John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 30 de marzo de 2011

EL ARTE DEL RECHAZO

Excepcionalmente, esta entrada no la escribiré yo, sino que me limitaré a copiar parte de la información de lanzamiento del libro de Íñigo García Ureta Éxito. Un libro sobre el rechazo editorial, publicado por Trama editorial  -los mismos que editan la imprescindible revista Trama & Texturas-. No he podido leer aún el libro, pero por las citas seleccionadas en su web y el extracto que copio a continuación, estoy segura de que proporcionará un panorama muy interesante de los entresijos del mundo editorial. Y es que, aunque resulte doloroso para el autor que lo sufre, el rechazo tiene mucho morbo, y hasta resulta divertido:

Diez curiosidades sobre el rechazo en el mundo anglosajón
1) ¿Todos somos rechazados? Sí, también los personajes de ficción. En 1982 una columna de Charles Schultz recogía una carta de rechazo dirigida a su personaje Snoopy en la que se leía lo siguiente: “Querido colaborador, gracias por enviarnos su trabajo. Por desgracia, lamentamos decirle que no se ajusta a nuestras necesidades actuales. Si alguna vez es así, tendremos problemas.”

2) ¿Es el rechazo un nuevo género literario? En efecto: la estadounidense Cathy Wald, autora de varios libros de no ficción, acumuló tantas negativas a la hora de intentar publicar su primera novela que decidió crear una página web [rejectioncollection.com] donde colgarlas. Tuvo éxito, tanto que logró involucrar a veintitrés autores (Bret Easton Ellis, Amy Tan o Arthur Golden, entre ellos) en un nuevo libro sobre el rechazo. Este libro también fue rechazado en un principio.

3) ¿Hay premios para el rechazo? Algo por el estilo: un blog dedicado exclusivamente al fenómeno del rechazo editorial ofrece anualmente los premios GAK [Golden Apple of Kindness, o a la manzana dorada de la cortesía] a editores y autores que tratan el tema del rechazo. (Habida cuenta de que una manzana dorada desencadenó la guerra de Troya, no les falta el humor.) Asimismo, la revista The Rejected Quarterly —de la que hablaremos un poquito más adelante— posee una sección llamada “The Art of Rejection” en la que sus editores diseccionan las virtudes de algunas cartas de rechazo que consideran clásicos del género. En sus propias palabras:

Todos conocemos editores que se han propuesto y logrado grandes cosas en el ámbito de la ficción (…) pero hay también escritores que merecen nuestro reconocimiento por la dedicación y entrega que ponen al escribir sus cartas de rechazo, aunque lo que escriban no sea, en sentido estricto, ficción.

4) ¿Existe la justicia poética? De existir, tiene este aspecto: Louis Zukofsky, padre del Objetivismo, incluyó en A, su largo poema de más de ochocientas páginas, una carta de rechazo de una publicación económica china, que dice:

Estimado señor,
Hemos examinado su manuscrito con un deleite ilimitado. Y nos atrevemos a jurar por nuestros antepasados que jamás hemos leído otra pieza que iguale su maestría. De aceptar su obra, nos sería literalmente imposible publicar ninguna otra que no esté a su altura y, dado que podemos imaginar que exista en los próximos diez mil años otra que alcance tan altas metas, debemos, para nuestra desgracia, rechazar su divino trabajo y disculparnos mil veces por nuestro apocamiento.

5) ¿Es el rechazo una actividad solitaria? No, para nada. Por ejemplo, para el envío del manuscrito de Tiempo de matar, John Grisham precisó la ayuda de su secretaria. Entre ambos hicieron dos listas con treinta nombres y direcciones en cada una: la primera para editores; la segunda para agentes literarios. Entonces pasó a la secretaria un paquete con una carta de presentación, un resumen del libro y los tres primeros capítulos, que ella copió diez veces y despachó a los cinco primeros nombres de cada lista. Cada rechazo posterior implicó un nombre tachado, una carta que Grisham leía durante el fin de semana camino de la oficina y un nuevo envío al siguiente nombre de la lista. Los primeros doce editores y doce agentes lo rechazaron. Y luego tres agentes llamaron a su puerta.

6) ¿Ayuda la autoayuda con el rechazo? Bueno, la autoayuda a veces no es suficiente. O al menos eso debieron pensar Jack Canfield y Mark Victor Hansen, autores de Sopa de pollo para el alma, que antes de entrar en las listas de Los Más Vendidos de The New York Times, crear una serie con 32 libros y superar los ochenta millones de copias vendidas en 39 lenguas, fue rechazado por 123 editoriales. Al final lo editó Health Communications, una pequeña editorial de Florida que entonces estaba de capa caída, especializada en libros para la recuperación del alcoholismo, la drogadicción y la codependencia. Cuenta Jack Canfield,

No hubo anticipo. Cuando les comentamos que queríamos vender 150.000 ejemplares para navidades se rieron de nosotros. Y nosotros dijimos, “Vale, veamos qué sucede.” Y resulta que vendimos 135.000 ejemplares (…). Y creo que de ese título llevan ya ocho millones de ejemplares impresos.

