. Lo único que puedo decirles con certeza es que lucharemos duramente en la retaguardia durante todo el tiempo. Ni siquiera sabemos a ciencia cierta en qué orden se están aproximando a la costa las divisiones británicas. Avanzadillas de cada división se adelantarán para preparar nuestro recibimiento en Inglaterra - al llegar a este punto se rió- si es que llegamos.

Las instrucciones eran que debían dejarlo todo atrás, destruyendo previamente cualquier armamento o equipo. En el caso de Rhodes, sus pertenencias incluían un número considerable de libros:

Entre todo el trajín y la conmoción que siguió, encontré el modo de guardar mis libros en un armario ropero. Eran el resultado de ocho meses de exploraciones en las librerías de viejo de París y de Lille. Me producía cierta desazón pensar que algún soldado alemán o francés los utilizaría tal vez para encender el fuego. [..] Encima de ellos, puse una educada notita en francés y en alemán en la que le rogaba al nuevo dueño que los tratase con cuidado, diciéndole que confiaba en que disfrutaría mucho de su lectura; finalmente, le pedía que viniese a visitarme a mi dirección de Londres después de la guerra (trayendo consigo los libros, por supuesto). 

Me encantaría saber qué ocurrió con esos libros abandonados y si la educada nota de Rhodes -tan británica- dio algún fruto. Posiblemente, no, y como tantas otras cosas desaparecieron en el torbellino de la guerra. De todos modos, esta preocupación por sus libros en momentos en que se está jugando la  vida retrata bien el tipo de personaje que era Rhodes.
A veces, hay historias de guerra que son más apasionantes que las batallas. 
    

sábado, 4 de marzo de 2017

POESÍA EN EL CINE



Como todos los internautas que tienen a bien pasarse por estas páginas saben bien, este blog habla ante todo de lectura y de libros. Es -esa fue siempre mi intención al menos- un espacio para frikis de la lectura. Aunque es evidente que ni mi vida ni (probablemente) la de mis lectores se compone exclusivamente de lectura. Hay otros muchos campos que me interesan, y a los que dedico parte de mis horas libres, como el arte, la música o el cine, intereses que no suelen tener cabida aquí. Sin embargo, de vez en cuando surge esa rara conjunción, una afortunada simbiosis entre dos de ellos. Y en casos así, tan singulares como infrecuentes, creo que está justificado que los lectores curiosos que conforman el público de este blog tengan noticia de ello.
El cine es por lo general un buen lugar para este tipo de confluencias. Pero ojo: hay infinidad de películas que tienen como protagonista a un artista o a un escritor, pero muy pocas que sepan retratar de forma realista cómo se desarrolla la actividad creadora, ni cuál es el lugar de la literatura en su vida. Así, topamos a menudo con el tópico del genio poseído por alguna musa, que sumido en el afán creador olvida todo lo demás (por supuesto, ni trabaja ni come, aunque a menudo bebe, si se trata de alcohol) o con el escritor famosísimo que, ¡milagro!, no parece dedicarse nunca a la escritura, ocupado como está en líos amorosos a ser posible complicados.  


En Before Sunset, Ethan Hawke es un escritor... que hace poco más
que firmar libros. Nos encanta asistir a sus largas conversaciones con
Julie Delpy, pero la verdad es que podría ganarse la vida de cualquier otra cosa.

Por eso mismo, hay que saludar con alborozo una película que, por una vez, muestra a un creador modesto, sencillo y desconocido, que es capaz de compaginar su escritura con una vida, en apariencia, trivial. Que es capaz de infundir en las monótonas actividades cotidianas de su protagonista un profundo sentido poético, y de trasladárselo al espectador. Estoy hablando, por si no lo han adivinado aún, de la espléndida Paterson, la obra más reciente de Jim Jarmusch. Lectores todos: si aún no la han visto, apresúrense a verla. Eso sí, sepan que no hay acción ni persecuciones, no hay dramas tremebundos ni amores imposibles, no hay paisajes impactantes ni mansiones que quiten el hipo. No vayan a verla, se lo ruego, con una bolsa de palomitas. Déjense seducir por el encanto de la película, por el sutil humor de sus situaciones, por los poemas que escribe ese tal Paterson, conductor de autobús de profesión. Un film para paladear y para disfrutar. Por una película así no tengo reparo en saltarme mis propias normas y, por una vez (bueno, alguna  otra también), hablar de cine. Por todo esto y porque en ella aparece uno de los poemas que más me gustan de William Carlos Williams. Como aperitivo, ahí va, en versión original y traducida:

This is just to say

I have eaten
the plums
that were in
the icebox

and which
you were probably
saving
for breakfast

Forgive me
they were delicious
so sweet
and so cold

Solo para decirte

que me he comido
las ciruelas
que había
en la nevera

y que
probablemente
guardabas
para el desayuno

Perdóname
estaban deliciosas
tan dulces
y tan frías

(Versión castellana de Matilde Horne y Carlos Manzano)


Jim Jarmusch (Foto Chrysoula Artemis)
A películas como esta no les dan el Oscar. Pero si por mi fuera, lo tendría.

martes, 20 de octubre de 2015

¿ES LA LECTURA UN ACTO CREATIVO?

