John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

jueves, 1 de diciembre de 2022

LIBROS DELICIOSOS DE 2022


¿Todo se acelera o soy yo que voy más lenta? (si hemos de fiarnos de mi escasa producción de entradas en el blog, quizás sea lo segundo). En todo caso, hace un mes que en los supermercados venden turrones y las tiendas ya hace al menos quince días que lucen su decoración navideña. ¡Y sólo es 1 de diciembre! Siguiendo con esa tendencia a adelantarlo todo, hoy mismo he empezado a ver en redes listas de "los libros de 2022" (¿y diciembre? ¿es que la gente no lee en diciembre?). Aparte de resultarme chocante, me ha recordado que tengo que poner al día mi lista de lecturas del año -sí, desde hace dos o tres años he conseguido llevar, a trancas y barrancas, una relación de libros leídos, todo un logro para mí- y, por qué no, seleccionar algunos para ponerlos aquí. (Soy poco amante de estas listas, pero algún año he hecho algo que se le parecía.) 

Constato algunas cosas curiosas: definitivamente este ha sido un año Daphne du Maurier. Desde que preparé, hace un par de años, creo, un club de lectura en torno a Rebecca y leí la espléndida biografía de esta autora escrita por Margaret Forster (es un lujo poder leer la biografía de una autora escrita por otra escritora: véase la de Charlotte Brontë por Elizabeth Gaskell) tuve la impresión de que se trataba de una escritora injustamente minusvalorada. Seguramente tenga bastante que ver que solía cultivar un tipo de literatura a menudo a caballo entre el suspense y lo gótico, y que ya desde un principio de su carrera vendió muchos miles de ejemplares; la crítica tiende a despreciar los bestsellers, no importa lo buenos que sean. A raíz de ello, me embarqué en una cruzada de lecturas du Maurier que, aparte de confirmar mis suposiciones, me han procurado unos ratos buenísimos. A estas alturas, sólo me quedan por leer tres o cuatro libros suyos. Seguro que caen en el 2023.


                                                Aquí van unos cuantos Daphne du Maurier de muestra.
                                                                    Hay muchos más, no se los pierdan.

También ha habido una maratón de Elly Griffiths y su antropóloga forense Ruth Galloway. Aunque esto entre en otra categoría, es igualmente adictiva. Tomen buena nota los amantes de las series policiacas.  

Pero dar aquí un listado de mis lecturas del 2022 -¡y falta diciembre, en un mes se puede leer mucho!- sería tedioso y pesado, tanto para mí como para mis lectores. En aras de la ligereza, y porque sé que me lo agradecerán, les voy a recomendar unos cuantos libros deliciosos que han pasado por mis manos durante este año. (Ojo, que no quiere decir que sean novedades de este año, alguno ya tiene trienios; ya saben que el concepto de la novedad me tiene sin cuidado.) 

Jonathan Coe, El señor Wilder y yo

¿Qué hay mejor que ser una joven estudiante sin planes para el verano y que te propongan trabajar para Billy Wilder, que va a rodar una película en una isla griega? Seguramente el segundo plan mejor después de éste -un muy buen plan, ciertamente- es leer la historia que ha escrito Jonathan Coe sobre ello. Cinefilia, nostalgia y literatura de la buena, y todo en pocas páginas. 


Gianni Stuparich, La isla

No sé si entra en la categoría de libros deliciosos, porque el tema no es alegre -un chico que acompaña a su padre, que padece un cáncer avanzado, en un último viaje a su isla natal-, pero sí lo es por el placer que procura su prosa elegante y depurada, así como la franqueza con que encara un asunto trascendental como la muerte. 


Richard Osman, El jueves siguiente

Esta sí, ligera, ligera. Puro entretenimiento, pero ingenioso y simpático a rabiar. Unos cuantos jubilados resuelven crímenes. Así de tonto, pero ¡qué bien narrado! Continuación de la igualmente deliciosa El club del crimen de los jueves, que si no han leído, recomiendo lean en primer lugar. (Sé que ha salido una tercera entrega. Igual cae antes de que acabe el año.)


