Esto, real como la vida misma, me ha sucedido hoy, pero podría citar decenas de situaciones similares. Los libros electrónicos -seguramente lo he dicho ya alguna vez- son como fantasmas. No tienen grosor, ni peso, ni páginas, ni -casi- cubierta (esa imagen que aparece cuando se inicia la lectura y luego ya no se vuelve a ver, porque el libro se abre en la última página leída, es tan pasajera que se diría fantasmagórica también). Con estos libros fantasmales es imposible emplear la estrategia habitual de todo bibliómano: por muy bien ordenada que se tenga la librería -y no siempre es el caso- lo que queda fijado en nuestro motor de búsqueda interno es el color, el volumen, el tamaño de cada libro y por ellos nos regimos cuando andamos a la caza de un libro determinado ("Sé que tenía un lomo azul con letras grandes" o "Era un volumen finito, de color amarillo"). Con el libro electrónico, desaparecen todos los puntos de referencia. Lo que no se ve, deja poca huella en la memoria. O, como mínimo, otro tipo de huella, más etérea, menos corporal. Las veces en que he leído un libro memorable en formato electrónico, luego, al recordarlo -esos momentos en que a uno le vienen a la cabeza determinados pasajes-, me ha resultado imposible rescatar la página con la imaginación. Carezco de referencias espaciales, del recuerdo del tacto o del color del papel. Así, se convierte en una evocación descafeinada. Fantasmal.
No me malinterpreten. Valoro mucho ciertos aspectos de la edición electrónica. La comodidad, por supuesto. La inmediatez, claro (entre otras cosas, durante este confinamiento llevo varios libros descargados de la biblioteca pública online, a los que de otro modo hubiese sido imposible acceder). Pero, por mucho que me esfuerce, esos textos sobre la pantalla son solo pálidos trasuntos del libro verdadero, el que pesa y huele y cruje. el que nunca hay que recargar, porque su tecnología es simple y, posiblemente, insuperable.
Además, contemplar los libros y estar rodeada por ellos en su formato físico me produce una sensación de bienestar inigualable. ¿Qué hay mejor que una habitación forrada de libros? Una se encuentra en conversación muda y constante con ellos. Podría sin duda tener esa misma cantidad de obras metidas en un dispositivo electrónico, pero estarían mudas, enjauladas. Y mis paredes lucirían tristes y desnudas.
Voy a ver si por fin tengo el Kindle recargado y puedo comenzar de una vez esa lectura aplazada. Nada de esto me hubiese sucedido con un libro de papel. O tal vez el problema es que no soy lo bastante metódica a la hora de enchufar el aparato...
No me malinterpreten. Valoro mucho ciertos aspectos de la edición electrónica. La comodidad, por supuesto. La inmediatez, claro (entre otras cosas, durante este confinamiento llevo varios libros descargados de la biblioteca pública online, a los que de otro modo hubiese sido imposible acceder). Pero, por mucho que me esfuerce, esos textos sobre la pantalla son solo pálidos trasuntos del libro verdadero, el que pesa y huele y cruje. el que nunca hay que recargar, porque su tecnología es simple y, posiblemente, insuperable.
Además, contemplar los libros y estar rodeada por ellos en su formato físico me produce una sensación de bienestar inigualable. ¿Qué hay mejor que una habitación forrada de libros? Una se encuentra en conversación muda y constante con ellos. Podría sin duda tener esa misma cantidad de obras metidas en un dispositivo electrónico, pero estarían mudas, enjauladas. Y mis paredes lucirían tristes y desnudas.
Voy a ver si por fin tengo el Kindle recargado y puedo comenzar de una vez esa lectura aplazada. Nada de esto me hubiese sucedido con un libro de papel. O tal vez el problema es que no soy lo bastante metódica a la hora de enchufar el aparato...
Por lo menos, al libro electrónico le debes este post :)
ResponderEliminarya sabes que yo no leo nada en electrónico, entiendo que a la gente le resulte cómodo y le guste pero no es para mí. Según acabó lo más duro del confinamiento empecé a hcer pedidos a librerias... tengo ahora mismo dos torres en la mesilla y solo mirarlos me hace feliz.