 
Leer una novela puede parecer lo mismo que ver una película. De hecho, hay gente que lo cree: "No he leído la novela, pero vi la película". Para nada. El visionado de la película es pasivo, las imágenes nos muestran lo que sucede, cómo son los personajes, cómo es el escenario en que actúan... Como mucho el trabajo del espectador es interpretar los posibles significados ocultos de lo que se dice, o rellenar con la imaginación alguna acción que ha sucedido fuera de pantalla. En la novela, la imaginación trabajo constantemente.
Peter Mendelsund, reputado diseñador (echen un vistazo a sus cubiertas) y director de arte de la editorial Alfred A. Knopf, trata sobre esto en su libro Qué vemos cuando leemos. Por ejemplo, le pide al lector que imagine la geografía de la casa que aparece en Al faro, de Virginia Woolf. Casi toda la novela transcurre en la casa que los Ramsay tienen en las islas Hébridas y a lo largo de la narración la autora nos describe numerosos detalles de ella. Y, sin embargo, si alguien nos pide que la describamos -o que la dibujemos con precisión-, todo lo que podemos sacar del texto es "un postigo aquí, la ventana de una buhardilla allá". Es decir, una especie de aproximación funcional, puramente operativa, a la casa, que sirve fundamentalmente para que podamos situar en ella los movimientos de los personajes. La casa, como tal, no está en la novela, sino en nuestra imaginación. Los lectores no sólo construimos mentalmente a partir de los datos que nos proporciona el autor, sino que nuestros mapas mentales están en continua evolución, de acuerdo con lo que el texto va añadiendo o quitando. Quizás en un primer momento hemos imaginado una puerta de tamaño normal, y hemos de acortarla de inmediato en el momento en que nos indican que un personaje muy alto tiene que agachar la cabeza para pasar por ella. O hemos pensado que el protagonista entraba en un almacén vacío, para tener que corregir esa impresión cuando resulta que en un rincón hay una extraña máquina.
Mendelsund hace también el ejercicio de preguntarle al lector cómo es Anna Karénina. Todos creemos saberlo. Bella, sin duda, pero Tolstoi sólo nos da una serie de detalles, como sus espesas pestañas o su abundante pelo. Lo demás, lo tiene que completar cada lector. Por eso leer ficción es una actividad tan estimulante: nuestro cerebro está trabajando todo el rato a pleno rendimiento, no sólo interpretando el texto, sino recreando luego lo que sucede a partir de los elementos que el autor nos proporciona. Por eso, quizás -esta teoría es mía, no del señor Mendelsund- los lectores poco avezados prefieren las descripciones muy detalladas (el mecanismo de creación a partir del texto no les funciona aún a pleno rendimiento), mientras que los lectores habituales se las apañan muy bien con cuatro pinceladas. Lo que es ciertísimo, y todos hemos podido comprobar, es que el personaje que yo me imagino será diferente del mismo personaje imaginado por otro lector. Cada cual construye el mundo ficticio a su manera.
Hablando de Anna Karénina: Mendelsund incluye una foto de Keira Knightley en su papel de Anna, con la siguiente advertencia: "Esta fotografía es una forma de robo". Se refiere a robo mental, por supuesto, en el sentido de que las adaptaciones cinematográficas de obras literarias tienden a sustituir nuestra propia y personalísima imagen mental de los personajes por los rostros intercambiables de actores y actrices que hoy son una aristócrata rusa y mañana la compañera de un pirata o una duquesa británica del XVIII. Así pues, uno debería pensárselo muy bien antes de ver la adaptación al cine o a la TV de su novela favorita, no sea que su Mr. Darcy acabe convertido en Colin Firth. Ah, ¿pero esa no era la cara de Jorge VI?
 
 
 
 
 

domingo, 5 de abril de 2015

LA CRÍTICA ÚTIL Y LA INÚTIL

 
Bernat Ruiz Domènech reflexionaba hace poco en su blog verba volant, scripta manent -de lectura obligada para los que se interesen por la evolución del mundo editorial- sobre el papel de los prescriptores literarios y, por extensión, de la crítica tradicional en estos tiempos. Es preciso coincidir con él en que la crítica "analógica", por emplear su misma terminología, esa que aparece en las páginas de los suplementos culturales de los periódicos o en las (pocas supervivientes) revistas literarias, ha perdido su influencia. Él apunta como uno de los motivos el compadreo y la servidumbre a los poderes que elegían a los críticos que copaban los medios de masas: "El mecanismo tenía tanto de político –pórtate bien con el escalafón y el escalafón se portará bien contigo– como de académico." Por mi parte, por más molesto que eso me pareciera, peor aún llevo el hecho de que esas críticas que se suponían tan profundas y bien informadas no me aportasen apenas nada. No sé cuánto tiempo hace que no me compro un libro obedeciendo a una crítica que haya leído en algún medio impreso. Al igual que me ocurre con muchas críticas de cine -de las que sospecho que padecen un mal similar-, cada vez que confrontaba lo leído en ellas con el producto real, me sentía estafada; y viceversa, a menudo cuando he ido a ver una película despachada de cualquier manera -o declaradamente ignorada- por la crítica al uso, me he encontrado con una pequeña joya que me hubiese perdido de no haber ignorado sus advertencias.
 
