Hace un tiempo, la revelación de que existía un tráfico de reseñas favorables en Amazon -es decir, que había quien vendía, y quien compraba, esas opiniones positivas, que se suponen auténticas y no influenciables- causó un pequeño escandalo. Aparte de la obvia inmoralidad del engaño, destinado a engrosar las ventas del autor que se las agenciaba, mucha gente pensó que se trataba de una artimaña destinada a salvar del desastre a novelas que, de otro modo, no hubiesen tenido aceptación por parte del público. Cosa de escritores mediocres, vaya. Porque -según reza una opinión muy extendida- los grandes escritores no necesitan recurrir a estos expedientes. Dejemos por ahora de lado que el calificativo de "grande" solo se conquista después de una trayectoria creativa por lo general larga; nadie puede predecir cuál de los miles de escritores que hoy comienzan su carrera llegará a despuntar y cuál caerá rápidamente en el olvido. Hay quien piensa, en todo caso, que el escritor debe mantenerse alejado de los intereses comerciales. Que una cosa es el arte y otra el comercio. Algo que no tiene ningún sentido, porque los escritores -salvo algún bicho raro- lo que quieren es que les lea cuanta más gente, mejor. Y si ellos están convencidos de que su obra es buena, es justo que hagan lo posible por ampliar su público. ¿Llegando hasta el extremo de comprar criticas favorables? Sin duda, eso es ir demasiado lejos. Mas he aquí que resulta que eso es precisamente lo que hizo el gran -aquí sí no dudamos en aplicarle este adjetivo- Marcel Proust. Era cosa sabida que Proust tuvo que costear de su bolsillo la primera edición de Por el camino de Swann, al ser esta novela rechazada por los responsables de Gallimard (quienes luego entonarían el mea culpa y se convertirían en los editores de toda su obra).
Pero el escritor poseía muchos contactos y logró que otro reputado editor, Bernard Grasset, se la publicase, corriendo él con todos los gastos. Dado que tenía fortuna personal, eso no debió de constituir un grave problema. Es más, su presupuesto, sea cual fuese, le dio para hacer también una tirada muy reducida de lujo de la obra, impresa en papel japón, de la cual existen hoy solo cuatro ejemplares (un quinto, informa Le Monde, desapareció durante la ocupación nazi). Uno de ellos, precisamente, saldrá el mes próximo a subasta, y Sotheby's estima que puede alcanzar un precio de entre 400.000 y 6000.000 €. Una nadería. Al mismo tiempo, según informa igualmente The Guardian, lo que ha salido a la luz son unas cartas de Proust al editor de Grasset, Louis Brun, que revelan que el primero no tuvo reparo en pagar por conseguir que algunos periódicos publicasen reseñas elogiosas de su obra, redactadas por algún amigo -por ejemplo, el pintor Jacques Émile Blanche- o por él mismo (estas últimas se las mandaba a Brun, intermediario en dichas operaciones, escritas a máquina, para que no quedase rastro de su caligrafía). Unas reseñas que no eran lo que se dice modestas en su apreciación del libro: se trataría, dice, de "una pequeña obra maestra", capaz de "barrer como un soplo de viento los soporíferos vapores" del resto de novelas. Proust, ya lo ven, no pecaba de modestia. Movido por su fe en las bondades de su obra -o en la eficacia de la propaganda- pagó 300 francos (calcula el periódico británico que equivaldrían a unas 900 libras actuales) para conseguir que la novela saliese mencionada en la primera página de Le Figaro y una suma aún mayor (660 francos) por una larga reseña que apareció en Le Journal des Débats. A su manera, era un precursor. Hoy, las editoriales les asignan a sus novedades un presupuesto de marketing, sabedoras de que, no importa cuál sea su calidad literaria, cualquier libro se beneficia de una buena visibilidad.
Malo es engañar a los lectores intentando darles gato por liebre. Pero igualmente malo es menospreciar a los escritores que se esfuerzan por llegar a su público.
El ejemplar de Proust que sale ahora a subasta
(Foto Thomas Samson/APF)
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Pero el escritor poseía muchos contactos y logró que otro reputado editor, Bernard Grasset, se la publicase, corriendo él con todos los gastos. Dado que tenía fortuna personal, eso no debió de constituir un grave problema. Es más, su presupuesto, sea cual fuese, le dio para hacer también una tirada muy reducida de lujo de la obra, impresa en papel japón, de la cual existen hoy solo cuatro ejemplares (un quinto, informa Le Monde, desapareció durante la ocupación nazi). Uno de ellos, precisamente, saldrá el mes próximo a subasta, y Sotheby's estima que puede alcanzar un precio de entre 400.000 y 6000.000 €. Una nadería. Al mismo tiempo, según informa igualmente The Guardian, lo que ha salido a la luz son unas cartas de Proust al editor de Grasset, Louis Brun, que revelan que el primero no tuvo reparo en pagar por conseguir que algunos periódicos publicasen reseñas elogiosas de su obra, redactadas por algún amigo -por ejemplo, el pintor Jacques Émile Blanche- o por él mismo (estas últimas se las mandaba a Brun, intermediario en dichas operaciones, escritas a máquina, para que no quedase rastro de su caligrafía). Unas reseñas que no eran lo que se dice modestas en su apreciación del libro: se trataría, dice, de "una pequeña obra maestra", capaz de "barrer como un soplo de viento los soporíferos vapores" del resto de novelas. Proust, ya lo ven, no pecaba de modestia. Movido por su fe en las bondades de su obra -o en la eficacia de la propaganda- pagó 300 francos (calcula el periódico británico que equivaldrían a unas 900 libras actuales) para conseguir que la novela saliese mencionada en la primera página de Le Figaro y una suma aún mayor (660 francos) por una larga reseña que apareció en Le Journal des Débats. A su manera, era un precursor. Hoy, las editoriales les asignan a sus novedades un presupuesto de marketing, sabedoras de que, no importa cuál sea su calidad literaria, cualquier libro se beneficia de una buena visibilidad.
Malo es engañar a los lectores intentando darles gato por liebre. Pero igualmente malo es menospreciar a los escritores que se esfuerzan por llegar a su público.
Retrato de Marcel Proust por Jacques-Émile Blanche |
Elena, me gustan los post con sustancia, como este.
ResponderEliminar"Y si ellos están convencidos de que su obra es buena, es justo que hagan lo posible por ampliar su público". Estoy totalmente conforme. Sobretodo porque hay mucho producto literario, cinematográfico y televisivo que es una basura pero nos lo acabamos tragando a golpe de marketing insistente. Cuánto más se justifica ante la posibilidad de que se trate de algo bueno.
Un saludo.
Beatriz
Gracias, Beatriz, intento que mis posts tengan siempre algo de contenido, no necesariamente serio, pero sí que haga pensar un poco. Ni el marketing ha de ser solo para los productos basura (aunque hay que ver la cantidad de basura que nos hacen tragar, como bien apuntas tú), ni un gran esfuerzo de marketing es garantía de grandes ventas. Al final, lo que vale es la calidad de lo que estés vendiendo. Si es realmente malo, todo lo que gastes en marketing es inútil. Puede funcionar un rato, pero acaba por vérsele el plumero.
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