John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

jueves, 27 de diciembre de 2012

LO QUE LA ARQUEOLOGÍA DESCUBRE: JANE AUSTEN

Fragmento de un mapa de John Carey de 1797
donde se puede ver el pequeño pueblo de Steventon
Todo buen austenita sabe que Jane Austen, séptima entre ocho hermanos, nació en 1775 en la rectoría del pequeño pueblo de Steventon, en el condado de  Hampshire. Sin embargo, para decepción de sus millones de fans, la casa donde la autora vio la luz, donde viviría hasta los veinticinco años y comenzaría la redacción de sus primeras obras, no se ha conservado. De ella sabemos que estaba hecha de ladrillo con un revoque blanco y tenía un tejado de tejas rojas a dos aguas. En la parte de atrás había un jardín cercado, con árboles frutales y lechos de flores y hortalizas, así como un reloj de sol. Los vecinos más cercanos de la rectoría era la familia Digwood, que ocupaba la gran casa señorial de Steventon, cuyas chimeneas se podían apenas divisar desde la rectoría. El padre de Jane se hizo cargo de la parroquia de Steventon en 1764, pero no pudo ocupar la rectoría -que estaba en muy mal estado y hubo de ser reparada- hasta 1768. En esta casa, no lujosa pero probablemente confortable, viviría la familia hasta 1801 y podemos razonablemente sospechar que Jane se inspiró en sus recuerdos de ella para algunas de las descripciones de las casas que habitan sus heroínas que, por regla general, pertenecen a una clase social pareja a la suya. Por eso, es lamentable que William Knight, sobrino de Jane, que se haría cargo de la parroquia, hiciera construir hacia 1820 una nueva y flamante rectoría al otro lado del camino y, para tener una vista despejada, decidiera derribar la antigua, junto con algunos "cottages" que ocupaban los campos adyacentes. Nos privó así de toda posibilidad de imaginar el paisaje y el entorno que rodearía a la autora durante sus años de formación.
La rectoría de Steventon, según un dibujo de la época
Esto no podía quedar así, queridos austenitas. Ni cortos ni perezosos, hace unos meses un grupo de voluntarios encabezados por Deborah Charlton del proyecto Archaeo Brito y financiados por una fundación, comenzaron a excavar en el que se suponía era el lugar donde antaño se erigía la rectoría. Al principio, ni de eso estaban muy seguros, pero pronto comenzaron a aparecer ladrillos y, según nos informa ahora la BBC, han podido establecer ya las medidas exactas de la casa y han desenterrado los fundamentos, junto con más de 1.000 clavos y 500 fragmentos de cerámica, que se encuentran actualmente en proceso de estudio. Se espera que todos estos restos arrojarán una cierta luz sobre las características de la casa, así como sobre el tipo de vida que llevaban sus habitantes. Prometen un informe detallado para finales de 2013, y los elementos más relevantes de lo hallado se expondrán luego en el cercano museo de Basingstoke. Seguiremos con atención las noticias, al respecto. Mientras las esperamos, no se pierdan las periódicas actualizaciones de este blog, en directo desde la "otra" casa de Jane Austen, la que sí se puede visitar hoy, situada en Chawton.
O, aún más fácil, relean cualquiera de sus novelas. Satisfacción asegurada.
Algunos de los restos de cerámica descubiertos en Steventon
Foto BBC

viernes, 21 de diciembre de 2012

EL ARTE DE CAMINAR

 
 
Mi regalo de Navidad de este año es muy pequeño, tanto en tamaño como en precio. Pero muy grande en cuanto a la ilusión que me produce. Hace ya un tiempo, casi al principio de escribir este blog, mencioné en una entrada este librito, que imprudentemente había regalado o prestado y que desesperaba de encontrar de nuevo. Este volumen, casi un opúsculo (lo muestro en la foto junto a un lápiz para que se vea lo poco que abulta), editado por la Universidad Nacional Autónoma de México y con una introducción de Hernán Lara -vean lo que dan de sí tan pocas páginas- reúne dos ensayos capitales sobre el arte de caminar, con la peculiaridad de que el primero, de William Hazlitt, sirve de inspiración al segundo, de Robert Louis Stevenson, tal como si se tratase de una variación musical. Ambos - titulados respectivamente "Dar un paseo" y Excursiones a pie"- glosan los placeres de dar un paseo por el campo, preferiblemente sin compañía, en esa soledad que nos permite "leer el libro de la naturaleza". No es éste el único beneficio que se deriva de estos solitarios paseos: el paseante puede permitirse entonces detenerse a su antojo, pensar, deleitarse ante los paisajes o, "llevado por la bella embriaguez que procede del abundante ejercicio al aire libre", romper a cantar. Los dos textos resultan inspiradores y deliciosos para cualquiera que, como es mi caso, ame el noble arte de caminar. El librito, bellamente editado, con un papel y una tipografía idóneas, lleva en la contracubierta una sola frase: "Lee este libro: puede cambiar tu vida". No sé si llegaremos a tanto, pero a mí me vale con la alegría que sentí ayer al localizarlo por sorpresa en una esquina de la librería Laie. ¡Qué buen regalo!
 
Para estas fiestas, sólo desearles que, igual que nuestros dos caminantes británicos, sean capaces de "encontrar altos momentos de felicidad en las pequeñas acciones de la vida cotidiana".
¡Feliz Navidad!
 
La librería Taifa, un hogar libresco muy recomendable,
nos regala este árbol navideño hecho de libros.
Pasadas las fiestas no necesita reciclaje, los libros simplemente
vuelven a la estantería. ¿Se puede ser más ecológico?
 

martes, 18 de diciembre de 2012

ARNOLD BENNETT YA TIENE HOGAR

Arnold Bennett
Muchas gracias a todos los blogueros que han aceptado participar en la ABBA (acróstico de la Arnold Bennett Bloggers Assembly, no piensen otra cosa). A todos ellos, así como a todos los que aún esperamos que se sumen a la iniciativa, me complace anunciarles que ya está operativa la página correspondiente, donde de momento figuran los enlaces a todas las bitácoras y páginas web que han manifestado su deseo de participar. A la espera que llegue el 27 de marzo, esa fecha cumbre del acontecimiento bloguero, no estaremos inactivos. Pásense de vez en cuando por allí, que iremos incluyendo informaciones de interés sobre nuestro autor y su época. También aceptamos, cómo no, todo tipo de colaboraciones. Ánimo, pues, blogueros literarios ¡os esperamos!

