Foto: Diomari Madulara en Unsplash |
De no existir las palabras, no podríamos estructurar nuestro pensamiento, ni tal vez pensar. Nos expresamos con palabras, nos relacionamos con los demás a través de palabras. Pronunciamos miles de ellas cada día. Pero, por lo general, se les dedica poca atención. Están ahí y las usamos, como usamos una cuchara, una pala, un destornillador. Para la mayoría de la gente, son puramente funcionales. No piensan en la absoluta maravilla que es que esos grupos de sonidos -o de garabatos, si se trata de escribir- sean capaces de nombrar el mundo, de tratar de asuntos tan diversos como la receta del gazpacho o la física cuántica, de agruparse de maneras siempre distintas y, a veces, novedosas. Empleamos -incluso los que escribimos- muchas menos palabras de las que conocemos. El acervo lingüístico de cada persona está compuesto por miles de palabras cuyo significado sabe, pero que no forman parte de su vocabulario habitual. Están ahí dormidas, por así decirlo, en espera de que un hallazgo casual, o la necesidad de expresar algo que se sale de lo cotidiano, las saque a la palestra. Recuperar una de estas palabras que sabemos que sabemos, pero que raras veces hemos oído o usado, puede ser como ver de repente un relámpago en el cielo: casi podemos sentir el cosquilleo de las neuronas cuando su significado se abre paso a través de ellas. Hace poco, tuve uno de estos momentos-revelación, al oír -nada menos que por la radio- mencionar la palabra "nigérrimo" (que, como sin duda saben, es el superlativo irregular -más próximo a la forma latina- de "negro"). Seguramente hacía años y años que no aparecía en mi horizonte lingüístico, y sin embargo, ahí estaba, con todo su vigor, reluciente de negrura y de vitalidad. Fue como un fogonazo. Estoy convencida de que sacar a pasear palabras poco usadas es uno de los favores más grandes que se le pueden hacer al lenguaje y, de paso, a nuestro intelecto.
Por suerte, aparte de ese repositorio personal de palabras que atesora cada uno, hay unos lugares donde todas ellas se conservan, debidamente explicadas y categorizadas, para que no se pierdan: los diccionarios. He empleado el verbo "atesorar" con toda intención, pues cada una de las palabras es importante, nombra o expresa algo único. No en vano los primeros diccionarios solían llamarse "thesaurus", tesoros de la lengua.
Pero, ¿quién hace los diccionarios?
La inmensa mayoría de la gente no piensa para nada en el diccionario que utiliza: simplemente es, como el universo. Para un grupo de personas, el diccionario le fue otorgado a la humanidad ex coeli, un tomo de verdad y sabiduría, santificado y encuadernado en cuero, tan infalible como Dios. Para otro grupo de personas, el diccionario es algo que adquirió en una librería de saldo, un libro de bolsillo marcado a un dólar, porque le parecía que un adulto debe poseer un diccionario. Ninguno de los dos grupos se da cuenta de que su diccionario es un documento humano, compilado, revisado y puesto al día por personas reales, vivas, desgarbadas.
Quien habla así es una de esas personas, Kory Stamper, una lexicógrafa que trabaja para el Merriam-Webster, los editores de diccionarios más antiguos de Estados Unidos. Su trabajo como el de cualquier lexicógrafo, consiste en recopilar palabras, definir su significado, su usos, su parentesco, sus límites, en qué medida se aproximan o difieren de otras en apariencia similares.
Una tarea delicada, inmensa y que no tiene fin, pues el lenguaje se transforma incesantemente; cada vez que alguien emplea una palabra, está potencialmente ampliando o restringiendo su significado.Para ser un lexicógrafo, has de ser capaz de sentarte con una palabra y todos sus muchos, complejos usos y reducirlos a una definición de dos líneas que sea a un tiempo lo suficientemente amplia para abarcar la inmensa mayoría de los usos escritos de la palabra y lo suficientemente estrecha para comunicar lo que es puramente específico de esa palabra.
La lexicografia se mueve tan lentamente que los científicos la clasifican como un sólido. Cuando terminas de definir, tienes que revisar; cuando terminas de revisar, has de corregir; cuando terminas de corregir, has de corregir de nuevo porque han habido cambios y hemos de asegurarnos de que no hay errores. Cuando por fin el diccionario llega al público, no hay grandes fiestas ni celebraciones [...] Estamos ya trabajando en la próxima actualización del diccionario , porque el lenguaje ha evolucionado. Nunca hay tregua. Un diccionario se ha quedado obsoleto un minuto después de estar terminado.
¿Alguna vez pensamos en esta cualidad plástica y viva del lenguaje cuando hablamos o escribimos? Fascinante. Como lo es leer diccionarios; en verdad, es difícil resistirse a la fascinación de las palabras: una mera consulta aboca a menudo a la palabra de al lado, y a la otra y a la otra...
