Los lectores de este blog saben de sobra de mi pasión por Madame Bovary; los más memoriosos recuerdan sin duda que también Julian Barnes ha hecho su aparición en estas páginas; y a nadie se le oculta mi interés por todo lo relativo a la traducción y sus peligros. No les va a extrañar entonces que haya leído con fascinación un extenso artículo aparecido en la London Review of Books (es de 2010, pero sólo ahora he dado con él) en el que Barnes reseña la nueva traducción de Madame Bovary, que realizó nada menos que Lydia Davis -ya saben, esa estupenda cuentista americana, ex mujer de Paul Auster por más señas- para Penguin.
El artículo resulta tan interesante (para los fanáticos de estos temas, por supuesto) que les recomiendo que lo lean entero. Para los que no tengan tiempo o ganas, o carezcan de un dominio suficiente de la lengua inglesa, reproduciré aquí algunos fragmentos que me parecen especialmente significativos. Son, me temo, sólo un aperitivo, un amuse-gueule (nos estamos poniendo franceses, era inevitable), y no es tarea fácil seleccionar esos párrafos entre tantos que merecerían ser destacados. Pero vamos a intentarlo.
En cualquier lengua, una nueva traducción de un hito del género novelístico como es Madame Bovary supone todo un acontecimiento. Ocurrió algo parecido en castellano cuando se publicó la traducción de María Teresa Gallego. En su artículo, Barnes -quien aparte de haber ejercido él mismo la labor de traductor, es un gran conocedor de la cultura francesa y del universo flaubertiano (véase El loro de Flaubert)- no sólo considera los méritos de la traducción de Davis, comparándola con las anteriores, sino que realiza una serie de preguntas absolutamente pertinentes acerca de la traducción.
Imagina que vas a leer una de las grandes novelas francesas por primera vez y sólo puedes hacerlo en tu inglés nativo. El libro tiene más de 150 años de antigüedad. ¿A qué querrías/deberías aspirar? [...] De entrada, probablemente no querrías que se leyera como una "traducción". Querrías leerlo como si hubiese sido escrito originalmente en inglés, aunque necesariamente por un autor bien informado acerca de Francia. [...] Querrías que provocase en ti las mismas reacciones que provocaría en un lector francés (aunque también te gustaría tener cierto sentido de distancia, y el placer de explorar un mundo diferente). ¿Pero qué tipo de lector francés? ¿Uno de finales de la década de 1850 o uno de 2010? [...] Idealmente, querrías entender cada una de las referencias de época -por ejemplo el pudding Trafalgar, los frailes Ignorantinos o Mathieu Laensberg- sin necesidad de consultar más abajo o más atrás las notas.
Preguntas todas ellas que serían aplicables a cualquier traducción de una obra clásica. Tras mucho debatir consigo mismo, este imaginario futuro lector se decide por el traductor ideal: "Una inglesa contemporánea de Flaubert, cuya prosa por eso mismo estaría libre de anacronismos". Puestos a pedir, que sea alguien que haya podido trabajar codo con codo con el autor o, mejor aún, que dicha traductora haya incluso sido su amante, para mayor proximidad aún.
Casualmente, este sueño llegó a ser realidad. La primera traducción conocida de Madame Bovary la realizó a partir de una copia del manuscrito Juliet Herbert, institutriz de Caroline, sobrina de Flaubert, entre los años 1856-57. Posiblemente, fue amante de Flaubert; con toda certeza, le dio clases de inglés. "En seis meses, leeré a Shakespeare como un libro abierto", presumió él; y juntos tradujeron "El prisionero de Chillon" de Byron al francés.
Casualmente, este sueño llegó a ser realidad. La primera traducción conocida de Madame Bovary la realizó a partir de una copia del manuscrito Juliet Herbert, institutriz de Caroline, sobrina de Flaubert, entre los años 1856-57. Posiblemente, fue amante de Flaubert; con toda certeza, le dio clases de inglés. "En seis meses, leeré a Shakespeare como un libro abierto", presumió él; y juntos tradujeron "El prisionero de Chillon" de Byron al francés.