7) ¿Quién tiene el record? Aquí existe una pequeña controversia. La edición de 1988 del Libro Guiness de los Records recogía que el inglés William E. E. Owens había documentado el mayor número (137) de rechazos por parte de editoriales para su manuscrito One Man Versus the Establishment. Sin embargo, ¿qué pensar entonces de la montaña de notas de rechazo que acumuló William Saroyan y que al parecer medía más de setenta centímetros? (Por cierto, Saroyan también rechazó: cuando en 1940 le quisieron dar el Pulitzer por su obra de teatro El momento de tu vida, les dijo que no estaba interesado porque al negocio no le compete juzgar el arte.)

8) ¿Hay quien ha dedicado su libro a quienes le rechazaron? Así es. El poeta y pintor ee cummins tenía una colección de poemas titulada 70 Poems, que fue rechazada por varias editoriales. Cummins, harto de ser rechazado, pidió prestados trescientos dólares a su madre y en julio de 1935 publicó el libro con el título de No Thanks. En su dedicatoria se lee:

No gracias a: Farrar & Rinehart, Simon & Schuster, Coward–McCann, Limited Editions, Harcourt, Brace, Random-House, Equinox Press, Smith & Haas, Viking Press, Knopf, Dutton, Harper's, Scribner's, Covici-Friede.

9) ¿Cuál es la historia de rechazo más famosa en un título? De creer la leyenda, la de El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain, en la que por cierto no sale ningún cartero. Al parecer, en una ocasión Cain escuchó al guionista y dramaturgo Vincent Lawrence hablar sobre la ansiedad que le provocaba esperar la llegada del cartero cuando temía una respuesta negativa sobre un texto enviado, y cómo siempre sabía que se trataba del cartero porque éste invariablemente llamaba dos veces seguidas. A Cain le pareció que se trataba de un título fantástico.

10) ¿Qué provecho práctico le sacan los escritores anglosajones a sus rechazos editoriales? Citemos cuatro ejemplos: a) El escritor Lee Pennington empapeló las cuatro paredes de su habitación con negativas de revistas, algunas de las cuales le acusaban de haber escrito el peor poema de la lengua inglesa; b) la poeta Muriel Rukeyser forró por dentro y por fuera su papelera con cartas de rechazo; c) en EEUU existen empresas dedicadas a convertir las cartas de rechazo en rollos de papel higiénico, tanto en blanco y negro como en color, y sus precios varían entre los 12 y los 2,86 dólares, dependiendo del pedido (el precio de 2,86 dólares es para un pedido de al menos 4.800 rollos). Y d) según Saul Bellow los rechazos “no son malos. Enseñan al escritor a fiarse de su propio juicio y a decir, con el corazón en un puño, ‘¡Iros al infierno!’”

lunes, 28 de marzo de 2011

¿PARA QUÉ SIRVE UN EDITOR?

Maxwell Perkins
Como consecuencia del auge del libro electrónico y de la autoedición, cada vez se alzan más voces que ponen en cuestión la utilidad de los editores. Por regla general, quienes lo hacen son autores que en algún momento han visto sus obras rechazadas por una editorial "tradicional" (es decir, de las que hacen libros con papel y tinta físicos) y que ven en la edición digital y la distribución por Internet una vía para llegar de manera directa a los lectores, sin necesidad de obtener la aprobación previa de nadie. De hecho, el autor dispuesto a costearse la edición de su bolsillo con tal de verse en letras de molde siempre ha existido, pero antes del advenimiento del ebook eso suponía una inversión notable; además, el verdadero problema era cómo distribuir esos libros, que al final solían quedarse almacenados en algún desván. Quiero achacar las voces que anuncian el fin del editor a pura y simple ignorancia de cuáles son realmente sus funciones, pues posiblemente en el mundo digital -si es que llegamos alguna vez a prescindir del papel, cosa que pongo en duda- sean tanto o más necesarias que antes. Y es que un verdadero editor no es un señor que se limita a seleccionar los textos que le ofrecen, sino ante todo un lector profesional que estimula, orienta y sugiere, teniendo siempre como finalidad sacar de cada autor lo mejor que este es capaz de dar. Uno de los mejores ejemplos de hasta qué punto puede ser decisivo su papel lo encontramos en Maxwell Perkins, el legendario editor norteamericano. Perkins (1884-1947) estudió economía en Harvard y, tras trabajar como reportero para el New York Times, entró en 1910 en la prestigiosa editorial Scribner's, que por aquel entonces tenía ya en su catálogo muchos grandes nombres, como Henry James o Edith Wharton. Perkins era partidario de darles una oportunidad a jóvenes autores que escribiesen de un modo distinto y, así, en 1919 contrató con la oposición de la mayoría de sus colegas la novela de un escritor novel llamado Francis Scott Fitzgerald. La obra en cuestión llevaba el poco prometedor título de The Romantic Egotist pero, bajo la atenta supervisión de Perkins y siguiendo sus consejos, Fitzgerald la reescribió y la tituló This Side of Paradise, su primer éxito literario. Perkins fue también editor y amigo de Ernest Hemingway, con quien trabajó intensamente en Adiós a las armas, y de Thomas Wolfe -nota para lectores despistados: nos referimos aquí al Wolfe de Look Homeward, Angel, no confundir con el Tom Wolfe de La hoguera de las vanidades, un escritor mucho más reciente-, así como de Erskine Caldwell, Ring Lardner (a quien convenció de que servía para algo más que para hacer de cronista deportivo) o S.S. Van Dine y a su muerte estaba tutelando a James Jones en la composición de lo que llegaría a ser De aquí a la eternidad. Muestra inequívoca de lo mucho que los escritores apreciaban sus consejos es que es el editor al que más libros le han dedicado (68 en total). También es posible observar paso a paso su relación con algunos de sus autores en su nutrida correspondencia, editada bajo el título de Editor to Author: The Letters of Maxwell Perkins. Como dijo de él el editor Patrick O'Connor: "Transformó la literatura americana más que ningún otro editor. Supo encontrar a autores importantes y también encontrar a los lectores para sus libros." Encontrar autores que valgan la pena, ayudarles a cultivar su talento y hacerlos llegar a sus lectores naturales, he aquí los tres aspectos que resumen la función del editor y que Maxwell Perkins supo encarnar como nadie.
El de editor es -o debería ser- un oficio en la sombra (a la sombra del autor, se entiende, que es quien debe llevarse la gloria). Pero personajes como Perkins merecen un reconocimiento por su labor. Además de la notable biografía que escribió A. Scott Berg -Max Perkins: Editor of Genius- y que obtuvo el National Book Award en 1978,se rumorea que  hay en preparación una película sobre él, que probablemente contará con Sean Penn como protagonista. Con Hollywood nunca se sabe, pero esperemos que el proyecto salga adelante.


