Durante el siglo XIX, cuando aún la civilización occidental no había pisado vastas áreas del globo terráqueo, la fascinación por los descubrimientos de los intrépidos exploradores que se aventuraban en ellas inspiró infinidad de obras literarias, con el gran Julio Verne a la cabeza, quien, en un alarde de imaginación, no sólo se atrevió a conjeturar cómo sería adentrarse en el fondo de los mares o en las entrañas de la Tierra, sino que incluso imaginó que el ser humano podía viajar a la Luna. Algo que, casi un siglo después, se haría efectivamente realidad. A su vez, los avances en la exploración del espacio durante el siglo XX inspiraron un rico filón del género que fue bautizado entonces como ciencia-ficción. Aunque luego hayamos podido constatar que los extraterrestres -si es que existen- no serán hombrecillos verdes, ni plantas monstruosas y malignas como las que describía John Wyndham en El día de los trífidos (sólo recordarlo me pone la piel de gallina), sino probablemente algún tipo de bacterias. Conquistada la Tierra y -con poca convicción- el espacio, queda ahora una última frontera, quizá aún más apasionante, porque todos la llevamos dentro: el cerebro humano. Los avances de la neurociencia en las últimas dos o tres décadas han sido de tal magnitud que han trastocado por completo la idea que se tenía de qué es lo que nos hace funcionar y, por qué no, de qué es lo que nos hace humanos. Los que no somos expertos en la materia, sino simples curiosos fascinados por esa nueva frontera, hemos tenido la fortuna de contar con la ayuda de algunos neurólogos notables, que son al mismo tiempo excelentes divulgadores y, en algún caso, incluso grandes escritores. Citaré aquí sólo a los tres que son mis preferidos, cuyas obras recomiendo a cualquiera que quiera adentrarse en este fascinante terreno. Ante todo está el que podríamos llamar pionero de la divulgación neurocientífica, Oliver Sacks, quien marcó un hito en 1974 con su obra Despertares, en la que relata sus experiencias con pacientes afectados por encefalitis letárgica. En otros libros describe casos de trastornos -como el síndrome de Tourette, el de Asperger o la agnosia visual- o alteraciones que le permiten no sólo revelar cómo funciona nuestro cerebro, sino realizar lúcidos análisis sobre la condición humana. Los libros de Sacks son tan literarios, rezuman tanto interés humano que -creo yo- son las únicas obras de su género que han servido de base para una película (Despertares, con Robert de Niro y Robin Williams como protagonistas) y una ópera (El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Michel Nyman). La obras de Antonio Damasio -que en la actualidad dirige un centro de nombre tan atractivo como el Instituto para el estudio neurológico de la emoción y de la creatividad- se centran en las emociones, los sentimientos y los mecanismos que los originan. Para el que quiera saber algo más sobre este fascinante campo, dejo aquí una entrevista a este profesor realizada por Eduard Punset. Y, por último, V.S. Ramachandran, cuyo trabajo más conocido -plasmado en el libro Fantasmas en el cerebro- versa sobre los "miembros fantasma", el curioso fenómeno que hace que, al perder un brazo o una pierna, se siga teniendo sensación de dolor o picor en él a pesar de que ya no está. Ramachandran ha estudiado asimismo otras alteraciones igual de intrigantes, como la sinestesia -frecuente en muchos artistas- y de ahí ha pasado a interesarse por la relación del arte con los mecanismos cerebrales. Junto con otros investigadores, ha logrado demostrar la plasticidad del cerebro, es decir, que las células cerebrales son capaces de reorganizarse y reestructurarse a lo largo de toda la vida. Es, desde luego, una nueva frontera. Quizá no la última, sin embargo, porque ¿quién sabe qué vendrá después?
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V. S. Ramachandran (foto George Brett) |