miércoles, 12 de diciembre de 2012

ENCUENTRO BLOGUERO: ARNOLD BENNETT

¿Arnold Bennett? ¿Quién es ese señor? ¿Y por qué un "encuentro bloguero"? ¿Qué quiere decir eso y para qué sirve? Sí, soy consciente de que deben estar haciéndose estas preguntas y probablemente muchas más. Intentaré responder al menos a algunas de ellas..  
No somos demasiados, creo yo, los que conocemos algo de la obra de Arnold Bennett -poco traducida en nuestro país, hasta ahora- y de ellos quizá sólo una minoría compartimos el entusiasmo por sus escritos. Pero los organizadores de este encuentro pensamos que a poco que otros se animen a leerlo, se sumarán a  él. Y de eso va el encuentro: se trata de comentar, debatir, hablar, compartir, criticar, reseñar o cualquier otra cosa que se les ocurra en torno a la figura y la obra de este escritor tan desconocido pero tan estimulante. Baste decir que, además de numerosas novelas, es autor de artículos y ensayos de corte práctico -como el titulado Cómo vivir con veinticuatro horas al día-, así como ingeniosos opúsculos, entre ellos Journalism for Women: A Practical Guide, del que traigo como muestra un fragmento, para que se hagan una idea:

"La vida (dice el público) es aburrida. Pero los buenos periódicos son reportajes de la vida, y los buenos periódicos no son aburridos. Por eso mismo, el periodismo es un arte: es el arte de prestar a personas y acontecimientos intrínsecamente aburridos un interés que en realidad no les pertenece. Ésta es una profunda verdad. Si alguien lo pone en duda, que asista a un debate en la Cámara de los Comunes y compare sus impresiones de la velada con las impresiones que proporciona la crónica parlamentaria en su diario a al mañana siguiente. La diferencia le parecerá casi milagrosa."

Les dejo algunos enlaces a su biografía, a la Arnold Bennett Society y a las obras originales (que se pueden bajar gratis de Project Gutenberg) de este autor, así como una curiosa reseña del papel que tuvo Bennett en la Primera Guerra Mundial. Verán, verán como es interesante...

Lo que nos proponemos es sencillo: el día 27 del próximo mes de marzo (cuando se conmemora el fallecimiento del autor) un numerosísimo grupo de blogs y bitácoras colgará en la red un post o una entrada comentando algún aspecto relacionado con la literatura, la época o la figura de Arnold Bennett. Nuestro escritor es tan polifacético que incluso podrían participar bloggers gastronómicos: en el lujoso hotel Savoy de Londres siguen ofreciendo a sus clientes la omelette Arnold Bennett, porque fue él quien la inventó... Es preciso señalar que este proyecto no responde a intereses editoriales o pecuniarios de ningún tipo y, si algo pretende, además de promover la figura de Arnold Bennett, es tender una red de blogs literarios que entablen una relación de comunicación y análisis que vaya más allá de la triste redacción solitaria e ignorada. Para ello,  se habilitará una página específica independiente y anónima en la que se irán colgando todos los links referidos a este proyecto.
De momento, participamos en él los siguientes blogs: La amena biblioteca de Redfield Hall, Leo en el océano, Calidoscopio, Meliora Latent y Las luciérnagas no usan pilas, además de estas Notas para lectores curiosos. Pero no nos cabe duda de que engrosaremos la nómina notablemente, y confiamos en poder contar con una amplísima red de blogs literarios para cuando llegue el día señalado.
En este proyecto no hay derecho de admisión y todos serán bien recibidos. ¿Quién se anima?

La Arnold Bennett Omelette, por si a alguno
le entra hambre...
Prometemos facilitar la receta.

 

sábado, 8 de diciembre de 2012

PERSONAJES REALES, PERSONAJES DE FICCIÓN

Monumento a Alexander Selkirk. A diferencia de su alter ego literario,
no naufragó, sino que sus compañeros le abandonaron en la isla.
"Realidad y ficción no siempre coinciden, a veces lo real no es verosímil y a veces lo verosímil no es real", dicen por ahí. Eso también se aplica a los personajes de ficción. Por más que los personajes literarios puedan semejar personas de carne y hueso -suponiendo que el escritor haya logrado ese pequeño milagro- difícilmente alcanzan la complejidad de las personas reales, porque si así fuese lo más probable es que resultasen increíbles para el lector. Aún así, tenemos constancia de bastantes personajes de ficción que se basan en personajes reales. Lo habitual es que el escritor haya escogido algunos de los rasgos sobresalientes de esa persona y a partir de ellos imaginase lo demás, modificando, quitando o añadiendo según fuesen las necesidades de su narración. El Smithsonian Magazine dedicó hace poco un artículo a glosar a algunas figuras que inspiraron famosos personajes de ficción. Entre ellos, algunos muy obvios y conocidos, como el Alexander Selkirk que sirvió de base para la figura de Robinson Crusoe, o Nora Barnacle, la mujer de Joyce que se esconde tras la Molly Bloom del Ulises. Otros, en cambio, seguramente menos conocidos, nos llevan a preguntarnos por esa fina líena que separa a veces lo real de lo imaginado, la realidad de la ficción. Vean sino estos dos.
El primero de ellos es John Gray, la contrapartida en la vida real del Dorian del mismo apellido que Oscar Wilde retrató. El joven y hermoso -"joven Adonis", en palabras de Wilde- John Gray formaba parte de su mismo círculo literario londinense y parece que ambos tuvieron una relación romántica. Hay que decir que Wilde no se tomó demasiadas molestias para disfrazarlo en la ficción, ya que le mantuvo el apellido y le dio un nombre propio derivado de un antiguo pueblo de Grecia, los dorios, de quienes se dice que "introdujeron al efebo como institución reconocida". Tras la publicación de El retrato de Dorian Gray, fueron muchos los que comenzaron a llamar a John Dorian, algo que le incomodaba en extremo. Quizás por ello, o quién sabe por qué motivos, John Gray acabó trasladándose a Roma, donde se hizo sacerdote.