miércoles, 23 de marzo de 2011

CRÍTICOS CLARIVIDENTES

Casa de la familia Mann en Lübeck, hoy convertida en museo.
Thomas Mann basó Los Buddenbrook en la historia de su propia familia
Con la perspectiva que proporciona el paso del tiempo, resulta muy fácil decir qué escritores son los que merecen la gloria, pero no lo es tanto aventurar un juicio crítico ante una primera novela o ante un autor del que no se sabe gran cosa. Aquí es donde se echa de ver que, por más que los críticos -o los que en algún momento hemos opinado sobre los méritos de tal o cual novela- pretendan que su lectura concierne exclusivamente a la obra que reseñan, el contexto tiene un peso determinante en cómo se lleva a cabo esa lectura y, por tanto, en la opinión resultante. Es la misma dificultad que experimenta un editor al elegir el manuscrito de un autor de quien no tiene otro dato que el nombre que figura en la página inicial: ¿será el primer escalón de una brillante carrera literaria o una pieza más del engranaje editorial que termine sepultada en el almacén? Cada elección de estas produce un cierto vértigo, y así resultan más comprensibles esas anécdotas de grandes obras rechazadas por prestigiosas editoriales. Pero comprender el fenómeno no impide lamentar el resultado. Lo mismo sucede en el caso de los críticos (aunque, recordemos, el hecho de que una obra llegue a las librerías es señal de que ha pasado al menos un filtro, el del editor, en competición con otras muchas). Los propios críticos son los primeros en sacar a relucir los casos en que han acertado en sus pronósticos, mientras que las críticas negativas a obras que andando el tiempo se han convertido en clásicos quedan silenciadas. En este sentido, una cierta labor de hemeroteca depara a veces curiosas sorpresas. Vean si no un par de ejemplos.
Cumbres borrascosas es una novela que -no es extraño- escandalizó a muchos críticos. El americano Graham's Lady Magazine decía en julio de 1848 : "Cómo un ser humano puede haber intentado escribir un libro como este sin suicidarse antes de haber finalizado una docena de capítulos, es un misterio. Es una combinación de vulgar depravación y horrores desnaturalizados." Por su parte, el británico The Examiner opinaba en enero de ese mismo año: "Es este un libro extraño. No carece de evidencias de un poder considerable, pero, en conjunto, es salvaje, confuso, deslavazado e improbable; y los seres que forman parte del drama, cuyas consecuencias son de lo más trágico, son salvajes más rudos que los que vivieron en tiempos anteriores a los de Homero."
La crudeza del relato de Emily Brontë puede explicar en parte la reacción de estos críticos. Pero incluso una saga familiar mucho más apacible y "civilizada" como Los Buddenbrook de Thomas Mann mereció la desaprobación de algunos de sus contemporáneos. Al fin y al cabo, se trataba de un joven autor de 25 años, que antes de esa magna obra sólo había publicado algunos relatos que habían tenido escaso eco.
"¿Qué ha impulsado a este autor a perpetrar tamaña crueldad contra el lector? Sólo vemos una respuesta: Thomas Mann es pesimista. Quería vengarse de la Humanidad, y lo ha hecho. A sangre fría, sin corazón, a través de un largo sufrimiento de su infortunada víctima: ha escrito Los Buddenbrook. Está claro que este libro no será de los que llegan a centenarios." Esto decía la revista católica Stimmen aus Maria Laach en 1904. Unas líneas proféticas que, cuando en 1929 la Academia Sueca concedió a Thomas Mann el Premio Nobel de Literatura "principalmente por su gran novela, Los Buddenbrook", el crítico en cuestión desearía no haber escrito nunca. Riesgos de la clarividencia.

