John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 30 de noviembre de 2011

PERDIDOS Y ENCONTRADOS: LIBROS QUE REAPARECEN

La experiencia demuestra que rebuscar entre viejos legajos y manuscritos amarillentos no es una pérdida de tiempo, sino que incluso puede llevar a hallazgos insospechados. Casi coincidiendo con mi entrada anterior que también tocaba este tema, la web Flavorwire se ha descolgado con una serie de anécdotas sobre obras perdidas y encontradas. Para mi gusto, su criterio de selección es un tanto laxo, porque no es lo mismo la paciente búsqueda del investigador que sigue una pista que el heredero que va dosificando la publicación de originales inéditos o inacabados -véase el caso del hijo de Tolkien, que parece tener un fondo inagotable de este material-, o bien recupera alguna obra de juventud que el autor (a menudo con buen criterio) decidió en su momento no dar a la imprenta. En cualquier caso, muchas de estas historias de libros perdidos y encontrados tienen su enjundia. Vale la pena hacerse eco de algunas:
Irene Némirovsky, con su marido e hijas

Número uno en el ránking, simplemente porque se trata de una gran novela con una terrible historia detrás: Suite francesa de Irene Némirovsky. Durante los primeros tiempos de la Ocupación nazi, refugiada con sus hijas en un pueblecito francés, Irene Némirovsky se dedicó a escribir lo que esperaba sería una novela en cinco partes. Sólo llegó a completar dos de ellas antes de ser detenida y llevada a un campo de concentración, donde moriría. A sus hijas les dejó una maleta llena de papeles, una maleta que después de la guerra acabó en un desván. Sus hijas, creyendo que lo que había en ella eran los diarios de su madre, consideraron que leerlos les resultaría demasiado doloroso. Por fin, en 1998, su hija Denise decidió ordenar su contenido y descubrió que todas esas páginas escritas con una caligrafía diminuta y casi ilegible eran una novela. Durante muchos meses, se dedicó a transcribirlas y la obra por fin vio la luz en 2004. Por uno de esos juegos malvados de la vida, su otra hija, Elisabeth Gille, que era editora, murió en 1996 (tras escribir una biografía de su madre), de modo que nunca llegó a saber lo que contenía la maleta ni a leer esa novela póstuma de su madre.

Conan Doyle, en 1890
Otra historia, esta vez más graciosa: se trata de la primera novela de Arthur Conan Doyle, que escribió cuando tenía 23 años y que hace escasamente un mes vio por primera vez la luz, después de 130 años. Al parecer, Conan Doyle le envió al manuscrito a un editor, con tan mala suerte que éste se perdió en el correo. Entonces el autor decidió reescribirlo de memoria, aunque da la impresión de que esta le falló, porque el manuscrito recuperado ahora por la British Library, que lleva por título The Narrative of John Smith, termina en el capítulo sexto. En aquella época en que los novelistas escribían a mano, extraviar un original podía ser una verdadera tragedia.
A veces, el tiempo transcurrido entre la escritura y la publicación pone de relieve aspectos que en su tiempo hubieran pasado inadvertidos. Eso es lo que sucedió con la novela "perdida" de Julio Verne, París en el siglo XX. Rechazada por su editor -a la que le pareció descabellada- en 1863, Verne la encerró en una caja fuerte, donde la encontraría su nieto muchos años después. La versión francesa no se publicó hasta 1994. En esta novela, que transcurre en el París de 1960, Verne nos habla de un mundo puesto al servicio del dinero, donde la gente viviría preocupada por las cotizaciones de Bolsa, en donde la educación y la tecnología no estarían al servicio del conocimiento, sino de la acumulación financiera. No iba del todo desencaminado, ¿verdad? Verne también habla de un invento llamado «telégrafo fotográfico», el cual «permite enviar a cualquier parte el facsímil de cualquier escritura, autógrafo o dibujo, y firmar letras de cambio o contratos a diez mil kilómetros de distancia».  Su protagonista, Michel Jerôme, un joven que ama la lectura y las lenguas clásicas, es tachado de inútil, porque sus habilidades no valen nada en esa sociedad mecanizada. Realmente, no era tan descabellado...