En el otro caso, tenemos un personaje real que, según dice, fue en realidad más grande que su reflejo literario. Se trata de Huey P. Long, que en la ficción se convertiría en el Willie Stark de Todos los hombres del rey, de la mano de Robert Penn Warren, un personaje que luego encarnarían en la pantalla sucesivamente Broderick Crawford (1949) y Sean Penn (2006). (Por cierto, esta película me la perdí, pero veo que debo recuperarla cuanto antes, porque en ella actúa, además de Sean Penn y los siempre eficaces Kate Winslet y Anthony Hopkins, mi querido James Gandolfini.) Pues este tal Long, gobernador de Luisiana y luego senador, era un prodigio de manipulación y políticas demagógicas. Entre otras muchas cosas, dejó a los alcaldes sin potestad para nombrer a funcionarios locales -que naturalmente nombrabe el gobernador, o sea él-, estableció sanciones para los periodistas (para los que le criticaban, desde luego) y organizó su propio cuerpo de policía. Todo esto le granjeó no pocos enemigos, y acabó asesinado a los 42 años. Un tipo contradictorio y perversamente fascinante. Lleyendo la novela se tiene la impresión de que su autor no tuvo que inventar demasiado, más bien el problema sería dejar fuera episodios de la intensa vida de su personaje.


 

domingo, 2 de diciembre de 2012

JANE AUSTEN, CHESTERTON Y P.D. JAMES

G.K. Chesterton
Dice el gran G. K. Chesterton, en un artículo titulado "Sobre la reescritura de novelas como relatos detectivescos o de misterio" que "cualquier novela famosa, sobre todo si es tranquila y doméstica, podría reescribirse en forma de relato detectivesco". Imagina entonces que podrían existir obras como Crimen en Cranford -¡lo mucho que hubiesen disfrutado las señoritas de ese tranquilo pueblo inglés con un verdadero crimen!-, y que Persuasión sería un buen título para una novela de asesinatos, aunque a su parecer la novela de Jane Austen que ofrece más posibilidades para este cambio de género es Orgullo y prejuicio: "...está clarísimo. Lady Catherine de Bourgh muere asesinada. Nadie podría precederla socialmente en esta ocasión social (...) Las primeras sospechas recaen necesariamente en el señor Darcy, una figura sombría, siniestra, solitaria e impopular por sus hábitos poco sociables y por su inhumana arrogancia". Otros personajes de esta novela dan también mucho juego para el relato detectivesco: "Podrían idearse escenas muy eficaces con el interrogatorio policial del señor Bennet, cuyas sardónicas respuestas dejan al detective lleno de dudas sobre si el señor Bennet quiere decir que cometió el asesinato o que está sinceramente arrepentido de su negligencia por no haberlo cometido". Resulta muy probable que P.D. James, que es una persona culta y leída, conociera este ensayo de Chesterton e incluso, ¿por qué no? que decidiera tomarle la palabra y explorar las posibilidades que él apunta. Aunque me ha extrañado que ninguno de los críticos que se han ocupado de La muerte llega a Pemberley, la nueva novela de P.D. James que retoma los personajes de Orgullo y prejuicio, haya mencionado esta más que notable coincidencia (¡ni siquiera el New York Times!; decididamente, los críticos cada vez hacen peor sus deberes).  
La escritora inglesa, creadora del detective -y gran aficionado a la poesía- Adam Dalgliesh, no sigue sin embargo el camino apuntado por Chesterton. En su novela, es cierto, retoma a los personajes de Austen, pero varios años después de lo narrado en Orgullo y prejuicio. Elizabeth y Darcy están felizmente casados y han sido padres de dos hijos, cuando en sus vidas irrumpe de nuevo la alocada Lydia y su poco recomendable esposo, Wickham. ¡Problemas en el horizonte! A pesar de lo prometedor del inicio para cualquier lector de Austen que se hubiera quedado con las ganas de saber algo más acerca de esta singular pareja  -es bien sabido que los personajes que se saltan las normas siempre resultan más atractivos que los que las obedecen-, esta incursión detectivesca en la materia austeniana no está a la altura de las expectativas. Que, me temo, eran bastante altas. El misterio es ciertamente intrigante, pero la investigación se arrastra a paso de tortuga y el final ... bueno, de eso no voy a decir nada. Y, aunque James ha logrado recrear con bastante exactitud el lenguaje del siglo XIX, el humor y la chispa que caracterizan a Jane Austen están más bien ausentes. La maternidad, por su parte, parece haber convertido a la anteriormente chispeante elizabeth en una matrona sólo interesada por el bienestar de su esposo e hijos y por respetar las formas sociales. En conjunto, una cierta decepción. No dejo de preguntarme por qué la señora James no haría caso a Chesterton. O por qué Chesterton no seguiría su propia sugerencia y se encargaría él mismo de transformar esta "novela tranquila y doméstica" en una trepidante y divertida novela de asesinatos. Creo que a él, al menos, no le hubiese fallado la ironía.
Quien esté interesado en leer entero el artículo de Chesterton, lo encontrará incluido en el volumen Cómo escribir relatos policíacos, una miscelánea de reseñas, prólogos y ensayos varios publicados en diversos lugares por el escritor británico. No es, desengáñense, un manual para iniciarse en el género detectivesco, pero como todos los textos de Chesterton, rebosa ingenio y humor.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

MI NOMBRE ES BOND, Y OTROS NOMBRES LITERARIOS


Como todo escritor sabe, no hay nada inocente en el nombre de un personaje. Uno puede inventar una figura de ficción llena de atractivo, aventurera, fascinante, pero si no es capaz de dar con el nombre adecuado para su criatura, corre el peligro de que no tenga el aura necesaria para convencer al lector. ¿Se imaginan qué hubiese pasado si el personaje de Ian Fleming se hubiese llamado Matthew Pumpernickel, por ejemplo? Por suerte, Fleming, gran aficionado a la ornitología (también los escritores tienen sus pasatiempos, no todo ha de ser escribir y escribir), no tuvo que ir muy lejos para dar con ese nombre. Le bastó con mirar la cubierta del extenso y utilísimo Birds of the West Indies, escrito por el ornitólogo James Bond. Seguramente, cuando bautizó a su personaje, Fleming no tenía ni idea de que el James Bond de ficción llegaría a ser mucho más famoso que el auténtico. (Uno se pregunta qué tal lo llevaría el ornitólogo en cuestión, claro.)
 
