Si sólo pudieras ver esto, ¿con cuál te quedarías? |
¿Por qué compramos un libro? ¿Por qué ese precisamente y no el de al lado, o el de la estantería de arriba? Tal vez nos mueve el autor, el título, una recomendación de un amigo, una crítica que hemos leído... Muchas veces, sin embargo -y esto lo saben muy bien los departamentos de marketing de las editoriales- lo que precipita nuestra decisión es una cubierta atractiva, un color llamativo o un texto promocional que nos haga imaginar las maravillas que encontraremos entre sus páginas. (Sobre esos textos promocionales hay también mucho que decir, pero ya hablamos de ello en alguna ocasión anterior.) La verdadera prueba de fuego es llegar a un libro sin ninguna referencia, a pelo. Imagínense que tienen delante un libro en el que no figura el autor (o su nombre les es del todo desconocido) y carece de textos de solapa. Esto último no es tan raro, la mayoría de libros en tapa dura que se publicaban hace cien años carecían de cualquier texto aclaratorio. La misma Jane Austen se dio a conocer ante sus lectores con un volumen -Sense and Sensibility, su primera novela publicada- en el que como autor se postulaba sólo un enigmático "By a Lady". Nada de resumen del argumento, ni biografía de la autora, ni faja del editor diciendo "una novela de amor que nunca podrá olvidar". ¡Y la obra fue un éxito! (al menos para los parámetros de la época: la tirada de esta novela fue de unos 750 ejemplares, aunque hay que tener en cuenta que por entonces tiradas de 500 eran lo más habitual).
Bueno, pues si los lectores ingleses de 1811 eran capaces de apreciar una obra a partir del propio texto, sin contar con el respaldo de una cubierta bellamente ilustrada, de una campaña de marketing o de una faja promocional, ¿deberíamos nosotros ser menos? ¿Qué pensaríamos de una novela de Jane Austen si llegásemos a ella a ciegas? Por mi parte, a menudo me pregunto, ante ciertos engendros que se venden por millares por ahí, si realmente los que lo compraron han llegado a leerlo. O bien si lo han leído con las anteojeras de "esto es lo que se lleva ahora, de modo que ha de ser bueno" puestas. En el otro extremo del espectro literario, divierte a veces imaginarse qué diría un lector común acerca de algunos de los considerados clásicos si se le presentasen desnudos de toda información, de toda aura cultural que los respaldase. Quiero creer que muchos superarían la prueba -por eso se han convertido en clásicos-, aunque me queda la duda de si no habría lectores que los descartasen por aburridos o incomprensibles. Po eso precisamente son de admirar los editores -y los lectores editoriales, a quienes con frecuencia les toca hacer una primera criba- que, delante del manuscrito de un autor desconocido del que no poseen ninguna referencia, son capaces de ver un talento, una promesa, y apostar por ella.
Sea como fuere, sujetarse de vez en cuando a estas "catas a ciegas" literarias me parece muy saludable. Sólo que cada vez es más difícil llegar a un texto virgen de toda referencia. Dándole vueltas a este asunto, me topo con el curioso juego que propone una librera de Pamplona (Deborahlibros, no dejen de visitar su blog): presenta una serie de libros envueltos, y le da al lector sólo una referencia genérica ("Viajes", "Novela histórica"), aunque no se ha atrevido a prescindir de toda explicación -su oficio, después de todo, es vender libros, y no sabemos si hay tantos lectores dispuestos a tirarse a la piscina- y lo condimenta con un breve texto escrito por ella. Una original iniciativa, que yo de ustedes no me perdería si están por allí.
Una iniciativa que, como bien reflexionas tú, da pie a pensar en que siempre elgimos a ciegas el libro que vamos a llevarnos a casa. Es verdad que seguimos los condicionantes de la portada, de la sinopsis, del autor, de las recomendaciones, la crítica... Pero al final es suerte, es una cata a ciegas, hasta que no lo lees un libro es una incógnita. ¿Cuántas veces nos hemos llevado a casa la nueva novela de un autor que nos encanta y después nos hemos llevado un chasco? Parecía garantía suficiente, pero no lo era. Seguía siendo una cata a ciegas. Bss
ResponderEliminarP.D.: Gracias por descubrirme a Deborahlibros.
Es verdad, Mónica, por mucha información que tengamos previamente, la única prueba que vale es la de la propia lectura. ¡Ahí es donde continuamente nos llevamos sorpresas, buenas y malas!
EliminarQue yo recuerde, sólo una vez he comprado un libro por la portada (y por el título). Por aquel entonces no conocía de nada al autor; ni siquiera me sonaba su nombre (fue hace muchos años). Pero la ilustración de la portada era tan sugerente... que lo compré. Tuve mucha suerte. Se trataba de "El Palacio de la Luna", de Paul Auster.
ResponderEliminar¡Tuviste buen ojo, César!
EliminarEso mismo de ofrecer libros a ciegas lo estamos haciendo en un foro de libros en el que participo y es muy divertido.
ResponderEliminarEstoy segura de que algunos clásicos no pasarían la criba si no fueran acompañados. Que sean clásicos no quiere decir que no tengan su marketing, uno que dura muchos muchos años. Los hay con suerte duradera. De la misma manera que hay libros buenísimos que se pierden en el olvido. Ese proceso es algo que me sigue fascinando.
Pues sí, el porqué ciertos libros perduran y otros se pierden en el olvido es un proceso realmente misterioso. ¿Suerte o mérito? Una pregunta difícil de responder.
EliminarMe encanta la idea de la cata a ciegas. He oído de sibaritas incapaces de distinguir un tinto de un blanco; quién sabe, quizá algunos no distinguiríamos a Faulkner de Dan Brown.
ResponderEliminarBueno, espero que no llegásemos a tanto (creo que las frases y el vocabulario de Dan Brown están a años luz de las de Faulkner :), pero sí que es verdad que, sin puntos de referencia, más de una vez nos darían gato por liebre.
EliminarHay una mezcla de suerte y méritos propios que hace perdurar a los clásicos que de ese modo se recomiendan a sí mismos.
ResponderEliminarSaludos
Un uso que están recuperando editoriales con ganas de innovar como ContraEscritura.
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