domingo, 27 de noviembre de 2011

EL PALIMPSESTO DE ARQUÍMEDES


Los caminos por los que la sabiduría de los griegos, ese germen de la civilización tal como hoy la concebimos, ha llegado hasta nosotros son a menudo tortuosos. Mucho se ha perdido, seguramente para siempre -de no mediar algún milagro-, y otro tanto lo conocemos sólo de forma fragmentaria o a través de terceras personas. Esta es la historia de cómo unos escritos de Arquímedes han visto la luz, gracias al trabajo paciente de los investigadores, a las más modernas tecnologías, y a una serie de casualidades dignas de una novela. Allá por el siglo III a. C., Arquímedes de Siracusa escribió sus tratados sobre rollos de papiro, unos originales irremediablemente perdidos en la noche de los tiempos. Por fortuna, sus obras fueron copiadas por generación tras generación de escribas. Hacia finales del siglo V, probablemente, estos escritos dieron el salto al pergamino y fueron encuadernados. El que nos ocupa, el protagonista de esta historia, es un pergamino que se ha podido datar hacia el año 900, sin duda procedente de Constantinopla. Cuando en 1204 las grandes bibliotecas de esta ciudad fueron saqueadas por los cruzados, nuestro pergamino consiguió de algún modo sobrevivir y llegar hasta un monasterio cristiano. En 1229, un monje griego que necesitaba pergamino para un libro de oraciones desmontó el manuscrito de Arquímedes, rascó lo escrito y sobre esa misma piel copió el texto litúrgico. Un proceso muy común en una época en que el pergamino era un bien escaso y caro, y en que la salvación de las almas tenía un rango mucho más elevado que la ilustración de las mentes. El resultado de esta operación se conoce como palimpsesto (palabra hermosa donde las haya). A continuación, silencio, oscuridad y rezos durante varios siglos, hasta que en 1906 un clasicista danés, Johan Ludwig Heiberg, descubrió el manuscrito en la biblioteca de un monasterio ortodoxo griego en Constantinopla. No sé bien cómo (mi fuente no lo dice), supo reconocer que bajo las plegarias había un texto griego, una obra de Arquímedes. Consiguió que le permitieran fotografiar muchas de las páginas e incluso publicó algunos artículos desvelando aquellos fragmentos que había podido descifrar. Así, el mundo occidental tuvo noticia de la existencia de una obra de Arquímedes hasta entonces desconocida, el Método de los teoremas mecánicos. Gran cosa para la cultura, mala para la codicia: poco después de la Segunda Guerra Mundial, el palimpsesto desapareció de la biblioteca -sin duda fue robado- y se cree que permaneció en manos de una familia francesa durante la mayor parte del siglo XX. En 1998 salió inesperadamente a subasta en Christie's y fue adquirido por dos millones de dólares por un comprador anónimo. Recordemos que durante todo este tiempo ningún especialista había podido estudiar el manuscrito: la mayor parte de los textos de Arquímedes en él contenidos seguían siendo inaccesibles.
Pero ya no. Desde el pasado 16 de octubre en el Walters Arts Museum de Baltimore (EE.UU.) se puede visitar la exposición "Lost and Found: the Secrets of Archimedes", donde se desvela no sólo qué era lo que escondía el palimpsesto, sino cómo, en una paciente y escrupulosa labor que ha durado años, se llegó a descifrarlo. Gracias a William Noel, conservador del museo, y su equipo y gracias también a la generosidad del comprador -sigue siendo anónimo- que accedió a prestarlo para su estudio, el palimpsesto de Arquímedes ha desvelado sus secretos y ha regalado al siglo XXI varios tratados de Arquímedes, además de algunos otros textos de la época. Sobrecoge un poco pensar el largo camino que ha sido preciso recorrer para llegar a leerlos, pero también emociona ver cómo las voces de la Antigüedad pueden ser recuperadas.