Stefano Mancuso, Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal

Me van a decir que esto no pega ni con cola con todo lo demás. Como habrán adivinado por el título, se trata de un libro de divulgación científica, que habla sobre las plantas y su inteligencia. Todo viene de una exposición que vi hace unos meses titulada "Ciencia-fricción", que venía a demostrar que el ser humano no es el centro del universo, que en realidad estamos rodeados de seres con inteligencias distintas de las nuestras, pero igualmente asombrosas. En ella se mencionaba a este autor, uno de los estudiosos de las plantas más influyentes en los últimos años y quise saber más. Lo que este científico explica constituye una verdadera cura de humildad y una fuente inagotable de fascinación. Así que sí, no sólo es un libro delicioso, sino que te abre nuevos caminos. 


Y con esto, hasta el año próximo, probablemente. ¡Mis mejores deseos para un 2023 repleto de buenas lecturas!



domingo, 16 de octubre de 2022

VIAJAR AL PASADO (o tal vez no)


Una de las cosas más irritantes que existen es que la tomen a una por tonta. Todavía más irritante resulta ver cómo esa tomadura de pelo se hace extensiva a toda la sociedad y nadie parece darse cuenta. De ahí que sienta la imperiosa necesidad de alzar mi voz contra los anuncios de esa entidad llamada Meta, que no queda muy claro en qué consiste, pero que nos promete un futuro lleno de cosas maravillosas (siempre que previamente compremos sus productos, no especialmente baratos). Entre esas maravillas que el "metaverso" -es decir, la realidad virtual- nos traerá se encuentra -dicen ellos- la posibilidad de viajar en el tiempo. Argumentan que de este modo los estudiantes podrán asistir a escenas de la historia como si hubiesen estado allí. 

Bueno, pues tengo malas noticias para ustedes: tal vez no lo saben, pero el pasado no existe. Los humanos vivimos estrictamente en el presente. Podemos recordar nuestro pasado, imaginar nuestro futuro, pero estamos anclados en el momento actual. Es más, el pasado que creemos recordar es simplemente una fabricación de nuestra memoria, que selecciona y a menudo tergiversa lo que realmente sucedió. Y si esto ocurre con aquellos episodios que hemos vivido en primera persona, para qué hablar de aquellos que no hemos vivido, ni presenciado. Como dice David Lowenthal en su ensayo El pasado es un país extraño, "Ningún informe histórico se corresponde nunca de modo preciso con ningún pasado real. No se puede recuperar la totalidad de ningún acontecimiento porque su contenido es prácticamente infinito... La mayor parte de la información en torno al pasado no se registró jamás y la mayoría del resto fue efímera." No es posible, por tanto, reconstruir el pasado; como mucho, podemos intentar hacer una burda aproximación a través de los fragmentos e informaciones que nos han llegado. Pero esta recreación nunca se corresponderá con lo que dicho pasado fue realmente. No me resisto a citar las palabras de Hilary Mantel -la gran novelista recientemente fallecida-, quien, en unas interesantes conferencias que dio sobre la relación entre historia y novela, decía lo siguiente respecto a la historia:

"Es lo que ha quedado en el cedazo cuando los siglos han pasado por él: unas cuantas piedras, retazos de escritura, retazos de tela. No es más “el pasado” de lo que un certificado de nacimiento es respecto a un nacimiento, o un guion respecto a una representación teatral, o un mapa respecto a un viaje. Es una multiplicidad de testimonios de testigos falibles e interesados, combinado con informaciones incompletas sobre acciones que las personas que las ejecutaban no entendían del todo." 

Hilary Mantel

Así pues, suponer que gracias a Meta los estudiantes podrán viajar al pasado es una entelequia. Lo que verán, en el mejor de los casos, es lo que los programadores de Meta (o sus asesores históricos o quienquiera que se ocupe de eso) creen que es el pasado. La imagen que ilustra este engañoso anuncio es la de una escena que sin duda pretende evocar la antigüedad clásica (las personas vestidas con túnicas y mantos así lo hacen suponer), sobre las escalinatas de un posible templo griego, con sus columnas de mármol blanco. Así es como, al menos desde el Renacimiento, nos imaginamos que eran los templos de aquella época. Y así, imagino, será cómo los veremos en este prodigioso metaverso que nos espera. Sólo que los estudios más recientes indican que las columnas de los templos griegos, igual que sus frisos y estatuas, no eran blancas, sino que estaban pintadas de vivos colores. (De hecho, no es una absoluta novedad, ya el pintor del XIX Lawrence Alma-Tadema lo mostraba así en alguno de sus cuadros.) Vaya, que de viaje en el tiempo, nada de nada. Como mucho, nos ofrecen una especie de Disneyland del pasado. 

