Suelo quedarme, pues, con la parte dedicada a la infancia, no importa si es en forma de memoria o levemente ficcionalizada: en este tipo de relatos se trasluce siempre el auténtico niño que hay detrás. Por eso me he llevado una alegría al saber que la editorial Nordica ha reeditado un clásico inglés de las memorias de infancia, Sidra con Rosie, de Laurie Lee. Lee retrata en ellas, a través de una serie de viñetas sensuales y evocadoras, su años infantiles en un pueblecito de los Cotswolds, en un mundo rural gobernado por los ritmos de la naturaleza y los placeres sencillos.
"Me bajaron de la carreta de mudanzas a la edad de tres año; y en aquel punto, con una sensación de desconcierto y terror, se inició mi vida en la aldea. Estaba de pie en medio de la hierba de junio, que era más alta que yo, y lloraba. Nunca había estado tan cerca de la hierba. Se alzaba sobre mí y me rodeaba por todas partes, las hojas tatuadas con atigradas rayas de luz de sol. Era hierba afilada como un cuchillo, oscura y de un verde malévolo, espesa como una selva y llena de saltamontes que cantaban y cotorreaban y saltaban por el aire como monos"
Esto ocurrió "el verano del último año de la Primera Guerra Mundial", cuando la madre de Lee y sus hijos fueron a recalar en una casita situada en medio de un prado y cerca de un lago (el padre los había abandonado y ya no regresaría, aunque ella nunca perdió la esperanza). A partir de ahí, asistiremos al sucederse de las estaciones, a los juegos infantiles y a un desfile de personajes locales, vagabundos, o ancianas llenas de manías que componen un delicioso mosaico de tipos humanos. Durante años, la vida de Laurie se circunscribió a ese pequeño mundo, donde sólo importaban las cosechas y los animales y donde cualquier pequeño suceso de la comunidad se sabía de inmediato. Hasta que sus hermanas empezaron a traer pretendientes a casa, y luego a marcharse:
"Las chicas iban a casarse; el hacendado Jones había muerto. Los autobuses iban y venían y las ciudades quedaban cada vez más cerca. Empezamos a ignorar el valle y a volvernos hacia el mundo, cuyos placeres eran más anónimos y más apetitosos."
Ese mundo que él conoció cambiaría irremediablemente. Más tarde, un día de verano, el propio Laurie haría el petate, para ir a luchar muy lejos, a España, con las Brigadas Internacionales. Pero eso ya es otra historia.
Yo también celebro que Nórdica haya reeditado Sidra... A ver si este verano en Inglaterra consigo hacerme con los otros dos de la trilogía.
ResponderEliminarYa puestos, quizás Nórdica debería animarse a traducir también los otros dos.
ResponderEliminarA mi me pareció uno de los libros más evocadores que he leído nunca. Realmente precioso.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Se lo he recomendado a varias personas y a todas les ha encantado. Es un clásico de esos que no fallan.
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