Itinerario: "Plan de un viaje, recorrido, ruta, trayecto". Hablábamos en el post anterior de los itinerarios de lecturas. Pero hay otro aspecto a considerar aquí, que señala con acierto Christian Vázquez en la revista Letras libres: el itinerario que recorren los propios libros. Seguir la pista a ese libro que cogemos prestado en la biblioteca, que encontramos en una librería de viejo o en la estantería de algún conocido, puede ser fascinante. ¿Por qué manos habrá pasado? (Debo lamentar aquí que algunos ejemplares de las bibliotecas se diría que han pasado por demasiadas manos, y no muy aseadas, a juzgar por su maltrecho aspecto.) ¿Quiénes eran esos lectores que nos han precedido? Y, sobre todo, ¿cuál habrá sido su reacción ante el libro? ¿Les habrá gustado tanto como a nosotros? Vázquez cita una anécdota, no se sabe si cierta o "ben trovata" a propósito de esto:
Alguien encuentra un pelo entre las páginas de un libro que ha tomado de una biblioteca pública en una ciudad de 200 mil habitantes. “Un libro maravilloso”, dice. Al buscar las fechas de los préstamos anteriores, descubre que solo salió de la biblioteca dos veces: la primera, quince años atrás; la segunda, ahora. “Pediré que cotejen su ADN y buscaré y abrazaré a esa persona y la invitaré también a una cena”, anuncia este lector.
Porque, como el entusiasta lector que menciona, es inevitable que surja un sentimiento de fraternidad para con alguien que ha valorado un libro en la misma medida que tú. Compartir gustos lectores puede ser una marca distintiva que une a amplios grupos de personas -los fans de Murakami, los que veneran a Gaddis...-, pero el sentimiento resulta aún más intenso, más cercano, si estamos hablando del mismo ejemplar. Si, físicamente -esto no vale para el libro electrónico, desde luego- sabemos que ese otro lector volvió las mismas páginas y tal vez se detuvo en los mismo pasajes que nos han deleitado. De ese fetichismo nace el valor que se les otorga entre los bibliófilos a los ejemplares que proceden de bibliotecas ilustres. Andrew Lang, un ilustre bibliófilo escocés del XIX, lo formula así:
Si queremos comprender al coleccionista de libros, no debemos olvidar nunca que para él los libros son, ante todo, RELIQUIAS. Le complace pensar que los grandes escritores a los que admira manejaron exactamente esas páginas y vieron la misma disposición tipográfica que él tiene ahora ante sus ojos.
Lo que conecta con la idea que apunta Vázquez de que, al leer, algo de la persona queda en el libro. Puede parecer mágico, pero tiene una base real, por supuesto: como sabe cualquier espectador de alguno de los muchos CSI que circulan por ahí, seguro que hemos dejado en él algunas células, la huella de nuestros dedos, por no hablar de trazas de grasa o esa traicionera manchita de café...
Trazar el itinerario de un libro procedente de una biblioteca es sencillo: basta con recurrir a la ficha, que nos dirá cuándo y cuántas veces ha sido prestado. Claro que eso no es suficiente, sabremos de sus idas y venidas, pero no de quiénes han sido sus lectores y mucho menos la opinión que les ha merecido. El Bookcrossing es otra forma de reproducir el itinerario del libro, aunque también con sus limitaciones. O tal vez es que no necesitamos tantos detalles, porque el misterio es mucho más productivo. Así, la dedicatoria "A Adelita, con amor" que adorna ese ejemplar de Rebecca encontrado en un mercadillo nos induce a imaginar un amor turbulento que acabó mal (¿tendría el autor de la dedicatoria algo del Sr. de Winter? esperamos que no), mientras que nos parece sentir aroma de heno y lluvia en ese libro comprado por internet que lleva el sello de una biblioteca asturiana. Itinerarios reales, itinerarios imaginarios, forman parte del atractivo de los libros con historia. Porque los libros son más que el contenido de sus páginas, mucho más.
En dos libros, retirados en bibliotecas distintas, he encontrado billetes: uno de autobús y otro de tren. Pasé un buen rato imaginando, quien y en que condiciones había realizado cada uno de los viajes.
ResponderEliminarEsos restos de otros encontrados en los libros son siempre un misterio que invita a fabular. Es uno de los encantos de las bibliotecas...
EliminarLeyendo tu, como siempre, deliciosa entrada, se me ha ocurrido algo que nunca había pensado. ¿Qué pasará con mis libros? No los que he escrito yo, sino con los que tengo en mi casa. ¿Qué será de ellos cuando la palme?
ResponderEliminarBueno, una vez muerto me dará igual. Pero ahora, a priori, me joroba pensar que mis libros pasarán a otras manos. O acabarán en la basura. O en los polvorientos anaqueles de librerías de viejo.
Mi colección de ciencia ficción, sobre todo. ¿Qué será de ella? La mayoría de los libros que la componen son ediciones baratas, candidatas perfectas a la destrucción. Nadie sabrá nunca cuánta pasión, dedicación y amor hay tras esas mierdas de libros...
Me está entrando mal rollo. Creo que donaré mi colección antes de diñarla.
Ah, yo también me pregunto a veces lo mismo sobre mis libros. Me temo que acabarán vendidos por ahí, desperdigados sin ningún cariño. Nunca nadie va a darle el mismo valor que yo a mis viejas ediciones de bolsillo, libros manoseados y poco atractivos pero que para mí evocan primeras lecturas, descubrimientos... Lo de donar los libros también se me ha pasado por la cabeza. Pero, ¿a quién? Una tiene la impresión de que hay más libros que lectores.
EliminarSobre que pasará con nuestras bibliotecas, no debería angustiarnos tanto. Los libros siguen su camino y forman nuevas bibliotecas con otros o parecidos intereses. Vuestra biblioteca, como la mia, se ha ido formando en muchas ocasiones con retazos de otras y eso es lo bonito, porque el libro sobrevive en todas ellas mientras nosotros desaparecemos. Dejar alguna huella en los libros es la única manera de que el futuro lector sepa de nuestro amor por ellos, pero no podemos pensar que nadie heredará nuestra biblioteca impoluta porque precisamente es "nuestra". Un conocido me dijo que en los libros que más le gustaban dejaba notas (en principio para sus herederos)donde les hablaba del placer que le había proporcionado aquel libro o de lo mucho que les quería. Cuando ellos, pasados los años, lean ese libro se encontraran con un valor añadido en su lectura y ese propietario será recordado junto con su libro.
EliminarUn abrazo Elena. Siempre leyéndo tus interesantes escritos pero ultimamente poco activo.
Me alegro de que sigas por aquí y comentando, Carlos. Tal vez tienes razón y estamos demasiado apegados a nuestros libros, aunque sea inevitable pensar en lo que les deparará el futuro. Personalmente, me gusta la idea de que emigren a otras bibliotecas, pero a veces pienso si no acabarán en cualquier vertedero. Supongo que, si nosotros acabamos siendo polvo, ¿por qué no nuestros libros? ¡Ah, la trascendencia!
EliminarEn lo últimos libros que cogí en la biblioteca he dejado algo al entregarlos. Es algo que hace tiempo hice sin querer alguna vez. Esta vez ha sido a propósito. Un simple marcapáginas que despierte la imaginación del siguiente lector.
ResponderEliminarUn abrazo. Preciosa entrada.
¡Bonita idea, Dorotea! Gracias por el comentario.
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