Alma-Tadema, Fidias mostrando los frisos del Partenón

Además, lo de viajar en el tiempo ya está inventado y se puede hacer por una módica cantidad de dinero (o incluso gratis, visitando una biblioteca): leyendo un libro. ¿Que quieres transportarte a la Antigüedad clásica? Déjate de realidad virtual. Nada como una dosis de las Vidas paralelas de Plutarco. Y oigan, él tampoco estuvo allí (escribe durante el siglo I d.C., y las Vidas que recrea son de personajes que vivieron décadas, o incluso siglos, antes), pero sin duda reconstruye determinados momentos históricos mejor que toda la realidad virtual. Como dijo Carles Riba:

 "Ningún lector de las Vidas paralelas olvidará jamás la fuga y asesinato de Pompeyo, los pasos de César desde la última noche hasta su muerte a los pies de la estatua del magno rival, la despedida de Casio y Bruto, la vela de este antes de Filipos, el espectáculo de Antonio, vencido y herido, izado a la torre inaccesible de Cleopatra, que le aguarda para morir, el encuentro de Coriolano y su madre, la captura y muerte de Filopemen, el suicidio de Catón en un amanecer lleno de pájaros, la angustiosa huida de Cicerón, el suplicio de Agis, su abuela y su madre, y la escena, que se empareja con esta, del suicidio colectivo de Cleómenes y sus compañeros, seguido de los horrores de la venganza egipcia en sus deudos inocentes, pero también espartanamente heroicos..."

sábado, 10 de septiembre de 2022

ISABEL II, PERSONAJE LITERARIO

 


La muerte de Isabel II, monarca del Reino Unido (y de la Commonwealth) durante setenta años, marca el fin de una era: la segunda era isabelina. Dado que su desaparición coincide con un momento ciertamente turbulento para su país, mi primera reacción ante la noticia fue pensar "sólo les faltaba esto". Veremos cómo lo hace su sucesor, Carlos III, para mantener el prestigio de la casa real, que ella encabezó tan dignamente durante siete décadas. Mejor no fijarse demasiado en los precedentes de los reyes que llevaron su nombre: Carlos I acabó juzgado por traición y decapitado; Carlos II, por su parte, tuvo numerosos conflictos con el Parlamento, que acabó por disolver, aparte de ser notoriamente disoluto en su vida privada (llegó a reconocer a catorce de sus bastardos, pero se dice que hubo bastantes más). En fin, que los augurios no son muy favorables. El tiempo dirá. 

Pero volvamos a la reina. Si algo supo Isabel II fue crear un personaje público, un tanto hierático y encorsetado tal vez, pero cuya coherencia y adecuación a su papel -como en toda monarquía parlamentaria, el papel de la reina es puramente ornamental- eran indiscutibles. Igual que le ocurrió a su ilustre antepasada, la reina Victoria, que tuvo también un reinado muy largo, poco a poco su figura se fue convirtiendo en un icono. Para cuando se celebró su jubileo, raro era el hogar británico que no lucía alguna efigie u objeto relacionado con la reina. (Este "merchandising" real no es cosa de ahora, sucedía lo mismo con Victoria, aún circulan por ahí cientos de tazas y platos con su retrato: incluso llegaron a hacer papel pintado con su imagen.... ) A medida que envejecía, la figura de Isabel iba adquiriendo un aura cada vez más familiar, como una simpática abuela -muy rica y con muchos castillos, eso sí- que desde las alturas miraba benévolamente a sus súbditos, buena parte de los cuales podrían ser sus nietos. 

Cuesta un poco imaginar tu salón empapelado así, 
pero parece que a los victorianos les gustaba


Merchandising victoriano. 
No hay nada nuevo bajo el sol

La presencia constante de su figura, unida al relativo desconocimiento de su intimidad (es difícil saber lo que pensaba tras esa fachada siempre impecable) la convirtieron en un personaje muy goloso para los creadores de ficciones. Ficciones que, en algunos casos -como la estupenda The Crown, ansiando ver la nueva temporada- se han plasmado en la pantalla (¿cómo resistirse al atractivo visual de tanta grandeza arquitectónica, tantos vestidos preciosos y joyas, tantas estancias palaciegas?), pero que también han conocido algunas incursiones literarias. Ya en 1988 Alan Bennett, un prestigioso dramaturgo provisto de un humor afiladamente inteligente, demostró que la reina no era un tema tabú. En su obra teatral A Question of Attribution -que sería luego llevada a la pantalla por la BBC- jugueteaba con el affaire Anthony Blunt, el asesor artístico de la reina que resultó ser un espía al servició de los soviéticos. En esta obra, de sólo un acto, la reina tiene una conversación con su asesor poco antes de que éste sea descubierto y parece advertir que esconde algo, como si interpretase un papel. Pero, claro, ella también lo interpreta, ¿o no? Años más tarde, en 2007, Bennett volvería a la carga con el personaje regio, esta vez en una divertida y breve novela titulada aquí Una lectora nada común, que cuenta cómo la reina Isabel, después de un encuentro casual con una biblioteca ambulante, se aficiona a la lectura, y cómo eso influye sobre su visión del mundo. 