W. H. Auden
 
 
W. H. Auden, que había ejercido también la crítica literaria, define muy bien lo que uno debe esperar de ella:
"¿Cuál es la función de un crítico? En lo que a mí respecta, puede prestarme uno o más de los siguientes servicios:
1) Darme a conocer autores que hasta ese momento ignoraba.
2) Convencerme de que he menospreciado a cierto autor o determinada obra por no haberla leído con suficiente cuidado. 
3) Mostrarme relaciones entre obras de distintas épocas y culturas que jamás habría descubierto por mí mismo porque no sé lo suficiente y jamás lo sabré.
4) Ofrecerme una "lectura" de determinada obra que mejore mi comprensión de la misma.
5) Arrojar luz sobre el proceso del "hacer" artístico.
6) Arrojar luz sobre el arte de vivir, sobre la ciencia, la economía, la ética, la religión, etc." (1)
 
De la lectura de una crítica que cumpla algunos de estos puntos se sale sin duda más informado y más sabio. Puede que luego uno discrepe con alguna de las opiniones vertidas por el crítico, pero será una discrepancia fundada en los argumentos que este haya aportado. Sin embargo, demasiado a menudo los críticos literarios ejercen como mucho de reseñistas: se limitan a hacer un resumen de la obra y a elogiar dos o tres rasgos muy generales -sin aportar prueba ninguna-, que igual podrían servir para cualquier otro libro; como mucho, comparan esta nueva obra con alguna anterior del mismo autor para lamentar que no esté a la altura de su predecesora o para ensalzar el avance que supone en la trayectoria del escritor. Total, que cuando uno ha terminado de leer ese artículo, apenas sabe más que si hubiese repasado el texto de contra que proporciona el editor.
No es tanto un problema de medios impresos o medios digitales, sino de la calidad del contenido. La buena crítica literaria puede ser infinitamente aguda y enriquecedora; yo leo con deleite muchos de los artículos de The New York Review of Books, de los que siempre aprendo algo. La mala, simplemente no es crítica.   
 
(1) Fragmento tomado del libro El arte de leer, publicado por Lumen.

  

domingo, 22 de marzo de 2015

UNA PRIMERA EDICIÓN

Aún ando medio turulata (me encanta la palabra, con su sabor antiguo, como de TBO) por el impacto que me ha producido un diálogo pillado por casualidad. No se trata de un diálogo cualquiera, sino de un fragmento de una película de Hollywood. Protagonizada por Jennifer Lopez. Y en la que aparecen libros (bueno, un libro, enseguida comprenderán por qué no creo que figuren más). ¿A que solo la idea resulta ya chocante? Hasta ahora -y tendrán que esforzarse mucho para superarlo- es mi candidato preferido a disparate del año. Según me ha parecido entender, la cosa va de que Jennifer es cortejada por un jovencito que quiere deslumbrarla con su cultura. Para ello, aparece de improviso en su casa con un regalo muy original: un libro. Más o menos, el diálogo dice así:
--¡Oh! La Ilíada. ¡Y es una primera edición! Ha debido costarte muy caro...
(Jovencito, intentando quitarle importancia al asunto): 
--No, qué va. Lo compré en un mercadillo por un dólar.
¿Una primera edición de La Ilíada? Firmada por su autor, imagino... ¿Pero qué clase de guionistas y/o asesores tiene esta gente? Los principales culpables, por supuesto, la guionista, Barbara Curry (que dice haber estudiado derecho, pero a quien el paso por la Universidad no parece haberle aprovechado mucho) y el director, Rob Cohen. Pero también todos los demás, del primero al último: ¿se gastan millones en una película, en la que participan cientos de personas, y entre todos no hay nadie capaz de decirles que eso es un disparate colosal? Para mayor recochineo, he podido averiguar que se supone que Jennifer (a quien en el tráiler correspondiente vemos todo el rato corriendo por el bosque, con ropa ajustada y marcando músculo) es nada menos que ¡profesora de clásicas! Otro cero para quien sea que haya hecho el casting. desde luego. Pero, ya que estamos en el terreno del humor más delirante, creo que a ese diálogo le falta una coletilla:
--¡Oh! La Ilíada. ¡Y es una primera edición! ¡Qué ilusión me hace, no lo había leído!
Claro que si la táctica el jovencito en cuestión para ligar consiste en regalarle un ejemplar de La Ilíada a una profesora de clásicas, este chico promete. ¡Y qué fiera esta Jennifer, que sin abrir el libro ni nada, adivina que se trata de una primera edición, por supuesto en inglés!