Para mí, el diccionario de la lengua castellana, mi libro de consulta infalible, el que constituye una lectura más placentera es sin duda el de María Moliner. Un diccionario cercano, que trasluce en todas sus definiciones el amor por las palabras y por el lenguaje. No en vano es el diccionario de una bibliotecaria, de una persona que anduvo siempre entre libros. Que nos recuerda que las palabras están vivas, y que detrás del diccionario también hay personas que estuvieron vivas alguna vez.
María Moliner, trabajando como siempre en su diccionario |
Estupendo y apropiado elogio a las palabras y a quienes a ellas se dedican. Me ha encantado leerlo.
ResponderEliminarUn saludo
¡Gracias, Pilar!
EliminarBuen artículo ameno sobre los diccionarios.
ResponderEliminarSaludos
Las palabras, ese medio imprescindible de comunicación entre los seres humanos, son elementos esenciales de nuestras vidas, y de cuya importancia no nos damos cuenta hasta que (algunas) desaparecen porque ya no se adaptan a la función para la que fueron creadas. Pero la humanidad se va manejando oportunamente con elementos (verbales o escritos),necesarios y cada vez más precisos para expresarse (comunicarse) con otros congéneres.
ResponderEliminarPor cierto, congénere ¿es palabra en desuso?, como por ejemplo picapedrero, o aviador, o ganapán, o palangana, o desaforado, o zorrocloco, o amanuense, o saltimbanqui.
En fin, que las sufridas palabras de uso común, no tienen el futuro asegurado porque mañana o pasado, pueden llegar otras nuevas distintas que, o bien las sustituyan o bien las arrinconen por haber concluido su ciclo vital.
Como la vida misma.
Gracias mil.
Me encantan todas esas palabras que citas. Es que, aunque algunas estén en desuso, conviene sacarlas a pasear, hacerlas rodar por la lengua, escuchar cómo suenan... Cada palabra puede evocar un mundo. Gracias por comentar.
EliminarEstoy totalmente conforme en el placer de sacar a pasear a las palabras, solo que en mi caso a veces el intelecto me confunde y quisiera nombrar lo que no existe: el otro día por la calle, un hombre guapo, guapo hasta decir basta. Y pensé: "guapérrimo".
ResponderEliminarNo existe, pero debería.
Una de las mejores características del lenguaje es su plasticidad. ¿Que no existe el término preciso para nombrar algo? Pues el lenguaje tiene recursos para cualquier situación. Seguro que todo el mundo entiende a qué te refieres cuando le llamas a alguien "guapérrimo".
EliminarEs que esa forma del superlativo tan poco usada, parece más fuerte que el -ísimo tan común que casi ha perdido significado. ¿Será por las erres?
EliminarSin duda las erres le dan una fuerza que el otro superlativo no tiene. Nunca hay que olvidar el elemento musical del lenguaje.
EliminarAsí es...
ResponderEliminar"La palabra es ese puente de sentimientos que cada humano interpreta desde su raíz o ignorancia"
Un placer leernos ��������
Pidi Tabares
Desde Medellín Colombia
Leo a los demás y me encuentro con palabras fascinantes que no sé si sería capaz de usar cuando escribo yo misma. Creo que esa es una de mis obsesiones al escribir: repetirme y caer en la vulgaridad.
ResponderEliminarUn abrazo.
hola! seguimos pululando con tus letras y ah! amamos los diccionarios...
ResponderEliminarFascinantes diccionarios...
EliminarCordial saludo desde Colombia.
ResponderEliminarPrimero que todo, felicitarla por el contenido del blog, en lo que he podido leer noto que tiene una excelente visión frente a las realidades de hoy en día, añadiendo que esto atrae a muchas personas sin importar la edad.
Segundo que todo, decirle que estoy totalmente de acuerdo con lo que expone acerca de los libros, es preocupante la situación que se vive en estos momentos, ya que los libros han perdido gran valor en cuanto a la lectura, porque si se tratase de un tema menos sustancial hablaríamos de decoración. Pienso que eso va en cada uno como persona, si no empezamos nosotros los jóvenes por cambiar esta situación, ¿Quién más podría hacerlo?, es una pregunta que quizás para muchos no tenga sentido, pero viéndolo más allá, tiene mucha lógica, si nosotros tomamos las riendas e incentivamos a las personas a cambiar de parecer y a pensar en que los libros van más allá de una forma para decorar, que sin duda alguna hacen ver un lugar muy atractivo, pero que de nada sirve si no se les dan el uso adecuado.
Por mi parte solo me resta invitarlos a promover la lectura, y a hacer ver a las personas que un libro puede tener más valor significativo siendo leído, que puesto como decoración.
Un abrazo, y estaré pasando más seguido por aquí.
Muchas gracias por tu comentario, Darly. Confío en verte a menudo por aquí.
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