El ingenio de Bennett, visible de forma especial en sus diálogos, hace que con dos pinceladas sea capaz de retratar a un personaje. Véase la reacción del príncipe Felipe ante el nuevo protegido de la reina, su bibliotecario personal:

        -He visto esta tarde a esa extraordinaria criatura -informó más tarde-. El paje pelirrojo.

        -Sería Norman -dijo la reina-. Le conocí en la biblioteca ambulante. Trabajaba en la cocina.

        -Ya entiendo por qué -dijo el duque.

        -Es muy inteligente -dijo la reina.

        -Tendrá que serlo -dijo el duque-. Con esa pinta...

Pero, en la ficción, Isabel II no sólo lee, también es capaz de resolver asesinatos. S. J. Bennett (hasta donde yo sé, nada que ver con el otro Bennett) la convierte en protagonista de dos entretenidas novelas que podríamos encuadrar en el género "cosy crime", donde la reina -una reina sorprendentemente perceptiva y astuta bajo su apariencia de imperturbable anciana- se transforma en una especie de Miss Marple que está rodeada de lacayos y asistentes personales en lugar de por benévolos vicarios. Al parecer, estos dos títulos -traducidos como El nudo Windsor y Un caso de tres perros- debían ser los primeros de una serie. Ignoro si el hecho de que su  protagonista se haya quedado sin su correlato en la vida real le pondrá fin o si la autora decidirá continuarla. 


En cualquier caso, estos dos ejemplos (creo que corre por ahí alguno más, pero no lo he leído, así que no puedo opinar) son buena muestra del mucho juego que da un personaje como la reina de Inglaterra, conocida universalmente y con una vida pública evidente, pero con una vida interior opaca, que el escritor puede llenar a su antojo. La vamos a echar de menos. 

viernes, 24 de junio de 2022

LA VIDA SECRETA DE LOS LECTORES


¡Hay que ver lo decorativos que son los libros!

Hay algo que me incomoda sutilmente en la continua exhibición de libros comprados, leídos, recomendados con que nos bombardean otros lectores desde las ubicuas plataformas de las redes sociales. Entiéndanme, me parece estupendo que la gente comparta sus lecturas, que se hable de libros, que cada cual comente lo que le ha parecido su última lectura. En el fondo, es lo que los lectores vienen haciendo desde siempre, contarles a otros lo que han leído, buscando comunicar de algún modo las ideas o emociones que han encontrado en los libros. Aunque hasta hace poco este tender la mano a otros lectores era, por necesidad, limitado: tu compañero de escuela o de trabajo, amigos o familia... y poco más. Unas confidencias que se hacían en persona, por carta o, como mucho, por teléfono. No había más. Hoy, ese estrecho círculo se ha ampliado hasta extremos impensables. Y me da impresión de que, en este universo lleno de voces y ecos, demasiado a menudo, el libro se convierte en un mero accesorio, como el bolso de marca o el modelito que se luce en las fotos de Instagram para que todo el mundo lo admire. Hemos pasado de compartir la emoción íntima de la lectura a pavonearnos de nuestras lecturas. (Mira lo que leo, ¿a que soy culto/moderno/original/sensible/loquesea...?)