Sospecho que el libro que lleva este joven (Ryan Guzman es el nombre del actor)
es La Ilíada en cuestión. Nadie diría que tiene varios milenios de antigüedad, ¿verdad?
Ah, ¿que el original no era en inglés, sino en griego? ¡Malditos griegos! ¡Qué ganas de complicarlo todo!
 

domingo, 22 de junio de 2014

VAMPIROS BIBLIÓMANOS


El vampiro según F. W. Murnau

Entre las décadas de 1720-1740, una fiebre vampírica se abatió sobre Europa. Primero en el folclore y las baladas populares y más adelante a través de la literatura culta, los no-muertos comenzaron a perturbar el sueño y la imaginación de los vivos. Desde que, unos años más adelante (1897), el irlandés Bram Stoker reuniese en su genial Drácula los elementos más destacados de este personaje mítico, el mundo (el literario, al menos) he venido padeciendo sucesivas oleadas de invasiones vampíricas. Ha habido vampiros para todos los gustos, desde los más canónicos -con capa y colmillos afilados- a los vampiros mutantes del Soy leyenda de Richard Matheson (que no soportan el sol, pero no beben sangre... aparte de dominar el mundo) o los vampiros alienígenas de Brian Lumley. Progresivamente, los vampiros han pasado de ser "el otro",  representación de lo ultraterrenal y lo maligno, a humanizarse cada vez más. Hasta convertirse -los pobres, quién se lo hubiera dicho al sanguinario Vlad, el Empalador, que ahora dicen que está enterrado en una iglesia de Nápoles- en los seres francamente sexuados y enamoradizos de las series para adolescentes (que devoraron igualmente millones de adultos).
Entre unos y otros, la variedad de tipos vampíricos es inmensa. El cine -adaptando muchas de estas novelas y con algunas películas originales- ha contribuido no poco a su popularidad. ¿Quién no recuerda con cierto estremecimiento la siniestra figura de Christopher Lee?  ¿o, en el otro extremo del espectro -sabrán disculparme el chiste-, los divertidos vampiros de la familia Monster? Ahora, Jim Jarmusch, uno de los directores más personales del cine independiente americano, ha hecho una película de vampiros. Pero son unos vampiros muy, muy bibliómanos. Hablando de Jarmusch, su amigo Tom Waits dijo hace un tiempo que «La clave, creo, para Jim, es que se quedó canoso cuando tenía 15 años... Como resultado, siempre se sintió como un inmigrante en el mundo adolescente. Ha sido un inmigrante -un benévolo y fascinado extranjero- desde entonces. Y todas sus películas son sobre eso.» Desde luego, esta Only Lovers Left Alive (Sólo los amantes sobreviven) lo es.


Tilda Swinton, crepuscular y rodeada de libros

Extraños en un mundo donde no tienen cabida, estos melancólicos vampiros enamorados de la belleza, de la literatura y de la naturaleza resultan increíblemente atractivos para todos los que, aún sin pertenecer a la estirpe de los no-muertos, nos sentimos ofendidos por la grosería y la fealdad que tan a menudo nos rodea. Desde el momento en que la etérea Tilda Swinton llena su maleta no de ropa, sino de libros de todas las épocas y culturas, la película me ganó por completo. Y la cosa no hizo más que mejorar: el vampiro Adam (la pareja lleva los bíblicos nombres de Adam e Eve) colecciona instrumentos musicales antiguos, compone música funeraria y detesta los horrendos amasijos de cables con que la torpeza de las compañías eléctricas salpica nuestras paredes (yo también he estado a menudo tentada de fotografiar alguna de esas ofensivas cajas de electricidad para denunciarlos... pero ¿quién me haría caso?); ambos llaman a las plantas y animales por sus nombres latinos, aman lo antiguo  y beben sangre -comprada de extranjis- de unas delicadas copitas de cristal tallado. La casa de Adam luce toda una pared  tapizada de retratos de escritores y músicos: Blake, Poe, Marlowe...

Vampiros modernos, leen en el avión, aunque
sólo en vuelos nocturnos

Precisamente  Christopher Marlowe es el mentor de Eve. Es un vampiro, por supuesto, ¿o cómo se creían ustedes que se explica su misteriosa muerte? Los que estén al tanto de las múltiples controversias sobre la autoría de las obras de Shakespeare -más sobre esto aquí- comprenderán que esta condición vampírica lo convierte en un firme candidato, ya que la principal objeción que le ponían -que murió antes de que viesen la luz algunas de las principales obras shakesperianas- queda borrada de un plumazo.
La elegía por los tiempos pasados y la decadencia recorren la obra. Eve, rodeada de sus libros, vive en Tánger, una ciudad que conoció momentos de gloria, ahora pasados, mientras que Adam, con sus instrumentos musicales, se esconde de sus fans en una mansión decadente en el aún más decadente Detroit. Los paseos nocturnos de ambos por la antigua capital del coche de América constituyen algunos de los más bellos pasajes de la película.
En resumen, que me he quedado con ganas de volverla a ver con más calma, pues a pesar de las enormes ventajas de la sala de cine, en muchos momentos hubiese querido detener la imagen: para ver cuáles son los libros que Eve se lleva de viaje, para detallar los retratos que cuelgan en casa de Adam, para admirar con calma las ruinas de Detroit... Como dice la joven y deslenguada hermana de Eve, Ava, es posible que estos vampiros sean un poco snobs. Pero qué difícil debe ser resistir a la tentación de coleccionar cosas hermosas cuando uno se sabe inmortal...