Un libro que se ha hecho famoso
por motivos no relacionados con su contenido
Y es que lo de poner nombres a los personajes tiene su complicación. ¿Hay reglas para nombrar? ¿Hay nombres más adecuados para unos géneros que para otros? A este misterioso arte ha dedicado todo un volumen Alastair Fowler. No lo he leído -mi interés por los nombres en la literatura inglesa tiene un límite-, pero sí me he divertido bastante con la amplia reseña que le dedica la London Review of Books. He aprendido así que hay autores que prefieren que los nombres de sus personajes suenen lo más neutros posible (Henry James, por ejemplo), pero que incluso estos caen a veces en la tentación de darles algún significado. Así, mientras Jane Austen suele inclinarse por nombres anodinos como Elizabeth Bennett o Fanny Price, no pudo evitar darle a uno de sus personajes el nombre de Knightley. Puesto que "knight" es "caballero" en inglés, está claro que iba a hacer honor a él. Curiosamente, Emma no se percata de ello hasta bien entrada la novela.
Sepan que todo está estudiado y que, como en tantas otras cosas, también los griegos fueron los pioneras en ocuparse de los nombres. Los nombres que dan pistas sobre el carácter del personaje se denominan "cratílicos" porque ya Platón en el Crátilo dijo que existe una relación intrínseca entre el nombre y la naturaleza de lo nombrado. También se llama "determinismo nominativo" a la tendencia a anticipar a través del nombre lo que va a hacer el personaje. Por ejemplo, cuando la Lisístrata de Aristófanes salía a escena, los griegos que se encontraban en el teatro ya se olían que esta señora tenía intenciones pacifistas, porque Lisístrata en griego quiere decir "la que disuelve el ejército".  Sin remontarnos tan lejos, cuando Galdós le da a un personaje el nombre de Máximo Manso, no resulta extraño que éste resulte un ejemplo de rectitud y tolerancia. Y no hay que ser adivino para anticipar que Sancho Panza será alguien más preocupado por llenar el estómago que por deshacer entuertos.  
Hay que reconocer que, una vez que somos conscientes de la importancia de los nombres, uno empieza a ver significados y conexiones por todas partes. Los nombres importan, y participan de las cualidades literarias del texto: significado, sugerencia, referencias extraliterarias...
Por más que Shakespeare le haga decir a Julieta:
What's in a name? that which we call a rose
By any other name would smell as sweet
,
en los nombres hay mucho más de lo que parece.
 

jueves, 22 de noviembre de 2012

LIBREROS CON IMAGINACIÓN

La acogedora Pequod Llibres
¿Las librerías padecen la crisis? Desde luego, intensamente. Pero no están acabadas, ni de lejos. No al menos mientras algunos libreros sigan haciendo gala de iniciativa, imaginación e ingenio.  Mientras las grandes cadenas están cada vez más vacías, continuamente veo aparecer en mi barrio pequeñas librerías, muchas de ellas puestas con más ilusión que medios, pero todas resueltas sin ninguna duda a capear el temporal. A falta de grandes inversiones, hay que echarle ganas, especializarse y demostrar que rebuscar en una librería sigue siendo más divertido que confiar en los algoritmos de Amazon. Como han hecho los que supongo valientes propietarios -no los conozco pero su arrojo es evidente- de la minúscula y encantadora Pequod Llibres, en el barrio de Gracia de Barcelona.
 
O, saltando a otro continente, alimentar el negocio con ideas originales, que es lo que ha hecho el dueño de la librería The Monkey's Paw de Toronto, inventando nada menos que el Biblio-mat. ¿En qué consiste tan novedosa máquina? Pues es una máquina de vending de libros. ¿Que eso ya existe? Sí, desde luego (aunque las que se pusieron durante un tiempo en el metro de Barcelona, al menos, ya han desaparecido). Pero es que no es una máquina de vending corriente. La gracia del asunto reside en que suministra libros al azar. Es decir, uno mete dos dólares -se trata de libros usados- y recibe a cambio uno cualquiera del notable stock de obras diversas que Stephen Fowler, el librero, ha ido acumulando. Como dice en esta entrevista, "por la propia naturaleza del negocio de libros de segunda mano, acabo teniendo gran cantidad de libros que son interesantes y que vale la pena conservar, pero que en la práctica apenas tienen valor de venta". No me digan que por dos dólares no se aventurarían ustedes a ver qué sale de ese Biblio-mat con su bonito aspecto vintage. Máxime si nos hemos dado antes una vuelta por el catálogo del señor Fowler y hemos podido ver en él obras tan curiosas y enigmáticas como Restorative Art -todos los secretos del arte cosmético para difuntos- o un sin duda igualmente utilísimo Dictionary of Russian Gesture. Estoy segura de que la máquina maravillosa guarda muchas divertidas sorpresas. 
 
 
Por cierto, el nombre de esta original librería remite a un relato de terror de W.W. Jacobs (traducido en español como "La zarpa del mono") que es uno de los que más miedo me han dado en mi vida. Sé bien que hoy es Thanksgiving (me espera un pavo gigante en casa de mi amigo neoyorquino) y no Halloween, pero si a alguien le apetece sentir auténticos escalofríos, aquí lo tiene.
 

lunes, 19 de noviembre de 2012

EL LIBRO Y SUS ARTÍFICES (I): EL DISEÑADOR

Si atendemos a ciertas opiniones que circulan por ahí, se diría que para que haya un libro basta con que exista un autor. Error. Con ser éste un elemento fundamental, para convertir un  manuscrito en un libro impreso es precisa la intervención de toda una cadena de profesionales cuya labor, a menudo oculta, no es sólo imprescindible para éste tome cuerpo, sino que influye de manera decisiva en su forma final y, a la postre, en su efecto sobre el lector. Ahora que tanto se reivindica la autoedición –parecería que gracias a ella el autor se basta y se sobra, pero a la vista están los resultados para desmentirlo─, he creído oportuno presentar desde este espacio a algunos de estos protagonistas silenciosos del libro. Hacerlos visibles, porque su profesionalidad, su criterio y su trabajo hacen de los libros esos objetos que tanto amamos.

Más de una y de dos veces hemos hablado aquí de las cubiertas, esa carta de presentación del libro y de su importancia.  Recientemente, comenté la arriesgada –y conseguida─ cubierta con que Alba Editorial presenta su nueva traducción de la inmortal obra de Flaubert, La señora Bovary. Pues bien, hoy traemos a Pepe Moll de Alba, pintor, diseñador y sobre todo gran  artista, artífice de ésta y del resto de cubiertas de dicha editorial. Llaman en ellas la atención esa combinación entre rigor y sensualidad que se ha convertido en una marca de la casa. Pepe se ha prestado amablemente a contestar algunas preguntas acerca de su trayectoria profesional  y de su trabajo como diseñador de cubiertas.
Pepe Moll de Alba
Para empezar, ¿puedes hablarnos brevemente de tu formación, tu vinculación con el diseño de libros, tus otras facetas artísticas?
Aunque casualmente nací en Barcelona soy de origen canario. Allí pasé mi infancia y juventud hasta que marché a estudiar a Alemania. Primero estudié pintura en Múnich en la Freie Kunstschule München y luego seguí mi formación artística en la Hochschule für Gestaltung, Kunst und Medien de Stuttgart para acabarla en Roma. Relato todo este periplo porque esta mezcla de influencias tan dispares es lo que más me ha marcado profesionalmente.
Actualmente vivo y trabajo como pintor y diseñador de libros entre Canarias, Barcelona y la Toscana.
Desde 1995 soy responsable del diseño de la editorial ALBA.
 