En muchos aspectos, esta exhibición un tanto impúdica está negando la verdadera importancia de la lectura. Encuentro en un blog que sigo esta cita, que me parece que resume a la perfección lo que ésta representa para muchos de nosotros: 

"Todo verdadero lector tiene una vida secreta, que es tan intensa, compleja e importante como su vida pública. Los libros que leemos no son diferentes de la gente que conocemos o las ciudades que visitamos. Algunos libros, personas o lugares no nos causan apenas impresión, otros nos cambian la vida y los hay que plantaron en nosotros alguna idea o sentimiento que influiría en nuestro futuro. Nadie  leerá o releerá nunca, correcta o incorrectamente, los mismos libros que tú, de la manera o en el orden en que tú los has leído. Nuestra vida interior es tan rica y real como nuestra vida aparente, aunque en su mayor parte resulte desconocida para los demás. Tal vez por eso son tan importantes los libros."*

Los libros que leemos entran a formar parte de nuestra vida interior, esa vida secreta que vamos construyendo en paralelo a nuestra vida pública. Para cada uno de nosotros, el libro que leemos en un momento determinado significará algo distinto del mismo libro leído por otro lector en circunstancias distintas. Una vez procesada y digerida -algunas, se digieren muy rápidamente, otras son de digestión más lenta-, esa lectura pasa a formar parte de la corriente subterránea de nuestra doble vida. Como las proteínas y los hidratos de carbono que ingerimos, los libros nos construyen. Es un proceso que nadie ve, y que resulta imposible de explicar a otros, porque ni siquiera nosotros mismos somos por lo general conscientes de ello. Pero existir, existe.


Igual que ocurre con los sueños, lo que hemos leído irrumpe a veces en nuestra vida aparente. ¿Quién no ha tenido alguna vez, ante un acontecimiento o una persona determinados, un intenso déjà-vu de que le ha ocurrido o lo ha conocido en alguna novela? Al pasear por ciertos lugares, ¿no sentimos tal vez que estamos siguiendo los pasos de un personaje de ficción? No es tanto, como dijo no sé quien, que un lector viva muchas vidas, sino que los libros le proporcionan una vida secreta "intensa, compleja e importante". Un tesoro que merece estar a buen recaudo. Dejemos pues que otros utilicen los libros como accesorios, mientras cultivamos celosamente nuestra vida paralela, esa que es única y alimenta nuestro espíritu.

*Cita del libro de Dana Gioia, Studying with Miss Bishop: Memoirs from a Young Writer’s Life (Paul Dry Books, 2021)

martes, 31 de mayo de 2022

EL SÍNDROME DEL LECTOR LLEGA A SUS PANTALLAS


Mis fieles lectores recordarán seguramente mi insistencia en que no hay que dejarse llevar por la novedad, que los libros, si valen la pena, tienen una vida larga y en ocasiones incluso reaparecen cuando unos menos se lo espera. Sabrán asimismo que, hace unos años (cinco nada menos), recogí en un libro los artículos que estimé más interesantes de este blog, una recopilación que Trama Editorial tuvo a bien publicar -en una edición preciosa, por cierto- con el título de El síndrome del lector. El libro ha tenido, como era de esperar -los enfermos de la lectura no somos tantos-, una difusión modesta, pero ha ido haciendo su pequeño camino en el que, quiero imaginar, ha ido encontrando lectores. Prueba de que los libros cobran una vida propia es que hoy, en el telediario de las tres, el de Ana Blanco, en medio de un reportaje sobre la Feria del Libro de Madrid, ha aparecido de repente, en primer plano, mi discreto Síndrome. No sé si el libro se habrá ruborizado, pero su autora sí. Ha sido una maravillosa sorpresa que quería compartir con todos aquellos que pasan por aquí. ¡Larga vida a los libros, y a sus lectores, que son quienes los mantienen con vida!

 


lunes, 16 de mayo de 2022

LIBROS CON FRONTERAS

                                            (Foto: Eryk Fudala)

Hace poco más de dos años -aunque han pasado tantas cosas y tan gordas desde entonces que parece que haga una eternidad- escribí una entrada lamentando el voto británico favorable al Brexit y temiendo, por adelantado, sus consecuencias. Como hemos venido aquí a hablar de libros y no de sociopolítica (aunque, ¿dónde mejor se habla de estos temas que en los libros?) no voy a dedicarme a criticar a gobernantes como Boris Johnson, que en el colmo del ridículo manifiestan desconocer leyes que ellos mismos habían promulgado, ni enumeraré los diversos problemas que la salida de la Unión Europea está causando tanto a nacionales como a extranjeros. Tal como vaticinaba, la antes habitual y simple actividad de adquirir libros a través de librerías británicas se ha convertido en una lotería donde es imposible saber a ciencia cierta lo que nos espera. Dado que mis intereses me llevan con frecuencia a requerir libros publicados hace años -la novedad, creo yo, está sobrevalorada-, suelo (solía, más bien) recurrir para mis compras de obras en inglés a librerías británicas de segunda mano, de las cuales hay muchas y muy bien abastecidas. Hasta que llegó el Brexit, no había tenido más que motivos de elogio para sus servicios: por regla general, los libros llegaban en pocos días y en las condiciones indicadas por el vendedor. Cuando empezó todo esto, pensé, ilusa de mí, que los burócratas que diseñan las mil y una regulaciones de las fronteras no se molestarían en poner en marcha su maquinaria por ejemplares cuyo precio no suele rebasar los cinco euros. 