lunes, 21 de marzo de 2011

TÉ Y POESÍA

Aunque me temo que casi nadie lo celebra, hoy  -además de inicio de la primavera, que eso sí lo celebramos todos- es la fecha designada por la UNESCO como Día Mundial de la Poesía. Con escasas excepciones (García Lorca y unos pocos nombres más), la poesía es un género minoritario y los poetas, incluso algunos grandes, casi unos desconocidos. Resulta paradójico, porque los niños suelen ser más receptivos a la poesía que a la prosa, pero con la edad parece que la mayoría pierden la capacidad de apreciarla. A mí -que confieso no ser una consumidora habitual de poesía, pero que he sacado un enorme placer de mis lecturas poéticas- me gustaría animar a todo el mundo a dedicar hoy unos minutos a leer un poema. Un viejo conocido, o quizás uno nuevo, para ver qué sensación produce:

Oigo llover al mundo de ventanas afuera,
el frío del olvido secando mis mejillas.

Pienso en ti sin embargo, te pienso hasta quererte.

Cómo dar en la luz de tus palabras;
descifrar, uno a uno, contigo los inviernos.

                               Javier Vela*

*Estos versos pertenecen al poemario Tiempo adentro (Acantilado, 2006) de Javier Vela, un joven poeta que merece la pena seguir.

Y para demostrar que la poesía puede infiltrarse en todas las experiencias de la vida, que no hay tema, por banal que sea, que no pueda resultar transfigurado por la magia de la palabra, un curioso ejemplo:  Ten Poems About Tea, una divertida antología que recoge los versos que poetas antiguos y contemporáneos le dedicaron al brebaje "British" por excelencia.

viernes, 18 de marzo de 2011

BIBLIOTECAS FANTÁSTICAS

"La Salle des Planètes", una de las ilustraciones de Desmazières para La biblioteca de Babel
Cuando se habla de bibliotecas,  es casi inevitable citar en algún momento La biblioteca de Babel, de Jorge Luis Borges. La biblioteca imaginada por Borges es "la" biblioteca, esa biblioteca infinita que contiene todos los libros posibles, y su poder evocador es tan potente que resulta imposible sustraerse a su fascinación. Precisamente porque el relato abre tantas puertas a la imaginación, se diría que una versión ilustrada del mismo necesariamente habría de quedar por debajo de la magia evocadora que posee el texto. Sin embargo, Erik Desmazières ha demostrado estar a la altura de ese reto; no sólo plasma a la perfección el mundo de libros imaginado por Borges, sino que va más allá y aporta nuevos elementos, lo enriquece. Nacido en Rabat en 1948, hijo de un diplomático francés, Desmazières es considerado uno de los grabadores contemporáneos más destacados, y su obra figura ya en lugares como el Rijksmuseum de Amsterdam, el British Museum o la Bibliothèque Nationale de Francia y ha sido objeto de varias imporantes retrospectivas. Descendiente directo, por la perfección de su técnica, de maestros del grabado como Durero o Piranesi, une a ella una desbordante imaginación que emparenta sus cuadros con el mundo de Escher o de algunos surrealistas. Incluso cuando representa universos fantásticos, muchas de sus obras son minuciosas reproducciones de talleres, bibliotecas, paisajes urbanos, transformados ya sea por algún objeto, o por la perspectiva del artista, que convierte esa escena cotidiana en un mundo de maravillas.


Desmazières suele utilizar para sus grabados la técnica del intaglio o la del aguafuerte. Ambas requieren una gran pericia y tienen la característica de permitir una gran minuciosidad de detalle.
La preciosa versión a la que corresponden las ilustraciones que reproduzco aquí fue publicada en inglés por el editor americano David R. Godine en 2000 (lamentablemente, se encuentra agotado) y en francés por Les Amis du Livre Contemporain. Incomprensiblemente, no hubo edición en lengua española (¡estamos hablando de Borges!).
 