Para mí, el libro electrónico jamás será lo mismo.
Coincido plenamente: mirar los libros me hace feliz, mirar mi Kindle no me produce ninguna emoción. Dicho esto, yo sí leo bastante en digital, sobre todo textos profesionales que no me importa mucho en qué formato estén. Reconozco que es práctico, pero lamento sus carencias.
EliminarHas expresado a la perfección lo que yo sentí cuando intenté hacerme al libro electrónico. Fue hace diez años ya, me leí tres o cuatro libros y lo abandoné. Me ocurrió justo lo que dices: me di cuenta de que tan pronto llegaba a la última página, esos libros desaparecían de mi memoria. Apenas recordaba nada de ellos. De hecho, no sé qué libros eran, solo que dos eran de Henning Mankell. Por supuesto, ya no tengo libro electrónico y vivo feliz entre mis pilas de libros. :)
ResponderEliminarSí, da mucha rabia eso: de los libros que he leído en formato físico recuerdo muchas veces hasta el color del papel. Los digitales, pasan por mí sin dejar rastro.
EliminarHay un efecto curioso, que se produce cuando eres tan desordenado como yo. Sin que lo hayas previsto, de repente, algunos libros se emparejan y establecen unas conexiones (casuales) que pueden (no siempre) resultar productivas.
ResponderEliminarEso también es imposible para los electrónicos.
Gracias.
Bien observado, Alberto. Esos emparejamientos casuales de libros en tu estantería o en tus pilas dan mucho juego.
EliminarYo siempre digo lo mismo (así q ya me lo habréis leído alguna vez, en algún sitio).. aparte de todo lo sensual de leer un libro, esta el hecho de q tiene "mojones", capítulos, espacios... en kindle es como leer un papiro interminable.
ResponderEliminarY yo antes le veía la ventaja por ej, a llevar una guía de viaje así, para q o te pesara el libro... pero hasta las guías me gustan en libro.. todo lo q se guarda luego en ellas, desde entradas hasta posavasos, pasando por alguna florecilla...
Disfrutemos de los años q nos quedan de libro, no vaya a ser q algún día empiecen a ser "un lujo" y la mayor parte de haga en digital.
petons
di
Creo que yo tampoco me compraría una guía de viaje digital. ¡Si son unos libros llenos de sorpresas en lo formal, con sus recuadros, sus mapas desplegables, algunas incluso con colores en el canto para diferenciar las secciones...! Nada de esto es posible en una versión digital. Además, como bien dices, de que una la suele llenar de papelitos, anotar cosas, guardar entradas de museos... En fin, que como mucho puedo ayudarme del Googlemaps del móvil para encontrar una dirección (bueno, no sé, suelo perderme con Googlemaps), pero a la guía en papel no renuncio ni en broma.
EliminarComparto todas tus palabras, y en esta ocasión le agradezco a tu libro electrónico estar bajo de batería. Gracias a él has escrito este texto.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Devoradora. ¡Al menos la frustración me ha servido para algo!
EliminarYo no sé ni de qué habláis. ¿Kindle? ¿No era un huevo de chocolate?
ResponderEliminar¡Jajaja! Bienvenida al mundo digital, Barbie.
EliminarHola, Elena:
ResponderEliminarAlgunos libros electrónicos son tan efímeros que pagamos un precio de compra por ellos y ni siquiera nos pertenecen. A mí me pasa como a ti, que aunque me gusta mucho más el papel, leo algo en digital, desde libros que no puedo conseguir en papel a los de muchas páginas.
Ah, esa es otra. Los libros en papel son nuestros para siempre; los electrónicos, no son un objeto que se compra, sino un "servicio" (precisamente en eso se basaba la ley para otorgarles un IVA distinto al de los libros físicos). O sea, que siempre queda al arbitrio del vendedor lo que ocurra con ellos.
Eliminar100 % de acuerdo. Siempre he dicho que los libros electrónicos no son libros, sino fantasmas de libros.
ResponderEliminarAl menos lo de fantasma les da un aura misteriosa. Si no, ni eso tendrían.
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