 


jueves, 13 de marzo de 2014

¿QUÉ LEEN LOS PERSONAJES DE FICCIÓN?

Los escritores son -deben serlo por necesidad- grandes lectores. Y en sus historias, a veces, aparecen personajes que leen. Libros dentro de libros. A su vez, el hecho de que un personaje lea un libro determinado, estimula a los lectores de libro-marco -es decir, la obra dentro de la cual aparece ese personaje, sé que esto empieza a ser lioso- a leer también el libro en cuestión.  Pero no siempre sabemos con exactitud lo que leen los personajes de ficción. A veces, el autor se limita a presentarnos a sus criaturas con la nariz siempre entre libros, sin especificar mucho. Flaubert, sin ir más lejos, nos informa de la afición de Emma Bovary por las novelas; menciona alguna de pasada, como Paul et Virginie y nos dice también que leyó a Sue, a Balzac y a George Sand, pero no se demora en sus lecturas tal como se demora en otros aspectos de su vida. Otras veces, sin embargo, el libro-dentro-del-libro se erige en motivo central. Es lo que ocurre, por ejemplo, con La señora Dalloway en Las horas de Michael Cunningham. O con Los tres mosqueteros en El Club Dumas. Por cierto, que Joyce se adelantó a Pérez-Reverte en esto (¡como en tantas otras cosas!): en su Retrato del artista adolescente, Stephen Dedalus también lee a Dumas con fruición, concretamente El conde de Montecristo.  

Nicole Kidman caracterizada como Virginia en
Las horas
 
¿Qué sucede cuando un libro pasa a la pantalla? A priori, el efecto de una lectura determinada es menos vistoso en imágenes que sobre el papel. Ya no hay libro-dentro-del-libro, sino libro-en pantalla, que tiene mucho menos encanto. Aún así, tal como nos informaba un artículo aparecido en The Guardian, en el cine (y la TV) persisten algunos personajes influenciados por sus lecturas.  He aquí algunos de los ejemplos que proponen:

-La vie d'Adèle.
En esta preciosa película, basada en una novela gráfica, Adèle ama la lectura. Cuando la conocemos, está fascinada con La vie de Marianne (es evidente el nexo entre el título de este libro y el de la propia película). Todo empieza en clase, donde se habla de esta novela de Marivaux que están leyendo. Al hilo de sus páginas, el profesor hace que los alumnos reflexionen sobre el enamoramiento y sobre la impresión de predestinación que a veces se siente al conocer a alguien. De la literatura, al encuentro del amor. Eso es precisamente, lo que le ocurrirá a ella.



-Matilda
La heroína de la novela homónima de Roald Dahl es una auténtica devoradora de libros. Al principio, una de sus lecturas preferidas es El jardín secreto, de Frances Hodgson Burnett.. Pero pronto se atreve con libros "de mayores" como Grandes esperanzas. Y de ahí a otros grandes clásicos, como las obras de Kipling, Faulkner o Hemingway. No todos aparecen en pantalla, claro, pero Matilda deja bien claro que le gusta leer.



-The Wire
¿Quién diría que en esta serie ambientada en los barrios marginales de Baltimore y el mundo de la droga y la delincuencia se lee? Ciertamente, la lectura no es lo primero que salta a la vista. Pero D'Angelo Barksdale es capaz de hacer un lúcido análisis del libro que ha leído en prisión, El gran Gatsby: "Lo que quiere decir es que el pasado siempre va con nosotros. De dónde venimos, lo que nos sucede, cómo nos sucede... toda esta mierda es importante", les explica a sus compañeros, menos perspicaces que él. No cabe duda de que también D'Angelo ha aprendido algo de su contacto con la lectura. Aunque demasiado tarde. Irónicamente, D'Angelo será asesinado en una de las dependencias de la biblioteca.





 

miércoles, 26 de febrero de 2014

HELENE HANFF Y EL TEATRO


Me gustan las historias que contienen cierta justicia poética. Y si presentan una pequeña ironía final, aún más. Por eso me encanta la de Helene Hanff, que tiene todos los ingredientes que se le pueden pedir a una buena historia: joven ambiciosa, inicios difíciles, aparente fracaso y, por fin, gran éxito inesperado. Seguro que la mayoría de mis lectores saben ya quién es Helene Hanff, la autora del famoso libro sobre una amistad bibliófila, 84, Charing Cross Road. Si alguien no lo conoce, o ha oído hablar de él, pero no lo ha leído, que se apresure a hacerlo. La amistad epistolar que se establece entre una joven neoyorquina apasionada por los libros y el librero inglés que la surte de lectura es una verdadera delicia. La historia a la que me refería, en la que esta obra tiene un papel principal, es como sigue: tal como explicaría la propia autora en su autobiografía -titulada Underfoot in Show Business-, el sueño de esta joven nacida en Filadelfia en 1916 era escribir obras para Broadway. A eso dedicó sus esfuerzos durante las décadas de 1940-1950. Pero los años iban pasando y ninguna de ellas llegaba a ser producida. Mientras, Helene sobrevivía como muchos otros de sus colegas aspirantes a escritores, leyendo guiones para la Paramount, colaborando en enciclopedias o escribiendo para alguna serie de televisión. De hecho, encabeza ese volumen autobiográfico con la leyenda: "Cada año, cientos de jóvenes fascinados por el teatro llegan a Nueva York decididos a tomarlo por asalto, convencidos de que están destinados a ser famosas estrellas o dramaturgos de Broadway. Uno de cada mil resulta ser Noel Coward. Este libro trata de la vida de los 999 restantes. Por uno de ellos."  