Eso sí, tuve que admitir con pesar que el coste del envío había aumentado. Con frecuencia, resultaba más caro el envío que el propio libro. En fin, me dije, si este es el peaje a pagar, lo pagaremos. Pero, tras varios envíos recibidos en casa sin  trámite ni problema alguno, más allá de que también el plazo era algo más prolongado, llegó el momento en que me di de bruces con la nueva realidad. Al principio, achaqué la insólita demora del último libro comprado a los efectos de la pandemia, que entretanto estaba, ella sí, poniendo nuestras vidas patas arriba. Pero al cabo de un tiempo, un papelito de Correos, que me conminaba a personarme allí para realizar los trámites aduaneros pertinentes, me sacó de mi error. El vendedor británico me había informado del "IVA estimado" del libro, de modo que supuse que esa cantidad es la que debería pagar. Tras hacer la preceptiva cola en Correos (todo, por supuesto, complicado por el asunto de las medidas de seguridad, control de aforo, mascarillas y demás), me encontré sin embargo con la desagradable sorpresa de que debía abonar casi el doble de lo calculado. Correos no tuvo a bien darme una explicación plausible del motivo (no, al menos, una que yo pudiese comprender). Decidida a aclarar el asunto, escribí a los vendedores, quienes vinieron a decirme que lo que se cobraba por trámites aduaneros quedaba al arbitrio de las autoridades locales y ellos no tenían nada que ver. En fin, que así es como acabé pagando por el dichoso libro casi el doble de su coste inicial. Perfectamente soportable en términos económicos -estamos hablando de unos pocos euros arriba o abajo- pero tremendamente irritante como gran consumidora de libros que soy. 


Se preguntarán si aprendí algo de esta experiencia. Debería. Pero la naturaleza humana, lo sabemos desde hace siglos, es dada a tropezar dos veces con la misma piedra. Tras un breve lapso de tiempo en que reprimí mis ansias compradoras, acabé reincidiendo. Y, de nuevo, pareció que los dioses me sonreían. Mas el mal -llamémosle aduanas- está siempre al acecho. Hace poco, compré, el mismo día, dos libros de segunda mano. El primero, a través de una librería alemana, me llegó con celeridad y sin trámite alguno. El precio de envío fue de poco más de 3 euros. Sobre el segundo, procedente del Reino Unido, mucho más tardón, recibí primero una ominosa comunicación de Correos que me advertía de que "Próximamente llegará tu envío a España y podrás realizar los trámites aduaneros correspondientes". Esta vez, al parecer, he tenido suerte y el cartero me ha pillado en casa, por lo que los "trámites aduaneros" se han limitado a tener que pagarle 5,25 euros (en efectivo y con el importe justo, claro) y echar una firmita. Eso, por un libro cuyo precio de coste era de 1,20. El envío han sido unos "meros" 6,25 euros. Comprenderán que deteste el Brexit, a sus adalides y sus consecuencias. O me rindo ante la evidencia y dejo de comprar en librerías del Reino Unido, o me resigno a ser un juguete en manos de los servicios de Correos y de aduanas. Detestable elección. 

jueves, 31 de marzo de 2022

TRADUCCIONES DE ANTAÑO (EL CASO MADAME BOVARY)

                                 
Arxiu Històric de Barcelona

La intrincada maraña de internet, con sus millones de hilos que se entrecruzan, es propicia a los hallazgos inesperados.  A veces son chorradas, de esas que sólo sirven para perder tiempo (y demorar lo que en realidad deberías estar haciendo), pero también, a fuerza de escarbar en la morralla, es posible encontrar alguna pepita de oro. Hace un par de días, uno de mis últimos itinerarios por la red me condujo a la web del Arxiu Històric de Barcelona -entidad que, como su nombre indica, atesora el patrimonio documental de la ciudad- y, en concreto a su Biblioteca Digital, recientemente remozada. Este archivo tiene un fondo documental riquísimo de varios siglos de antigüedad, capaz de hacer salivar a cualquier amante de la historia y de la letra impresa en general y, aunque el proceso de digitalización no ha hecho más que empezar, lo que de momento está disponible es suficiente para perder muchas horas de la forma más agradable. En fin, que estaba yo saltando de aquí para allá entre publicaciones añejas de lo más entretenidas cuando, no sé bien cómo, aterricé en un volumen que me dejó, literalmente, alucinada. ¡Nada menos que la primera traducción al castellano de Madame Bovary! ¡Y menuda edición! 