Cuando te encargan una cubierta, ¿cómo es tu proceso de trabajo? ¿dónde y cómo buscas las ilustraciones?

Después de tantos años diseñando libros –debo de haber hecho ya más de mil– he desarrollado la capacidad de visualizar las cubiertas, de verlas.
En primer lugar es muy importante que el editor o el autor tenga confianza en uno y deje hacer, pero también que transmita su enfoque correctamente. A veces esta primera orientación no está clara o no me gusta y es entonces cuando hay que convencer con otro punto de vista. La edición es un trabajo en grupo y ahí está la parte más estimulante y divertida, pero la coherencia visual tanto a nivel del libro en concreto como de la editorial en su conjunto es mi responsabilidad.
Cada libro se puede enfocar desde muchos puntos de vista. Me gusta pensar que trabajo para un lector inteligente que agradece los guiños que evitan la obviedad. Este juego es muy inspirador. En la editorial ALBA he tenido la suerte de trabajar desde sus inicios con un editor como Luis Magrinyà con el que tengo una gran afinidad, tanto estética como de concepto.
 
 
 
Ser pintor también ayuda. He trabajado mucho el color hasta hacerlo marca de la casa y muchas de las cubiertas están relacionadas con mi búsqueda personal y la información visual acumulada de años.
En cuanto a las ilustraciones no es tanto donde las encuentro como la manera de tratarlas, el encuadre, la elección de un detalle en concreto, la forma de combinarlo con la tipografía. Es esto lo que hace que una imagen obtenga un enfoque diferente y se personalice, ganando en tensión y misterio.
 

Desde fuera, comparando por ejemplo algunas de las primeras cubiertas de la colección AlbaClásica con las del Red Riding Quartet o las más recientes de Rara Avis, por citar sólo algunos ejemplos, podríamos decir que tu estilo ha ido cambiando. ¿Hacia dónde crees que te lleva esta evolución?
 
Un acierto en la editorial ALBA ha sido que el diseño estuviera centralizado, lo que ha permitido editar todo tipo de libros siendo siempre el producto final marca ALBA.
Continuamente hay que renovarse, lo que vale para un año lo deja de hacer al siguiente. Uno también va cambiando y eso se refleja en el trabajo. Hay diseños de colecciones que se han convertido de referencia y no se pueden tocar. Funcionan y tenemos un público fiel que nos sigue, como es el caso de Alba Clásica.

 
 Por otra parte tenemos que abrir nuevas vías e intentar llegar a otro tipo de lector y cada colección pide una nueva solución estética y un nuevo lenguaje. Rara Avis es el reto de poder hacer una colección atractiva con solo dos colores, dos tintas. Esto hace que el resultado visual cambie, que repercuta también en el precio de venta y lleguemos a más gente.

 
La cubierta es un elemento muy importante de la comunicación del libro. ¿Cómo crees que tus cubiertas, específicamente, complementan o interactúan con el texto de la obra en cuestión?

Veo las cubiertas como el icono visual del contenido, la cara de la literatura. Hay colores que atraen más que otros, que crean atmósferas y con ellos se puede reflejar lo que el lector encontrará dentro del libro. La tipografía también es una herramienta de expresión importante y la utilización de una u otra hace que el conjunto cambie. No es lo mismo un libro de novela negra, de arte, infantil o un clásico. Cada uno va dirigido a un tipo de lector. Hay que tener en cuenta todo: si es en color o en blanco y negro, si el plastificado del libro es mate o brillante, tapa dura o rústica. Cada elección tiene un efecto diferente y en ese juego de equilibrios radica el que se consiga el objetivo.

 
¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

Cada libro es un reto, algo nuevo que me estimula y esto es un lujo.

 ¿Puedes citar a algunos diseñadores o artistas en general que sean unos referentes para ti?
 
Más que artistas en concreto diría que mis influencias son centroeuropeas en general (sobre todo alemanas aunque también inglesas) e italianas, que es donde me he movido. Como si de manera natural hubiera mezclado el Renacimiento toscano con la Bauhaus. Es en esa mezcla y en esa tensión donde me muevo, que por puentes invisibles y personales conecta a la vez con mis raíces canarias. Es quizás por eso que dicen que mis libros parecen hechos en el extranjero y gustan tanto fuera.

 
¿Qué cubierta te gustaría diseñar que aún no te han propuesto?
 
¡Hay tantas buenas cubiertas hechas que nunca verán la luz! Hay un libro que siempre quise diseñar pero nunca llegó, Viaje a Italia de Goethe, quizás porque fue también desde Alemania que descubrí ese país. Tenía la imagen elegida por si en algún momento se hiciera, ya que hemos publicado varios libros de este autor. El cuadro se titula Recuerdo de Roma del pintor alemán Carl Gustav Carus pero no sabía en qué museo se encontraba. Años mas tarde, estando en Frankfurt y por recomendación de la directora de la editorial, fui a visitar la casa natal de Goethe. Y allí estaba, colgado en su casa.
Cuando la vida rima es que vas bien.