Noel Coward y Gertrude Lawrence en "Vidas privadas"

Mientras no llegaba la gloria, Helene leía y leía. Enamorada de la literatura y la cultura inglesa, se aficionó a hacer sus pedidos a través de una respetable librería anticuaria de Charing Cross, Marks & Co., regentada por un amable librero de nombre Frank Doel. Cuando, tras muchos intentos y muchos fracasos, había llegado por fin a la conclusión de que nunca llegaría a ver una de sus obras en los escenarios, en 1968 recibió la inesperada noticia de la muerte de Doel, con el que llevaba veinte años intercambiando correspondencia y una creciente amistad. "En aquel momento, la noticia resultó devastadora. Tuve la impresión de que mi último punto de referencia, mi librería, me era arrebatado", dijo después. De modo que decidió que debía poner por escrito la historia de su relación. El libro se publicó en 1971. Se convirtió en un éxito instantáneo en Estados Unidos; más que eso, en un libro de culto, para sorpresa de la propia autora, quien creía haber escrito una historia muy neoyorquina y muy modesta ("my little nothing book"). Cuando el libro se publicó en Inglaterra, Hanff logró por fin su siempre acariciado sueño de visitar Londres y "sentir sus sucias aceras bajo los pies". Para entonces, sin embargo, Marks & Co. había cerrado sus puertas.
En 1980, un productor adquirió los derechos del libro y lo adaptó para la escena. La pieza teatral basada en 84, Charing Cross Road se estrenaría en el West End de Londres y, al año siguiente, en Broadway. La noche del estreno, la audiencia entera se puso en pie cuando, al finalizar la obra, la autora salió a saludar al escenario. Al día siguiente, la reseña del Times decía: "Ver a Helene Hanff en la reproducción de la librería que ella hizo famosa, parpadeando bajo los aplausos de la ciudad que nunca antes se había podido permitir visitar convirtió el estreno de anoche en el final de un cuento de hadas". La ironía final, por supuesto es que, aunque su sueño era escribir para el teatro, la única de sus obras que llegó -a lo grande- a los escenarios fue un "modesto" libro sobre su amistad con un oscuro librero londinense.  
 
Colofón 1 (para los nostálgicos): Aunque Marks & Co. ya no existe, en el lugar que ésta ocupó en Charing Cross Road hay ahora una placa que dice:
 
La librería Marks & Co, estuvo en este lugar.
Se hizo famosa gracias al libro de Helene Hanff
 
Colofón 2 (para amantes del cine): En 1987, la obra fue llevada al cine (título español, La carta final; espantoso, oigan), con Anne Bancroft como Helene Hanff y Anthony Hopkins como Frank Doel. Judi Dench hacía de esposa de Frank. Reparto de lujo, ya ven. Personalmente, prefiero el libro, y tuve la impresión de que el talento de los actores estaba desaprovechados. Pero eso va a gustos, claro.
 

miércoles, 8 de enero de 2014

LIBROS Y PELÍCULAS 2014

 
 
A principios de año hay que echarle un vistazo a las películas que vienen. No es que estas previsiones sean demasiado reveladoras, porque más de una vez lo que prometía sobre el papel decepciona en la pantalla, mientras que en otras ocasiones la cada vez más anémica distribución cinematográfica en nuestro país hace que muchos de esos filmes nunca lleguemos a verlos aquí. Al menos, en la gran pantalla. Como los buenos guionistas son una especie cada vez más rara (creo que están todos trabajando para las series de TV), las adaptaciones de obras literarias de todo tipo proliferan. Sin embargo, por lo que llevo visto, los gustos de los productores se decantan hacia el cómic y las novelas juveniles llenas de fantasía (tipo Juegos del hambre o Divergente, cuyas adaptaciones volverán a invadir nuestras pantalla en 2014). Cada vez menos cine adulto de calidad. Sospecho que, al igual que los guionistas, el público adulto esta en su casa chutándose uno tras otro los capítulos de series tan sensacionales como Sherlock (pedazo adaptación) o Boardwalk Empire.
 
En fin, espigando entre lo que se anuncia para los próximos meses, encontramos de todos modos algunas adaptaciones literarias dignas de mención. Elegidas, desde luego, de acuerdo con mi criterio por completo subjetivo.
 