Lamentablemente, esa traducción se perdió y nunca ha llegado a publicarse. ¡Qué interesante sería si alguna vez llega a recuperarse el manuscrito! Barnes prosigue luego considerando los méritos de Davis como escritora que la hacen (o no) adecuada para verter al inglés la prosa de Flaubert. Tras comparar diversos ejemplos tomados de otros tantos traductores, hace una reflexión acerca de por qué a veces las traducciones antiguas nos parecen las mejores:
De forma similar, en las traducciones de Chéjov Constance Garnett ha sido sucedida por Ronald Hingley. Sucedida, pero no suplantada: algunos continuamos leyendo las traducciones de Garnett. Principalmente porque realizan mejor el salto en el tiempo, y producen una mejor ilusión de ser un lector de entonces [...] También puede ser, sin embargo, que ocurra algo diferente, o adicional: una especie de imprimación. La primera traducción que leemos de una novela clásica, como la primera grabación que escuchamos de una pieza de música clásica, "es" y sigue siendo aquella novela, aquella sinfonía. Intérpretes posteriores pueden tener un mejor dominio del lenguaje, o tocar la pieza con instrumentos de época, pero aquella versión inicial necesita siempre ser desplazada.
Tres versiones de las treinta que realizó Monet de la fachada de la catedral de Rouen |
Inmensa dificultad, reconoce Barnes, tratar de ser fiel al mismo tiempo a la letra y al espíritu del texto. Pues desviarse de la sintaxis, de la puntuación, del ritmo del autor en favor de una interpretación más "auténtica" puede conducir a terrenos peligrosos (que ilustra con algunos ejemplos).
[Una traducción] no puede -o al menos no debe- escribirse como un pastiche del periodo en que se originó. Debe escribirse para el lector contemporáneo, y sin embargo darle a este lector las mismas, o similares, facilidades o dificultades que se habría encontrado el lector original. Y así como puede haber una ligereza culpable, puede existir también una sobre-exactitud equivocada. Es muy difícil indicar (excepto en notas al pie o en una introducción) el contexto literario general en el que fue escrito un libro, que a menudo resultó fundamental para el escritor.
Para concluir que
El Madame Bovary de Lydia Davis muestra que es posible producir una versión más que aceptable de un libro con el cual no te sientes en absoluto identificado. En este sentido, confirma que la traducción requiere un esfuerzo de imaginación tanto como habilidad técnica.
Porque, evidentemente, la traducción perfecta no existe. A lo más que podemos aspirar es a aproximaciones.
Muy interesantes el post y el artículo de Barnes. Resulta curioso lo que dice sobre las traducciones de Constance Garnett. Hace unos días leí un artículo al respecto, y sus traducciones de los rusos eran criticadas porque Tolstoi parecía Dostoyevski, Dostoyevski parecía Chéjov y todos parecían iguales: literatura inglesa de la época.
ResponderEliminarEn el artículo también se hablaba de las traducciones de Murakami. El traductor oficial al inglés se lee de manera muy fluida, como si se estuviera leyendo el original, y ha hecho del japonés el fenómeno superventas que es. Sin embargo, parece que son las versiones de otro traductor, mucho más fiel al estilo del autor, las que lo han convertido en un autor de culto. Parece que algunos, entre los que me incluyo, prefieren que se note, hasta cierto punto, que estamos leyendo una traducción.
También me sorprende, como al propio Barnes, que alguien pueda hacer una buena traducción sin ser un apasionado de la obra traducida. Esa pasión es, a mi juicio, la que hace grandes las traducciones de, por ejemplo, MIguel Sáenz o Marta Rebón.
No he leído ninguna de las traducciones de Garnett, de modo que no puedo juzgar, pero también había oído eso de que el lenguaje resulta uniforme. Pero al parecer los ingleses de su época las encontraban estupendas (V. Woolf, por citar sólo un ejemplo).
EliminarEstoy con Barnes en lo insólito que me parece que alguien se avenga a emprender una traducción tan llena de riesgos y dificultades como la obra de Flaubert sin sentir pasión por ella. Toda mi experiencia lectora me dice, como a ti, que cuando un traductor ama una obra, eso se nota en el resultado de su trabajo. Para bien, por supuesto.
Las buenas traducciones son aquellas que pasan desapercibidas para el lector, no se mueven, no se notan y no traspasan (como Evax). Decir esto es fácil; hacerlo muy difícil. Al hilo del post, decir que la traducción de Gallego de la Bovary es sencillamente un ejemplo de lo que es una traducción que roza la perfección y donde equilibra la precisión, la expresividad y el tono original de Flaubert, sin apenas traicionarlo. Un saludo.
ResponderEliminarQue no se note que estás leyendo una traducción (sobre todo si dominas el idioma original del que se ha realizado la versión) es tarea casi imposible. Pero tienes razón en que la traducción de Mª Teresa Gallego es magistral y realmente consigue por momentos que nos olvidemos de que no estamos leyendo el original.
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