Hace muchos años que dejé de contar libros, pero no de comprarlos. Debería consultar con un arquitecto para saber cual es el peso máximo permitido en libros que debe tener cada estancia, por eso de no hacerle un boquete indeseado al vecino (aunque la verdad nunca he leído una noticia que diga que la cultura sea el motivo de un hundimiento).
De momento, soy capaz de encontrar la gran mayoría de mis libros gracias a una “prodigiosa” memoria (exacto, como Mendel, ¿deberé preocuparme?) desarrollada desde muy joven, cuando mis pérfidos hermanos se dedicaban a cambiar el orden de los libros en las estanterías para divertirse viendo como mecánicamente los volvía a reinstalar en su lugar; pero también debido a mi infalible sistema de ordenación cronogeotemático. El criterio inicial consiste en separarlos por temas, pero considerando que la literatura es uno de los temas principales, dentro de esta hay dos niveles: el primero, los países y dentro de estos, los años de nacimiento de los autores. No me extrañaría que algún bibliotecario se quejara de mi despropósito; alegaré que con este sistema los raptores de libros andan algo confundidos.
Algunas de las abultadas estanterías |
Los libros son viajeros y siempre he entendido que su condición es nómada, excepto aquellos que se encuentran encarcelados en las bibliotecas nacionales y demás. Debemos ofrecer a los libros libertad y dejarlos escapar, para que otro los capture y así infinitamente. Me encanta buscar los libros fuera de su lugar común, es decir, fuera de las librerías de compra nuevas a las que acudo para encontrar cosas concretas. Aunque me dejo ver por las librerías de segunda mano, alguna feria o el Mercat de Sant Antoni, confesaré mi secreto mejor guardado: mi biblioteca ha crecido gracias a los encantes viejos de Barcelona. De allí provienen mis mejores compras y mi acelerada pasión. Si algún día veis a un tipo alto subido a una montaña de libros que se agolpan en el suelo, impasible al frío o el calor y con el asumido riesgo de enseñar el canalillo que separa los glúteos, ese puedo ser yo. Obsesivamente, acabo comprando a través del regateo, que no deja de ser la parte más gratificante de todo el proceso. Y es que nadie me negará que conseguir una ganga o un raro es equiparable a pisar la luna por primera vez (bueno vale, me he pasado, pero durante unos segundos puede serlo y además quién sabe lo que se siente al pisar la luna; pocos, muy pocos…).
El problema de buscar gangas es que siempre las hay y eso deriva en una progresión infinita de libros y una disminución pareja de tu economía y espacio. Aún así, soy humano y por tanto me dejo vencer fácilmente por los placeres y acabo comprando libros semanalmente para regalar o para rellenar los huecos ya imperceptibles de mi casa. Porque esa es otra obsesión, si encuentro una edición de mejor calidad que la que tengo, no puedo evitar reponerla. Solución a esta duplicidad: regalar el otro. Pues sí, debo reconocer que uno encima es un sibarita del papel y busca buenas ediciones (tapas, traducciones, papel, ilustraciones, notas…).
Anecdóticamente esta manía el pasado Sant Jordi nos dio una estupenda gratificación. Mi mujer me pidió “algún” libro para ciertos alumnos de una clase un tanto especial, con dificultades de varios tipos. Inicialmente me pidió unos doce libros para regalárselos, que acabaron convirtiéndose en dieciséis. Los fuimos eligiendo según las características de cada uno: de ingenio, de aventura, sentimental, sencillo, fantástico… Parece ser que acertamos con todas las elecciones. Según me dijo, fue un momento muy emocionante, porque ninguno de ellos se esperaba nada, esos libros les hicieron sentir verdaderamente especiales. Mucho mejor que una campaña orquestada del fomento a la lectura.
Otro de los temas es qué elijo para leer, por qué, cuándo y dónde. Difícil seguir un criterio de lectura, aunque tengo más o menos una pila ordenada mentalmente –hay quién incluso habla del monstruo de la pila, que crece y parece querer devorarte-. En esa pila, con un supuesto orden, los libros se van desplazando hacia arriba o hacia abajo, e incluso aparecen nuevos que reclaman un derecho que no les corresponde cronológicamente. Supongo que, como le ocurre a cualquier buen lector, las prioridades pueden variar en poco tiempo gracias a los blogs y foros amigos, a los comentarios de los mismos autores o a alguna autorizada voz. En cualquier caso últimamente, y debido al blog que escribo, los temas se imponen a las lecturas en sí; es decir, pienso en aquello de lo que querría hablar y elijo la lectura en base a ello –siempre teniendo en cuenta que el libro escogido está en la pila-. De esta manera, leo algunos libros que podrían perderse en el limbo de lo interesante pero no atractivo para el momento. Pero, este método engendra monstruos, porque hace que me dedique a buscar más material que, a veces, no poseo. Más madera.
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Mi rincón en compañía de Sherezade |
Mi sitio de lectura preferido es la cama –estilo Twain, para entendernos-, aunque donde más leo es en el trayecto hacia el trabajo. Tiendo a la distracción, por lo que ni vasos de whisky, ni música de Bach, ni niños jugando alrededor y, como me pasaba cuando estudiaba, no puedo aguantar más de una hora seguida. Y por cierto, aunque sea incorrecto, yo al lavabo siempre con un libro para hojear.