 
Hablar con Pepe de diseño o de arte es un verdadero placer. Casi tan importante como su faceta de diseñador es la de pintor; podríamos decir que aplica en sus telas la misma exquisita sensibilidad que en sus cubiertas, aunque con un estilo bien distinto. Próximamente, según me dice, expondrá en Barcelona. No dejen de ira a verlo.

jueves, 15 de noviembre de 2012

MALAS CRÍTICAS

 
¡Ah, los críticos! Temidos, denostados, escuchados, discutidos... A casi nadie parecen gustarle, pero en una forma u otra siguen siendo necesarios. Con su habitual ácido ingenio, el aforista aleman Johann Christoph Lichtenberg (1742-1799) dijo hablando de ellos: "Un libro es un espejo: si un mono se asoma a él, es poco probable que refleje a un apóstol". La postura del crítico literario es hoy quizás más contestada que nunca, ya que le ha salido competencia por todos lados: gracias a internet, cualquiera -desde el lector que deja su comentario en la tienda virtual en la web del editor hasta el bloguero más o menos especializado- puede opinar sobre un libro y (cosa que hasta ahora no sucedía) ser escuchado. Puesto que yo misma incurro  de vez en cuando desde estas páginas virtuales en alguna forma de crítica literaria, me abstendré, por aquello de no ser juez y parte, de entrar en el apasionante debate sobre si el crítico literario tiene hoy aún alguna función. Únicamente, en un intento de relativizar el papel de las críticas, traigo aquí algunas malas críticas que recibieron autores y obras que, con el tiempo, han gozado de la estima del público e incluso de los estamentos académicos. Espero que sirva, además de como ejercicio de humildad para todos los que nos atrevemos a opinar sobre lo que otros han escrito, para animar a los esforzados escritores a no dejarse amilanar por las malas críticas. A veces, el malo no es el criticado, sino el crítico.

"Aquí todos los defectos de Jane Eyre (de Charlotte Brontë) resultan mil veces ampliados, y el único consuelo que nos queda al reflexionar sobre ello es que nunca será una obra muy leída." -James Lorimer, North British Review, 1847, sobre Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

 "Whitman es tan desconocedor del arte como un cerdo lo es de las matemáticas." -The London Critic, 1855, sobre Hojas de hierba, de Walt Whitman

 "Lo que nunca ha tenido vida no es probable que siga viviendo. De modo que éste será un libro de sólo una estación." -New York Herald Tribune, 1925, sobre El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald

 "Éste es el primer intento del señor Ionesco de escribir una obra social, y el número de representaciones de que es susceptible es más o menos igual al número de sus espectadores." - Kenneth Tynan sobre la obra El rinoceronte de Eugene Ionesco, 1960

 "Haciendo una estimación por lo bajo, los lectores americanos se gastarán un millón de dólares en este libro. Por su dinero, obtendrán 34 páginas de valor duradero. Estas 34 páginas narran una masacre que sucede en una pequeña ciudad española en los inicios de la guerra civil... Señor Hemingway, por favor, publique la escena de la masacre por separado y luego olvídese de Por quién doblan las campanas; por favor deje las historias de la Guerra Civil española para André Malraux..."-Commonweal, 1940, sobre Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway

"Monsieur Flaubert no es un escritor." -Le Figaro, 1857, sobre Madame Bovary, de Gustave Flaubert
 
 
Claro que no sólo reciben los escritores, también los músicos se llevan lo suyo. Y, en ocasiones, incluso por parte de algún escritor:

"Me gusta Wagner; pero mi música preferida es la de un gato que cuelga por el rabo de una ventana e intenta agarrarse a los cristales con sus uñas." -Charles Baudelaire

lunes, 12 de noviembre de 2012

DE MARY SHELLEY, PARA LORD BYRON: DESTINO FINAL


Hace un tiempo, nos hicimos eco aquí del feliz hallazgo de un ejemplar de Frankenstein dedicado por su autora, Mary Shelley, a lord Byron. El valioso ejemplar estaba destinado a ser subastado, y muy posiblemente algunos lectores se quedasen con la intriga de saber qué ha sido de él. Hoy, gracias a Urzay, que me ha proporcionado la información, puedo satisfacer esa curiosidad. Bueno, no del todo, porque la librería y galería de arte que se ha encargado de la subasta, la prestigiosa Peter Harrington, no ha revelado ni la cantidad por la que se ha vendido ni quién ha sido el comprador. Sí ha asegurado, sin embargo, que se trata de un coleccionista del Reino Unido y que "el libro podrá ser visto en público y participará en exposiciones dentro del Reino Unido".
[Por cierto, que husmeando en su catálogo se me han puesto los dientes largos al ver que podría adquirir (en el hipotético caso de disponer de 8.500 libras esterlinas) una hermosísima primera edición de Oliver Twist)]
Lo más interesante de esta noticia, sin duda, el video que la acompaña, donde se puede ver la preciosa librería y asistir a la velada de presentación del libro. No se pierdan al joven y simpático descubridor, Sammy Jay: 



 
El acto contó con la intervención de Miranda Seymour, biógrafa de Mary Shelley (y también de Ottoline Morrell, Robert Graves y Henry James). La señora Seymour es además -es el día de la envidia, definitivamente- propietaria de la grandiosa Trumpton Hall, que perteneció a la familia de la primera esposa de Byron y, en adelante, a los descendientes de éste. Hoy se puede alquilar para bodas, seminarios y celebraciones varias. ¿Alguien se anima?


jueves, 8 de noviembre de 2012

ELOGIO DE LA DIFICULTAD


Un paseíto por el barrio puede ser muy agradable, aunque estarán ustedes de acuerdo en que no procura la sensación de haberse superado a uno mismo. Subir una montaña de dos mil metros, en cambio, puede resultar una tortura por momentos, pero conseguirlo procura una satisfacción incomparable. Leer una novela romántica puede ser una buena manera de pasar una velada de invierno, acurrucada en el sofá. Sin embargo, no propociona, ni de lejos, la satisfacción intelectual que acompaña a la lectura de los Ensayos de Montaigne, por ejemplo. Todo tiene su momento, sin lugar a dudas. Pero al cerebro humano le gustan los obstáculos, se crece ante la dificultad; es más, según los últimos descubrimientos de la neurociencia, absorbemos mejor la información que nos ha costado conseguir, y la retenemos durante más tiempo. Que las limitaciones espolean la creatividad es algo que los poetas saben desde hace muchos siglos: por difícil que parezca, si uno se esfuerza lo suficiente casi todo se puede decir en catorce versos de once sílabas, que para colmo deben rimar entre sí siguiendo un patrón determinado. Que se lo pregunten a Lope de Vega y a Violante, si no. Revalidando algo que todos los lectores intuíamos, ahora resulta que leer es una actividad excelente también desde el punto de vista neurolingüístico. Y si se trata de lo que llaman "lectura profunda", es decir, lectura crítica y analítica, aún mejor. Según recientes investigaciones, ambas formas de enfrentarse a un texto -la superficial y la profunda- movilizan partes distintas del cerebro. La lectura profunda, en especial, hace trabajar al cerebro de una forma que sorprendió a los propios investigadores. Me alegro de que la ciencia corrobore los beneficios de la lectura -sobre todo porque eso nos da argumentos para dedicarnos a ella con aún más ahínco ("Es bueno para mi cerebro"), ahora que está tan de moda lo del entrenamiento cerebral-, pero los bibliómanos podríamos habérselo dicho sin necesidad de escáners ni de laboratorios. Leer una argumentación llena de inteligencia, por intrincada que resulte, descifrar las barrocas metáforas gongorinas o analizar las complejidades de los narradores faulknerianos produce una satisfacción que no sólo es estética, sino que a todas luces es "alimento para el cerebro" -"food for thought", como bien dice la expresión inglesa-, el equivalente intelectual de las proteínas sin las cuales nuestra materia gris decaería y moriría. La próxima vez que alguien armado de una maquinita de juegos me diga que está entrenando su cerebro, podré responderle con toda tranquilidad, sin levantar la vista del volumen que estoy leyendo, que "yo más".
 
