Uno no se siente nunca solo si tiene un libro cerca. Si no se trata de un único libro, sino de toda una biblioteca, el solaz y el placer se ven multiplicados. Por fortuna, además, los grandes lectores contamos no sólo con nuestra biblioteca física, sino que tenemos a nuestro alcance también una nutrida biblioteca mental: la biblioteca de la memoria. Y los libros allí almacenados no coinciden exactamente con los libros materiales que hemos leído, sino que son una versión interpretada, editada, parcialmente olvidada, compuesta de varios libros juntos, en suma, transformada por cada lector de manera absolutamente única. Como dice Alberto Manguel refiriéndose a "su" Quijote:
"Todas las ediciones de Don Quijote publicadas hasta la fecha en todos los idiomas se pueden coleccionar -y se coleccionan, por ejemplo en la biblioteca del Instituto Cervantes en Madrid-. Pero mis propios Don Quijote, los que corresponden a cada una de mis diversas lecturas, los que inventó mi memoria y editó mi olvido, sólo encuentran lugar en la biblioteca de mi mente"
Así, los lectores tenemos el poder de incorporar los personajes que nos han resultado fascinantes a nuestro imaginario propio, de hacerlos figurar tal vez en nuestros ensueños o en nuestras pesadillas; podemos soñar haber vivido los lances y aventuras que sólo existen en la página, o darles otro final, más acorde a nuestro gusto. Al contrario de lo que ocurre con la biblioteca física, la biblioteca mental no tiene límites. O sí: los de nuestra memoria y nuestra capacidad de seguir asociando, imaginando y creando a partir de lo que otros inventaron una vez.
Lamentamos a veces que, al fallecer algún insigne erudito, su biblioteca se disperse. Pero igualmente grave es que, con la muerte de cada lector, desaparece también su biblioteca mental, esa amalgama de experiencias lectoras que ha ido atesorando y filtrando durante toda su vida. Quién sabe: tal vez en un futuro tecnológico, alguien encuentre la manera de conservar esas memorias librescas. Entretanto, nos queda el consuelo de seguir hablando de los libros que leímos y de los que nos gustaría leer.
Sarah Bryant, Reading after lunch |
Hemos hablado a menudo en este blog sobre el placer que siente el verdadero lector al poseer libros, al acumularlos y ordenarlos, al contemplar su biblioteca -más grande o más pequeña-, compuesta de aquellos ejemplares que ha leído ya y que quizás nunca llegará a releer, pero también de otros que no ha leído aún y que confía en poder leer algún día. Gracias a la generosa colaboración de otros blogueros, hemos podido pasearnos -en dos series de artículos- por las bibliotecas de otros lectores, que nos han revelado sus manías y sus cuitas, sus filias y sus fobias de orgullosos propietarios de una biblioteca propia. Resulta obvio que la comunidad libresca disfruta de estas incursiones en territorios ajenos, porque más de uno me ha preguntado si habría una nueva serie de artículos. Pues bien, por fin puedo responderles afirmativamente: está en el horno una nueva serie de "Mi biblioteca", que confío será del agrado de todos mis curiosos lectores. Permanezcan pues atentos a esta pantalla, en breve comenzará a publicarse.
Interesante reflexión, como siempre.
ResponderEliminarDoy gracias a quien puso las migas para que, como Pulgarcito, terminara yo aquí; siempre encuentro satisfacción.
La memoria es traicionera y muy poco fiable. La gran ventaja que supone esto de internet es que se puede llevar en un sitio relativamente (con)fiable un cuaderno de citas. Yo alimento el mío y me permite realizar consultas de verdadera utilidad.
Como todo lo que merece la pena, lleva mucho tiempo, pero merece la pena.
Invitación para visitarlo:
http://memorianoajena.blogspot.com.es/
Gracias
Una buena idea la del cuaderno de citas, Alberto. Si además, como el tuyo, es público, tiene la ventaja de que otros pueden compartir esos fragmentos que tú has seleccionado. Hablé de esta tradición de apuntar los pasajes que te han gustado en una entrada anterior: http://notasparalectorescuriosos.blogspot.com.es/2011/01/lugares-comunes.html
EliminarGracias por las visitas y por tus reflexiones.
Yo también reivindico el valor de las bibliotecas mentales. En mi caso, disfruto de lo que olvido tanto como de lo que recuerdo. Llega un momento en que uno no sabe si algo, una escena, un personaje, una frase, la leyó, la vio en una película, o la soñó. Espero irme a la tumba con la mente llena de un enorme batiburrillo literario.
ResponderEliminarCelebro la tercera serie de plumas invitadas.
A mí me sucede lo mismo: nunca sé exactamente de qué libro recordado a medias salen los personajes y las imágenes que pueblan mi biblioteca mental. Y lo encuentro de lo más estimulante...
EliminarMe encantan las bibliotecas mentales...¡¡qué cierto es!! Y gracias a ellas tenemos la suerte de vivir momentos inolvidables, que a veces, no se comparten y se quedan dentro de una...
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