Como podrán ver (me disculpo por la escasa calidad de la imagen, pero la captura de pantalla no da para más), el discreto título francés ha sido sustituido por el mucho más llamativo de ¡¡Adúltera!! (lo que viene a ser un spoiler total de la trama, pero qué más da), con la única concesión de dejar el original entre paréntesis. Para iluminar al potencial lector, tal vez mareado por tan agresivo título, se apresuran a añadir la aclaración "Novela filosófica-fisiológica", una definición un tanto enigmática, cuyo sentido les aclararé más adelante. Luego le llega el turno al autor, con el nombre de pila castellanizado, como era habitual en la época. Hasta aquí, normal. Sin embargo, se ve que la uve de Gustavo pesaba mucho y, ya sea el traductor, el editor o el propio cajista, alguien se dejó llevar por ella y convirtieron a Flaubert en Flauvert. Ya nos íbamos temiendo que no estábamos ante la más fiel de las versiones, cosa que enseguida se ve refrendada por la advertencia de que está "Traducida libremente al castellano". No he podido constatar aún hasta qué punto es libre esta versión, pero puesto que el archivo pone a nuestra disposición todo el contenido, espero poder hacerlo algún día. De momento, habiendo hojeado sólo las páginas iniciales, me inclino a pensar que las "libertades" deben de estar más bien en los pasajes "fisiológicos", por emplear la misma terminología de esta edición. Y llegamos al traductor. Ah, el traductor. Debidamente investigado (gracias de nuevo a internet y a la erudición del Diccionario Histórico de la Traducción en España, una herramienta utilísima) podemos saber de este Amancio Peratoner que era gran admirador de Quevedo y que escribió alguna obra de teatro y, sobre todo, cultivó la literatura podríamos decir "pìcante". Cito aquí lo que el diccionario dice al respecto:

    Pero donde puso mayor empeño fue en la divulgación del género «literario–fisiológico» con tratados  en los que no oculta su verdadero nombre. A este tipo pertenecen Los peligros del amor, de la lujuria y del libertinaje (1874), inspirado en una larga lista de autores que indagan sobre la sodomía, la pederastia y la prostitución; Extravíos secretos. Onanismo solitario (masturbación) en el hombre, en la mujer (s. a.), estudio extraído especialmente de Deslandes; o el más popular de todos, El culto al falo (1875), título al que sigue la habitual referencia a las fuentes extractadas para su redacción y las consideraciones morales que vienen al caso para esquivar la censura. Cabría añadir que algunas de estas obras podrían considerarse adaptaciones sintéticas de los autores mencionados en las respectivas portadas, aunque don Amancio no considera ese detalle.

Como traductor mostró idéntica afición a lo subido de tono, traduciendo incluso una Historia de la prostitución de todos los pueblos del mundo, que se editó con ilustraciones. El Diccionario nos informa de que tradujo también obras de mayor altura literaria, como algunas de Zola, de Dumas (hijo) o de Victor Hugo. Curiosamente, no se le menciona como traductor de Flaubert. Me pregunto si la omisión no se debe a la errata del nombre: me temo que en los catálogos el autor de esta ¡¡Adúltera!! figura como Flauvert, lo que sin duda dificulta su localización.
A pesar de su dudosa fidelidad al original, a don Amancio le pertenece el mérito de haber sido quien por primera vez tradujo la inmortal obra de Flaubert/Flauvert a nuestro idioma. Es muy posible que él no fuese consciente de la importancia de este hecho. Es posible, igualmente, que quienes comprasen ese volumen, editada de forma bastante sencilla por la imprenta de José Miret en 1875, lo hiciesen movidos más por el morbo del título que por otra cosa. Pero si esperaban encontrar entre sus páginas revelaciones escabrosas dignas del autor de El culto al falo (publicado ese mismo año, no puedo evitar preguntarme si saldrían simultáneamente), acabarían decepcionados. Eso sí, habiendo leído una gran novela. 

