Doy por sentado que la mayoría de los que siguen este blog padecen de esa extraña enfermedad que es la bibliopatía, que empuja a los que la contraen a una serie de comportamientos impropios de personas sensatas y racionales. (O eso, al menos, es lo que piensa el resto del mundo, nosotros por descontado no creemos estar haciendo nada raro.) Por lo tanto, me decido a desvelar uno de ellos, en la confianza de que estoy entre congéneres, que sabrán ser comprensivos. Se trata de una de esas compulsiones a las que es difícil resistirse, pero que carecen de explicación, más allá de una insaciable curiosidad por las rarezas librescas. El
escritor Christopher Fowler -también él presa de la misma manía, ya les digo que somos legión- cita el caso, sin duda extremo, de un tal Arthur Bryant, en cuya biblioteca se pueden encontrar -citando sólo algunos al azar- volúmenes con títulos tan sugestivos como
Parásitos Intestinales Volumen II, Una guía del Museo de Lápices de Cumberland, Carteros rurales de Grecia o
Diccionario Ilustrado del Alambre de Espino. Por su parte, Fowler admite también ser poseedor de joyas tales que
Entramados y laberintos victorianos, Guía del superviviente de películas pos-apocalípticas y
Tocados de guerreros masai. Ya habrán adivinado que probablemente ninguno de estos señores siente el menor interés por los tocados masai, los carteros griegos o los parásitos intestinales. A mí, lo confieso, también me sucede a menudo que husmeando por librerías me topo con alguna obra cuyo título me parece tan sugerente que me resulta difícil resistir la tentación de adquirirla. Se trata de un síndrome que alcanza sus momentos cumbre durante las visitas a establecimientos de segunda mano. ¡Verdaderos tesoros pueden hallarse allí! Y, lo que es peor, por lo general este tipo de obras, que -admitámoslo- a priori atraen a un público muy reducido, están valoradas a un precio irrisorio, lo que no hace más que agravar el problema. ¿Cómo resistirse a la promesa implícita en títulos como
Diario de un fusil de caza, Historia del Santuario del Henar o
Almanaque de Gotha 1932? Todos ellos son libros que, dios sabe por qué, guardo en mi biblioteca. No recuerdo ya cómo vinieron a parar a mis manos y creo que, salvo por hojearlos en el momento de su adquisición, nunca he vuelto a abrirlos. Sin embargo, cada vez que he sentido una de esas periódicas necesidades de hacer sitio en mis atiborradas estanterías, no he logrado desprenderme de ellos. Como
tan bien cuenta Charles Simic, quizá creo que pueden servirme de lectura en alguna noche de insomnio.
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(Carl Spitzweg, Der Bücherwurm, 1850) |
Para los que no acaben de entender este afán de acopio de libros absurdos -por cierto, ¿no habrá un nombre de raíz griega para este síndrome?- el mecanismo es que, cuanto más extraño resulte un título, mayor es el afán de poseer el libro. Por supuesto sabemos de antemano que nunca vamos a leer entera ninguna de estas obras, pero los bibliómanos certificados nos conformamos con la posibilidad de acceder a su contenido. Aún me reconcome el recuerdo de aquellas ocasiones en que he tenido que dejar correr la idea de adquirir alguno de estos libros de título fascinante, ya sea porque su precio era excesivo para mis posibilidades o por cuestiones de espacio en la maleta (durante algún viaje). Tal vez la lamentable y paulatina desaparición de las librerías de segunda mano dé definitivamente al traste con estas impulsivas adquisiciones. Me dirán que en Internet se pueden encontrar todo tipo de libros, más fácil y cómodamente. Sin embargo, resulta imposible saber de antemano que a uno le apetece un tratado técnico y teórico para afilar lápices (¡con ilustraciones!) si no ha dado con él por casualidad. Cosa que ocurre con mágica frecuencia en las librerías y mucho más difícilmente en la red.
Libros como legañas que se nos enganchan a los ojos y que se vienen a casa por contacto. Por internet no pasa.
ResponderEliminarBuena comparación: se nos enganchan a los ojos... y a las manos.
EliminarHe de revisar mi biblioteca. Seguro que me topo con algún titulo curioso, lo compartiré. Gracias por hacerlo tu.
ResponderEliminarSaludos!
