Barracas en e barrio de La Perona hacia 1960 |
La ficción es una poderosa herramienta para conocer la realidad. Nunca falta quien traza una firme línea divisoria entre "lo auténtico" y lo inventado", pero sospecho que se trata de personas cuya experiencia en cuanto a lecturas de ficción es muy escasa. Los grandes lectores saben bien que para conocer el mundo, presente y pasado, para conocer a las personas y saber lo que pasa dentro de esas cabezas cuyo contenido nos está vedado, no hay nada mejor que la ficción. Sí, eso que en apariencia no existe -porque es fruto de la imaginación de alguien- es paradójicamente lo más cercano a una experiencia real que podemos tener.
Dos hechos que se me han presentado unidos por la casualidad me sirven para reafirmarme en este convencimiento. Se trata de lo siguiente: en el Palau de la Virreina de Barcelona se ha inaugurado hace poco una exposición -compuesta básicamente por fotografías y documentos audiovisuales- que sigue la construcción de la ciudad moderna. Lleva por título Barcelona. La metrópolis en la era de la fotografía (1860-2004). Entre los diversos vídeos de diferentes épocas que se ofrecen al visitante, uno de los más impactantes es el que muestra las miserables condiciones de vida de los miles de inmigrantes que, expulsados de sus tierras por la miseria, acudieron a la gran ciudad durante las décadas de 1950 y 1960 en busca de trabajo y pan. Seguro que nos suena esa música -hacinamiento, barracas, crecimiento descontrolado de barriadas sin ningún servicio...-, pero otra cosa es ponerle caras. Poco antes de verlo, había releído para un club de lectura la novela de Juan Marsé Últimas tardes con Teresa -que, por cierto, ahora se reedita en una nueva versión que incluye algunos pasajes tachados por la censura-, una novela que habla precisamente de ese mundo de la periferia, de los barrios humildes y los jóvenes que sueñan con salir de ellos algún día. Uno y otro -el documental y la novela- son visiones gemelas de una misma realidad; sólo que el de Marsé parece más auténtico.
En la novela de Marsé nadie sonríe a la cámara y gracias a la ficción tenemos el privilegio de asistir a todo aquello que los personajes hacen precisamente cuando nadie les ve. Tal vez lo que más me ha sorprendido de esta nueva lectura es darme cuenta de la inmensa fuerza poética que anima el lenguaje de Marsé, con imágenes absolutamente certeras e inolvidables, como esta descripción de una de las chicas del barrio (tan distinta de la rubia y etérea Teresa):
"La Rosa siempre le había inquietado, sobre todo por algo ingrato que había en su boca, como un amago de codicia; boca amarga y sin color, gruesa, dura como un músculo. Tenía turbios ojos de humo y hombros lechosos, llenos de pecas. En traje de baño mostraba un cuerpo bonito, de cintura insospechadamente grácil, pero demasiado fofo, blando, con esa blancura viscosa de las patatas peladas."
Uno siente muy cercana la Barcelona de los cincuenta gracias a esa máquina del tiempo que es la ficción. Y, si se quiere comprender aún mejor esos años oscuros, recomiendo vivamente otra novela, que incomprensiblemente ha desaparecido del radar de la atención del público, igual que su autor, Luis Romero: La noria. La obra fue Premio Nadal en 1952 y relata un día de la vida de la ciudad, a través de una serie de personajes cuyas vidas se cruzan en algún momento. Me temo que no existe una edición en el mercado, pero harían bien en reeditarla, porque es todo un mosaico humano y un impagable retrato de una época, que se diría brotado de alguna de las fotos de Català-Roca.
Frances Català-Roca, La Vía Layetana, entre las calles Junqueras y Condal |
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe sumo a la reivindicación que usted hace de "La noria" y de su autor, Luis Romero, un escritor demasiado olvidado hoy en día. Un saludo.
ResponderEliminarMe alegro de que también te guste esta novela. Es una lástima que no lo conozca más gente, así como a su autor. Yo, por mi parte, voy a seguir recomendándola.
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