miércoles, 23 de noviembre de 2011

CONTRA GUTENBERG


La historia se repite... y no está de más recordarlo. La imprenta de tipos móviles y las posibilidades que conllevaba no fueron bien acogidos por todo el mundo. En especial -aunque desde nuestra perspectiva actual parezca raro- por algunos letrados y eruditos que veían mal que "advenedizos" como Gutenberg tuviesen entrada a un sistema cerrado como era el de la copia de manuscritos y el microcosmos cultural creado en torno a los scriptorium medievales. Un fraile dominico de finales del siglo XV, Filippo di Strata, desarrolló contra este invento toda una argumentación, que fue aprobada y compartida por el numerosos miembros del senado veneciano, de la que se derivaba la conclusión "Est virgo hec penna, meretrix est stampificata" [La pluma es una virgen, la imprenta una puta]. Curiosamente, los suyos eran argumentos muy parecidos a los que emplean hoy los que se oponen a las nuevas tecnologías y al libro electrónico. Véanse sino algunos de los males que nuestro fraile le achaca a la imprenta:
-corrompe los textos, que se ponen en circulación en ediciones apresuradas y con faltas
-atiende sólo al beneficio económico, no a la calidad intrínseca de las obras
-corrompe los espíritus, difundiendo textos inmorales y heterodoxos (¿no les suena a aquello de "en internet sólo hay pornografía y basura"?)
- corrompe el saber mismo, que resulta envilecido por el hecho de ser divulgado entre los ignorantes

Fra Filippo no era una voz aislada. Muchos pensaban así, no sólo cuando la imprenta era aún una novedad, sino incluso un siglo más tarde. En  fecha tan tardía como 1610, Lope de Vega se hace eco de esta opinión nada menos que en Fuenteovejuna, en un pasaje (versos 892-930) en que el docto Leonelo hace partícipe al campesino Barrildo de sus dudas en cuanto a la utlidad del invento de "Gutemberga, un famoso tudesco de Maguncia": aunque preserva y difunde las obras de valor, también hace circular los errores y los absurdos y permite la usurpación de identidad a los que quieren arruinar la reputación de un autor haciendo circular sandeces con su nombre.

Otros, en quien la baja envidia cabe,
sus locos desatinos escribieron,
y con nombre de aquél que aborrecían
impresos por el mundo los envían.

¿No resulta esta última acusación de lo más familiar?
 Pues al fin, objetaba fra Filippo "el mundo ha funcionado perfectamente bien durante seis mil años sin imprenta, y no hay necesidad de que cambie ahora". Los que ahora dicen que "el libro impreso ha funcionado perfectamente bien durante quinientos años, nada lo puede sustituir" quizás deberían volver la vista atrás y reflexionar. Lecciones de la historia...

domingo, 20 de noviembre de 2011

UN MATRIMONIO FELIZ

Para qué engañarnos, el matrimonio tiene mala prensa. Y los matrimonios largos, esas parejas que pasan juntas toda una vida, aún más. Si alguien lleva veinte o treinta años con la misma persona, inmediatamente se asume que permanecen unidos por costumbre, porque no les ha surgido nada mejor, porque son demasiado tradicionales o acomodaticios para buscar alicientes más allá de las paredes de su hogar. ¿Qué decir pues del matrimonio feliz como motivo literario?  Fracaso seguro. Lo que atrae al lector son las historias de matrimonios rotos, de infidelidades, los triángulos amorosos, las grandes pasiones que arden y se consumen en poco tiempo pero ¡oh, son tan intensas! Por eso hay que descubrirse ante Rafael Yglesias, que ha logrado lo que parecía imposible: hacer una novela sobre una pareja que sigue enamorada pese al desgaste de los años, y conseguir que esa historia arrebate al lector. Más difícil todavía, su novela contiene otro tabú, como es una enfermedad terminal. El autor no nos ahorra ninguna de las degradaciones a las que el estadio final del cáncer que padece somete a la esposa del protagonista. A pesar de todo eso, Un matrimonio feliz es una novela llena de humanidad, conmovedora, tierna y dura a un tiempo, que se lee entre las sonrisas y las lágrimas. Real como la vida misma, porque lo que cuenta nos suena absoultamente real, como lo son sus personajes y las cosas que les suceden. Nos cuenta cómo la vida se compone de hechos banales, de absurdas casualidades, de imperfecciones, de momentos mágicos, de pequeñas renuncias, de aferrarse a lo que de verdad importa y de valorar lo que vale la pena. La de Enrique y Margaret no es una pareja perfecta, como no lo es ningun matrimonio real, pero es un matrimonio feliz. Por eso mismo, su historia salta de las páginas y nos agarra por el cuello. Auténtica, triste y hermosa a la vez.