 
-The Monuments Men. Adaptación dirigida por George Clooney de un ensayo sobre un apasionante episodio de la Segunda Guerra Mundial (no lo he leído aún, pero lo que sé de él confirma su interés). Clooney, Cate Blanchett, Matt Damon, John Goodman... Parece irresistible. Además, la fórmula Arte + nazis + buenos actores promete taquillazo.  ¡A por ella!
 
 
 
-Noah/Noé. Bueno, llamarle adaptación a esto quizá es hilar muy fino. Se trata al parecer de una versión libérrima de la historia de Noé. Por lo que llevo visto, tiene pinta de cine de acción y catástrofes. Pero... si Russell Crowe y Emma Watson como protagonistas no resultan señuelo suficiente para ir a verla, que venga el Dios de la Biblia mismamente y sumerja en las aguas a los incrédulos.
 
 
 
-In Secret. Como adaptación, esta sí es de las buenas, pues se basa en el Thérèse Raquin de Zola, una novela verdaderamente devastadora sobre los estragos de la represión. Si no fuera por eso, he de decir que no me llama demasiado la atención, a no ser por la aparición de Jessica Lange como la siniestra Madame Raquin. Por si acaso, lean el libro antes, ese sí que produce escalofríos.
 
 
 
-A Most Wanted Man/El hombre más buscado. Una novela no muy conocida de John Le Carré, con el terrorismo como trasfondo (desde que terminó la Guerra Fría, Le Carré ha migrado a otros territorios, en ocasiones fascinantes -El jardinero fiel-, a veces manidos) ha servido de base para esta película de un director holandés, Anton Corbijn, conocido sobre todo por sus filmes sobre grupos musicales. En principio, tengo mis reservas, pero la participación del inmenso Philip Seymour Hoffman en el reparto me hace concebir esperanzas.
 
 
 
-Gone Girl/Perdida. La novela de Gillian Flynn en que se basa esta película ha arrasado en ventas y también en críticas. Seguramente me ganaré muchos reproches, pero a mí me decepcionó: un planteamiento original y bien manejado, pero finalmente tramposo. De modo que mis expectativas para la adaptación al cine no son muy altas. Aparte de que la gracia de la trama reside en gran medida en la alternancia de puntos de vista, algo que me parece casi imposible de reproducir en la pantalla. Sin embargo, un director como David Fincher quizá pueda conseguirlo.
 
 
 
-Una vida en tres días. Desconozco por completo la novela de Joyce Maynard, Labor Day, en la que se basa esta película, sólo diré que su edición americana tiene un corazón en la cubierta. El argumento (madre soltera que acoge a preso prófugo y se enamoran) suena como a telefilm de sobremesa y siesta. No obstante, el director es Jason Reitman (el de Up in the Air y Juno) con Kate Winslet como protagonista. Así que, a pesar del título y la trama, cabe la posibilidad de que se deje ver. Si no, a esperar a que pase por TV para amenizar la tarde dominical.  
 
Y con esto, les deseo un buen y cinéfilo-literario 2014.

viernes, 15 de febrero de 2013

PULP FICTION


Como es sabido, el término pulp fiction da nombre no sólo una estupenda película de Quentin Tarantino -no me canso de ver la escena del twist entre John Travolta y Uma Thurman-, sino a todo un género (o quizá varios) de literatura popular. Surgidas en Estados Unidos a principios de los años veinte, este tipo de novelas, de precio reducido y dirigidas a un público muy amplio, se caracterizaban por estar impresas en un papel muy malo -pulpa de madera de baja calidad, de ahí el término que le dio nombre-, pero como reclamo lucían unas cubiertas espectaculares en colores vivos, que a menudo representaban atractivas mujeres en diversos estadios de desnudez (hasta donde la censura de la época lo permitía) o momentos cruciales de alguna pavorosa aventura. Héroes invencibles, mujeres hermosas, lugares exóticos y misteriosos villanos solían poblar sus páginas, convirtiéndolas en la lectura preferida por un público mayoritariamente joven y de bajo poder adquisitivo. Para muchos adolescentes de la época, la pulp fiction cumplió un papel similar al que tendría después la televisión. Con la llegada de los nuevos medios, y de una creciente prosperidad, el género pasó de moda, aunque a él le debemos el surgimiento de muchos grandes nombres de la novela negra (Raymond Chandler, por ejemplo) o de la ciencia-ficción.




Hasta el punto de que no sólo la literatura llamada "popular" recibió este tratamiento, sino que se dieron casos en que obras más literarias recibieron un tratamiento gráfico similar, quizás con la esperanza de atraer una nueva masa de lectores. Véase sino:

  
Casi da pena que haya pasado de moda, porque hay que reconocer que sus cubiertas eran de lo más resultón. Un momento... que las modas siempre vuelven. Se anuncia la aparición de un nuevo sello editorial, Pulp! The Classics, que pretende reeditar las principales obras clásicas de la literatura anglosajona, dándoles una cubierta de estilo pulp, con un toque de humor, pues no sólo las ilustraciones  representan por ejemplo a la Tess de Thomas Hardy como una vampiresa que fuma en boquilla, sino que -en el más genuino estilo pulp- añaden siempre alguna frase pensada para excitar las pasiones del lector. En el caso de Orgullo y prejuicio, luce la advertencia "¡Encierren a sus hijas! Darcy está en la ciudad...".