Eso, LEE
 


 

sábado, 3 de noviembre de 2012

EL ARTE DE ESCRIBIR A MANO


¿Cuánto hace que no recibo una carta escrita a mano? No puedo ni recordarlo. Lo más parecido, quizás, alguna felicitación navideña (otra especie en franca extinción), aunque esas dos líneas de buenos deseos navideños casi no tienen valor en el recuento. El teclado omnipresente y, más recientemente, la comodidad de hablarle al móvil y que éste traduzca nuestras palabras en texto -saltándonos así incluso ese mínimo contacto manual- han reducido el arte de escribir a mano a algo testimonial. Pero que sigue siendo importante. Philip Hensher, escritor y crítico británico, lo cree así, y le ha dedicado todo un libro, Missing Ink: The Lost Art of Handwriting, que si bien seguramente no logrará que todos regresemos a la pluma y el bolígrafo, constituye al menos un toque de atención hacia ese arte que va quedando arrinconado por la tecnología. Tal como dice Hensher, la escritura autógrafa “registra nuestra individualidad, y la marca que la cultura ha dejado en nosotros. Algunos han visto en ella la clave inconsciente de nuestras almas y nuestra naturaleza más íntima. Se ha considerado una señal de nuestra salud como sociedad, de nuestra inteligencia, así como un objeto lleno de simplicidad, gracia, fantasía y belleza en sí mismo".  En el pasado, la letra manuscrita de un persona se veía como un indicador irrefutable de sus rasgos personales. Una caligrafía bella y legible reflejaba el orden mental de su autor, su educación, su esmero. Y lo que se escribe en momentos de intensa emoción transmite no sólo en las palabras, sino también en la letra, esa turbación del ánimo. Esos rasgos de personalidad se pierden irremediablemente en el texto mecánico. Por muy sentido que sea lo que queremos transmitir, los signos que trasladan el mensaje son tan fríos como los de una circular del banco. Está claro que, en aras de la rapidez y la comodidad, hemos dejado algo atrás.
Hasta tal punto echamos de menos la letra manuscrita que unos tipos listos incluso han inventado una aplicación, Fontifier, que permite escanear la propia letra y aplicarla a un texto de ordenador, para conseguir así una nota aparentemente manuscrita pero totalmente automatizada. El colmo.

 
Escribir a mano involucra no sólo la mano y la muñeca, sino también el brazo, el hombro, a veces incluso todo el cuerpo.  En las personas zurdas se aprecia especialmente el esfuerzo de la escritura; su brazo, su espalda, se curvan al escribir. Los escolares que aprenden este arte también dan muestras de su esfuerzo, mientras aferran el lápiz con fuerza y dejan que asome la lengua, concentrados al máximo para lograr trazar esa curva de la "a" o el palo ascendente de la "b". Pues si los sumerios trazaban sus signos en tabletas de arcilla y los romanos sobre cera, la pluma o el lápiz también dejan surcos sobre el papel cuando escribimos, rastro físico de la fuerza efectuada. Podríamos decir que al escribir a mano nos volcamos sobre el papel, con el que tenemos una conexión directa, mientras que el teclado y la pantalla ponen una distancia entre lo que queremos decir y su manifestación fisica final.
Aunque no hable como una voz por teléfono (o como una comunicación por Skype), una carta manuscrita "habla" a través de la letra de su autor. Las letras sobre la página viven y respiran como quien las escribió, y seguirán haciéndolo incluso cuando éste haya desaparecido. Mucho más que una página mecanografiada, la carta de alguien querido sigue interpelándonos y dialogando con nosotros a través del tiempo.
Decía que hace tiempo que no recibo una carta. No es cierto. Mi madre, fallecida hace unos días, dejó entre sus papeles una carta dirigida a sus hijos. Esas hojas manuscritas, que nos hablan con una voz que ya no oiremos más, constituyen el legado más precioso que haya podido dejarnos.
 

martes, 23 de octubre de 2012

¡SPOILERS!

Marie leyendo en el jardín, del pintor
noruego Peder Severin Kroyer.
Durante uno de esos largos veranos de mi adolescencia, mi hermano y yo coincidimos -imagino que por aquello de las inevitables rivalidades fraternas- en querer leer el mismo libro, una novela policiaca cuyo título, la verdad, no recuerdo. Al final, impuse mis derechos de hermana mayor y me hice yo con él. Sin embargo, como tenía -y sigo teniendo- la costumbre de leer varios libros al mismo tiempo, durante algunos momentos del día el volumen en cuestión quedaba disponible. Mi hermano, taimado él, no sólo aprovechó esos intervalos para leerlo a escondidas, sino que ideó una sutil venganza: apuntó en una de las páginas, hacia el final, cuando la intriga estaba en su punto álgido, "El asesino es Tal" (no recuerdo tampo el nombre, claro). Me arruinó la lectura, por supuesto. Sirva esta anécdota para advertir a los lectores que hayan llegado hasta aquí que a lo largo de esta entada revelaremos el final de unas cuantas obras destacadas de la literatura. Quedan avisados. Luego, que nadie venga quejándose de que le he estropeado la lectura.
Todos tenemos lagunas en nuestra formación literaria, un "muro de la vergüenza" que a menudo no nos atrevemos a revelar. Y, en cualquier caso, admitamos que es imposible leer todo lo que se supone que una persona medianamente culta debe haber leído. No hay tiempo material. Por otro lado, como sugiere sensatamente el artículo del Huff Post que me ha servido de inspiración, ¿qué sentido tiene perder tu precioso tiempo leyendo varios libros de un autor que quizás no te gusta? ¿Sólo porque es un autor importante? Al estilo de lo que hacía Pierre Bayard en su libro Cómo hablar de los libros que no se han leído, ese artículo quiere ayudarnos a salir de esas situaciones en que alguien pregunta "¿Qué te pareció tal libro?" desvelándonos el final de unas cuantas de esas obras maestras. Eso no nos permitirá extendernos hablando del libro en cuestión, pero sí decir "No me gustó cómo acaba" o "Ese final me hizo llorar" (creo que sólo puede aplicarse a La cabaña del tío Tom). Así pues, ahí van unos cuantos spoilers. Pensando en el público de habla hispana, he añadido a los tomados del Huff Post un par que pertenecen a obras escritas en castellano. ¡Ah! y por si alguien no ha visto la película, me he abstenido de decir quién es el personaje que muere en el último volumen de la saga de Harry Potter (¿alguien tiene alguna duda aún de quién es?).
 
