Ferretería Guinea, Vitoria. |
Como el comercio en general, las librerías han experimentado un gran cambio en las últimas décadas. Recuerdo con algo de nostalgia aquellos abigarrados establecimientos de mi infancia, donde tanto vendían alpargatas como abono para los rosales, llenos hasta el techo de estanterías, armarios y pilas donde se ocultaban mil artículos insospechados. Las librerías de antes también eran así, grandes cuevas de Alibabá, donde escarbar en busca de tesoros (en Barcelona, cerró hace poco uno de los últimos ejemplos de este género, la librería Canuda, ahora sustituida por una tienda de la cadena Mango). Durante un tiempo, la "cadenización" también pareció adueñarse del comercio de libros, con Casas del Libro y Fnacs proliferando en toda nuestra geografía. Igual que ha ocurrido con las tiendas de ropa o zapatos, tanto da hoy que uno esté en Sevilla o en Vigo, el producto y la forma de presentarlo es el mismo en todos lados.
La desaparecida librería Canuda |
En estas librerías "cadenizadas" no hay selección individual (la personalidad del librero no cuenta, son intercambiables), y el espacio de las mesas y estanterías se otorga siguiendo un estricto criterio comercial: se ve más el que más vende (o el que más ha pagado). A cambio, estas nuevas tiendas de libros son luminosas, amplias y presumen de tener libros de todos los temas y para todos los gustos. Como las mercerías, las ferreterías de barrio o aquellas tiendas que llevaban el curioso rótulo de "Novedades" (que parecían consistir fundamentalmente en camisones, bragas y calcetines), las pequeñas librerías se han ido rindiendo ante el empuje de las nuevas técnicas de marketing. Pero, paralelamente, ha aparecido otra tendencia en el mundo de la librería: librerías donde uno no sólo va a comprar libros, sino que puede también pasar el rato, quedar con amigos, sentarse en un cómodo sillón y hojear el libro que le apetezca (y encima el librero no te mira con mala cara). Algunas ofrecen tés o cafés, otras vinos, y las hay que cuentan con coquetonas terrazas donde dan menús al mediodía. Otras montan -aparte de las usuales presentaciones- clases o clubs de lectura. Aspiran a ser centros de intercambio cultural, no templos del comercio.
Librería Tipos infames, Madrid. |
Podríamos decir que las viejas librerías se han reinventado. Mejor dicho, han vuelto a los orígenes. Porque, si rebuscamos en el pasado, veremos que desde antiguo las librerías cumplían un papel que iba mucho más allá de la venta de libros. Así, por ejemplo, hacia 1790 el bibliófilo y erudito Isaac D' Israeli (padre del político y Primer Ministro británico Benjamin Disraeli) decía:
"...cuando los clubs literarios no existían, y cuando incluso los de cariz poítico eran muy limitados y exclusivos en su naturaleza, las tiendas de los libreros [en Piccadilly] eran centros de reunión social. La de Debrett era el local social principal de los Whigs, mientras que Hatchard lo era de los Tories."*
Joseph Johnson (otro librero de la época) solía ofrecer cenas tempranas a un grupo de amigos, entre los que se contaban William Godwin, Mary Wollstonecraft, Thomas Paine y el artista Henry Fuseli, mientras que la tienda de Debrett era donde se dejaban ver durante el día las personas a la moda. Thomas Payne, que regentó una librería cerca de Leicester Fields, describía su establecimiento como "Café Literario y Librería combinados", una tradición que continuó su asistente John Hatchard cuando se estableció por su cuenta en Piccadilly, con una mesa llena de periódicos junto al fuego (donde a menudo los lectores acababan echando una siestecita), y un banco junto a la puerta de la calle para los cocheros.
La primera librería de Hatchard abrió en 1797 en Piccadilly. |
Los libreros de hoy, pues, que han redescubierto la librería como lugar de socialización, no hacen más que recuperar una vieja tradición. Y los lectores les estamos muy agradecidos por ello.
*Cita procedente del libro de Margaret Willes Reading Matters.