jueves, 17 de noviembre de 2011

OMISIONES LITERARIAS

Un aspecto así debe tener mi particular
 "muro de la vergüenza" literario
Tantos libros y tan poco tiempo... Por más horas que le dediquemos, es humanamente imposible leer todo lo que se publica, qué digo, ni una centésima parte de lo que se publica, ni siquiera las novedades que reseñan los suplementos litearios, ni mucho menos los cientos de libros que recomiendan los blogs que uno sigue (a nada que sea mínimamente bloguero y activo, se entiende). Por este lado, podemos tener la conciencia tranquila: es una empresa imposible, ergo, no hace falta perder el sueño si nuestro ritmo de lectura no abarca tamaña vastedad de libros. Sin embargo, están esas obras selectas, esos clásicos indiscutibles, desde la Odisea al Ulises de Joyce, desde el Quijote hasta La montaña mágica, que se supone que toda persona culta debiera conocer. ¿O no? Pues no. Evidentemente, cada uno oculta las lagunas de su cultura literaria, avergonzado y convencido de que es el único que las tiene. Y todos los demás hacen lo mismo. En una de sus novelas más divertidas, Intercambios, David Lodge se sirve de ello para crear una hilarante escena en la que los profesores de un campus idean un juego de sociedad llamado "Humillación" que consiste en que cada uno revela el título de un clásico que no ha leído: al final, gana uno que afirma solemnemente que nunca ha leído Hamlet. A esta lista de "libros-que-hay-que-haber-leído" no leídos que cada cual guardamos en lo más profundo de nuestros desvanes se le ha dado en llamar últimamente "el muro de la vergüenza" o "el estante de la vergüenza". Para demostrar que todos, hasta los más cultos, tenemos uno, la revista Slate hizo una encuesta entre una serie de reputados críticos literarios. La verdad, me reconfortó enterarme de qué era lo que no habían leído: mi admirada Anne Fadiman intentó por tres veces leer Guerra y Paz, sin éxito; otros confiesan sus problemas con El hombre sin atributos, de Musil (que comparto, ¡un alivio, ya no hará falta que lo intente más, estoy en buena compañía!), con Moby Dick (ahí voy por delante, pero lo mío es trampa: la leí en una versión juvenil abreviada) o con el Ulises (conozco a tanta gente que no ha logrado terminarlo, que sospecho que lo que es una rareza es haberlo acabado; yo tampoco lo conseguí nunca). No voy a preguntar si alguno de ustedes no ha leído el Quijote, pero sí voy a revelar mi propio "estante de la vergüenza": nunca he leído En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Curiosamente, eso no me ha impedido entender lo que es el estilo proustiano. Pero que no salga de aquí. Lo que sí he leído es el libro de Pierre Bayard Cómo hablar de los libros que no se han leído. Por si las moscas.

domingo, 13 de noviembre de 2011

UN BUEN TÍTULO (II)