martes, 15 de marzo de 2011

FAVORITA DE LOS DIOSES

Mañana, 16 de marzo de 2011, se cumplen cien años del nacimiento de Sybille Bedford, para la mayoría sin duda una escritora desconocida. Pero sus novelas -traducidas casi todas al español [1], aunque han pasado en general sin pena ni gloria- son tan deliciosas y están tan llenas de sensualidad y joie de vivre, que merece la pena dedicar unas líneas a rememorarla. Tengo la impresión de que la razón de su -para mí- inexplicable escasa popularidad estriba en que es por un lado una escritora profundamente cosmopolita y, por otro, que en muchos aspectos era una adelantada a su tiempo. Su apellido tan inglés, debido a un breve matrimonio de conveniencia en 1935, engaña, pues Sybille nació en Charlottenburg, hija de un noble alemán, el barón Maximilian Josef von Schoenebeck y de una madre de ascendencia judía. De niña vivió primero en Berlín, con su padre (la pareja se separó pronto y la madre de Sybille estaba más interesada en llevar una intensa vida social que en críar a su hija), en Londres y, tras la temprana muerte de su padre, en Roma con su madre, puesto que el nuevo marido de ésta era italiano. Pronto se trasladaron los tres a Sanary-sur-Mer, en el sur de Francia. Allí serían vecinos de los Huxley e intimarían con otros muchos literatos y artistas que frecuentaban el lugar, como Thomas Mann, Bertolt Brecht o Man Ray, por citar sólo algunos. La amistad de Sybille con los Huxley y su admiración por Aldous cristalizarían años más tarde en los dos volúmenes que Sybille dedicó a su biografía, considerada una obra definitiva sobre este autor. Con tantos cambios de domicilio, la escolarización de Sybille fue un tanto errática y al final, como dice ella misma refiriéndose a su educación, "it never happened".  Mas, junto a su padre, que poseía una renombrada bodega, aprendió todo sobre vinos, una pasión que la acompañaría durante el resto de su vida, al igual que la afición por la cocina y la gastronomía. Esto sólo ya la sitúa en una clase aparte de sus contemporáneos británicos, en cuyas novelas lo más excitante que suele aparecer en este terreno es el asado del domingo y sus inevitablemente recocidos vegetales. Como se puede deducir de estos antecedentes, el suyo es otro caso de escritor exófono: de hecho, durante un tiempo estuvo vacilando entre si debía escribir en francés o en inglés. La vida que llevó junto a su madre debió de constituir una educación en si misma y no es extraño que sus novelas -Legacy, A Favourite of the Gods, A Compass Error y, sobre todo Jigsaw- sean eso que hoy está tan de moda bajo el nombre de "autoficción", obras que mezclan hechos reales y ficción a partes iguales. Otro de los aspectos que sus obras dejan entrever con bastante claridad es su atracción por las mujeres, pues Sybille era, como mínimo, bisexual. Su matrimonio con un oficial inglés no fue más que una treta ideada por los Huxley para que Sybille pudiese obtener pasaporte británico, algo que en 1940 le permitió embarcarse hacia Estados Unidos huyendo de la invasión alemana. Después de la guerra, se instaló en Londres y siguió viajando incansablemente. A su faceta como autora de ficción unía otra en un registro muy distinto: la de reportera judicial. Como tal, cubrió algunos de los procesos más sonados de su época, como el de Jack Ruby por el asesinato de Oswald, el caso Profumo, el celebrado contra D.H. Lawrence por El amante de lady Chatterley o el juicio celebrado en Frankfurt en los años 1963-1964 contra algunos antiguos responsables de Auschwitz. Siempre fue una escritora de minorías, casi de culto, aunque la publicación en 2005 -un año antes de su muerte- de un libro de memorias, Quicksand, reactivó el interés por esta elegante escritora y sus irrepetibles descripciones de un ambiente y una época.

[1] Que yo sepa, en estos momentos sólo se encuentran disponibles dos de ellas en versión española: Mosaico (Salamandra, 2006) y Arenas movedizas (La otra orilla, 2010). Las otras, se pueden encontrar, con suerte, de segunda mano.

