John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 9 de septiembre de 2013

HENRY JAMES, DAVID LODGE Y LA FAMA

 
Como ya anuncié antes de las vacaciones, he dedicado estas semanas a llenar alguna de las lagunas existentes en mis lecturas de David Lodge. He de decir que he disfrutado enormemente con su personal recreación de Henry James, en ¡El autor, el autor!, una novela que es además una perita en dulce para nosotros los anglófilos irredentos (y por supuesto para los jamesianos de pro). Sus páginas rebosan de nombres conocidos que harán las delicias de los conocedores del mundillo literario británico -desde el inevitable Oscar Wilde al mismísimo Arnold Bennett-, con apariciones más o menos fugaces, pero siempre justificadas por la documentación histórica (la única libertad que Lodge admite haberse tomado en este sentido se encuentra en la intervención de una Agatha Christie niña). Para mi gusto, ésta es la obra de un Lodge instalado en una madurez creativa espléndida, incluso mejor que la nada despreciable novela que dedicara a H. G. Wells A Man of Parts (personaje que también asoma aquí en sus inicios como periodista). Wells, James... me pregunto si no tendrá pensado completar la serie a modo de trilogía con algún otro autor de renombre. Pero más allá de lo bien construida y escrita que está, lo que eleva la novela por encima del mero retrato biográfico es su capacidad para ahondar, de modo sutil e inteligente, en un tema universal como es la fama. O la ausencia de ella: en el caso de James, la certeza de estar elaborando una obra valiosa que se estrella una y otra vez contra el escaso aprecio que de ella hacen sus contemporáneos. Una frustración contrapuesta -de manera cruel, como no deja de señalar Lodge- al éxito que cosechan las obras, que él juzga de categoría inferior, de uno de sus mejores amigos, George du Maurier. Este último es un personaje destacado y tan entrañable que casi consigue hacerle sombra al propio protagonista. En una refinada vuelta de tuerca del destino, Du Maurier  se hizo mundialmente famoso con una novela, Trilby, hoy totalmente olvidada -a no ser por el tipo de sombrero que popularizó su adaptación teatral-, escrita a partir de un argumento que el propio James había desechado. Mientras James apenas conseguía vender unos centenares de ejemplares de algunas de sus grandes novelas, las ventas de Du Maurier se contaban por centenares de miles. Hoy, en cambio, nadie recuerda su nombre, eclipsado además por otra fama, la de su nieta Daphne Du Maurier (seguramente habrán sospechado el parentesco), mientras que James reina con justicia en el olimpo de las letras. 
 
Connery, resultón con su sombrero "trilby"
Sin embargo, la fama y la prosperidad que tan esquivas le resultaron a James tampoco lograron la felicidad de Du Maurier. En fin, no quiero estropearles la intriga, sólo subrayar la habilidad con que Lodge maneja este complejo asunto y consigue que compartamos las cuitas de sus personajes.  
Después de haber cerrado el libro, me da por pensar que, a través de la historia de Henry James, Lodge está reflejando una situación que probablemente él también comparta. Aunque no es un escritor de minorías, creo que, como James, a él también le debe resultar incomprensible el éxito arrollador de algunos bodrios literarios. Y quizás, lo mismo que le sucede al autor de Portrait of a Lady, él también considere injusto que alguien que lleva toda su vida dedicado de forma consistente y laboriosa a crear una obra literaria se vea eclipsado por cualquier advenedizo que ha tenido la suerte de dar con un tema que atrae a millones de lectores.
Henry James murió sin sospechar que, décadas después, su obra se estudiaría en todas las universidades, mientras que la fama de Du Maurier ha quedado del todo eclipsada. Después de leer la novela, es inevitable sentir cierta compasión por ese hombre sensible y esforzado. Sin duda no era un gran escritor, pero es muy de agradecer que Lodge haya sabido rescatarlo del olvido.

Du Maurier fue ante todo un ilustrador, colaborador habitual de revistas como Punch.
 

6 comentarios:

  1. Me ha gustado el artículo (como todos los de este bloc) y también disfruté leyendo la novela de Lodge. Curiosamente casi al mismo tiempo Edhasa publicó“El maestro. Retrato de un novelista adulto” una biografía novelada de Henry James, escrita por el escritor irlandés Colm Tóibín, y que empieza con el fracaso dramático de su obra “Guy Domville”. Recuerdo que al leer las dos novelas casi de forma seguida no supe decir cual de las dos me había gustado más.
    Curiosamente y supongo que a raíz de la publicación de la novela de Lodge la Editorial Funambulista rescató, para lectores curiosos y con tiempo, la novela “Trilby” de George du Maurier. Es verdad que la obra tuvo un gran éxito y gozó de mucha popularidad, hasta el punto de que se han hecho varias versiones cinematográficas con el título de su protagonista “Svengali”. La última de estas versiones nada menos que con Dodie Foster en el papel de la joven Svengali!

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    1. Gracias, Josep! Ahora tengo pendiente la novela de Toibin. No sabia de la recuperacion de Trilby. Al menos alguien recuerda al pobre Du Maurier.

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  2. Los avatares de la vida. Aunque el tiempo se encarga de poner a cada uno en su nivel.

    Tengo pendiente este libro de Lodge. Y eso que James es mi escritor transoceánico preferido.

    Un abrazo, Elena.

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    1. Siendo fan de James, creo que este libro te gustara mucho!

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  3. Sólo una cosa le reprocho a James pero, como el erizo de Arquíloco de Paros, es una cosa muy grande: Que no supiera ver quien era Kipling, ni su enorme grandeza literaria. Se le escapó. Y sin embargo a Kipling no se le escapó James, a quien admiraba. También escribió que su mujer "no valía nada". Eso suele significar que no se ajustaba a su idea de la belleza. Pues vaya. Un solterón como él decir eso de una dama que era oro aquilatado. En fin.

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  4. Aún sin conocer los detalles de este desencuentro, barrunto que James no debía de sentir afinidad con el universo de Kipling. Y quién sabe si, como le ocurre en la novela de Lodge con su gran amigo Du Maurier, no tenía sobre todo celos de su popularidad. Desde luego, es lamentable que no fuese capaz, por encima de estas barreras, de apreciar su valor literario.

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