Según mi experiencia, los autores se dividen más o menos a partes iguales entre aquellos que desde el principio tienen pensado un título para el libro que aún no han comenzado a escribir y los que mantienen la etiqueta de "título provisional" o "sín título" hasta terminar la versión final, o incluso después (he llegado a verlo así incluso en catálogos de algunas editoriales, de esas que trabajan con mucha antelación). Hay que decir también que, al igual que hay escritores que destacan -por ejemplo- en la creación de diálogos y otros que sudan tinta para que las palabras que ponen en boca de sus protagonistas suenen verosímiles, hay también escritores que tienen una especial facilidad para dar con títulos atractivos, y otros -sin que ello tenga que ver con la calidad de su obra- que a la hora de titular se quedan en blanco. Y luego está el hecho, que ya mencioné en una entrada anterior, de que muy a menudo son los editores los que sugieren (¿o imponen?) el título definitivo de una obra, por lo general apoyándose en razones de índole comercial. Las oficinas de los editores están llenas de historias muy jugosas sobre este tema ("¿Sabes qué titulo pretendía ponerle Fulanito a esta novela?"), pero la mayoría no suelen trascender. Las que lo hacen... , en fin, yo no les daría un crédito absoluto. Pero, en cualquier caso, resultan divertidas para los amantes de "trivia" literarios. Ahí van algunas:
-El lamento de Portnoy, de Philip Roth, tuvo  diversos títulos antes de este, entre ellos The Jewboy (El chico judío),  y A Jewish Patient Begins his Analysis (Un paciente judío comienza su análisis).
-El gran Gatsby pasó también por varias encarnaciones antes de dar con su título definitivo, y considerablemente más satisfactorio, entre ellas algunas tan espantosas como Trimalchio in West Egg (Trimalción en West Egg); Among Ash-Heaps and Millionaires (Entre las cenizas y los millonarios); Under the Red, White, and Blue (Bajo la roja, blanca y azul); Gold-Hatted Gatsby (Gatsby el del sombrero de oro). Cuesta creer que la obra hubiese llegado a ser un éxito de haber llevado alguno de estos títulos.
-El título de trabajo de Lo que el viento se llevó era Tomorrow Is Another Day (Mañana será otro día); en este caso, no fue el único cambio significativo: hasta el último momento, Scarlett se llamaba "Pansy", ¡ughh!
-Bram Stoker también barajó diversos posibles títulos para su Drácula, entre ellos The Dead Un-Dead (Los muertos no-muertos).
-A los veintiún años, Carson McCullers mandó seis capítulos de su primera novela, The Mute (La muda), a la editorial Houghton-Mifflin, que le ofreció un anticipo y rápidamente cambió el título por el de El corazón es un cazador solitario. Ahí, creo yo, estuvieron acertados.
-Vladimir Nabokov planeó originalmente llamar The Kingdom by the Sea (El reino junto al mar) a su luego famosísima Lolita . Sin embargo, se ve que el primer título le gustó: en su novela ¡Mira los arlequines! ese es el nombre del libro que escribe el narrador.  
-Se ha dado el caso, incluso, de que el cambio no se deba a la voluntad del autor ni del editor, sino de terceros, como ocurrió con la novela de Don Delillo, Ruido de fondo, que él quiso llamar Panasonic, pero los abogados de la compañía se opusieron y hubo que buscar otro título.