Vista actual de Sanary-sur-Mer

viernes, 11 de marzo de 2011

LUZ, ACCIÓN


Por una vez, esta entrada no va a tratar de literatura, sino de imagen. Aunque si tenemos en cuenta la inmensa influencia que la fotografía y el cine han tenido sobre todas las facetas del arte en los últimos cien años -y desde luego, también sobre la literatura-, el tema también debería interesar a los lectores curiosos. Cuando se habla de la invención del cine, es inevitable que salgan a relucir los hermanos Auguste y Louis Lumière (un nombre tan adecuado que casi parece mentira) y su primera película, "Salida de la fábrica", unos breves 46 segundos que demostraron al mundo que era posible reproducir imágenes en movimiento. La fábrica en cuestión era la de material fotográfico que había fundado su padre en lo que entonces eran las afueras de Lyon, de modo que podemos decir que el interés por el mundo de la imagen les venía de casta. En un reciente viaje a esta ciudad francesa he tenido oportunidad de visitar la villa-museo dedicada a estos dos geniales hermanos y a su fértil inventiva. Una visita que vale realmente la pena; de entrada, por la villa en sí, imponente ejemplo de arquitectura burguesa de finales del XIX, pero sobre todo porque el interesante recorrido y los objetos y películas que se muestran permiten hacerse una idea de la originalidad y relevancia de sus inventos, así como de los diferentes campos que fueron objeto de su interés.
La majestuosa escalera (Foto A. Franchelle)
Y es que en cuanto consiguieron poner a punto su primera máquina para captar imágenes en movimiento, los hermanos Lumière se dieron cuenta de que ese era un extraordinario instrumento para documentar la realidad y de inmediato reclutaron a un equipo de operadores, a los que enviaron literalmente a recorrer el globo (Europa, África, Asia) para "mostrar al mundo cómo vive el mundo". Las más de 1.500 películas que surgieron de esta iniciativa pusieron los fundamentos de la cinematografía moderna: al tiempo que iban filmando, los operadores iban descubriendo nuevos usos para la cámara, y así pasan del objetivo fijo a realizar experimentos con primeros planos, planos medios e incluso el primer travelling de la historia (el cámara en cuestión se subió en un rickshaw en movimientoy filmó desde allí al grupo de niños que le seguían). Todo esto, entre 1895 y 1900. Porque a partir de esa fecha, los Lumière dejan la creación de películas en manos de los "artistas" como Meliès, entendiendo que el público quiere ante todo que le expliquen una historia y ellos se vuelcan en otros intereses. Auguste se centrará en los inventos relacionados con la medicina, mientras que Louis seguirá en el terreno de la imagen, creando las primeras fotografías en color, mediante un procedimiento que patentó en 1903con el nombre de Autochrome, la placa autocroma. Este ingenioso procedimiento, elaborado a partir de planchas de vidrio y partículas de fécula de patata tintada daba unas imágenes de gran calidad (si alguien tiene alguna duda al respecto, ruego encarecidamente que haga una visita a este link. Hay imágenes realmente espectaculares). Son unos clichés a medio camino entre la fotografía y la pintura, tanto por el efecto pictórico que le presta el leve granulado de la fécula y su gama de colorido, como por el tiempo de exposición, que debía ser largo. El Autochrome se utilizó ampliamente hasta la década de 1930, en que fue sustituido por otros sistemas (como Kodachrome o Agfacolor), más prácticos para el amateur y más manejables. Sin embargo, a casi cien años vista, resulta evidente que las placas autocromas se conservan incomparablemente mejor que estos últimos.

"Naturaleza muerta", placa autocroma de Louis Lumière

Incansable, Louis Lumière quiso también reproducir la realidad en toda sus dimensiones, y creó un sistema para reproducir imágenes en relieve, muy parecidas al actual 3D y que, como éste, debían contemplarse con unas gafas especiales. En 1935 llegó incluso a rodar de nuevo una de sus primeras películas, "La llegada del tren a La Ciotat", con esta técnica. Como se ve, un verdadero pionero. El Museo Lumière es sin duda una visita imprescindible para cualquier aficionado al cine y a la fotografía.

miércoles, 9 de marzo de 2011

TINTIN VIVE

Experimenté mi primera inmersión en el mundo de Tintín a los 8 años cuando, estando enferma, me regalaron El tesoro de Rackham el Rojo para que me distrajera. Inmersión, nunca mejor dicho, porque aún recuerdo vívidamente su portada, con el pequeño submarino en forma de tiburón. A partir de entonces, me convertí en ferviente seguidora de las aventuras del joven reportero y su inseparable Milú. Estoy segura de que debo haber leído varias veces todos sus álbumes y con mis hermanos habíamos llegado a jugar a hacernos mutuamente preguntas sobre ellos, a ver quién recordaba más detalles. A pesar de su aire un poco repipi, Tintín -con la inestimable ayuda del inefable capitán Haddock y de Tornasol- ha fascinado a millones de lectores de todas las edades en todo el mundo. Como es lógico, ha generado también infinidad de imitaciones, parodias, pastiches... Algunas de ellas burdas copias que desean beneficiarse de la popularidad del personaje, muchas otras homenaje al ingenio de Hergé. También están los que quieren mostrar las facetas ocultas de Tintín, su vida sexual, sus defectos; o los que se apropian del personaje para defender las causas más diversas, a menudo opuestas. Así, a pesar del férreo control que ejercen los propietarios de los derechos de Hergé, el mundo de Tintín se ha hecho omnipresente. Y ahora, en la red, estos derivados de Tintín son aún más fáciles de localizar. De hecho, uno de los principales blancos de críticas y parodias son los propios herederos de Tintín, con su mujer Fanny Rodwell a la cabeza, a los que se acusa de voracidad y de manipular el legado a su antojo. (Por cierto, la sociedad creada para velar por sus intereses se llama, muy adecuadamente, Moulinsart.) Este malestar entre los tintinófilos ha generado algunos panfletos ingeniosos, como el álbum Tintin et les héritiers de Hughes Dayez, y muchos otros francamente insultantes.
Pero es innegable que Tintín se ha convertido en una especie de icono, que a su vez ha tenido eco también en el mundo del arte. Poco después de la muerte de Hergé, en 1984, recaló en la Fundación Miró de Barcelona la exposición "El museo imaginario de Tintín", que daba cuenta de la génesis y el proceso creativo de la serie, a la que se añadió una muestra de obras de diversos artistas inspiradas por este personaje. Algunos, como el artista francés Guiome David, ha llegado a convertir a Tintín en sujeto único de una de sus exposiciones, con un número increíble de variantes sobre él. Por encima de las críticas al mensaje supuestamente racista o derechista de algunos álbumes -que reflejan no sólo la evolución ideológica de Hergé, sino la de la sociedad europea de su época- las aventuras de Tintín han encontrado un profundo eco en el imaginario colectivo. Por mi parte, tengo pendiente desde hace tiempo un viaje a Bruselas, que se ha convertido en inexcusable desde que inauguraron el Museo Hergé. Será la nostalgia, pero el mundo de Tintín me sigue pareciendo un refugio cálido y amable, lleno de personajes tan imposibles como entrañables.
Por cierto, que ahora el mismísimo Steven Spielberg la ha tomado con este reportero y se anuncia para algún momento de 2011 el estreno de la película basada en sus aventuras. Como debe de ser -y esto lo considero un punto a su favor-, ha comenzado por llevar a la pantalla precisamente El secreto del Unicornio. Veremos que tal. Los tintinófilos temblamos pensando lo que pueda haber hecho Hollywood con este personaje tan genuinamente belga. Confiemos en que el resultado esté a la altura de la expectactivas.