Si querían sorprender al lector, sin duda lo han conseguido. Para el mes de mayo, anuncian un par de títulos más, entre ellos Cumbres borrascosas. Estoy ya deseosa de ver cuál va a ser el eslogan comercial que le adjudiquen.

sábado, 19 de enero de 2013

LIBROS Y PELÍCULAS 2013

Luna nueva (His Girl Friday), con Cary Grant y Rosalind Russell
Canela fina.
Es época de premios y estatuillas. Hace poco, los Globos de Oro; dentro de unas semanas más, los Oscar. Se anuncian magnos estrenos en las pantallas, directores famosos y estrellas llenas de glamour. Si siguen ustedes las noticias y la cartelera, habrán notado -es tan evidente que ni siquiera es preciso ser muy cinéfilo para ello- que menudean las adaptaciones literarias. ¿Dónde -nos preguntábamos ya aquí hace un tiempo- están aquellos guiones originales llenos de ingenio de la época dorada de Hollywood? ¿Dónde una Luna nueva (His Girl Friday, 1940 ¡no confundir con la de vampiros, por Dios!), un Ciudadano Kane o incluso , sin remontarse tan lejos, un Pulp Fiction? Según los entendidos -me limito a hacerme eco de esta opinión, no soy ninguna experta en la materia-, hacer películas hoy resulta muy caro y los productores prefieren arriesgar su dinero en un guión que ya ha demostrado su potencial a través de la obra literaria. Vaya, que como ya existe una masa de público a priori interesada en la historia, al menos esos espectadores están asegurados.
Parece pues que los sufridos lectores estamos condenados a ver cómo los guionistas, directores y actores adaptan con mejor o peor fortuna esas creaciones de la imaginación que ya habíamos hecho nuestras. Como dijo Conrad, "El autor sólo escribe la mitad del libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector". Y se ocupa, vaya si se ocupa. Hasta el punto de que cada film que tiene la pretensión de traducir en imágenes reales lo que previamente los lectores habíamos recreado en nuestra cabeza  constituye un verdadero peligro. Es pues con el ay en el cuerpo que les advierto de algunos estrenos "literarios" que nos aguardan en 2013. Por riguroso orden de aparición (según anuncian las distribuidoras, aunque ya sabemos que estas fechas pueden experimentar variación; no me hagan responsable de ello):

 El atlas de las nubes (febrero 2013). Éste al menos es un estreno al que podré asistir sin miedo. No he leído la obra de David Mitchell en que se basa la película, y casi que prefiero no hacerlo. Una vez vista la película, ya decidiremos. Que el director sea Andy Wachowski (sí, el de Matrix) no estoy segura de si es bueno o malo.


Grandes esperanzas (marzo 2013). Dirigida por Mike Newell y protagonizada por Helena Bonham Carter y Ralph Fiennes, promete al menos ser una versión realmente británica del más inglés de los escritores, Dickens. No obstante, no es garantía de nada.


Ana Karénina (marzo 2013). Otra producción con acento británico. Para adaptar la novela de Tólstoi, han recurrido nada menos que a Tom Stoppard. Y parece que la actuación será de nivel, puesto que tenemos a Keira Knightley como Anna y a Jude Law como Karenin, el marido engañado. Aunque, para mi gusto, las adaptaciones de Tólstoi nunca resultan suficientemente "rusas". Puede ser una apreciación personal, pero vean el trailer y juzguen:


El gran Gatsby (mayo 2013). Glamour asegurado, eso sí, porque la productora ha echado la casa por la ventana en decorados, ambientación y vestuario. También contamos con el cada vez mejor Leonardo di Caprio como Jay Gatsby, secundado por Carey Mulligan. Sin embargo, me da cierta mala espina que la hayan rodado en 3D, lo que parece presagiar que los productores estaban pensando más en deslumbrar al público adolescente palomitero que en mostrar respeto hacia la obra de Scott Fitzgerald. ¿Habrá más fuegos de artificio que historia?



El juego de Ender (noviembre 2013). Una de mis novelas favoritas de ciencia ficción y la reaparición de Harrison Ford en la gran pantalla, de la que estaba ausente desde hacía al menos un par de años. Es prematuro decir nada al respecto, pero la idea me gusta. Cruzo los dedos para que la película esté mínimamente a la altura...

Por fin, hacia Navidad, la inevitable segunda entrega de El hobbit. Poco hay que decir al respecto. Sin ánimo de discutirle méritos a Peter Jackson, se necesita echarle muchos redaños para convertir una novela de pocas páginas en tres películas de larga duración. ¡Aunque en esta segunda parte aparece Smaug!



Sea como sea, seguramente haré de tripas corazón y terminaré por acercarme al cine a verlas todas. Aunque sólo sea por solidaridad con las salas de cine, tan zarandeadas por las desmedidas medidas de nuestro Gobierno.