jueves, 10 de noviembre de 2011

RUTAS LITERARIAS

Escribir es crear mundos. A veces, literalmente: el autor se inventa lugares que nunca han existido, poblados por seres extraños o simplemente un poco distintos de los seres humanos. Como Tolkien con la Tierra Media y sus hobbits, por ejemplo. Más a menudo, en cambio, el escenario existe, pero la historia que el escritor ha situado en él sólo ha tenido lugar en la ficción. Sin embargo, al lector le parece más real que la realidad -esa es precisamente la magia de la literatura-, y a partir de entonces es incapaz de desligar uno y otra. De ahí la fascinación que los lectores sentimos por los escenarios de ficción, algunos de los cuales acaban convertidos en verdaderos lugares de peregrinaje, del mismo modo que las rutas literarias son ya un atractivo turístico más de muchas ciudades. En Barcelona, sin ir más lejos, causa furor la establecida en torno a los escenarios por los que discurre La catedral del mar -que se ofrece en varios horarios e idiomas- y en Londres se puede escoger entre la ruta dickensiana, la de Sherlock Holmes, la de Jack el Destripador (bien, esta última no es propiamente literaria, pero al ser éste un personaje que ha llenado tantas páginas de ficción, creo que se la puede considerar así) o la de Harry Potter. El código Da Vinci, por su parte, ha hecho que la obligada visita al Lovre tenga a veces un objetivo distinto del de admirar las obras de arte allí expuestas: hay guías especializados que conducen a los curiosos a las galerías donde se sitúa la novela. Hasta lugares en principio más anodinos, como el vestíbulo de un hotel, pueden parecernos llenos de atractivo si nos evocan las páginas de una de nuestras novelas favoritas. *
El Hotel Seton aparece en El guardián entre el centeno,
aunque no es exactamente el hotel que hoy lleva este nombre
A veces la ficción puede más que la realidad y lo que el lector curioso acaba visitando es, también, ficción. Como el famoso balcón de Romeo y Julieta en Verona, ante el cual hay que hacer un esfuerzo para recordar que ninguno de los dos existió en realidad. O, próximamente, Hobbiton, la más fidedigna recreación de la morada de los hobbits, que se hará realidad en Nueva Zelanda aprovechando los decorados construidos para el rodaje de la película basada en esa popularísima obra de Tolkien. ¿A que parece de verdad?



*Recomiendo ir a este link. Es un mapa interactivo de Nueva York con la ruta de Holden Caulfield, que incluye breves párrafos de la novela. A mí me parece delicioso, pero no he conseguido encontrar el modo de incluirlo en mi entrada.

domingo, 6 de noviembre de 2011

EL PERFECCIONISTA EN LA COCINA

Ilustración de Joe Berger para El perfeccionista en la cocina
Tal como relata Julian Barnes en su introducción El perfeccionista en la cocina -un librito, que más de uno considerará menor también por su temática,ya que los avatares culinarios no suelen merecer un luagr destacado en el olimpo literario-, en la infancia de cualquier típico muchacho inglés de clase media había cuatro áreas envueltas en secretismo y prohibiciones: el sexo, la política, la religión... y la cocina. Los artículos que Barnes reúne en este volumen tratan, con mucho humor y el ingenio al que este escritor nos tiene acostumbrados, de su tardío descubrimiento del arte culinario y de su enconada lucha con los libros de recetas y sus inseguridades cuando se trata de ponerse al frente de los fogones. Sé que los fans literarios de Barnes dirán que no le llega a la suela del zapato a otros libros suyos como, por ejemplo, el maravilloso La mesa limón (que yo también recomiendo calurosamente, pero, lo siento, en esta entrada no voy a hablar de él). Sin embargo creo que seducirá a aquellos lectores que, como yo, sean aficionados a la gastronomía y valoren la inteligencia aplicada al arte culinario. Algo de lo que Barnes hace derroche en estas páginas. Por si les queda alguna duda, si no saben si éste es un libro que merece o no la pena adquirir, ahí va un sencillo test, tomado de sus páginas.

¿Cuántos libros de cocina tiene usted?
a) No los suficientes
b) Justo los necesarios
c) Demasiados

Si su respuesta es b), queda descalificado por mentir, o por ser demasiado autocomplaciente, o por no estar interesado en absoluto en la cocina. Si ha elegido a) o b) obtiene algunos puntos, pero para obtener la máxima puntuación habría de haber elegido las respuestas a) y b) a partes iguales. La primera, porque siempre hay algo nuevo que aprender, algo que lo haga todo más claro, más fácil, más simple; y b), por los numerosos errores que uno comete siempre que aplica a).

