Observen el cuadro que acompaña esta entrada. Lo pintó una mujer, Elizabeth Thompson, en 1874, y se convirtió en una de las pinturas más famosas de Gran Bretaña en su momento. La Royal Academy, un selecto club artístico formado por 40 pintores (todos hombres), los que cortaban el bacalao en la escena artística británica, tomó la insólita decisión de otorgarle un lugar de honor en su exposición anual. Las multitudes que atrajo fueron tales, que la pintura inició una gira por todo el país. Finalmente, la adquirió la reina Victoria por una abultada suma, y hasta el día de hoy cuelga en la galería real de St. James' Palace. Sin embargo, el nombre de Thompson no se menciona entre los pintores destacados del siglo XIX. Aunque la artista en cuestión siguió pintando (su especialidad eran los temas militares), parece que ya nadie la recuerda. Estuvo a punto de ser elegida la primera mujer miembro de la Royal Academy, pero le faltaron dos votos. Nunca más se propuso su candidatura. Ella se casó con un militar, tuvo seis hijos y se hundió en el olvido.* Yo tampoco hubiese sabido nada de ella de no haberme topado, mientras buscaba información sobre la situación de las mujeres en la Inglaterra victoriana, con el podcast titulado The lady vanishes (La dama desaparece), primer episodio del podcast Revisionist History, conducido por Malcolm Gladwell.
Les recomiendo que lo escuchen, porque no solo habla de esta artista, sino de las sutiles formas que tiene el poder establecido (léase patriarcado, aunque él no lo llame así) para abrir un poquito la puerta, dejar entrar a una mujer, y cerrarla luego enseguida. A veces, durante décadas. Ya han demostrado lo abiertos de mente que son, ahora pueden volver a sus prejuicios habituales.
Si el podcast de Gladwell ilumina una de las técnicas empleadas para relegar a las mujeres, Joanna Russ, en el revelador libro Cómo acabar con la escritura de las mujeres, destapa unas cuantas más. Lo que Russ señala se puede aplicar a la literatura, pero también a cualquier otra disciplina artística, o simplemente, cualquier otra actividad socialmente prestigiosa en la que alguien "inadecuado" (léase mujer) destaque. Como ella señala: "En una sociedad que se define como igualitaria, la situación ideal (socialmente hablando) es aquella en la que los miembros de los grupos «inadecuados» tengan la libertad de dedicarse a la literatura (o a actividades igualmente significativas) y aún así no lo hagan, probando por tanto que son incapaces de ello. Pero ay, dales un poquito de libertad real y lo harán. Por consiguiente, el truco reside en hacer que la libertad sea tan solo nominal y después —puesto que habrá quien aún así lo haga— desarrollar diferentes estrategias para ignorar, condenar o minusvalorar las obras artísticas resultantes." Después de enumerar todas estas estrategias, Russ dedica el libro a analizar todas ellas -recomiendo su lectura, seguro que les abre los ojos ante sutiles discriminaciones que casi no parecen tales-, pero termina concluyendo que tal vez la más difícil de combatir sea la que consiste simplemente en ignorarlas, a las autoras, a sus obras y a toda su tradición. Como si no existieran.
Así que sí, sigue siendo necesario -y me temo que por mucho tiempo- revindicar el trabajo de las mujeres, luchar por que se les reconozca y se les dé el lugar que les corresponde. No solo el 8 de marzo, sino todos los días del año. Aunque pueda parecer que hemos conquistado ciertos territorios, nunca debemos olvidar la facilidad con que se ha venido llevando cabo el truco, y se sigue haciendo: la dama desaparece.
*Uno de los detalles más escalofriantes (para mí, al menos) de todo este asunto es que, cuando el marido de Elizabeth, un militar de prestigio, escribió sus memorias, a ella ni la mencionaba. Nada. Ni siquiera figura en el índice onomástico. No me extraña que ella se rindiera y abandonase su carrera.
Varias cosas: Me encanta el cuadro, no lo conocía. Y me voy a hacer con el libro de Russ (del q he visto q le hace el prólogo J Crispin, q escribió "Por qué no soy feminista", y yo hice un divague más largo casi q el libro jaja). Suscribo el listado de Russ de cómo boicotear a las mujeres escribiendo... y alucino particularmente con el de "negar q una mujer lo escribió", con los ejemplos q hay en la historia de la literatura de mujeres q hacen de "negros" de sus maridos!!! (cuando me terminé la trilogía de Barea, un comentarista del q me fío mucho me dijo q se la habíá escrito Ilsa, su mujer). Luego, los tíos leídos q hablan de la "literatura de mujeres" para minusvalorarla. O el hecho de q George Elliott o JK Rowling escondieran su género con sus seudónimo o iniciales...
ResponderEliminarInspiremos y ommm. Besos en la semana de la mujer
di
Lo de decir que no han sido ellas es un clásico. De Frankenstein decían que lo había escrito Percy, recuerda. En ese contexto, lo de los seudónimos masculinos tiene todo el sentido. Total, si lo firmabas con tu nombre, o no le harían ni caso (aún hoy muchos hombres no leen libros escritos por mujeres), o dirían que lo había escrito tu novio o tu marido.
EliminarElena
(Salgo como anónima porque no estoy comentando desde mi ordenador)
Las conquistas de las mujeres nunca son definitivas, los retrocesos son frecuentes en la historia.
ResponderEliminarLo que comentas en la nota es muy cierto, los maridos no mencionan a sus parejas o lo hacen por el nombre abreviado y no hay manera de saber de quién hablan si no buscas en otras fuentes. Muy fuerte el tema.
Sí, tremendo. Por eso, no hay que dormirse en los laureles. Si nos despistamos, volveremos a desaparecer.
EliminarSiempre he pensado que el sentimiento más demoledor que existe es la indiferencia. Y eso es lo que muchos hombres (la inmensa mayoría en otros tiempos) le han dedicado a la labor intelectual de las mujeres. En tu post hablas de pintura y literatura, pero con la ciencia ocurre lo mismo.
ResponderEliminarMuy cierto, César. Parece que ahora se está empezando a recuperar la obra de algunas de estas mujeres ignoradas. Lamentablemente, seguro que hay muchas otras que quedarán para siempre relegadas al olvido.
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