John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

sábado, 17 de mayo de 2014

LIBROS TRAMPANTOJO

William M. Harnett, "Job lot cheap", 1878
 
"Trampantojo: Pintura que, mediante los artificios de la perspectiva, crea la ilusión de objetos reales en relieve." Conocido también por el término francés trompe l'oeil, el trampantojo se viene empleando en pintura desde tiempos renacentistas -de hecho, los romanos ya lo habían descubierto, pero la Edad Media lo echó en el olvido- para crear la ilusión de una tercera dimensión que en realidad no existe. Se ha empleado en temas muy diversos, pero una variante que siempre me ha gustado es la del "cuadro dentro del cuadro", como este de Bernardo Lorente:



O este de Cornelis Gysbrechts, que lleva la sutileza a fingir no un cuadro, sino el reverso de un cuadro.



Precisamente las naturalezas muertas se prestan en especial al cultivo del trampantojo. Y aquí es donde entra otra gloriosa variante del género, los trampantojos librescos. Uno de sus cultivadores más conocidos es el americano William Harnett (1848-1892). Sus recreaciones de libros y otros objetos que parecen dejados al azar sobre una mesa son magistrales.




Ese fondo negro ayuda por un lado a realzar los objetos y, por otro, a acentuar la sensación de profundidad. Harnett consiguió fama y notoriedad, tanto en su país como en Europa (vivió muchos años en Múnich). Sin embargo, John Frederick Peto (1854-1907), compatriota suyo, que cultivaba unos temas muy parecidos, fue ignorado en vida. Se ganaba la vida regentando una pensión en un pueblo costero de New Jersey y los únicos cuadros que vendió fue a algún turista que caía por allí. La recuperación del interés por el trampantojo -que durante mucho tiempo fue considerado por los críticos como algo menor, simples divertimentos- ha contribuido a rescatar su obra del olvido. Tanto Peto como Harnett solían pintar los objetos a su verdadero tamaño, y evitaban que quedasen cortado por el borde de la tela, para incrementar la sensación de realidad.
 

Como se puede observar, el estilo de Peto es menos detallista, más abstracto, y sus colores menos vivos que los de Harnett. Quizá por eso mismo resulta más moderno.




 En ambos casos, lo que para mi gusto hace que estos falsos libros resulten tan próximos, tan sumamente apetecibles, es el hecho de que casi siempre hay alguno abierto, como si un lector cualquiera lo hubiese dejado apresurado, reclamado tal vez por otros menesteres, pero seguro de retomar la lectura en cuanto tan molestas obligaciones se lo permitan. Contemplándolos, al tiempo que admiro la fidelidad con que los recrean, quisiera ser yo ese lector momentáneamente infiel que, alargando la mano, toma el volumen para reanudar su lectura.
 
 

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