jueves, 3 de marzo de 2011

FOYLES: LIBREROS DE RAZA

Hace un par de días, una de las librerías con más solera de Inglaterra, Foyles, anunció que dejará su histórica sede de 113-119 Charing Cross Road para trasladarse un poco más abajo en la misma calle, a un edificio que se construirá expresamente para albergar sus cientos de miles de libros. Si por una parte es un alivio saber que en esa  histórica calle -sede antaño de tantas librerías y marco de la deliciosa novela de Helene Hanff, 84, Charing Cross Road- se seguirán vendiendo libros, por otra es imposible no sentir cierta nostalgia por el antiguo y algo destartalado edificio que durante cerca de cien años ha ocupado esta librería. Foyles fue desde sus inicios un negocio familiar y aún hoy -en esta época de multinacionales y conglomerados anónimos- sigue en manos de los descendientes de William y Gilbert Foyle, dos avispados adolescentes que, cuando suspendieron sus exámenes de funcionariado en 1903 decidieron vender los libros de texto que ya no les servían, descubriendo así que con  los libros podía hacerse algún dinero. Y no les fue mal, porque ya en 1906 el negocio había crecido lo bastante para instalarse en Charing Cross Road. Para 1929, había prosperado tanto que William Foyle proclamó orgullosamente a su librería "la más grande del mundo", un título que sería ratificado por el Libro Guiness de los Records. Los Foyle se caracterizaron siempre por su talante emprendedor: fundaron clubs de lectura, bibliotecas ambulantes, organizaron exitosas charlas con autores, montaron una agencia de conferenciantes, una tienda de manualidades e incluso una agencia de viajes. Cuando Hitler comenzó sus quemas de libros, William le telegrafió ofreciéndose a comprar los libros que éste pensaba destruir. La respuesta fue que Alemania no tenía libros para vender. Quizás en represalia, cuando empezó el Blitz sobre Londres William anunció que iba a tapizar su tejado con ejemplares de Mein Kampf para mantener alejados a los bombarderos. Seguramente no cumplió la amenaza, pero el hecho es que Foyles salió indemne, aunque por los pelos: el edificio de oficinas situado enfrente resultó destruido por una bomba alemana. Cuando William se retiró en 1945, la librería quedó en manos de su hija Christina, que desde los 17 años había trabajado en ella. El negoció floreció durante las décadas de 1950 y 1960, pero a partir de los setenta inició un lento declive, propiciado en parte por los curiosos métodos de organización que Christina había implantado. Sistemáticamente asignaba a los empleados que eran especialistas en un tema a otras secciones, porque creía que si estaban rodeados de libros que les interesaban, se distraerían más. También era contraria a adoptar sistemas modernos de control de stock, y así la librería se convirtió progresivamente en un laberinto polvoriento y caótico donde, aunque tuvieran lo que uno buscaba, se hacía casi imposible encontrarlo. Por esos años se acuñó la famosa frase "Si Kafka hubiese sido librero, Foyles hubiera sido el resultado". De esa época de decadencia es sin duda la imagen que conservo; pero debo reconocer que tenía mucho encanto y que merodear por sus pasillos era toda una aventura.
Christina murió en 1999, seis días después de haber cedido el control de la empresa a su sobrino Christopher, y este no tardó en emprender la operación de lavado de cara y puesta al día que la librería estaba pidiendo a gritos. Desde entonces, los distintos departamentos se han ampliado y reordenado, se ha añadido una sección de música y otra de objetos de escritorio y en 2001 se abrió la tienda online que Foyles precisaba para el siglo XXI. Que no era más que un nuevo medio para un viejo negocio, porque mucho antes de que existiese Internet Foyles ya vendía por correo miles de libros cada mes. Se calcula que durante los años sesenta  recibían un promedio de dos mil cartas por día solicitando ejemplares de todo tipo. También ha abierto sucursales en otros lugares de Londres, de modo que Foyles ya no es sólo patrimonio de Charing Cross Road. La mudanza que ahora se anuncia constituye un paso más en la modernización del centenario establecimiento. Prometen que la nueva sede contará con todas las comodidades, y sus  tres pisos incluirán cafetería y galería de arte. Hay que felicitar a los siempre emprendedores Foyle, que siguen apostando fuerte por su negocio, en medio de las quiebras y cierres de librerías que proliferan en el Reino Unido. Ojalá que Foyles siga siendo un arcón de los tesoros para los amantes de los libros durante muchos años más.

