Estos tiempos curiosos que estamos viviendo, que nos han catapultado a todos fuera de nuestra vida habitual (quién sabe si volverá), son sin duda los culpables de que conmemore con un mes de retraso un importante aniversario: ¡señoras, señores, este blog ha cumplido 10 años! Ahora tocaría una parrafada diciendo todo aquello de que nunca pensé que llegaría tan lejos, de comentar las muchas satisfacciones que me ha procurado el blog y de dar las gracias a mis fieles lectores. Todo es cierto, pero considérenlo hecho y no me extiendo más. Además, seguro que ya lo he dicho en algún otro lugar.
La efemérides me deja, debo confesarlo, un regusto agridulce. En los últimos tiempos, he visto cerrarse muchos de los blogs que seguía desde hace años; tal vez esta forma de comunicación tiene una vida limitada, o quizás el ritmo acelerado con que surgen nuevos estímulos y nuevas plataformas (Twitter, Instagram..) lo fagocita todo. Yo, aunque a paso más lento, sigo resistiendo. Hasta ahora, cada vez que he sentido la tentación de bajar la persiana -o, simplemente, dejar que el blog muera de inanición-, convencida de que no tengo nada más que decir, me he despertado un día con una idea que me bailaba por la cabeza, componiendo frases casi a mi pesar. Y, de nuevo, me he sentado a escribir un post. Que, luego, no siempre ha resultado tratar de lo que yo pensaba que trataría.
Y es que escribir tiene esa facultad: ordena tu pensamiento y te lleva por caminos insospechados. Una vez le oí decir al escritor Antonio Orejudo que él, cada vez que hay un tema sobre el que no sabe muy bien qué pensar, escribe un artículo, y solo entonces se da cuenta de cuál es su opinión al respecto. Algo parecido sucede también con el blog, y seguramente es eso lo que motiva que los blogueros irreductibles sigamos al pie del cañón.
Ilya Kulikov, El escritor E. N. Chirikov en su mesa de trabajo (1904) |
Mirando atrás -un aniversario redondo como esto lo hace casi inevitable- me doy cuenta de que en estos diez años han cambiado muchas cosas, tanto en mi vida personal como profesional. Algunas cosas han ido a mejor, otras, a peor. Lo más estable, lo único que ha permanecido inamovible, es este blog. Una verdadera hazaña en esta época de incertidumbre. Como ocurre en todas las disciplinas, los inicios fueron titubeantes (y bastante malos, me temo): no tenía claro acerca de qué quería realmente escribir ni cómo quería hacerlo. Pero a fuerza de práctica todo se fue resolviendo y, poco a poco, los textos adoptaron un tono común y aprendí a acotar una serie de temas. Aprendí también que no pasaba nada por hacer caso omiso de las recomendaciones de los gurús del marketing: entendí que lo que me importaba no era la cantidad de seguidores -esa obsesión de las redes-, sino su calidad. Además, con el tiempo he comprendido que soy fatal prediciendo el interés del público: los textos que más me han costado, los que consideraba más interesantes, no recibían apenas visitas, ni generaban comentarios; en cambio, aquellos artículos que he subido casi con reticencia, pensando que no valían gran cosa, han conocido a menudo un éxito inesperado. De modo que hace ya tiempo que he renunciado a buscar el aplauso del público. Escribo lo que me apetece, sobre aquello que me llama la atención o mi curiosidad. Tengo una línea, pero me la salto cuando me da la gana. Por ejemplo, siempre insisto en que no hago reseñas, pero si hay un libro que me ha gustado, hablo de él y lo recomiendo. Solo así, supongo, es posible pasarse diez años escribiendo sobre lectura y lectores, sin -en apariencia- agotar el tema. Lograr que encima haya gente que me lea me parece rizar el rizo.
En fin, como suele ocurrir, planeaba hablarles de una cosa y he acabado hablando de otra. Les doy las gracias por haber llegado hasta aquí conmigo. Intentaré seguir acudiendo a la llamada del blog.