La librería del salón (o, más bien, una parte de ella) |
Hay una frase que suelo repetir: “Me encantan los libros. Y leerlos tampoco está mal”. En efecto, adoro los libros como objetos, me gusta su olor, su textura, su aspecto, soy un fetichista del papel impreso. ¿Recuerdan al Tío Gilito nadando en monedas de oro? Pues así soy yo, sólo que con libros. Y también los leo, claro, aunque a veces pienso que eso no es lo fundamental.
Sin embargo, en ocasiones me entran ataques de nazismo. Entendedme, no es que de repente me apetezca invadir Polonia, ni ponerme a masacrar judíos (entre otras cosas porque mi apellido es judío); no, no se trata de eso. Sencillamente, hay momentos en los que siento el irrefrenable deseo de quemar libros.
Me sucedió por primera vez en 1996, cuando cambié de domicilio. Desde entonces, a mis más odiados enemigos les deseo el peor de los destinos: una mudanza. Veréis, tengo muchos libros, toneladas de ellos. ¿Cuántos? Ni idea; por aventurar una cifra, digamos que alrededor de quince mil. Pues bien, ¿sabéis lo que es empaquetar todos esos libros, trasladarlos, desempaquetarlos y volverlos a colocar en estantes? ¿Sabéis lo mucho que pesa una caja llena de libros? ¿Sabéis todo el polvo que pueden acumular?
Fue entonces cuando un nuevo deseo se apoderó de mí: amontonar todos esos libros en el jardín y prenderles fuego. Se me pasó, por supuesto, volví a amar los libros. Pero se había abierto una grieta entre nosotros. De repente, sentía que los libros me robaban parte de la libertad, que estaba obligado a ir por la vida arrastrando quintales de papel. Era como un barco al que se le van adhiriendo moluscos al casco; sólo que en mi caso, en vez de mejillones y lapas, libros.
Lo superé. Mi amor por los libros ya no es inmaculado, pero la llama de la pasión sigue viva. No obstante, periódicamente sufro nuevos ataques de bibliopiromanía. Por ejemplo, cada vez que busco un libro y no lo encuentro. O cada vez que, por estar todos los libros en doble fila, tengo que quitar los de delante para sacar uno que quizá, y sólo quizá, esté detrás. O cada vez que no sé qué hacer con los libros que me acabo de comprar, porque ya no me caben en ninguna parte. Ah, sí, en esos momentos añoro tanto una buena antorcha...
Pero me controlo; nunca he quemado un libro, ni siquiera los que se lo merecen. Así que hablemos de mi maldita biblioteca. Aunque en realidad no tengo una biblioteca, una habitación específicamente orientada a acomodar libros (¡quién la pillara!). En mi caso, los libros se han ido extendiendo por toda la casa, como una plaga. Afortunadamente, mi mujer puso cierto coto al asunto: nada de libros en la cocina, los baños y el pasillo. Es muy sabia; no sé cómo me aguanta.
El despacho (1) |
Bien, vayamos al meollo del problema. Durante mi infancia y juventud era un gran aficionado a la ciencia ficción y desde que tenía trece o catorce años comencé a coleccionarla. Durante décadas, fui un cazador de libros de ciencia ficción y fantasía, los buscaba en las librerías de viejo, los intercambiaba con otros coleccionistas, los perseguía igual que un tiburón a un banco de merluzas. Y he llegado a tener una notable colección. De unos cuatro mil volúmenes, la mayor parte de los cuales son una mierda como literatura, pero joyas para un coleccionista.
Es decir, algo menos de la tercera parte de los libros que tengo son de ciencia ficción. Pero desde hace muchos años no colecciono nada, esos libros lo único que hacen es ocupar espacio y acumular polvo. Debería quedarme con los que de verdad me interesan y vender el resto (la mayoría). ¡Pero no puedo! Se me parte el corazón con solo pensarlo. Hay tanto cariño puesto en cada uno de esos libros, tantos recuerdos... Sí, soy idiota, ya lo sé.
El despacho (2) |
En fin, el estado usual de mi biblioteca es el caos, la entropía en todo su esplendor. Aun así, intento luchar contra el desorden estableciendo ciertos territorios en mis librerías. De vez en cuando, algún amigo me sugiere que use no sé qué programa de ordenador para controlar y archivar mis libros. Eso significaría introducir 15.000 entradas en el programa. La mera idea me provoca sudores fríos; antes quemo los libros.
Bien, comencemos por las librerías de mi despacho. En la que aparece en la Foto 1 tengo libros de documentación sobre muy variados temas, diccionarios de todo tipo (me encantan), ensayos sobre literatura, y biografías. Y libros de otros temas que no deberían estar ahí, pero que como no me caben en ninguna parte, ahí se quedan.