martes, 1 de marzo de 2011

UN AUTOR CONTESTADO


Sir Francis Bacon
Con ser uno de los autores más famosos del mundo, Shakespeare es también uno de los más contestados.  Lo curioso es que, a lo largo de su carrera, nadie puso en duda que las obras de Shakespeare hubiesen sido escritas por él. Sin embargo, desde entonces -y en especial en el siglo XIX, que tuvo especial debilidad por este tipo de debates- han ido surgiendo un número ingente de candidatos,  más de 60, a los que se les han atribuido alguna o todas las obras del autor inglés. Entre ellos hay dos que sobresalen por la firmeza y la cantidad de apoyos que ha suscitado su autoría: Edward de Vere, conde de Oxford (1550-1604) y el filósofo y político sir Francis Bacon (1561-1626).  El principal motivo que aducen los que apoyan una y otra candidatura reside en la aparente discrepancia entre lo que se sabe de la vida, educación y estatus social de Shakespeare y la complejidad y bagaje cultural que muestran sus obras. La primera persona que lanzó la idea de que quizás Bacon fuese el autor de las obras de Shakespeare fue una tal Delia Bacon (1811-1859) -no, no era pariente- una escritora y conferenciante americana cuya pasión por Shakespeare se convirtió pronto en obsesión. Según su tesis, las obras de Shakespeare no eran producto de un solo individuo, sino de un grupo de rebeldes políticos aglutinados en torno a Francis Bacon. Su tesis tuvo muchos adeptos, entre ellos algunas figuras importantes del mundo literario como Mark Twain o Henry James. La pobre Delia murió en un manicomio convencida de que era el Espíritu Santo, pero eso no parece haber desanimado a los "baconianos", que incluyen a algún otro personaje curioso, como un tal Orville Owen. Este dijo haber descubierto un manual de instrucciones en verso que era la guía para revelar el misterio oculto tras las obras de Shakespeare. Para ello, construyó una máquina descifradora, que dio como  resultado que Bacon no sólo era autor de las obras de Shakespeare, sino también de las de Marlowe, Spenser y Burton, además de ser hijo bastardo del conde de Leicester e Isabel I. Casi nada. Pero, por extrañas que resulten estas hipótesis, la Francis Bacon Society (creada en 1886) aun está activa y publica regularmente una revista consagrada al estudio tanto de la filosofía de Bacon como de la literatura de su tiempo.
Edward de Vere, 17º conde de Oxford
El otro candidato, Edward de Vere, cuenta con el respaldo nada menos que de Sigmund Freud. A este le parecía cuestionable que Shakespeare hubiese escrito sus obras en solitario; opinaba más bien que se trataba de colaboraciones. Es cierto que algunos aspectos de la vida de Oxford parecen reflejarse en las obras de Shakespeare: era buen poeta, escribió algunas comedias (hoy perdidas) con su nombre y fue patrono de una compañía teatral. Un perfil idóneo, desde luego. Pero murió en 1604, diez años antes de que Shakespeare dejase de escribir. Este detalle tampoco sirve para arredrar a los "oxfordianos" de pro. Percy Allen, un crítico teatral aficionado al espiritismo -autor de un libro sobre sus experiencias, Talks with the Elizabethans (1949)- al parecer habló directamente con Oxford y otros de sus contemporáneos a través de la médium Hester Dowden, que tenía una credenciales impecables pues era hija de un reputado biógrafo de Shakespeare, y Oxford no sólo confirmó su autoría, sino que le dictó cuatro nuevos sonetos. Naturalmente, existe también una Shakespeare Oxford Society, muy activa y militante, en cuya web se puede leer la siguiente afirmación de uno de sus miembros: “Los que creen que De Vere era Shakespeare han de aceptar un fraude improbable, una conspiración de silencio que involucró, entre otros, a la propia reina Isabel. Los que están a favor del hombre de Stratford han de creer en milagros." 
Y así es. Leyendo o asistiendo a la representación de alguna de las obras de Shakespeare, se siente uno a menudo tentado de creer en milagros.  

(Debo gran parte de esta información al libro de James Shapiro, Contested Will, Simon & Schuster, 2010)