Es decir, si mantiene una relación distante con la cocina y sus misterios, déjelo, este libro no es para usted. Si, por el contrario, le apasionaría desentrañar el secreto de un buen soufflé, pero al mismo tiempo desespera de conseguir algún día el soufflé perfecto, adelante. Esta lectura seguramente no hará de usted un cocinero mejor, pero le proporcionará un rato de diversión muy de agradecer.

martes, 1 de noviembre de 2011

LIBROS POR SUSCRIPCIÓN

Hace unos cuantos años, era habitual encontrarse en calles y plazas céntricas un autobús de Círculo de Lectores rodeado por diligentes comerciales que intentaban captar la atención de los transeúntes abordándoles con la pregunta "¿Te gusta leer?" (partiendo de la premisa, supongo yo, de que a la mayoría de la gente le gusta quedar como persona culta y responderían que sí aunque su afición por la lectura sea nula). Socio a socio, este poderoso club del libro -y el único en España; hubo otros, pero fueron absorbidos o tuvieron que abandonar- llegó a contar con más de un millón de afiliados en sus mejores tiempos. La fórmula era sencilla y funcionaba porque satisfacía a todas las partes. Los socios se comprometían a adquirir un número determinado de libros cada dos meses, que les resultaban más baratos que si los hubiesen adquirido en librerías. Los editores -para quienes estos clubs suponían en cierto modo una competencia- tampoco estaban descontentos ya que, por un lado, la edición club sólo se ponía a la venta meses después de lanzado el libro como novedad y, por otro, se suponía que muchos de los socios del club eran personas que no solían frecuentar las librerías (ya fuese porque con los libros que les suministraba el club ya tenían bastante o porque vivían en lugares donde escaseaban estos establecimientos: una parte nada despreciable de la España rural se abastecía a través de este canal); además, como es lógico, obtenían royalties de estas ventas, que a veces eran superiores al número de ejemplares vendidos en librería. Por lo que respecta a los dueños del club del libro, los más beneficiados, el secreto era que jugaban a caballo ganador: adquirían los derechos de obras que ya habían demostrado su potencial de ventas y, por si fuera poco, a través de sus revistas bimensuales podían determinar con exactitud casi milimétrica cuántos socios deseaban recibir cada título. Es decir, a diferencia de lo que ocurre con los editores, que cada vez deben arriesgarse lanzando al mercado un cierto número de ejemplares sin saber si los venderán o si languidecerán en sus almacenes por los siglos de los siglos, el club del libro conseguía vender todo lo editado y no tener stocks. Como decía, un negocio redondo... hasta hace poco. Llega internet, las nuevas tecnologías y los libros digitales. Los lectores que vivían en lugares aislados pueden recurrir a la venta online; o pueden descargarse un libro en su ebook o en su iPad por un precio mucho más económico que el del club. O simplemente se han pasado a las pantallitas y lo de "hacer biblioteca" ya no les dice nada. Total, que la multinacional Bertelsmann, viéndole las orejas al lobo, decide deshacerse de los clubs del libro que tiene en Europa. Círculo de Lectores pasa a manos de Planeta y, aunque la fórmula sigue funcionando, por ahora -no se puede decir que en este país la oferta de libros digitales seas como para tirar cohetes-, ya se ve que está cercana a agotarse. Hace unos días, Planeta anunció que próximamente va a crear un "círculo de lectores electrónico". Pendientes aún de ver qué características tendrá y cómo se desarrollará, lo que está claro es que los viejos tiempos de los clubs del libro no volverán.
Entretanto, está en auge otra forma distinta de "libros por suscripción", el "crowdfunding", ese sistema por el cual un escritor solicita en la red aportaciones para publicar su libro. Si consigue financiar así el papel y la impresiónde su libro, aquellos que han contribuido reciben un ejemplar. Una fórmula antigua, que se venía empleando desde hace muchos años, pero que gracias a internet ha cobrado nueva vida. Una puerta se cierra, otra se abre.