Una de las mayores ventajas de viajar en tren es que nos brinda un rato propicio a la relajación y a olvidarnos del resto del mundo (o así era, al menos, antes del advenimiento de los móviles). Mientras nos hallamos en tránsito, ni aquí ni allí, cómodamente arrellanados en nuestra butaca, podemos decidir en qué vamos a emplear ese espacio de tiempo vacío: dormitar, admirar el paisaje, hacer crucigramas o sumirnos en la lectura. Diríase que la alternativa de darle palique a los otros viajeros, ese recurso tan utilizado en las novelas, ha caído en desuso, junto con la tradicional fiambrera y chorizo del pueblo que ya nadie lleva consigo. Es más, ahora que tantas de nuestras ciudades están unidas por cómodos y raudos AVE, corremos el riesgo de llegar a nuestro destino sin haber podido terminar el crucigrama.
Antes de la era del ferrocarril -un par de fechas para que se sitúen: en Gran Bretaña, la primera línea regular de pasajeros, entre Liverpool y Manchester, se inauguró en 1830; en España, el primer trayecto en tren (Barcelona-Mataró) se realizó en 1848- tanto confort era impensable. Los coches de caballos, las diligencias o las tartanas, el transporte terrestre más habitual, transitaban por caminos irregulares y, a menudo, en muy mal estado, de modo que los sufridos viajeros, zarandeados durante todo el trayecto, se conformaban con no llegar del todo molidos. Por supuesto, nada de leer durante el viaje, el bamboleo lo hacía inviable. El ferrocarril, pues, abrió nuevos horizontes. No sólo trajo una inusitada libertad de movimientos -el duque de Wellington manifestó su preocupación de que los trenes "animarían a las clases bajas a deambular sin objetivo fijo por todo el país"; ¡si nos viera ahora!-, sino que inauguró una nueva tendencia: leer en el tren. George Routledge, un editor con mucha vista, decidió explotar este filón creando una "Railway Library", libros baratos, de tapa blanda, que se podían adquirir a precios módicos en las propias estaciones (los quioscos donde se vendían eran propiedad de otro emprendedor comerciante, W. H. Smith, que con ellos puso los cimientos de un imperio en la venta de libros que ha perdurado hasta nuestros días).
El dibujo de la portada no deja lugar a dudas.
Ahí está todo: las vías, el tren, e incluso el quiosco
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Con el tiempo, la presentación de estos volúmenes se fue
sofisticando. Este último es de 1893.
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Una idea brillante, que conquistó de inmediato al público. Al principio se limitaba a ofrecer novelas ya populares -sólo que a precios asequibles-, como las de Bulwer-Lytton (¿recuerdan Los últimos días de Pompeya?), pero el éxito pronto le llevó a ampliar su selección. En las estaciones se podía encontrar de todo, desde los poemas de Lord Byron hasta ediciones baratas de Shakespeare, junto a novelitas románticas o góticas. Durante un periodo de cincuenta años, se publicaron más de mil doscientos títulos en este formato. A las novelas tradicionales se les añadieron las selecciones de textos creadas específicamente para leer en el tren, como The Railway Anecdote Book (aparecido en 1850) o las Selections in Prose and Verse and Readings for Railways, de Leigh Hunt (1854). Además, la popularización del ferrocarril trajo consigo otro tipo de publicaciones, menos previsibles. Para disfrutar de la libertad que proporcionaba este nuevo medio de transporte, los viajeros debían aceptar una limitación: había que atenerse a unos horarios. Los de las diligencias eran, por necesidad, aproximados. Era imposible saber exactamente cuánto iba a durar el trayecto y, así, los folletos que los anunciaban estaban llenos de vaguedades como "el viaje dura unos dos días" o "la llegada será, Dios mediante, antes de la puesta del sol"... Con los trenes, en cambio, los horarios fijos se volvieron esenciales. Como esencial era que todas las localidades emplearan los mismos parámetros temporales, cosa que antes no sucedía: cada localidad se regía por la hora solar, que variaba según ésta se encontrase más al este o al oeste. Finalmente, hubo que llegar al acuerdo de que todos los trenes adoptarían el horario de Londres (aunque hasta 1884 no se pactó en una conferencia internacional en Washington que el de Greenwich se convertiría en el meridiano cero). En consecuencia, para que los viajeros estuviesen avisados y supiesen a qué atenerse, comenzaron a aparecer horarios de trenes impresos. En 1840 se publicaron los primeros y, pocos años después, casi todos los hogares de clase media disponían de un ejemplar del famoso Bradshaw's.
La importancia de estas relaciones de horarios queda patente en la frecuencia con que las novelas de la época hacen referencia a ellos. Si leen con atención el Drácula de Bram Stoker (publicado en 1897), verán como Mina Harker -paradigma de la mujer moderna- es admirada por sus compañeros por su conocimiento de dichos horarios, cuyo estudio le permite además resolver algunos de los problemas de la trama. El doctor Watson, el ayudante de Sherlock Holmes, también es un buen conocedor de estos horarios y ambos investigadores utilizan con frecuencia el tren para realizar sus pesquisas.
Desde entonces, la relación de los trenes con la literatura ha sido siempre abundante. Sin rompernos la cabeza, podemos citar al menos una docena de obras que transcurren en un tren o en las que los trenes juegan un papel relevante, desde Extraños en un tren de Patricia Highsmith a Humo de Turgénev; de Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie, a El viejo expreso de la Patagonia, de Paul Theroux, sin olvidar, claro, a Anna Karénina. El tren nos transporta, así, en más de un sentido. ¿Habrá algo más libresco que leer una novela sobre trenes en un tren?
