Es muy cierto que la lectura nos permite vivir otras vidas. También, cuando nos vemos ante determinados acontecimientos, el haber leído nos da la oportunidad de confrontar nuestra experiencia con otras similares. En su mayoría ficticias, es verdad, pero ya sabemos que la mentira de la ficción muy a menudo resulta más auténtica que la vida real. Ni siquiera es necesario que haya una coincidencia total de situaciones: tal personaje nos recuerda a alguien que conocemos, o algo que nos ha pasado es calcado a cierta situación sobre la que leímos hace tiempo. Hasta el punto de llegar a preguntarnos quién copia a quién. (Por no mencionar que en este trasvase entre realidad y ficción se producen a veces extrañas coincidencias. Sé de un novelista que imaginó el viaje de un barco que tenía un percance al llegar a cierta ensenada. Todo inventado. Pues bien, tiempo después supo de un barco de nombre muy parecido al que había imaginado que embarrancó precisamente en el mismo lugar que él señalaba en su novela. ¿Casualidad? Quién sabe.) Por mi parte, desde hace un tiempo tengo insistentemente la sensación de haberme convertido en el personaje que retrata la autora británica E. M. Delafield en su divertidísimo Diario de una dama de provincias. Salvando, claro, las distancias de que yo no vivo en un pueblo inglés en los años treinta, ni tengo dos hijos pequeños, ni he de vérmelas con una presuntuosa e insufrible lady B. Pero eso no son más que minucias. Porque la verdad es que me siento tan atribulada como ella, rodeada por desastres domésticos que resulta imposible prever -por más que una lo intente- y, por supuesto, que tienen difícil solución. Y, abra por donde abra el libro, puedo sentirme identificada con los sentimientos de su protagonista:
8 de marzo. La cocinera transige y dice que se quedará mientras me convenga. Me siento inclinada a contestar que, en ese caso, más vale que se vaya preparando para una vida entera a mi lado, pero me contengo, como es natural. Paso un día agotador en Plymouth persiguiendo criadas imaginarias. Me encuentro con lady B., para quien las dificultades con el servicio doméstico sencillamente no existen.
Ciertamente, el servicio doméstico tal como lo entiende la señora Delafield pasó a la historia, pero cuando una se ha pasado las vacaciones cocinando, fregando y planchando camisas resulta muy fácil ponerse en el pellejo de su heroína.
28 de febrero. Advierto, muy contenta, la aparición de una gran mata de azafranes de primavera junto a la verja de la entrada. Me gustaría referirme a ellos de manera juguetona y adorable, y trato de imaginar que soy la protagonista de Elizabeth y su jardín alemán, pero me veo interrumpida por la cocinera, quien me anuncia que ha llegado el pescadero, pero que solo trae bacalao y abadejo, y que como el abadejo no está muy fresco por cómo huele, ¿qué me parece el bacalao? He reparado muchas veces en que la vida es así.
En efecto, una querría ser etérea y espiritual, pero cuando la lavadora se empeña en perder agua y la cafetera, tras hacer unos ruidos siniestros, decide rendirse y entregar su alma, es muy difícil centrar los pensamientos en las esferas más elevadas del espíritu. (¿Hay algo más deprimente que empezar el día sin una buena taza de café que llevarse a los labios?)
1 de septiembre. Tarjeta de la estación que anuncia la llegada de un paquete que, adivino al instante, contiene los bulbos y la mezcla de fibra vegetal, musgo y turba. Le sugiero a Robert que los recoja esta tarde, pero no da muestra de entusiasmo y dice que le irá mejor mañana, cuando vaya a buscar a Robin y a su amigo del colegio. (Recordatorio: Una diferencia pronunciada entre los dos sexos es la tendencia masculina a postergar prácticamente todo con la excepción de sentarse a comer e irse a la cama. Me gustaría comprar una de esas chapitas pintadas con la máxima "Hazlo ahora mismo" a la venta en tantas papelerías de segunda, pero, cuando lo pienso bien, comprendo que no fomentaría la armonía doméstica y abandono la idea.)
Algunos podrán pensar que se trata de un comentario sexista, pero les aseguro que yo -que debo convivir con tres especímenes del género masculino- estoy por completo del lado de nuestra dama de provincias.
Definitivamente, a varias décadas y unos miles de kilómetros de distancia, la señora Delafield parece haber reflejado muy bien mi propio estado de ánimo. Tan real me parece, que estoy por proponerle un intercambio. Estoy del todo dispuesta a lidiar con sus cocineras despechadas y sus esposas de vicario pelmazas si ella acepta a cambio vérselas con mis tribulaciones cotidianas. ¿Hace?
Es verdad que todavía es más difícil evocar el jardín alemán cuando te atropella no ya la cocinera, sino el bacalao mismo, como es lo habitual en nuestros días. Aunque vivo en un desequilibrio de género exactamente opuesto al tuyo, te comprendo perfectamente. Me llevo de aquí una sonrisa esta mañana. ¡Qué largas se hacen a veces las Navidades!
ResponderEliminarVeo que me has comprendido muy bien, Urzay. Las Navidades se hacen eternas... ¡Suerte que falta un año para las próximas!
EliminarJajaja, ¡magnífica entrada! Yo también me siento como una pequeña Dama de provincias, sacando tiempo para la cultura entre lavadora y lavadora :S
ResponderEliminarLiteral, Lucy, yo a veces me pongo conferencias sobre arte o literatura mientras estoy cocinando. No sé si me aprovechan mucho, hay que esperar que al menos los guisos salgan ilustrados :)
EliminarEste libro es genial, yo la primer vez que leí lo de los bulbos pensé "qué pija", pero a la decimotercera me sentía totalmente identificada con su lucha (infructuosa) con los elementos.
ResponderEliminarRealmente esta autora tenía una gracia muy especial a la hora de retratar las pequeñas cosas absurdas de cada día, o lo prosaica que es la realidad comparada con según qué literatura...
Pues sí, yo en esta segunda lectura me he reído tanto como en la primera. Un libro tonificante.
Eliminar¡¡Me encanta!! Lo tengo en casa y estoy deseando terminar para empezar nuevas lecturas. Probablemente sea el siguiente.
ResponderEliminarUn abrazo grande
Me reí tanto con tu post que me pasé la parada del metro y llegúe tarde al trabajo.
ResponderEliminarUna confesión: cuando limpio la casa aprovecho para escuchar podcast de historia, literatura o radioteatros que descubro por la red. Tengo localizados algunos clásicos de RNE que seguro que te encantarían. :) #yotambiénsoyunadamadeprovincias
Todo el mérito es de la dama de provincias, Rosa. Siguiendo tu consejo, bucearé por el archivo de RNE, a ver si me ilustro un poco :)
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