Bien, queridos merodeadores de bibliotecas, ya está aquí la tercera temporada de la serie "Mi biblioteca", en la que unos cuantos blogueros invitados tendrán a bien dejarnos husmear en sus estanterías. Agradezco a todos ellos su generosidad y buena disposición. Prepárense pues para asistir a nuevas entregas de este fascinante espectáculo libresco.
-------------------------------------------------------------------------------------------------Nuestra primera invitada de esta temporada es la biblioteca de Mónica, del blog Serendipia, gran dinamizadora de retos e iniciativas diversas en la red (y quién sabe si también fuera de ella). Parece que los libros de Mónica, que como es lógico son grandes aficionados a la serendipia, dejan que sea ésta quien gobierne sus encuentros en las estanterías. La suya es una convivencia abigarrada, pero sin duda muy feliz.
Mi piso es pequeño, cuando
pasamos el aspirador solo hace falta cambiar de enchufe una sola vez para llegar
bien a la totalidad de sus rincones. Es, aspiradoramente hablando, un piso de
dos enchufes. Por eso no tengo más remedio que deslocalizar mi siempre
creciente biblioteca en varios lugares de la casa. También me obliga de vez en
cuando a deshacerme de algunos libros —en concreto de aquellos que sé que no me
apetece volver a leer de nuevo—, que suelo donar al servicio de intercambio
gratuito que organiza el centro cívico de mi barrio.
No tengo los libros ordenados en
ningún sentido, ni por autor, ni por editorial, ni por fechas; conviven
aleatoriamente y felices (o eso imagino) en los estantes, en dobles y triples
filas a ser posible. Incluso algunos de ellos comparten vecindad con las series
de ciencia ficción del Ingeniero. Supongo que a algunos puristas bibliófilos tal
promiscuidad les provoca un sarpullido o dos pero a mí me divierte que Homero o
Suetonio estén pegaditos a los DVD de las temporadas de Stargate, Batlestar Galactica o Babylon 5. La literatura es
universal, es decir, de todo el universo ;-)
Pese a tanto desorden libresco, o
quizás precisamente por ello, sé exactamente donde ir a buscar a cada uno de mis
libros cuando los necesito. Supongo que puede decirse que tengo una buena
memoria visual porque si me pides un libro sé perfectamente donde está. Es un
caos (universal) controlado.
El grueso de mis libros y las
ediciones más estropeadas/viejas/feas están en la triple estantería del
despacho. Como podéis ver en la foto, dos terceras partes están protegidas por
puertas de cristal esmerilado porque en el diminuto despacho —ese lugar que se
ha convertido en zona inhabitable porque en verano hace un calor terrible y en
invierno un frío polar— el sol entra a raudales y deja descoloridos los lomos
de los libros.
En el comedor es donde tengo los
ejemplares más nuevos, las adquisiciones recientes, los libros pendientes de
leer y aquellas ediciones tan bonitas que me apetece que los amigos vean cuando
se pasan por casa. Algunos están expuestos a la vista pero muchos viven dentro de
los armarios, apilados en torres imposibles. Aquí conviven los libros de
Impedimenta con los Alba, los Nórdica, los Malpaso, Libros del Asteroide, Galaxia
Gutenberg, Alfabia, Acantilado, Ardicia, Nocturna, etc. hasta los Roca más raritos o el cofre de
Alianza editorial con La trilogía de
Corfú de Gerald Durrell. Bonitos, estupendos, excéntricos, apasionantes,
bellos, heterogéneos...
Y como debe ocurrir en las
bibliotecas de todos los lectores empedernidos, si separo la primera fila de
los estantes del comedor hay detrás una segunda hilera de lomos pertenecientes
a las lecturas de mi adolescencia (y no tan adolescencia): toda la saga de
Marco Didio Falco, de Lindsay Davis, y los Harry Potter, por supuesto. No se
ven —como mi adolescencia— pero esperan ahí detrás protegidos por lecturas más
adultas, por si algún día los necesito.
En el dormitorio también hay otra
estantería —las Billy de Ikea caben en cualquier rincón— que comparte mi
pequeño rincón Tolkien. No recuerdo cómo llegaron a formar ese pequeño comité
los libros del profesor J.R.R. Tolkien, pero me gusta. Son el único ejemplo de
cierta organización temática libresca inventada por el ser humano y, aún así, faltan títulos como El señor de los anillos, el Hobbit o el Silmarillion, que como son tan enormes y están tan manoseados siguen
escondidos tras las puertas de cristal del despacho.
Suelo prestar libros a mis amigos
y, sobre todo, a mi madre, quien los cuida con exquisita ternura porque sabe el
cariño que les tengo. Y sí, a lo largo de los años, he perdido un par o tres de
ejemplares que presté y jamás volvieron porque las personas que se los llevaron
también desaparecieron de mi vida. También me han devuelto alguno que otro muy deteriorado.
Ambas cosas me molestan, pero sin fanatismos desgarradores.
¿Qué encuentro a faltar en mi
biblioteca? Evidentemente muchísima literatura pero en especial añoro
ardientemente una buena edición de La
guerra del Peloponeso de Tucídides. La biblioteca de la facultad de
Historia de la Universitat de Barcelona (UB) tiene un fondo magnífico y como
suelo trabajar allí apenas tengo en casa poco más que lo imprescindible
(Heródoto, Suetonio, Catulo, Julio César, etc.). Y si la biblioteca de la
facultad no me llega no tengo más que andar unos trescientos metros para cruzar
el umbral del edificio central de la UB con sus maravillosas bibliotecas de
filologías, mitologías, historia antigua, etc. Pero sigo suspirando por Tucídides.
Quizás estas navidades...
Muchas gracias, Elena, un placer pasarse por aquí y charlar un ratito sobre mi caótica y siempre creciente (por suerte) pequeña biblioteca. Un espacio genial para los lectores curiosos que somos. Un abrazo.
ResponderEliminarAy Mónica, si tu piso es de dos enchufes, creo que el mío es de medio. Leyéndote me he dado cuenta de lo mucho que echo en falta tener conmigo mi ejemplar de El señor de los anillos ilustrado. Claro que si me lo traigo a mi mini piso, me ocupa el solo media estantería que pena más grande). A ver si un día nos sonríe el destino y podemos añadir algún que otro enchufe a nuestro hogar :)
ResponderEliminarUn beso.