La importancia de estas relaciones de horarios queda patente en la frecuencia con que las novelas de la época hacen referencia a ellos. Si leen con atención el Drácula de Bram Stoker (publicado en 1897), verán como Mina Harker -paradigma de la mujer moderna- es admirada por sus compañeros por su conocimiento de dichos horarios, cuyo estudio le permite además resolver algunos de los problemas de la trama. El doctor Watson, el ayudante de Sherlock Holmes, también es un buen conocedor de estos horarios y ambos investigadores utilizan con frecuencia el tren para realizar sus pesquisas.
Desde entonces, la relación de los trenes con la literatura ha sido siempre abundante. Sin rompernos la cabeza, podemos citar al menos una docena de obras que transcurren en un tren o en las que los trenes juegan un papel relevante, desde Extraños en un tren de Patricia Highsmith a Humo de Turgénev; de Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie, a El viejo expreso de la Patagonia, de Paul Theroux, sin olvidar, claro, a Anna Karénina. El tren nos transporta, así, en más de un sentido. ¿Habrá algo más libresco que leer una novela sobre trenes en un tren?
Leyendo tu entrada me he acordado de dos libros con trenes, probablemente los leí gracias a tu recomendación o quizás no.
ResponderEliminarUno es En Siberia de Colin Thubron, no recuerdo si va todo el tiempo en tren pero sí mucho de ese tiempo atravesando Siberia y contando su historia. Y luego está el de Bennett, al que descubrí gracias a ti, Cuento de viejas, que transcurre en un pueblo inglés pero en el que es fundamental el tren, los horarios y todo lo que también explicas aquí.
Los trenes y los libros son una combinación perfecta.
Sí, creo que el catálogo de novelas en que los personajes van en tren o donde los horarios de trenes son importantes para la trama podría ser larguísimo... A nosotros, como siempre hemos conocido los trenes, esta forma de viajar nos parece la más natural. Sin embargo, en muchas novelas del XIX, el tren es un símbolo de modernidad, lo mismo que esos horarios (que además, se cumplen a rajatabla, ¡qué maravilla!).
Eliminar¡Me encantan las Bradshaw's! Me ha gustado mucho eso de "la llegada será, Dios mediante, antes de la puesta de sol" :-)
ResponderEliminarEs que Dios tenía mucho que ver, porque con aquellos caminos, llenos de peligros diversos, o tenías ayuda divina, o ves a saber cuándo y cómo llegabas a tu destino.
EliminarMe ha encantado esta entrada :) Creo que el sitio donde más leo es el tren. El lugar perfecto para perderte en la historia que ocultan esas páginas.
ResponderEliminarSaludos.
Me gustaría aportar este enlace, muchas gracias.
Eliminarhttps://ehchiton.blogspot.com.es/2017/11/la-mujer-del-expreso.html
Lástima que parte del encanto de viajar en tren se esté perdiendo gracias a esos energúmenos que se empeñan en hablar a gritos por el móvil. ¡Suerte de los vagones en silencio!
EliminarGracias por ese pequeño cuento ferroviario, Chitón.
EliminarCreo que nunca he tenido un viaje en tren tranquilo, ni siquiera en AVE. Siempre aparece, como mínimo, una gallina clueca para dar el coñazo a sus compañeros de vagón, no hace falta ni siquiera un móvil. Aún así, me paso prácticamente el viaje entero leyendo. Y a pesar de la tirria que le tengo a este medio de transporte, me he leído unas cuantas historias con el tren como protagonista.
ResponderEliminarUn abrazo,
DH
No soy usuaria habitual de trenes pero me ha conquistado desde siempre la atmósfera evocadora de los trenes en las novelas, especialmente en la literatura inglesa donde siempre me ha sorprendido la "puntualidad británica" con la que funcionan, o así me lo ha hecho creer Agatha Christie.
ResponderEliminarSaludos.
Me temo que lo de la puntualidad de los trenes británicos pasó a la historia. Desde que la Thatcher privatizó parte de los servicios, la cosa ha ido cada vez peor y ahora los trenes ingleses no destacan precisamente por llegar a su hora. ¡Si los victorianos levantasen la cabeza!
EliminarQué bonito este artículo, no me había parado a pensar jamás en cómo la invención de un transporte "cómodo" podía animar a la lectura y desarrollar un mercado literario asociado. Genial, como siempre!
ResponderEliminarBeatriz
¡La historia de la lectura es casi tan apasionante como la historia de la literatura!
EliminarMe encanta el tema que tratas hoy. Lo leo mientras hago un descanso de la escritura en la que mis personajes viajan a Fes en tren y charlan con los compañeros de compartimento y, por supuesto, llegan con retraso.
ResponderEliminarEs un placer leerte.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)
Me hace pensar en esa situación que hemos visto tan frecuentemente en las novelas, en que un personaje se dispone a leer en el tren, para ser interrumpido por su compañero de viaje.
Eliminar¡Confío en que la conversación entre tus personajes les resulte amena!
Muy buena lectura
ResponderEliminarMe sirve muchísimo para un trabajo audiovisual!! Riquísimos comentarios!! Gracias totales!!!
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