Espero pues ver qué libros absurdos guardas tú. Lo malo es que saber de los libros de otros lleva inevitablemente a codiciarlos... Es que somos insaciables.
EliminarPues sí, es verdad, yo también siento esa irresistible tentación de llevarme a casa libros absurdos. Me alegra no estar sola en esta, a veces maravillosamente enloquecedora, bibliopatía crónica.
ResponderEliminarCrónica e incurable. Ni querríamos cura, si la hubiera.
EliminarYo no sólo me compro libros absurdos, sino que también los escribo...
ResponderEliminarRaros y escalofriantes, por lo que me ha parecido ver...
EliminarDiría que, con los que me gano la vida, son simplemente "raros": lexicografía sumeroacadia, textos médicos antiguos, y otras zarandajas. Imagínense los títulos de los libros en mi biblioteca de trabajo: La correspondencia babilónica de Esarhaddon, Las instrucciones del granjero. Un manual sumerio de agricultura, Literatura sapiencial babilónica...
EliminarCuanto más raros, mas fascinantes...
Eliminarjajajaj
ResponderEliminarYo también tengo un Gotha, el mío es del 21.
¡Vaya, esto sí que me da envidia!
EliminarMe has dado ganas de ponerme a rebuscar entre mis tupidas estanterías.
ResponderEliminarHay una sección en un programa de televisión americano llamada "Do not read list", que habla precisamente de estos libros de títulos casi iincreíbles pero absolutamente reales. Te dejo un enlace, es muy divertido:
https://www.youtube.com/watch?v=A7zFlXVSZ7E
Ja, ja! Muy gracioso. Me gusta la idea de una lista de "Do Not Read". Aunque a lo mejor yo en esa lista ponía unas cuantas obras que suelen rondar por las listas de más vendidos...
EliminarNo voy a mencionar los libros absurdos que pueblan mis librerías porque la lista sería tan larga como deprimente. Pero sí quiero señalar cierto tipo de milagro: cuando un libro absurdo, de repente, se convierte en útil.
ResponderEliminarHace veinte años compré "La edad de oro de las diligencias", de Santos Madrazo. Huelga decir que, en aquel momento, me importaban un bledo las diligencias. Lo compré porque era grande, estaba muy bien encuadernado, tenía bonitas ilustraciones y, sobre todo, porque estaba de oferta (además de porque soy un bibliópata, of course). Lo hojeé al llegar a casa y acto seguido lo relegué a algún estante del país de nunca jamás de los libros perdidos.
Pero once años después, mientras estaba escribiendo "La caligrafía secreta", una novela ambientada en el siglo XVIII, llegué a un punto en que mis personajes se trasladaban en diligencia de Madrid a la frontera con Francia. Y me pregunté: "¿Cuánto tiempo llevaba hacer ese viaje hace doscientos años?". Y me respondí: "Ni puta idea".
Entonces recordé el libro de Madrazo, lo busqué, lo consulté y descubrí que contenía una tabla de distancias, rutas y tiempos de viaje. Justo lo que necesitaba.
Moraleja: Los libros absurdos son como ranas: ocasionalmente besas a una y se convierte en un príncipe.
Estupenda anécdota, César. Además de la excusa perfecta para que los bibliópatas sigamos con nuestra acumulación de libros absurdos. ¿Y si algún día los necesitamos?
EliminarHola, Elena :)
ResponderEliminarHe descubierto tu blog buscando en google "mejores lbros de relatos" (mejores subjetivamente claro).
Confieso que yo también "padezco" tal síndrome, auque no suelo adquirirlos, me encanta ojear y hojear este tipo de libros. La primera foto me ha recoradado a un par de librerías de Valencia por donde me gusta perderme. Y también acabo de darme cuenta que un personaje de un relato mío comparte este gusto por lo extraño (en Mala historia es esta).
Me ha gustado mucho (también) tu post sobre los libros de relatos.
Un abrazo, Nico
Hola, Nico,
EliminarMuchas gracias por pasarte por aquí. Me alegro de que te hayan gustado mis posts y de que te hayas visto reflejado en alguno de ellos. ¡Los bibliómanos somos así!
Espero seguir viéndote por aquí.
Este es otro título absurdo:
ResponderEliminarLa nieve en llamas:
www.dlaruinalparaiso.com