 
Moby Dick, de Herman Melville: Al contrario de lo que podría suponerse por la cubierta, Moby Dick no es una ballena llena de furia, sino más bien un ser apático, aunque muy poderoso. El que sí está obsesionado es el capitán Ahab, que acaba siendo arrastrado a las profundidades del oceáno junto con toda su tripulación, a excepción de Ishmael (que es el narrador; de no haber sobrevivido, no habría novela).
 
 
Ulises de James Joyce: Aunque esto es el anti-spoiler, porque lo de menos en la novela es el final, la cosa va así: Molly Bloom piensa ocho frases realmente largas mientras está en la cama junto a su esposo. Le parece que le va a venir la regla, lo que confirma que no está embarazada de un hombre que no es su marido.
 
 
 
 
La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe: El dueño de Tom muere antes de poder concederle la libertad a Tom y su malvada esposa se lo vende a un nuevo dueño aún más malvado, quien hace que lo maten porque se niega a denunciar a sus compañeros, que han escapado. Este sí es uno de los casos en que conviene saber el final.
 
 
La regenta, Leopoldo Alas "Clarín": El marido de Ana Ozores muere en un duelo por salvar su honor y ella se ve repudiada por toda la sociedad, incluido el Magistral, su confesor. La última escena transcurre en la catedral e inluye un beso viscoso como un sapo. Basta con decir que eso era realmente asqueroso para quedar bien.
 
 
El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez: Después de varios rechazos y de un paciente cortejo, Florentino Ariza logra por fin, a sus setenta años, conquistar el amor de Fermina. Nunca es tarde si la dicha es buena. ¡Por fin un final feliz!
 
 
 

jueves, 18 de octubre de 2012

EMMA BOVARY, REVISITADA

Las ediciones de Madame Bovary que
tengo en casa. Y creo que falta alguna...
Dice Mario Vargas Llosa en su espléndido estudio La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary: "Un puñado de personajes literarios han marcado mi vida de manera más durable que buena parte de los seres de carne y hueso que he conocido. Aunque es verdad que cuando personajes de ficción y seres humanos son presente, contacto directo, la realidad de estos últimos prevalece sobre la de aquéllos -nada tiene tanta vida como el cuerpo que se puede ver, palpar-, la diferencia desaparece cuando ambos tornan a ser pasado, recuerdo, y con ventaja considerable para los primeros sobre los segundos, cuya delicuescencia en la memoria es sin remedio, en tanto que el personaje literario puede ser resucitado indefinidamente, con el mínimo esfuerzo de abrir las páginas del libro y detenerse en las líneas adecuadas". Y, continúa, "ninguno más persistente y con el cual haya tenido una relación más claramente pasional que Emma Bovary". Unas palabras con las que me identifico plenamente. Madame Bovary, en esa época en que se descubre la gran literatura y en que todo parece nuevo, me deslumbró, hasta el punto que, durante varios años (creo que no tantos como Vargas Llosa, que dice haberla releído más de seis veces) este libro era mi lectura recurrente cada verano, y cada vez encontraba en él nuevos asombros, nuevos detalles fascinantes, un goce por el lenguaje difícil de igualar. Lo he leído en diversos formatos, en francés, en castellano -en la hasta ahora canónica traducción de Consuelo Berges- e incluso le he echado un vistazo a una traducción inglesa (¿sabían ustedes que la primera versión inglesa de este libro la llevó a cabo Eleanor Marx Aveling, la hija del mismísimo Karl Marx?) y siempre me ha deparado gratísimos momentos. Por eso, nada puede algerarme más que el hecho de que desde hace poco contemos con una nueva traducción al castellano, obra de María Teresa Gallego y primorosamente editada por Alba. Su título ha despertado algún debate, pues se ha castellanizado todo él a La señora Bovary. Pero la explicación que de ello da la propia traductora creo que zanja cualquier discusión.
 
 
 
¡Si la primera versión castellana llevaba por título La adúltera! (pienso que sus editores, atentos sólo a los superficial, creyeron que era un folletín). Otro motivo de satisfacción con esta edición es su bella cubierta. La mayoría de ediciones que conozco llevan como ilustración de cubierta una mujer (menos en el caso de la edición de Wordsworth de 1993, donde se ve un hombre desesperado, suponemos que el pobre Charles, ya viudo, aunque eso suena más bien a spoiler), pero el del botín es un motivo mucho más adecuado. Pues Flaubert, como nos recuerda Vargas Llosa en su estudio, era un verdadero fetichista de los pies y los pies, o el calzado, como motivo erótico son un detalle recurrente en la novela. Vean como muestra los aspectos que selecciona el novelista para mostrar cómo Charles percibe el abismo que separa a la joven y bella Emma (aún soltera, a quien él visita en su granja) de su propia, vieja y gruñona esposa. Como es natural, cito por la traducción de María Teresa Gallego:
"... le gustaban los zuequitos de la señorita Emma en las baldosas fregadas de la cocina; con esas alzas parecía de estatura algo mayor y cuando lo precedía al andar, esas suelas de madera, al alzarse deprisa, restallaban con un ruido seco contra el cuero de la botina." Su mujer, en cambio "... era flaca, con los dientes hacia fuera y llevaba en todas las estaciones una toquillita negra con un pico que le caía entre los omóplatos y el talle tieso metido en vestidos como fundas, que le estaban cortos y dejaban asomar los tobillos, con las cintas de unos zapatos muy anchos cruzándose encima de las medias grises".
Después de leer a Flaubert, resulta difícil ver unos botines sin que se encienda la imaginación...