Yo en cambio veo en esas nuevas librerías "sociales" una variante más del marketing de las grandes cadenas (La Central de Madrid por ejemplo).
ResponderEliminarEl encanto de una librería de las de antes, ahora (salvo en contadas ocasiones) se encuentra únicamente en las de viejo.
Ahora el papel "socializador" es marca de empresa, antaño era la personalidad del propietario la que marcaba la diferencia.
No digo que no tengas cierta razón, PECE, sobre todo si hablamos de esas librerías independientes que han crecido hasta coinvertirse casi en cadenas. Pero en La Central yo encuentro un surtido de libros, una atención a los temas poco comerciales, a los libros "especiales", a las pequeñas editoriales... que nunca he visto en las cadenas comerciales al uso.
EliminarRecuerdo una librería de segunda mano que había en la Calle Desengaño (bonito nombre) de Madrid. Me habían dicho que, si no le caías bien al dueño, no te vendía. Un día entré, pregunté el precio de un libro... y el dueño me informó de que no estaba a la venta. Pregunté por otro y tampoco. Le había caído mal. Supongo que fue por el aspecto, porque no habíamos intercambiado palabra.
ResponderEliminarLa desaparición de la librerías "clásicas" es un desastre. Pero no nos engañemos: la mayor parte de ellas eran tenderetes de venta cuyo dueño probablemente no leía ni los folletos de instrucciones.
Reivindico, no obstante, La Casa del Libro de la Gran Vía madrileña. Desde que era niño, ha sido mi templo, mi cueva del tesoro, el lugar donde siempre (o casi) conseguía el libro que estaba buscando. Últimamente ha perdido varios enteros, pero sigue siendo una buena librería, y si encuentras al dependiente adecuado, te será de gran utilidad. Un clásico.
Claro que no todas las librerías que han desaparecido eran dignas de ese nombre. Tal como dices, algunas se dedicaban a la venta de libros como hubiesen podido vender chorizos o tornillos. Afortunadamente, en Barcelona al menos, la desaparición de algunos "históricos" como la Librería Francesa o Áncora y Delfín ha sido reemplazada por otras librerías llenas de empuje e ideas, como La Calders o No llegim. ¡Larga vida a los buenos libreros!
EliminarRenovarse o morir, supongo. A mí la idea de las librerías como lugar de reunión me parece encantador. Adoro alguna que conozco que tiene una pequeña barra de cafetería y un par de veladores para tomar un té, o un café al abrigo de los libros. En mi pequeña ciudad yo tengo mi librería de cabecera en la que también tiene mucho protagonismo la sección de papelería, y últimamente imparten cursos los domingos de técnicas de manualidades con papel. Es una librería preciosa con una librera y empleadas súper amables, pero tengo que reconocer que mi debilidad son las librerías de viejo, y de esas no dispongo de ninguna cerca. Sin embargo, como compro mucho libro de segunda mano (casi todos), me gusta visitar la página web de las librerías y fijarme en lo cuidado (o no) del embalaje de los libros que me llegan. MI preferida en la distancia es la "Librería Alcaná", de Madrid, que me los envía siempre con marcapáginas de regalo y envueltos en un precioso papel con el logo de la tiemda. Eso hace que me lleguen reminiscencias de buen hacer librero y en mi próxima visita a Madrid está asegurada una visita al establecimiento.
ResponderEliminarSí, yo también suelo comprar libros de segunda mano por internet, aunque me guste más husmear en estanterías y pilas, pero es la única manera de encontrar seguro el libro que buscas. Doy fe de lo bien que funcionan algunas librerías de viejo con solera también en la venta a distancia (Alcaná entre ellas). Es una suerte para nosotros que sigan existiendo.
EliminarMe alegro de que las librerías se reinventen, y por eso no entiendo los discursos tan catastrofistas. Perdemos unas cosas, pero ganamos otras, y es ley de vida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Estoy de acuerdo en que no hay que ser catastrofista. Sentimos la desaparición de ciertas librerías, pero saludamos el surgimiento de otras nuevas.
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