lunes, 28 de febrero de 2022

PERSONAJES RECURRENTES

Balzac fue uno de los primeros autores -me gustaría decir que fue el primero, pero no tengo la certeza- en servirse de los personajes recurrentes, algo que harían después otros escritores ilustres, como Galdós o Trollope, por citar sólo un par. Un recurso francamente útil cuando se crea no una única historia, sino muchas, vinculadas por el hecho de transcurrir en una misma zona geográfica, o dentro de un mismo grupo familiar, y hay que lidiar con decenas de personajes. Como su nombre indica, consiste en hacer que determinados personajes de una novela reaparezcan en otras, no como protagonistas (en ese caso estaríamos más bien ante una serie protagonizada por un mismo personaje), sino en calidad de secundarios. Cómo de secundarios es algo que suele variar, de modo que a menudo quien se ha situado en primer plano en una novela pasa a ser un mero figurante en la siguiente. Pero está ahí, y los lectores agradecen toparse con un nombre y unas características que les resultan familiares. Es, en cierto modo, como volver a una casa que ya conoces. Terreno amigo.

A nada que se hayan leído unos cuantos volúmenes de la Comedia humana -o de las simpáticas Crónicas de Barsetshire, de Angela Thirkell, si uno se decanta por lecturas más ligeras- se acaba por estar muy atento a esta recurrencia de personajes, y tratar de adivinar cuál de ellos hará esta vez su reaparición  casi se convierte en un aliciente adicional. Mucho más raro, y desde luego más sorprendente, es toparse con un personaje conocido en dos libros de autores diferentes y que tratan de temas no relacionados entre sí. Pero esto precisamente es lo que me ha sucedido al leer las deliciosas memorias de Mary Chubb sobre su campaña arqueológica en Egipto en 1930, que llevan el título de Aquí vivió Nefertiti

El libro va precedido por un par de fotografías de la época, una de ellas la realmente impactante imagen del director de la expedición, John Pendlebury, luciendo un collar egipcio (evidentemente, uno de sus hallazgos) sobre el torso desnudo. 


La lectura de las páginas que siguen demuestra que no sólo podía ser un tanto excéntrico, sino que era también una persona dotada de enorme talento y un excelente arqueólogo. Lo que Mary Chubb cuenta acerca de él -unido a muchas otras interesantes anécdotas, capaces de trasladarnos a la polvorienta excavación de Tell El-Amarna- hacen que una acabe tomándole cariño. El caso es que, aparte de la fascinación por este personaje, su nombre me resultaba lejanamente familiar. Pero sólo al llegar a las páginas finales, cuando la autora reseña brevemente qué fue de cada uno de los integrantes de aquella lejana expedición y menciona que Pendlebury, destacado en Creta en 1941 (como responsable de las excavaciones de Cnossos, conocía bien la isla) durante la invasión alemana, tras participar en numerosas acciones con guerrilleros, fue fusilado por los alemanes, todo encajó y supe de qué le conocía. En efecto, sus andanzas con los guerrilleros cretenses, así como su muerte a manos de los alemanes, aparecen mencionadas en la biografía de Patrick Leigh Fermor -otro héroe de la guerra en Creta- escrita por Artemis Cooper. Así, resulta que Pendlebury no sólo fue un sabio, sino también un héroe. Por cierto que las peripecias de nuestro amigo Paddy durante esa misma campaña tampoco fueron desdeñables: entre otras acciones, formó parte del comando inglés responsable de secuestrar a un general alemán. La historia completa de esta hazaña, tan emocionante como cualquier relato de ficción, la cuenta uno de sus compañeros, W. Stanley Moss, en Mal encuentro a la luz de la luna.

En este caso, la recurrencia de personajes vino de la mano de la casualidad histórica y no de la voluntad de un novelista, aunque a mí me causó idéntico efecto de familiaridad. De repente, me vi transportada desde una excavación en el Egipto de 1930 a la Creta en guerra de los años cuarenta y Pendlebury, un personaje del todo secundario en la larga biografía de Patrick Leigh Fermor, se convirtió ante mis ojos en un protagonista por derecho propio. Los libros se llaman unos a otros, estoy convencida.

Y llaman (o deberían) a los lectores: si quieren disfrutar de buenas historias, cualquiera de los libros aquí citados o los del propio Paddy son una excelente lectura.