En la Foto 2 encontramos lo más deprimente. La mitad de los libros (recordad que están en doble fila) son de documentación y de divulgación científica. La otra mitad son libros que tengo pendientes de leer. Hay varios centenares; creo que, ni aun dedicando lo que me resta de vida exclusivamente a la lectura, podría leerlos todos. Eso es lo deprimente. Como comprarte un loro y ser consciente de que ese cabrón de pájaro te va a sobrevivir.
Bien, comencemos por las librerías de mi despacho. En la que aparece en la Foto 1 tengo libros de documentación sobre muy variados temas, diccionarios de todo tipo (me encantan), ensayos sobre literatura, y biografías. Y libros de otros temas que no deberían estar ahí, pero que como no me caben en ninguna parte, ahí se quedan.
En la Foto 2 encontramos lo más deprimente. La mitad de los libros (recordad que están en doble fila) son de documentación y de divulgación científica. La otra mitad son libros que tengo pendientes de leer. Hay varios centenares; creo que, ni aun dedicando lo que me resta de vida exclusivamente a la lectura, podría leerlos todos. Eso es lo deprimente. Como comprarte un loro y ser consciente de que ese cabrón de pájaro te va a sobrevivir.
En el salón tengo, en su mayor parte, libros de Historia, sobre cine y cómic, sobre antropología y mitología, sobre religiones y sobre filosofía. Y una miscelánea de temas que tampoco hace falta enumerar. Ah, sí; una de las baldas está enteramente dedicada a libros de Borges o sobre Borges. De hecho, los libros de conversaciones con Borges son un género en sí mismos. Yo los compraba todos (¿debo aclarar que soy fan irredento del maestro argentino?), hasta que un día me di cuenta de que había adquirido unas memorias de la asistenta de Borges (El señor Borges, Edhasa 2005) y dejé de hacerlo. No es que los recuerdos de una asistenta sobre su ilustre patrón me parezcan irrelevantes, pero aquello comenzaba a parecerse mucho al puro cotilleo. En las baldas inferiores amontono (c'est le mot juste) las novelas ya leídas.
Las fotos que vienen a continuación son la imagen de mi pecado, de mi castigo, de mi estúpido sentimentalismo. Mi colección de ciencia ficción. Está repartida en los dormitorios de mis dos hijos y ordenada mediante el aleatorio procedimiento de “clasificación por estratos”, como los fósiles.
Además de todo eso, tengo varias cajas llenas de libros en el trastero, cuando quien debería estar en el trastero soy yo.
En fin, que no soy un bibliófilo: soy un bibliómano. O quizá un bibliópata, no sé. Y con tendencias bipolares: a veces los amo, a veces deseo quemarlos. Pero no, a quién quiero engañar: adoro los libros y jamás les prendería fuego. Son tan hermosos...
No obstante, ser escritor y estar rodeado por tantísimos libros supone una cierta contradicción. Cada vez que acabo una novela, no puedo evitar quedarme mirándola y pensar: Hala, otro libro más; justo lo que necesitaba la humanidad.
Si queréis comprender en toda su magnitud lo enfermo que estoy, lo que muestra esta foto es mi mesilla de noche.
Me ha encantado la descripción de la biblioteca, del caos libresco. Me he reído con lo de la asistenta de Borges y lo de invadir Polonia...gran referencia a Woody...y flipo con la mesilla de noche...veo serio peligro de desprendimiento.
ResponderEliminarMenudo montón de libros. No sé si tener tantos es bueno o malo. Depende. Yo, en cambio, creo que lo importante es leer los libros, no solo tenerlo y ya.
ResponderEliminarPor cierto, me encantó "La catedral" y tengo pendiente "La Estrategia del Parásito ".
Me pasa igual y i mesa de noche es muy parecida, tapo el velador. jajajaj...Saludos.
ResponderEliminarSi es sensacional .! Un placer inigualable , pero al mismo tiempo, se pierde uno ante esa diversidad y cantidad. Es más práctico, tener e-book, aunque no sea el mismo placer.
ResponderEliminarwww.caminante-buceador.blogspot.com
Me ha encantado tu artículo y comprendo la angustia que se debe sentir al acumular miles de libros.
ResponderEliminarSi en algún momento quieres desprenderte de algunos, no venderlos sino donarlos, te dejo el link de nuestra ONG que se llama Tuuu Librería, quizá pueda interesarte: constituye la primera librería en España en la que los libros tienen el valor que cada uno considere: cada persona elige libremente el donativo que desea aportar por los libros que se lleva.
http://www.yooou.org/proyectos/tuuu-libreria/
Muchas gracias por dejarnos tus palabras.