Los humanos tendemos a creer que lo hemos inventado todo. Parecería que ninguna generación anterior a la nuestra sabía cómo organizarse, cómo hacerse la vida más fácil, cómo comportarse. Y cuanto más lejos miramos en el tiempo, más se acentúa esta sensación de superioridad. ¿El siglo XIX? Unos pacatos. ¿El Renacimiento? Mucho arte, pero seguro que no se bañaban cada día. ¿La Edad Media? Eso ya es de risa, tiempos de oscurantismo e ignorancia... Sólo que si bajamos por un instante de nuestra atalaya, en cuanto nos aproximamos con la mente un poco abierta al pasado, todas estas presunciones empiezan a desmoronarse.
Los libros, por ejemplo. Pobrecillos los antiguos, que no conocían el libro de bolsillo, esa invención democratizadora del siglo XX que le permite a una echarse un volumen tranquilamente en el bolso para leer durante un viaje. Pero acerquémonos un poco más. Tal como revela el Daily Mail, la Universidad de Leeds ha descubierto entre sus volúmenes preciosos un "libro de libros". Encargado en 1617 por un acaudalado miembro del Parlamento, William Hakewill, como regalo para un amigo, el artefacto consiste en un libro tamaño folio, encuadernado en cuero, que al ser abierto revela ser una caja de madera dividida en estantes que contienen cincuenta libritos encuadernados en vitela con letras y cantos dorados. En la cubierta, exhiben un ángel leyendo un pergamino que reza "Gloria Deo". Vean qué belleza.
Una auténtica biblioteca ambulante. Que debió triunfar, porque el mismo personaje se hizo hacer tres más iguales a ésta en los años siguientes. Los pequeños libritos, impresos tan primorosamente como encuadernados contienen todo lo que una persona amante de la cultura clásica podía necesitar, e incluía un práctico y bello índice, para facilitar aún más las cosas: teología y filosofía, historia y poesía. Cicerón, Séneca, César, Suetonio, Virgilio, Horacio...
Muchas horas de lectura, suficiente para cualquier viaje, incluso los de la época, que se prologaban bastante más que los actuales.
Cierto que ahora podemos cargar todo esto en nuestro Kindle e ir más ligeros. Pero no me negarán que en cuanto a belleza los jacobitas nos llevan la delantera.
En el mismo artículo citado, los responsables de la biblioteca donde se aloja hacen notar que el "libro de libros" en cuestión no es mucho mayor que un iPad (me temo que, oportunamente, omiten mencionar que es algo más pesado). Lo que sí llama la atención es lo mucho que recuerda esta mini-estantería a la estantería virtual de Apple.
No somos tan originales como creemos, no.
Qué maravilla!
ResponderEliminarConociendo cosas así, ya no es necesario buscar argumentos a favor de los libros frente al electrónico.
Saludos!
Bien vista la similitud con el libro electrónico. Un libro de libros. Genial. Deberían editar ahora alguno de esta forma.
ResponderEliminarBesos
¡Un auténtico lujo poder ver esta biblioteca portátil! He estado fijándome en el listado de autores y parece casi un canon latino. Es un concepto parecido al que justo en esos años popularizan los Elzevir: autores clásicos muy bien editados en formatos pequeños. No sé dónde estarán impresos éstos libros, recuerdan esas ediciones. Y qué bien conservados. ¡No estaba mal ser amigo de William Hakewill!
ResponderEliminarSabía que a ti en especial te gustaría esta mini-biblioteca ambulante, Urzay.
EliminarUna "pequeña" maravilla. Quién quiere un kindle ;-)
ResponderEliminarBesos.
Yo cambio mi Kindle gustosamente por cualquiera de estos preciosos volúmenes :)
Eliminar¡Qué preciosidad! Tenían que apañárselas como podían para transportar sus lecturas. ¡Quisiera uno! :)
ResponderEliminarHombre, me da una idea para conservar mis ejemplares de la serie especial de Crisol.
ResponderEliminarPues sí, los Crisolines eran de esos libros que se podrían transportar en un macro-libro así. ¡Envíame una foto cuando lo hagas!
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